—un poco de comida… —susurró el hombre con voz cansada —solo un poco de comida.
Peter no tardó en agacharse al pobre hombre que estaba tirado en medio de unas bolsas de basura. Revisó, superficialmente, que no estuviera herido, que no tuviera alguna mancha de sangre. Mientras lo tocaba, notó que el hombre para ser un vagabundo portaba un pecho bastante fuerte, brazos con músculos que deseaba algún día tener.
Arrugó las cejas por unos instantes al notar un nombre en la etiqueta del blazer que llevaba puesta: Prada. Pero no, Peter no podía imaginar cómo es que ese vagabundo había conseguido ese blazer. Por un instante cruzó por su mente el quitárselo, lavarlo y venderlo. ¿Pero eso no lo convertiría en el peor de los delincuentes? O peor aún, en el peor ser humano.
—Tranquilo señor, si pudiera ponerse de pie… —pidió Peter con amabilidad, aunque su voz siempre sonaba amable, tranquila y suave a pesar cuando estaba molesto y gritando. Nadie podía tomarlo en serio en esos momentos. —En la esquina venden churros, podría comprarle un par.
—Ah, no me gustan los churros —bufó el vagabundo. —Ofréceme otra cosa.
Peter abrió la boca de la sorpresa sin entender qué clase de vagabundo era ése. Entonces lo miró mejor, aun no anochecía del todo y se podían ver los ojos oscuros que tenía, la barba greñuda, el olor apestoso de alcohol que probablemente se había derramado desde su cabeza hasta los pies. A pesar de lo mal arreglado que estaba, para Peter ese hombre podría ser muy guapo.
—Señor, si tiene hambre…
—Acepto hamburguesas.
Y fue así como Peter empezó a comer hamburguesas cada vez que se encontraba al hombre.