Una vez Eren perdió a sus padres, y luego de que se hicieran todos los arreglos funerarios, fue llevado por los servicios sociales y desapareció de aquel pueblo para siempre. Levi nunca fue capaz de hablar nuevamente con aquel muchacho, pero sentía que desde ese día, no había podido dejar de pensar en él. Desconocía la razón, pero lo atribuía a una de sus muy marcadas obsesiones.
Sin embargo, para que volviera a encontrarlo luego de una década sin saber nada de él, y que le llegara como un caso específico, era demasiada coincidencia para llamarlo simple suerte. El detective era un fiel creyente de que no había coincidencias y que todo estaba determinado por alguna fuerza que él denominaba destino.
Por lo que ni siquiera se opuso a su trabajo, y apenas el caso terminó en sus manos, se dedicó a buscar cada mísera pieza que podía recopilar. Pero nada fue suficiente. Y luego de un mes de esfuerzos sin frutos, se encontró mirando un departamento por doceava vez, tan pulcramente ordenado que parecía que nadie había vivido allí jamás. No había rastros de pertenencias personales por ningún lado más que en la habitación, donde había una mochila con lo esencial, como si Eren siempre estuviera dispuesto a huir en cualquier momento.
El detective había tardado apenas un par de días en dar con la dirección del desaparecido, pero a pesar de haber visitado aquel departamento por más de una docena de veces, seguía sin tener ni una sola pista del dónde podría encontrarse.
Al analizar el lugar, siquiera cuatro días después de la desaparición del susodicho, había una alta probabilidad de que la escena del crimen ya hubiera sido alterada por los transeúntes del edificio. Sin embargo, Levi fue capaz de encontrar gotas de sangre seca en el suelo a la entrada de la puerta del departamento, eran casi imperceptibles, pero para el quisquilloso no había nada que se pasara por alto. Fue así como lograron analizar aquello y descubrieron que pertenecía al desaparecido
Siguiendo ese mismo patrón de investigación, el detective fue capaz de encontrar solo una pista más, a la cual estaban arriesgando demasiado, pero fueron un par de cabellos en el suelo, que podían pertenecer a cualquier persona, dado a que era un espacio medianamente público. No obstante, al analizarlo, dieron con la identidad del desaparecido y también Mikasa Ackerman. Aquello era demasiada coincidencia como para que fuera un hecho al azar.
Más fue la sorpresa cuando al ingresar la búsqueda en la base de datos, figuraban un sinnúmero de denuncias y detenciones a la mencionada, sumado al diagnóstico psiquiátrico que era la floritura del caso: trastorno antisocial de la personalidad. El trastorno era fuertemente destacado en el expediente de la muchacha, ya que esa fue la razón por la que la dieron de baja de las fuerzas policiales.
El detective no pudo imaginar cómo habían dejado pasar a una persona de ese calibre a las filas de la fuerza policial, aunque se pudo hacer una idea, generalmente los procesos de selección eran fáciles de sortear si se conocía la técnica.
Para Levi, no fue difícil armar el caso con aquellos datos, y dado a que conocía el pasado de esos dos, pudo triangular la información apenas tuvo los resultados de los análisis. De modo que Mikasa había secuestrado a Eren, ya que en el pasado no fue capaz de consumar su plan de matarlo y suicidarse al mismo tiempo.
Aún con toda aquella información en sus manos, que era más de lo que alguien hubiera podido descubrir, seguía sin ser capaz de dar con el paradero de ambos. Había dedicado incesantes horas a seguir el rastro del vehículo utilizado por Mikasa para llevarse a Eren, pero dado a que se dirigió a la autopista que llevaba fuera de la ciudad, eso implicaba que no había cámaras, por lo que le perdía el rastro en el medio del trayecto.
Levi, se había determinado de tal modo a encontrar a ese muchacho, que ni siquiera se daba cuenta de que pasaba días sin dormir, hasta que se desmayaba por el exceso de cansancio.
Comprobó una a una las salidas de la autopista, y revisó rigurosamente cualquier casa abandonada que se encontraba, incluso se dedicó a explorar los bosques con tal de no dejar nada sin indagar. Y con ello, se tardó más de lo que habría querido, un mes y los días seguían corriendo, llevándole a sentir que estaba en contra del tiempo, y que en cualquier momento Mikasa podría ponerle fin al plan que le fue interrumpido en el pasado. Matar a Eren y suicidarse al mismo tiempo.
***
Eren se removió en la cama, frunciendo el ceño y tensándose ligeramente ante lo que estaba sucediendo con su contenido onírico inconsciente. Un suspiro se hizo escuchar en la vacía y solitaria habitación, seguido de una suave risa y un gimoteo que parecía sonar cercano a un "no me sueltes".
La persona que había estado en los sueños de Eren los últimos días, parecía estar cada vez más cerca de revelar su rostro. Eren siempre le observaba generalmente desde lejos, y cuando estaban por cruzar miradas y al fin ver su rostro, cambiaban las escenas y era gentilmente envuelto por unos brazos que lo abrazaban por la espalda, sintiendo la solidez de un cuerpo que emanaba calidez y seguridad.
Al despertar, la sensación de seguridad y aquel sentimiento cálido en medio de su pecho, le hacía sentir algo aturdido y con la necesidad de volver al sueño, sin embargo con pocos segundos de lucidez, olvidaba completamente todo y solo predominaba un sentimiento de vacío. Sabía que había algo que se estaba perdiendo, pero no podía recordar nada, y eso le llenaba de frustración con rapidez. Y ese tipo de sueño y sensación se había vuelto algo cotidiano, desde que había recordado la muerte de sus padres y todo el incidente creado por Mikasa.
Las luces se encendieron como de costumbre, Eren ya estaba acostumbrado a aquella rutina diaria. Intuía que cerca de las 8 AM., se encendían las luces de la habitación para despertarlo, cerca de una media hora después, Mikasa aparecía para darle un desayuno que casi siempre se conformaba por frutas, café y tostadas.
Ella se sentaría al borde de su cama en silencio y lo observaría fijamente mientras comía, hasta que finalmente se marcharía llevándose las sobras.
No volvía a saber de ella hasta la hora del almuerzo, el cual siempre era variado y no era fácil de predecir. Sabía que la comida era preparada por ella, porque tenía aquel sabor particular, y los primeros días que se había negado a comer, Mikasa tuvo que inmovilizarlo y forzarlo a tragar la comida. Lo hizo por un par de días, hasta que Eren cedió nuevamente y aceptó comer por voluntad propia.
La rutina de Mikasa era siempre la misma por las tardes. Al no tener un reloj para monitorear los tiempos, Eren simplemente intentaba aproximar las horas y minutos, por lo que aproximadamente unas tres horas después del almuerzo, Mikasa volvía a la habitación, lo esposaba con las manos detrás de la espalda y le soltaba las piernas para llevarlo por un pasillo en dirección al baño. Allí lo obligaba a entrar a una bañera luego de quitarle toda la ropa y lo bañaba en silencio, dedicándose a limpiar cada zona de su cuerpo como si fuera el mejor de sus trabajos.
Eren había luchado y peleado tanto como pudo la primera semana. Al conocer sus intenciones una vez lo sacó de la habitación y lo encerró en el baño, la atacó sin aviso, pero como siempre, ella lo inmovilizó en el suelo con ágiles movimientos y lo amenazó con una navaja bien afilada, la cual apegó a su cuello hasta que escuchó el momento exacto en que la misma hoja se abrió paso entre su carne para abrir una herida y un brote de sangre que, de inmediato, comenzó a deslizarse por su cuello, haciéndole sentir asqueado.
– Un movimiento más y te abriré las venas en el agua caliente luego de darte un sedante –. Sentenció la mayor, ejerciendo fuerza bruta contra su cuerpo inmóvil en el suelo.
Eren solo se mordió la lengua y apretó con fuerza la mandíbula, dejándose hacer por la contraria, enfurecido cuando comenzó a despojarle de la ropa hasta dejarlo desnudo. La fulminó en todo momento con la mirada y cuando le empujó a la bañera, se resistió hasta que terminó siendo sometido bajo el agua, ahogándose y tragando bocanadas de la misma sin poder respirar. Pataleó e intentó levantar la cabeza pero la contraria tenía ventaja al mantenerle esposado. Hasta que al fin le dejó incorporarse y no necesitó de más advertencias para cooperar, aun cuando se sentía completamente impotente y avergonzado de que ella estuviera bañándolo como si nada, viéndole desnudo y tocando su cuerpo.
El asco era lo que más predominaba al sentir sus manos recorrerle el cuerpo para embadurnarle en jabón, y se alejaba lo más que podía, pero era inútil al fin y al cabo. La vergüenza era la segunda emoción que se hacía presente, tanto así que sentía las orejas y mejillas calientes por ser sometido a aquella situación. Lo cual le llevaba a la tercera emoción, humillación.
Sin embargo, por más que quería resistirse, sus energías no perduraron demasiado y luego de que se acostumbró, simplemente se dejó hacer por la contraria, sin oponerse al ver que no podía escapar de ninguna forma posible mientras tuviera algunas de sus extremidades inmovilizadas.
Lo siguiente en la rutina diaria, era caminar por el pasillo de las habitaciones, una y otra vez para ejercitar las piernas, las cuales sentía cada vez más adormecidas al no cumplir los ejercicios que hacía constantemente. Su masa muscular había descendido un poco y lo podía notar cuando se miraba al espejo luego de que Mikasa lo vistiera y le secara el cabello.
Por último, seguía la cena, luego de volver a la habitación y tener nuevamente los tobillos amarrados a la cama, la mayor le llevaba la comida y esperaba a que terminara para marcharse y minutos después apagar las luces.
Así era como llevaba por aproximadamente un mes o más. Todos los días la misma rutina. Todos los días buscando alguna brecha que le permitiera hacer algún movimiento, sin embargo seguía ahí, sin ningún avance. Sin ninguna pista de qué era lo que finalmente quería hacer Mikasa.