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Alma por aisaka-san

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Después de algunas horas encerrado en su habitación, el joven mago tuvo el valor de salir nuevamente al resto de la mansión para comer algo pues, desde el día anterior, no había probado bocado alguno.


Odiaba usar el espantoso pasillo que conectaba su habitación con el resto del castillo, un truco barato que tuvo que hacer para esconderse. Así que como siempre, salió por la ventana usando un pequeño torbellino que sus pétalos crearon alrededor suyo.


Llegó a la entrada del palacio que siempre estaba abierta, entró y se dirigió hacia la cocina, lugar donde siempre entraba a tomar los alimentos que necesitaba.


Apenas poner un pie ahí, Fubuki se plantó justo en frente suyo, mirándolo con un odio y desprecio que jamás imaginó ver de parte del chico.


—¿Sucede algo? —preguntó Aiga indiferente, odiaba cuando alguien interrumpe sus quehaceres, incluso si se trataba del rubio.


—Eso debería preguntar yo —dijo Fubuki mientras se cruzaba de brazos, la mirada severa que le dirigía no cambiaba pero a Aiga le daba igual, los asuntos que traía encima eran suficientes para preocuparse.


Así que solo pasó de largo al rubio y empezó a rebuscar entre los canastos y las repisas del lugar, solo tomaría algo rápido y se iría a su habitación a martirizarse con tantos pensamientos desordenados.


Pero eso no sería posible con Fubuki ahí, rondando como mosca cerca de él. Nuevamente el rubio se plantó frente suyo, Aiga rápidamente perdió su paciencia.


—¡Bien! ¡¿Qué es lo que quieres?! —gritó el mago con desespero dejando de lado los pocos alimentos que había recolectado.


Pero el rostro molesto de Aiga así como el pequeño torbellino que lo rodeaba no intimidaron a Fubuki en absoluto, en cambio, este le respondió con un tono severo.


—Eres tan... descarado.


Aquello solo molestó mucho más a Aiga de lo que ya estaba, el viento aumentó.


—¡Ni siquiera tú tienes derecho a hablarme así! —gritó el mago, Fubuki entrecerró los ojos, molesto por el simple hecho de verlo.


—¿Y quien si? ¿Su alteza, el rey Shu?


Al momento de escuchar su nombre, todos los recuerdos de esa mañana regresaron a la mente de Aiga así que se asustó un poco a la par que su rostro se tiñó ligeramente de rojo; rápidamente el torbellino desapareció.


Aiga ya no miraba molesto a Fubuki, en cambio el temor invadió cada fibra de su cuerpo, ¿que sabía el rubio sobre él y el rey Shu? No le había contado a nadie y era imposible que el rey Shu le contara a alguien más lo que pasó en el bosque... y lo de esa mañana.


—Creo que ya entiendes un poco de lo que te estoy hablando —dijo Fubuki con el mismo tono severo de antes.


Aiga yacía petrificado en su sitio, pensando en lo que Fubuki quizás sabía sobre ellos dos, rápidamente descartó los acontecimientos del bosque pues habría notado su presencia. En ese caso solo quedaba lo del balcón.


Enrojeció fuertemente bajo la mirada del rubio quien sentía la decepción y el enojo invadirle, ¿Cómo no iba a ser así? Si él y Aiga se habían pretendido mutuamente desde hace algunos meses.


Aunque nada de eso era oficial aun, no podía evitar sentirse tan enojado al respecto.


—¿Por qué, Aiga? ¿Por qué lo hiciste? Con el rey Shu, mi rey... ¿No se supone que lo odiabas? —preguntó el rubio buscando sus respuestas, sin embargo el mago permaneció en silencio.


Fubuki se agachó un poco, para mirar directamente a Aiga a los ojos, más este los mantenía cerrados.


—Sabes que te amo Aiga, ¿Por qué fuiste con el rey a desahogar tus deseos?... ¿Por qué no acudiste a mi? —Fubuki comenzó a acercar su rostro al del castaño, sus alientos chocaron y se mezclaron en el aire fresco del ambiente—. A mi no me importaría... besarte.


A pocos centímetros de su rostro, cuando sus manos apenas se rozaron; Aiga lo empujó, alejándose bruscamente.


Fubuki se sorprendió ante el acto a la par que sentía algo romperse desde su interior.


Aiga respiro agitado mientras su mirada chocaba con la del rubio, confusión y dolor se mezclaron en un instante tan corto pero tan intenso que no pudo soportarlo el mago.


—Lo... Lo siento, no podemos estar juntos, ya no.


Y después de decir aquellas crueles palabras se marchó, dejando atrás no solo sus alimentos que su cuerpo tanto exigía, sino un desastroso corazón roto.


Confundido por todo, incluso por las propias palabras que abandonaron su boca hace poco, el mago del bosque se retiró presurosamente a su último santuario en el reino, aquel bosque que era su verdadero hogar.


Entró al frondoso bosque Clavel hecho un desastre, un mar de confusión y lágrimas que no sabía porque soltaba, quizás fue por dejar así a Fubuki, al chico con el que había estado planeando salir desde meses atrás.


Debía tratarse de eso y no del mar de confusión que su mente era ahora mismo, con su corazón palpitando como loco cada vez que pensaba en el rey Shu.


Se detuvo en un claro, en el mismo donde ayer había perdonado la vida al rey, el mismo en donde solía platicar hace diez años con Valt desde que el mago lunar le salvó la vida.


Miró el desastre que quedó atrás por el conflicto de hace dos noches y cayó de rodillas, soltando en llanto a rienda suelta, dejando lágrimas que originaban más claveles pintados de rosa y blanco, no necesitaba más respuestas para saber qué era lo que su corazón anhelaba.


Pequeños alaridos y llantos fue lo que atrajo a cierta persona que paseaba en el bosque esa tarde, debido a que el manto nocturno ya empezó a hacer acto de presencia fue algo difícil encontrar el origen de todas aquellas emociones desbordadas.


El rey llegó al claro encontrándose con un hermoso jardín de claveles rosas y blancos, en medio de ellos halló hecho un ovillo al mago del bosque, cubriéndose el rostro mientras lloraba desconsoladamente.


A paso lento el rey se acercó al mago, intento no pisar ninguna flor en el proceso pero le resultó imposible, con el simple roce de sus pies en los pétalos de las hojas fue que Aiga se dio cuenta de su presencia y lo encaró, con su rostro hecho un desastre.


Sus ojos yacían rojos e hinchados de tanto llorar, con el rostro más rojo de lo que alguna vez fue, sus cabellos descuidados por doquier y la nariz escurriendo ligeramente; el rey retrocedió un poco pues no esperaba ver aquella faceta de parte del mago.


—¿Q-Qué quieres? —preguntó Aiga con molestia fingida, más era obvio que no se sentía de aquella manera pues las lágrimas no paraban de resbalar por su rostro.


El rey pasó de estar sorprendido a mirarlo con un ligero toque de molestia, decidido se acercó al mago quien lo miraba con temor, no quería que el rey descubriera lo que sucedía.


Bajó la mirada para no ser descubierto más el rey se inclinó a su altura y delicadamente lo tomó de la barbilla, obligándolo a alzar la mirada encontrándose mutuamente.


No dijeron nada por un largo tiempo, parecía que el rey Shu leía en la mirada de Aiga toda la verdad, incluso aquellas que él mismo desconocía.


Pero Aiga despertó de aquella ensoñación y lanzó un hechizo al rey para alejarlo, este retrocedió por el impacto de la magia del castaño y lo observó un tanto más sorprendido.


—¡¿Porque hace esto?! —reclamó el castaño con desespero, las lágrimas empezaron a caer con mayor fuerza de sus orbes—. ¿Por qué me confunde así? ¡Se supone que debo odiarlo! ¿Por qué no puedo hacerlo?


La desesperación cortaba la voz de Aiga en llanto, sin saberlo, aquellas mismas palabras delataban el sentimiento que el rey se negaba a mirar y que ahora, con Aiga llorando a unos cuantos pasos de distancia, mientras la luz de la luna lo iluminaba como la más hermosa criatura; ahora ese sentimiento podía salir a la luz.


Con pasos lentos pero seguros, el rey Shu empezó a acercarse al mago quien solo miraba su andar, su mirada dilatada cuando lo veía.


—N-No... ¡Aléjate! —dijo el mago con la voz baja y tímida, en un susurro desesperado para negar sus propios deseos—. T-Tú no eres bueno...


Pero Shu no retrocedió ni un paso, en cambio la distancia entre ellos se volvió nula en cuestión de segundos.


Las manos del rey se movieron casi por sí solas cuando con ellas envolvió delicadamente el cuerpo tembloroso del mago, paseando sus dedos por su espalda sobre la suave tela, perdiéndose en su mirada y acercándose cada vez más al rostro del confundido castaño.


Más nada paso, no aun, solo el calor del momento, el sentimiento que negaba y la embriaguez de sus alientos chocando mutuamente le nubló por completo los sentidos al mago quien no soportó tanto como pregonaba, se dejó llevar por sus deseos una última vez.


Y termino con la distancia entre sus labios y los del rey.


De nueva cuenta se estaban besando, solo que esta vez el rey era consciente de todo lo que sucedía y correspondió el gesto, perdido ante el nuevo deseo que recién admitió.


Aquel que le exigía estar con el mago, reclamar cada centímetro suyo, hacerlo suyo.


Y Aiga no se sentía diferente, por el contrario, quizás sus deseos superaban a los del mismo rey pero ¿Cómo era posible eso? Apenas hace dos días quería terminar con su vida.


Quizás esa era una pregunta por la cual se preocuparía más tarde, por el momento solo se concentraba en sentir las manos del rey escabullirse entre sus ropas y acariciar su espalda, su aliento se perdía entre cada beso que compartían y una extraña pero placentera sensación empezaba a crecer en su entrepierna, aquella que inconscientemente frotaba contra el cuerpo de su acompañante.


Los besos apasionados entre ambos parecían no tener fin, mientras que sus manos se ocupaban de desnudar el cuerpo ajeno, de exponer sus pieles deseosas ante la luz de la luna que los acompañaba nuevamente en esa noche.


Mientras el rey Shu acariciaba indecorosamente la suave e inexplorada piel de Aiga, este yacía inquieto, sin saber que hacer precisamente con un mar de emociones en la mente que no le permitían más que soltar lágrimas finas y dulces, llenando aún más el sitio de flores hermosas y más blancas que nunca.


Pronto y sin saber cómo, el rey empezó a acariciar su interior usando sus dedos, abriéndose paso en un sitio que ni él mismo Aiga se había atrevido a tocar de esa manera en el pasado. Dolor, miedo y placer se juntaban en un solo sitio confundiendo al mago del bosque, quien se limitaba a moverse junto a los dedos de Shu mientras soltaba ligeros jadeos que jamás pensó en mostrar.


Quizás fue su deseo reprimido por años, quizás fue la necesidad de compartir con alguien más un contacto carnal después de toda una vida reservándose para alguien que nunca llegaría.


O quizás era su verdadero deseo que el rey Shu lo tomara.


Que marcará su piel, que besara sus labios, que lo hiciera sentir vivo de nuevo y que amara su ser, justo como ahora hacia.


Ambos soltaron en un magnífico vaivén todos sus deseos reprimidos, aquellos que pensaban, pertenecerían para siempre a una sola persona que hoy ya no existía.


Bajo la luz de la luna deshabitada ambos cayeron agotados y satisfechos ante el sueño, con sonrisas iluminando sus rostros y ninguna pizca de duda en el corazón.


De que querían permanecer así para siempre, uno junto al otro.


Y la mañana llegó, aunque no salía aún el sol el trinar de algunas aves fue suficiente para que el rey Shu despertara, encontrándose abrazado de un pacifico Aiga que yacía completamente dormido.


Con calma y mucho cuidado se separó del abrazo, cobijo a Aiga con su abrigo mientras que el mismo se ponía el resto de sus ropas. Delicadamente depositó un beso en la frente del mago y, deseando que no pensara nada a mal, se retiró lentamente con un objetivo en mente.


Una rosa blanca que hace diez años nació entre las cenizas, una que anhelaba usar con un poco de magia para traer de nuevo a su primer amor.


Pero tantos años sin verlo, quizás pensarlo a cada instante era más un ritual de su propia culpa que un sentimiento genuino.


Porque se dio cuenta que al lado de Aiga ya no se sentía tan solo, volvía a sentirse sobre una nube cálida, que había alguien a quien podría llegar a importarle, alguien a quien descubrir.


Aun así en el corazón de Aiga estaba el mago lunar, debía hacerlo por él.


Traer a Valt de nuevo a la vida para Aiga.


Pocas horas más tarde, las suficientes como para que los rayos del sol tocaran suavemente su rostro, el mago del bosque despertó aletargado y extrañamente feliz. Miró a su alrededor notando que yacía desnudo y con el abrigo del rey Shu cubriéndolo; inevitablemente sus mejillas se tornaron de escarlata y una sonrisa boba le dibujó el rostro.


Era extraño sentirse de esa manera pero quizás finalmente, después de los acontecimientos del día pasado, logró aceptar esa verdad cálida y cruel.


Se enamoró del rey Shu.


¿Cómo pudo pasar? ¿Qué cambió en su interior para que eso ocurriera?


Quizás fue porque vio más allá de sus acciones pasadas, más allá de ese ser patético que reflejaba en el exterior y pudo ver su alma, arrepentida y llena de tristeza y deseos de morir; alguien así no podía ser malo.


Quizás vio una parte de él en el príncipe.


Esa parte que se negaba a aceptar que Valt se fue, esa parte que lo seguía esperando, el rey ya había aceptado que se fue, ¿Por qué él no lo hacía?


Quizás solo necesitaba a alguien más a quien entregarle su corazón y el rey Shu parecía tan amable y delicado, parecía que también necesitaba a alguien a quien amar.


Para Aiga, el rey Shu no era un sustituto de Valt, era alguien nuevo, hermoso, un amor que no podía explicar del todo pero podía sentir la conexión entre ellos, se entendían.


Su corazón dio un brinco llenándolo de calidez al pensar en todo ello, podía imaginar todo un futuro al lado del rey y eso dibujaba una bella sonrisa en su rostro.


Se colocó lentamente su ropa y entre sus brazos tomó con delicadeza y amor el enorme abrigo del rey, abrazándolo como si se tratara del objeto más valioso de todo el reino, quizás de la Tierra.


Y así fue como salió del bosque, flotando entre el pequeño y ligero revoloteo que sus pétalos blancos hacían alrededor suyo como un bobo enamorado; bien, es que era un bobo enamorado.


El dolor de su cuerpo le fascinaba pues provenían de las marcas y los actos que cometió la noche anterior con el rey, era el recordatorio de lo que hicieron fue real y no una ilusión de su mente.


Llegó a su habitación donde se permitió abrazar en privado la prenda del rey y olerla un poco, un escalofrío hermoso le recorrió todo el cuerpo y echó a reír libremente, feliz de sentirse enamorado de nuevo. Las avecillas que se colaban en su habitación lo miraban confundidos pero felices, hace años que no escuchaba reír así al mago del bosque así que trinaron alegres con él.


Pero fueron interrumpidos.


La puerta se abrió agresivamente asustando a las avecillas que salieron volando por la ventana, Aiga paro de actuar como bobo enamorado para ver a la persona que osaba interrumpirlo.


Era Phi.


Sus miradas se conectaron en menos de un segundo, retándose en una batalla silenciosa que Aiga terminó por perder.


—Vaya —se burló Phi, el hechicero oscuro como era bien conocido en el pueblo.


Aiga rechistó con los dientes a la vez que desviaba la mirada, sabía que era mejor ignorarlo.


—¿Quién iba a imaginarlo? Un rey y un mago en el bosque...


El mago respiró lentamente, intentando guardar la calma, sabía que perdió la batalla mental con Phi y ahora que leyó su mente en un parpadeo, ya sabía de todo lo que sucedió entre el y Shu.


—Ya vete de aquí —dijo Aiga en tono molesto, sabía que Phi no le haría caso ni al mismísimo príncipe Xavier pero eso no le haría perder la oportunidad de hacer notar lo detestable que el chico resultaba para él.


—Y dime, ¿Qué tanto perdería el reino Kurenai al saber que su rey mantiene relaciones sin estar casado?


Aiga se abalanzó sobre Phi agresivamente, su poca cordura se perdió en el momento en el que se escuchó que Shu estaba bajo amenaza de un tipo tan detestable como el hechicero. Este último sonrió al ver su plan efectuarse como planeo, aun faltaban las notas más importantes que agregar.


—¡Déjalo en paz! —reclamó el mago a la par que sus ojos azules acentuaban más su color, brillando intensamente con esa expresión severa en el resto de sus facciones.


Sin embargo el hechicero no pareció ni un poco perturbado frente a las amenazas del mago, en cambio sonrió ladino, parecía que disfrutaba el momento.


—Tranquilízate bonito, por supuesto que no diré nada.


Aquello confundió a Aiga quien bajó la guardia, el hechicero aprovechó el momento y lo sometió debajo suyo; atrapó ágilmente sus manos y debido a que su fuerza era superior, el mago no podía zafarse. El castaño sintió como la lengua del albino lamía lenta y tortuosamente el área de su cuello, se sentía asqueado y humillado, por más que luchaba no podía quitárselo de encima. Ligeras lágrimas amenazaron con salir de sus orbes pero no le daría a Phi el placer de verlo llorar así que las contuvo.


—¡Su-Suéltame! —murmuró Aiga, sin embargo el terror no dejaba que esas palabras salieran con la agresividad que deseaba de su boca.


El albino dejó de lamerlo hasta que quedó satisfecho, se relamió los labios frente al mago a lo que este sintió una arcada de asco nacer en la boca de su estómago.


—No diré nada —continuó Phi con su oración anterior, Aiga lo miró con los ojos entrecerrados, no quería que el hechicero supiera que logró asustarlo. El albino paseo uno de sus dedos por la delicada piel del rostro del mago—. Solo estoy cuidando de ti pequeño Aiga.


El castaño se vio sorprendido por su afirmación, giró la cabeza a un lado zafandose del tétrico toque del hechicero y miró a la nada.


—¿De qué hablas? —preguntó intentando regular su voz, sin dejar que el temor o la curiosidad se reflejaran en sus palabras pero para Phi eso no importaba, sabía que Aiga había caído en sus redes.


—Ya sabes, el rey Shu estaba perdidamente enamorado del mago lunar casi tanto como tu —canturreó cruelmente, Aiga sintió a su corazón apretarse un poco—. Y bien, en toda la tierra el mago lunar y el mago de la naturaleza, ósea tú, son los seres mágicos más poderosos que han existido, incluso si a veces te gano.


—¡Ve al punto de una vez! —exigió Aiga enfadado, ya estaba cansado de escuchar la voz de Phi.


—Que aburrido, quería jugar contigo un rato más, como cuando éramos algo —Se quejó el albino, suspiró a la par que se levantaba y dejaba libre al castaño.


Aiga yacía confundido, ¿por qué de repente el hechicero lo soltó así nada más? Siguió a Phi con la mirada y observó cómo se paró en el marco de la puerta a espaldas suyas.


—Quizás el rey solo busca poder.


Aquellas palabras encendieron una alarma en Aiga, apretó ligeramente los puños. Phi no necesito verlo para conocer su reacción, sus pensamientos estaban tan dispersos en el aire que los leía por completo.


—O quizás... solo busca al sustituto de Valt. Después de todo, ustedes se parecen tanto.


Sin más se marchó de la habitación sonriendo tétricamente, pues sembró cuidadosamente una semilla de duda en el corazón de Aiga que solo tomaría un par de malentendidos para que germinara esplendorosamente.


La felicidad que el castaño experimentó hace unos momentos a solas se esfumó como la llama de una vela al apagarse con el viento. Ahora solo un vacío de soledad y mil dudas se cruzaban en su mente, chocando unas contra las otras.


¿El rey se sentía como él? ¿Qué tal si lo vio como un cuerpo donde descargar sus deseos? ¿Qué tal si solo quería a Valt y viéndolo a él lo recordaba un poco?


Su corazón fue atravesado por una afilada daga al pensar en todo ello, al empezar a creer en que no valía la pena por sí mismo, en que ante los ojos del rey no sería más que el reemplazo de Valt.


<<¡No! No debo pensar así, Phi solo quiere que regrese con él pero nunca volveré a hacer magia negra>>, pensó el castaño aquellas posibilidades lógicas y certeras, pero aun así su corazón no dejaba de apretarse incesantemente, la duda ya estaba sembrada y no podría salir de ahí a menos que alguien lo ayudara.


Como si la felicidad en su cuerpo se apagara, el cielo se llenó de nubes grises y pesadas apagando toda la armonía alrededor del reino.


Por su lado al ver el panorama triste del cielo, el príncipe Xavier supo inmediatamente que estaba pasando pues conocía que las emociones más fuertes del mago del bosque se vinculaban con el clima.


El príncipe por supuesto que yacía preocupado por el mago, después de todo creció junto a él, aprendió sus sabios consejos y se llevó un pedazo de su corazón en el proceso. Pero sabía que era imposible, como soberano de un reino escondido debía concebir un sucesor con una bella dama y la concepción entre hombres era un campo que ningún mago o hechicero había explorado antes.


Debía dejar que Aiga arreglara sus propios asuntos solo, lo único que podía hacer por él era esperar que las cosas salieran bien.


Por otro lado el rey Shu miraba el mismo panorama que el príncipe, más al desconocer de qué se trataba no le tomó tanta importancia y siguió con sus asuntos. Saco de una pequeña caja entre sus pertenencias que confió a sus guardias; una caja donde una reluciente y brillante rosa blanca yacía dentro. La tomó entre sus manos como si se tratara del objeto más hermoso y valioso del mundo.


Un estruendoso sonido invadió el lugar, Shu rápidamente miró en dirección a la puerta de donde provino tal estupor y se encontró de frente con Aiga, quien respiraba agitado y con una expresión tan desastrosa que lo preocupó demasiado.


Más antes de dejar la rosa en su lugar se vio interrumpido por la voz del castaño.


—Esa es... la rosa de Valt —Sus palabras salían mecanizadas de sus labios, la impresión lo azotó tan fuerte que se movía inconscientemente, entrando solo un poco a la alcoba del rey quien lo miraba impresionado—. Sus pétalos... los reconozco.


Shu cerró un momento los ojos y soltó un suspiro triste, tomó la rosa desde la punta del tallo y la miró, con el brillo que está emanaba reflejándose en sus orbes rubíes. Sabía que tenía que decírselo a Aiga, que podía recuperarlo, a Valt y esta vez se quedaría con el mago del bosque.


—Han pasado diez años pero no se ha marchitado —dijo el rey admirándola como un precioso tesoro, Aiga sintió que algo se quebraba en su interior, recordando las crueles palabras de Phi.


—¿Por qué...? ¿Qué haces con ella aquí?


Shu lo miró seriamente, moviendo la rosa a un lado de tal forma que iluminó la mitad de su rostro como si se tratase de un ángel o un demonio.


—Hechizo de resucitación.


Aquellas palabras dieron vueltas en la mente de Aiga, ¿Cómo no hacerlo cuando con desespero buscaba aquel hechizo en los viejos libros? En esa etapa en la que recurrió a la magia negra por respuestas que no encontró, respuestas que finalmente él mismo tuvo que fabricar.


El hechizo de resucitación fue parte de un experimento arduo, longevo y cansado que desarrolló por demasiado tiempo. Primero experimentando con sus amadas plantas y cuando finalmente lo dominó empezó a escalar en la dificultad al seguir con insectos, ratones y aves hasta culminar en aquella vez, en medio de un terrible accidente que afectó a un ser amado por el rey anterior, cuando tuvo que usar el hechizo por primera vez en el príncipe Xavier que finalmente lo dominó en humanos.


¿Pero traer vida humana a partir del remanente en una flor? Eso era una locura.


El mago se acercó lento y nervioso al rey que aún sostenía la rosa, apenas las yemas de sus dedos rozaron uno de los pétalos pero lo sintió.


Ahí estaba el alma de Valt.


No era toda por completo, solo era una parte de él, pero lo podía sentir como en cada pétalo por el que se comunicaban hace años, en cada rayo lunar que rebotaba en su piel todas las noches.


Pero no estaba emocionado, estaba asustado porque era posible traer de vuelta a Valt a la vida.


—El principe Xavier me contó que si alguien podía hacerlo, ese eres tú Aiga —continuó el rey con su relato—. Por eso he venido hasta aquí con ella, por eso el príncipe me dejó saber donde estaba el reino, porque tú... también quieres verlo, ¿no es así?


¿Era lo que quería?, después de todo empezó a experimentar con aquel hechizo hace tiempo para lograrlo.


Extendió sus manos temblorosas hacia el rey para tomar la rosa entre sus manos, nervioso y aterrado, con el corazón palpitándole al 100% y en un segundo todas esas dudas alrededor de su indecisión tomaron sentido de nuevo.


<<Eres un sustituto>>, susurro una voz muy en su interior. Antes de que el rey, con una mirada triste, le entregará la rosa blanca; sus manos se apartaron con rapidez y salió corriendo, hecho un mar de lágrimas que dejaban un rastro poco visible de brotes de clavel en el suelo.


Shu apenas y pudo reafirmar su agarre en la flor, aplastándola un poco en el proceso pero eso no la afectó en nada, aun así vio como algo había cambiado en la flor y sus ojos brillaron al notar de que se trataba.


Al finalmente comprender de qué iba todo esto, al entender el propósito de que aquella rosa siguiera con vida después de tanto tiempo.


Y sonrió, sus ojos nuevamente se llenaron de esa luz que hace años no dejaban reflejar.


Salió corriendo tras Aiga aun con la rosa en su mano, siguiendo el rastro que de a ratos se perdía y volvía a encontrar metros más adelante.


Un rastro difuso pero que deseaba seguir, aun si nada estaba confirmado, a pesar de lo que pasó en días pasados él también pensó que Aiga no lo miraba a él aquella noche hermosa donde se encontraron.


Pero tal vez una parte de él sentía que era posible, que lo suyo era más real que un simple rastro que se cortaba de a ratos.


Y siguió corriendo saliendo del palacio, atravesando el jardín que lo confundía un poco y llegando al bosque donde si bien, el rastro terminó perdiéndose, sabía exactamente a donde ir.


Se movió rápidamente hasta llegar a ese lugar, donde Aiga le perdonó la vida, dónde noches después lo hizo el hombre más feliz y donde ahora, de nuevo yacía el mago lamentándose.


A pesar de su apariencia madura, como un joven adulto, Aiga actuaba a veces como un niño caprichoso, fue de las primeras cosas que el rey Shu aprendió de ese chico.


Esta vez no le importó ser más discreto, además parecía que a Aiga eso no le importaba o quizás simplemente no estaba de ánimos para intentar apartarlo como la noche anterior.


El chico de nuevo yacía un ovillo en el suelo, el rey lo abrazó por detrás sintiendo sus lamentos una y otra vez.


Minutos después, tal vez horas habían pasado ya para que el mago regulará el son de su llanto, fue cuando este decidió que podía hablar de nuevo.


—Y-Yo lo siento —dijo aun con la voz rota, moviéndose un poco para que Shu lo soltara pero este no lo hizo, no se apartó ni un milímetro—. Estaba e-emocionado por la rosa.


Intentó excusarse con una vil mentira, pero eso no se lo creía ni el más grande de los tontos. El príncipe suspiro detrás de Aiga depositando su aliento cálido justo detrás de su cuello, poniendo de puntas todos sus sentidos, llenado de confusión la mente del castaño.


Tan sorprendido estaba que no pudo apartarse al sentir los labios del rey pasearse sobre su cuello, besando con cariño la zona, dejando atrás más marcas que no desaparecerían en un largo tiempo.


Aiga empezó a soltar varios suspiros, empezaba a dejarse llevar por la calma que las caricias del rey le ofrecían pero fue cuando por casualidad vio las manos del rey que lo envolvían, entre ellas sostenía aún esa rosa.


Se apartó como pudo, analizando todo con rapidez. El rey lo utilizaría de aquella manera para que cediera a lo que quisiera, a revivir a Valt. ¿Por qué recurrir a algo tan cruel?


Y esta vez enfureció.


—¡¿Qué es lo que quieres de mi?! —reclamó el mago al rey quien lo observaba calmado, eso simplemente lo confundió más y más—. Si tanto deseas que cumpla aquel hechizo entonces solo dame la rosa, pero ya no te quiero volver a ver por aquí.


Molesto pero a la vez lleno de tristeza, extendió la mano para que el rey le diera la dichosa flor, este con calma y paciencia la depositó en esas manos llenas de tierra y lágrimas que el mago poseía.


Pero no fue todo lo que hizo.


También aprovechó el contacto para jalarlo consigo, haciendo que cayera encima suyo y luego lo abrazó fuertemente, sin darle esta vez la posibilidad de irse.


El mago a pesar de la confusión seguía molesto pero aun más allá de todo eso, se sentía triste, utilizado y tan solo. Se movía bruscamente intentando alejarse del rey pero esta vez no podía hacerlo, sabía que no estaba usando toda su fuerza porque no quería lastimar a Shu pero aun así se quería zafar.


¿Por qué tenía que ser así de confuso? ¿Por qué tenía que doler así?


—¡Yo no quiero amarte!


Sus palabras abandonaron su boca sin pensarlo siquiera, de repente había gritado aquello que su corazón deseaba guardar pero el sentimiento simplemente lo sobrepasaba.


Aún no podía separarse del abrazo, el rey lo seguía sosteniendo igual de fuerte que al principio y eso solo terminó por quebrarlo.


Soltó en un llanto más ligero pero mucho más significativo que los anteriores pues esta vez derramaba todo su corazón en esas lágrimas. No nacieron más flores de su llanto, pues esta vez lloraba con ese corazón humano que siempre protegió.


—No debería amarte.. pero aun así lo hago. Eres un rey asesino y aun así, aun así este corazón se terminó perdiendo por ti. ¿Cómo alguien tan honesto y amable como tú pudo matar a Valt? Yo lo amaba y no puedo matar a su asesino porque resulta que me enamoré de él —soltó una risa amarga al decir esas última palabras, luego continuó—. ¿No es tonto? Yo perdí ante el amor, creí que si no podía matarte al menos podría odiarte pero me equivoqué, termine enamorado de ti. ¿Cómo es posible? Apenas te conocí...


El rey escuchó atentamente cada una de sus palabras, soltó un poco a Aiga y aunque este se resistió al principio, eventualmente el rey hizo que sus miradas se encontraran.


Para sorpresa de Aiga el rey lo miraba con cariño, quizás... amor. Su corazón dio un salto cuando los labios de Shu se curvaron en una sonrisa sincera y muy hermosa.


El rey llevó una de sus manos que envolvían a Aiga hacia su rostro, acariciando su mejilla con delicadeza y amor, deteniendo así el llanto del castaño.


— Te amo.


Fueron las palabras que salieron de los labios de Shu, aquellas palabras que pintaron el rostro de Aiga de un carmín único e invaluable.


—Mi corazón no miente, desde que te vi la primera vez fue que lo descubrí. ¿Cómo podía ser? Yo también amaba a Valt y estuve enamorado de él tanto tiempo que parecía una costumbre recordarlo, aquellas noches donde platicamos y compartimos bellos recuerdos. Y después de que todo terminó mi mundo se llenó de gris. Entonces llegaste a él como un cometa escarlata y lo volviste a pintar de colores. No sabía si te amaba sinceramente o porque te parecías a él pero después de lo que hicimos, después de besar tus labios por primera vez sabía que no era así. Eres como él pero tan diferente, ya no recuerdo su voz, no recuerdo su rostro, es como si el tiempo se lo hubiera tragado pero no puedo estar triste, ya no puedo lamentarme como hacía porque tú estás aquí. Tú eres alguien nuevo, divertido, leal y tan gentil. Sé que no me enamore de un sustituto de Valt, me enamore de tu alma. Me gustaría pensar que tú... también te enamoraste de la mía.


¿Qué razones tenía ahora para llorar? Si ya todo estaba aclarado, el rey no miraba al mago como un sustituto. ¿Por qué no dejaba de llorar entonces? Sus ojos le pedían seguir derramando aquellas lágrimas pero esta vez eran diferentes, esta vez estaba extrañamente feliz. ¿Por qué no le dolía? ¿Era normal que no le doliera escuchar que puede amar, finalmente y después de tanto tiempo?


El rey soltó la rosa de su mano dejándola caer en el suelo y tomó el rostro de Aiga, acercándolo al suyo, encontrando sus labios salados por las lágrimas.


El mago sintió las dudas disiparse de su mente, ya no había rastro de esas venenosas palabras que Phi le había plantado en el corazón.


Lo único que conocía ahora era la absoluta verdad que el rey le profesó desde lo más profundo de su corazón. Se dejaron llevar por la suave y dulce danza de sus labios que humedecían de a poco por el contacto, haciendo solo más y más hermosa la sensación de estar juntos.


Aiga aún se encontraba encima del rey quien aprovechó la posición y lo colocó suavemente entre sus piernas en medio de uno de los tantos besos que compartían. El mago se sentía protegido y amado en esa posición, con el rey cargándolo de esa forma tan hermosa mientras lo abrazaba y besaba cariñosamente.


El tierno escenario entre ellos empezó a subir de tono cuando el oxígeno faltó después de un prolongado beso. Los sentidos de ambos empezaron a ir por rumbos que ya conocían, más no les molestaba ni un poco en repetirlo.


Aiga fue quien esta vez empezó a acariciar al rey, dejando de lado sus inhibiciones de la vez pasada. Con sus manos poco delicadas paseó sus dedos por el cuerpo aun vestido del rey quien se dejó hacer, esto era nuevo para él pero le gustaba que Aiga tomara la iniciativa.


El mago era un novato en todo esto pero deseaba intentarlo, sus manos se pasearon por el abdomen del rey sintiendo por encima de la ropa su cuerpo ligeramente marcado. Por su lado Shu sintió un hermoso escalofrío nacer cada vez que Aiga tocaba en la zona, mismo que empezaba a despertar sus más bajos deseos que se escondían detrás de la tela del pantalón.


El castaño lo sintió e inconscientemente empezó a frotarse contra la entrepierna del rey, este gruño en medio del beso y se separaron.


Miro a Aiga con una expresión deseosa y este le regreso el mismo gesto, luego se sonrieron.


—Eres muy tierno pero tan atrevido —mencionó Shu a lo que Aiga se alzó un poco de hombros.


—Tú me haces ser así.


Y esas palabras encendieron algo en Shu, algo que lo impulsó a pelear el control de la situación. Besó el cuello del chico dejando una que otra mordida de vez en vez, haciendo temblar al mago justo encima de sus piernas.


Esa presión sobre su entrepierna solo impulsó al rey a empezar a despojar al mago de sus prendas, expuso por segunda vez la piel blanca y delicada del mago ante la luz de la luna. Miró con orgullo como las marcas que dejó la última vez seguían ahí, manchando su hermosa piel de una forma casi artística, haciendo saber al mundo que este chico ya era suyo.


Con sus manos tomó las caderas de Aiga mientras que besaba nuevamente aquellas marcas y pintaba otras en esa piel hermosa; el castaño no se quedó atrás y empezó a despojar al rey de sus prendas. Recorrió su blusa cuando sus manos recorrieron su ancha y bien formada espalda, deleitándose con esa piel que ahora podía reclamar como suya, solo suya.


Pero él tampoco perdería en esa batalla apasionada.


Solo dejo una de sus manos en la espalda del rey mientras que con la otra recorrió el interior de su pierna, acariciando con la yema de sus dedos la zona sin acercarse demasiado al punto más excitante; incluso si el rey abría más sus piernas inconscientemente el mago no acariciaba más allá, torturándolo y volviéndolo loco.


El rey Shu cayó en su trampa sin saberlo, se despojó de su camisa con desespero y colocó al mago debajo suyo, desnudándolo por completo.


Y Aiga sonrió travieso, incluso si Shu no lo veía pues el deseaba que fuera así con él, un poco más rudo; que descargara sus pasiones más fuertes en su cuerpo pues él haría lo mismo. De eso se trataba para ambos, de sentirse plenos en todo momento, sin restricciones o inhibiciones.


Y Shu continuó acariciando a Aiga, amando tocar su piel de a ratos delicada así como tonificada. La sensación era más intensa que en el pasado.


Finalmente llegó a donde yacía el deseo del menor y empezó a recorrerlo con pasión, lento y rápido, ambos ritmos se combinaban dejando un desastre en el sistema del menor quien peleaba por no perderse en ese mar de emociones intensas.


Antes de que Aiga se dejara llevar de lleno por las caricias del rey, este se aparto y lo besó; un impulso tan natural que no fue mal recibido. Estaban locos el uno por el otro.


Los pétalos de la rosa tirada empezaron a cambiar, en sí era toda la flor la que lo hacía y cobró una nueva forma que se plantó en el suelo.


El mago aprovechó el abrazo en medio del beso y nuevamente se posicionó encima del rey, esta vez Shu se quedó ahí, tendido en el suelo admirando a Aiga y todo lo que planeaba hacer.


Más fue su sorpresa al ver como abría ambas piernas ampliamente ante su deseo y empezó a descender sobre él.


Shu gruñó fuertemente mientras lo tomaba de las caderas, no quería que Aiga se precipitara y se lastimara a sí mismo en el proceso por lo que lo ayudó a no descompensarse. El castaño agradeció eso pues la sensación era tan intensa que casi se dejaba caer por completo sobre Shu y eso sería doloroso para él.


Así que con lentitud y tortura de por medio, Aiga dejó que Shu se abriera paso en su interior, sin preparación previa ni nada más que el temblor y placer que sus cuerpos compartían mutuamente. El mago se mordió los labios intentando contener los jadeos de dolor y placer que experimentó al sentir que Shu ya estaba por completo dentro; por su lado el rey luchaba consigo mismo para no moverse desenfrenadamente.


Y después de unos pocos minutos, Aiga empezó a moverse lentamente sobre Shu, jadeando al sentir como tocaba todas esas partes tan sensibles de su cuerpo.


Y lo que empezó con lentitud y cuidado empezó a tornarse en algo apasionado y ligeramente salvaje, ninguno despegaba la mirada del otro, mirándose con ese amor y esa pasión que afloraba ahora mismo.


Pero Shu ya no pudo contenerse más, se levantó un poco y besó a Aiga, sus labios eran una adicción para él, tan placentero resultaba probarlos, nunca se cansaría de hacerlo. Ahora fue él quien tomó el ritmo de la situación y colocó a Aiga debajo suyo, llenándolo de embestidas fuertes y certeras que rompían con los sentidos del mago.


Los jadeos pasaron a ser excitantes gemidos que acariciaban como una dulce melodía el corazón de Shu, amaba sentir a Aiga. Empezó a soltar unos cuantos jadeos y gemidos que combinaban perfectamente con los de Aiga, creando juntos una nueva sinfonía que sólo ellos podrían escuchar por el resto de sus vidas.


Finalmente los sentidos de ambos yacían a flor de piel, no podrían soportarlo demasiado tiempo y terminaron culminando entre ellos. Aiga sintió algo cálido en su interior y Shu sintió algo caliente en su vientre, ambos se besaron con cariño y deseo, mordiendo ligeramente los labios del contrario a la vez que regulaban sus respiraciones y soltaban últimos gruñidos y jadeos.


Y esa rosa blanca, aquella que Valt dejó hace un tiempo atrás ya no era más una rosa.


Tampoco era un clavel.


Después de lo que pasó, de su reconciliación y de su nuevo amor admitido, el rey y el mago se vistieron y antes de marcharse miraron asombrados como en el lugar donde yacía la rosa blanca, ahora existía un narciso.


Y por más tiempo que lo pensaron llegaron a la conclusión de que eso era lo que Valt quiso decirles antes de irse, el amor que no concibió con ninguno de los dos, el perdón, la fe, un nuevo comienzo.


Y soltaron las ultimas lagrimas por el extinto mago de la luna.


Se marcharon con las manos entrelazadas del bosque, dejaron ahí la flor pues sabían que estaría bien si ellos estaban juntos. Cada noche a esa pequeña pero hermosa flor la bañaria el manto lunar.


Y aunque el sol no volvió a brillar con la misma intensidad que antes, el mago y el rey fueron felices.


De camino al castillo fue inevitable que las miradas de algunos pueblerinos curiosos, así como de Fubuki y Ranjiro se posaran sobre esas manos entrelazadas y sus expresiones plenas y felices; el rumor no tardó en correr por todos lados.


Pero eso ya nos les importaba demasiado, al llegar al castillo la primera acción del rey Shu fue solicitar una audiencia con el príncipe Xavier para expresar su deseo de que el mago del bosque partiera con él a su reino.


Y con todo el dolor de su corazón el príncipe aceptó, sin embargo Aiga debía cumplir sus últimos compromisos en el reino perdido del Este antes de partir. Eso le llevaría un año completo al mago.


Aunque su amor apenas había brotado en la forma de un narciso, ni Shu ni Aiga tenían miedo al tiempo o la distancia, pues sabían que ese amor perdurará gloriosamente ante la luz de la luna.


El tiempo fue tortuoso para ambos, Aiga tuvo más de una vez el enorme deseo de escapar del reino e ir con Shu pero no lo hizo, así como Shu deseaba dejar sus responsabilidades reales con tal de viajar aunque sea una vez para ver a su amado, tampoco lo hizo; debían ser pacientes.


Finalmente el mago del bosque terminó con sus deberes justo un año después, sin dudar ni un poco se marchó con rumbo al reino Kurenai, dejando atrás el reino perdido del Este y a todos sus amigos, dejando atrás esos corazones que rompió sin querer.


Después de unos meses que se reencontró con su amado Shu y profesaron su amor sin limitaciones fue que decidieron consumar su amor en matrimonio, extrañamente el tiempo en el cuerpo de Aiga volvió a correr como si se tratase de un humano a pesar de que aún tenía sus poderes intactos.


Quizás se debía a que su corazón amaba con plenitud como un simple humano.


Y ahora, en las puertas del palacio Kurenai, junto al rey Shu, su esposo; sonreían al pueblo después de una hermosa boda.


De entre la multitud salió un niño, entre sus manos yacía una rosa blanca.


Evadió a la guardia real con rapidez y corrió hacia el rey Shu, llamando su atención al jalar una de sus prendas.


Al mirarlo, el rey Shu nunca se había sorprendido tanto como ese día.


El niño le sonrió y le entregó una rosa blanca, aquello llamó la atención de Aiga quien también miró al pequeño, en cambio el mago parecía un poco confundido por la situación.


—¡Fe-Feliz boda, majestad!


Congelado al verlo no tomó la flor al instante, solo reaccionó cuando su guardia empezó a acercarse al menor, les indico que se detuvieran.


Sonrió cálidamente y tomó la rosa, se la enseñó a Aiga quien también sonrió sinceramente al verla.


El mago se inclinó a la altura del niño y revolvió sus cabellos azules.


—Gracias por el regalo.


El niño se sonrojó un poco y sonrió ampliamente, luego se fue corriendo donde sus padres lo esperaban junto a sus dos hermanos más pequeños que él.


Aiga se levantó y miró a Shu, quien por alguna razón soltó una última lágrima al ver irse a ese niño de cabellos azules y mirada marrón.


Y sin que nadie lo escuchara susurró.


—Gracias... Valt.


 


 


 


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