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Juntos por Liss83

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Jacob se le quedó mirando lleno de confusión.

 

 

 

-          ¿Qué? ¿Estás intentado hacerme creer que esto… que los vampiros… menstrúan? — pregunto Jacob

-          No — Edward se las arregló para contestar sin sofocarse  —, no, Jake

-          ¿Por qué pusiste eso en tu maleta? — pregunto Jacob intrigado

-          Yo no hice mi maleta — dijo Edward — fue Alice

-          ¿Por qué puso Alice eso en tu maleta? — pregunto Jacob intrigado

-          Buena pregunta — susurro Edward y la expresión de su rostro continuó impertérrita. Era como si no hubiera hablado — No creo que me haya intoxicado — añadió.

 

 

 

Jacob no contestó, se había convertido en una estatua.

 

 

 

-          Las pesadillas — masculló, para sí, con voz monótona  —, el dormir, el sueño que tenía, las ganas de llorar, toda esa hambre... Oh, oh. Oh.

 

 

 

La mirada de Jacob se había vuelto vidriosa, como si fuera incapaz de verlo. Edward apoyó su mano en el estómago de forma casi involuntaria, como si fuera un acto reflejo. “¡Oh!” — chilló de nuevo.

Se puso en pie tambaleándose para salir de entre las manos inmóviles de Jacob. No se había quitado la camisa, así que la abrió de un tirón la tela y se quedó mirándose fijamente la barriga.

 

 

 

-          Imposible — susurró.

 

 

 

Aunque no tenía ninguna experiencia con embarazos, bebés o cualquier cosa relativa a ese mundo, no era ningún idiota. Había estudiado medicina, sabía que esto no funcionaba así. Él no menstruaba. Él no se embarazaba. Y en el irrisorio caso de que de verdad estaba embarazado, su cuerpo no podría haber registrado aún ese hecho. No podía tener mareos matutinos, y desde luego, no habrían cambiado sus rutinas de alimentación y de sueño.

Y aún más claramente, no podía tener un pequeño, pero definido, bulto sobresaliendo entre las caderas.

 

 

 

Giró el torso hacia delante y detrás, examinándolo desde todos los puntos de vista, como si fuera a desaparecer debido al modo en que incidía la luz. Recorría aquel pequeño bulto casi imperceptible con los dedos, sorprendido por lo duro que se sentía bajo la piel.

 

 

 

-          Imposible — repitió otra vez, porque con bulto o sin él, no había forma posible de que estuviera embarazado

 

 

 

Era imposible. Él era un hombre, la única persona con la que había practicado sexo en toda su larga vida era con otro hombre, hablando alto y claro.

Un hombre que en ese momento estaba clavado al piso. Así que tenía que haber alguna otra explicación, entonces. Tenía que haber algo que iba mal en él. Alguna extraña enfermedad sudamericana con los síntomas del embarazo, sólo que acelerados... ¡y afectaba solo a vampiros!

 

 

 

-          ¿Edward dime que es una broma? — exigió Jacob e instintivamente la mano de este viajo hasta su vientre

 

 

 

Algo hizo clic en la mente de Jacob y recordó una mañana en la que hizo una exploración en Internet que en ese momento parecía haber sucedido hace mucho tiempo. Sentado en el viejo escritorio en su habitación en casa de Bill con aquella luz gris mate brillando a través de la ventana y con la vista fija en su viejísimo ordenador ronroneaste, leyó con avidez una página web llamada «Vampiros de la A la Z». Habían pasado menos de veinticuatro horas desde que había descubierto el mundo sobrenatural en el que vivía, que aquellas leyendas Quileute en las que ni siquiera él creía, eran todas ciertas y que los Cullen eran vampiros.

 

 

 

Había buscado con ansiedad en las primeras entradas del sitio, dedicado al mito de los vampiros en todo el mundo. El Danag filipino, el Estrie hebreo, el rumano Varacolaci, los Stregoni benefici italianos, una leyenda que se basaba en realidad en las primeras hazañas de su nuevo suegro con los Vulturis, aunque en aquel momento él no sabía nada de eso... Cada vez prestaba menos atención a las historias conforme se volvían menos verosímiles. Apenas recordaba vagos detalles de las últimas entradas, que parecían principalmente excusas ideadas para explicar cosas como los índices de mortalidad infantil y la infidelidad. «No, cariño, ¡no tengo una aventura! Esa mujer tan sexy que viste salir con disimulo de la casa no era más que un perverso súcubo. ¡Tengo suerte de haber escapado con vida!»

 

 

 

Desde luego, con lo que sabía ahora acerca de Tanya y sus hermanas, sospechaba que algunas de esas historietas no habían sido otra cosa más que hechos. Había también algo para las señoras: « ¿Cómo me puedes acusar de haberte estado engañando, sólo porque acabas de regresar de un viaje de dos años y estoy embarazada? Fue un íncubo, que me hipnotizó con sus místicos poderes vampíricos...».

 

 

 

Esto formaba parte de la definición de un íncubo, su capacidad para tener hijos con su desafortunada presa. Sacudía la cabeza, aturdida, pero...

Pensó en Esme y especialmente en Rosalie. Los vampiros no podían tener hijos. Si eso fuera posible, a estas alturas Rosalie hubiera encontrado la forma. Y menos si ese vampiro se casaba con un lobo y era su mujer. El mito del íncubo no era más que una fábula.

 

 

 

Salvo que... bueno, había una diferencia. ¡Claro que Rosalie no podía concebir un hijo!, porque estaba paralizada en el estado en el cual había pasado de humana a inhumana y nada podía cambiar en ella. Y los cuerpos de las mujeres humanas tenían que cambiar para tener bebés. En primer lugar, estaba el cambio constante del ciclo mensual, y después las grandes transformaciones necesarias para acomodar un bebé en crecimiento. El cuerpo de Rosalie no podía cambiar.

Y los hombres humanos... bueno, ellos continuaban en el mismo estado desde la pubertad hasta la muerte. Recordó al azar una trivialidad, que había sacado de sabe Dios dónde: Charlie Chaplin estaba en los setenta cuando tuvo a su hijo más pequeño. Los hombres no han de soportar dificultades como los años o los ciclos de fertilidad para poder tener hijos.

 

 

 

Claro, ¿cómo había nadie de saber si los hombres vampiro podían tener hijos, cuando sus compañeras no podían? ¿Qué vampiro en este mundo tendría el autocontrol necesario para probar esa teoría con una mujer humana? ¿O la inclinación a hacerlo? Y peor aún un vampiro hombre jamás se había enamorado de un hombre que se convierte en lobo que debe asegurar la próxima camada de lobos para luchar contra los vampiros

Aunque a Jacob sólo se le ocurría el nombre de uno. En realidad, dos nombres

 

 

 

La mitad de su cabeza estaba intentando organizar hechos, recuerdos y compaginarlos con las especulaciones, mientras que la otra mitad, la que controlaba la capacidad de mover su cuerpo, estaba tan aturdido que no era capaz de desempeñar ni la operación más sencilla. No podía mover los labios para hablar, aunque quería pedirle a Edward que le explicara por favor lo que estaba pasando. Necesitaba regresar adonde él estaba sentado, tocarlo, pero su cuerpo no seguía sus instrucciones.

 

 

 

Edward sólo podía mirar a sus ojos atónitos en el espejo, mientras sus dedos apretaban con cuidado la pequeña hinchazón de su vientre. Y entonces, como había sucedido en la vivida pesadilla que había padecido la noche anterior, la escena se transformó de repente. Lo que veía en el espejo tenía un aspecto del todo diferente, aunque en realidad nada era diferente.

Lo que cambió todo fue sólo un suave y pequeño golpecito que chocó contra su mano, desde dentro de su cuerpo. Al mismo tiempo, el móvil de Edward sonó un tono agudo y exigente. Ninguno de los dos se movió. Sonó una y otra vez. Intentó dejar de escucharlo mientras presionaba los dedos contra su barriga, esperando. En el espejo la expresión de su rostro ya no era de perplejidad, sino expectante.

 

 

 

El teléfono siguió sonando. Edward deseaba que Jacob contestara de una vez, porque él estaba ensimismado en el momento que estaba viviendo, quizá el más importante de su vida.

¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!

Al final el fastidio pudo con todo lo demás. Gateo hasta la cama y notó que lo hacía con más cuidado, mil veces más consciente del modo en que percibía sus movimientos; rebusco por sus cama hasta que encontró el teléfono. Casi esperó que Jacob se lo arrancara de las manos para contestar él mismo, pero continuaba perfectamente inmóvil.

Reconocía el número y pudo adivinar con facilidad por qué estaba llamando.

 

 

 

-          Hola, Alice — dijo. Su voz no había mejorado mucho, así que se aclaró la garganta.

-          ¿Edward? ¿Edward, te encuentras bien?

-          Ah, sí. Mmm. ¿Está Carlisle ahí?

-          Sí, aquí está. ¿Cuál es el problema?

-          No, no estoy al cien por cien... seguro...

-          ¿Está bien Jacob? — le preguntó recelosa. Oyó cómo llamaba a Carlisle apartándose del teléfono — ¿Están bien los dos?

-          No estoy seguro.

-          ¿Edward, qué está pasando? Sólo he visto...

-          ¿Qué es lo que has visto? — se hizo un silencio.

-          Ya ha llegado Carlisle — repuso al fin.

 

 

 

El vampiro se sintió como si le hubieran inyectado agua hirviendo en las venas. Si Alice hubiera tenido una visión suya con un niño de ojos negros y rostro de ángel en los brazos, le habría preguntado algo al respecto

Mientras esperaba, en el segundo que le llevó a Carlisle hablar, la visión que había imaginado para Alice bailoteó detrás de sus párpados. Un diminuto y bello bebé, incluso más bello aún que el niño de sus sueños, un diminuto Jacob en sus brazos. Una cierta calidez le inundó las venas, alejando la frialdad.

 

 

 

-          Edward, hijo, soy Carlisle. ¿Qué pasa?

-          Yo... — no sabía qué contestarle. ¿Se reiría él de las conclusiones a las que había llegado, pensaría que estaba loco? ¿Era sólo que estaba teniendo otro de esos sueños en color?  —. Estoy un poco preocupado por Jacob... ¿Pueden entrar los lobos en estado de shock?

-          ¿Está herido? — la voz de Carlisle sonó repentinamente urgente.

-          No, no — le aseguro  —. Sólo... es efecto de la sorpresa.

-          No lo entiendo, Edward.

-          Creo... bueno, creo que... quizás... es que yo podría estar... — inhalo profundamente  —. Tal vez esté… embarazado — y como para reforzar su afirmación, sintió otro golpecito en el abdomen, por lo que su mano voló hacia allí.

-          ¿Cómo te sientes? — después de una larga pausa, el entrenamiento médico de Carlisle entró en acción.

-          Extraño — le conto, pero la voz se me quebró  —. Esto te va a sonar como una locura... Mira, sé que es demasiado pronto para esto. Quizás es que me he vuelto loco. Pero… duermo. Duermo, y mucho. Como un humano. Tengo sueños muy raros. Y la comida… Tengo hambre a todas horas. Como tanto o más que Jacob comida humana. Vomito por las mañanas. Fuimos de caza, y no puede tomar la sangre. Me dio asco y vomite. Me mareo seguido, no quiero más que llorar, y vomitar y... y... te juro que algo se me ha movido justo ahora en el interior del cuerpo — conto desesperado

 

 

 

La cabeza de Jacob se alzó de repente y Edward suspiró aliviado. El lobo extendió la mano para que le diera el teléfono, con el rostro pálido y endurecido.

 

 

 

-          Mmm, creo que Jacob quiere hablar contigo.

-          Dile que se ponga — contestó Carlisle con voz contenida.

 

 

 

No estaba seguro del todo de que su marido pudiera hablar, pero le entrego el móvil. Cuando el lobo lo tomo lo apretó contra su oreja.

 

 

 

-          ¿Eso es posible? — susurró él. Escuchó durante un largo rato, mirando de forma inexpresiva hacia la nada. — ¿Y Edward? — preguntó y lo envolvió con su brazo mientras hablaba, apretándome contra su costado. Escuchó durante lo que pareció un rato muy largo y después dijo — Sí, sí, lo haré.

 

 

 

Apartó el móvil de su oído y presionó el botón de apagado. Sin detenerse marcó un número nuevo.

 

 

 

-          ¿Qué ha dicho Carlisle? — le preguntó con impaciencia.

-          ¿No escuchaste? — pregunto Jacob y el vampiro negó — Cree que estás embarazado — dijo Jacob respondió con voz inanimada.

 

 

 

Las palabras enviaron un cálido estremecimiento a través de su columna. Aquel pequeño «pateador» se removió en su interior.

 

 

 

-          ¿A quién estás llamando ahora? — inquirí Edward mientras volvía a ponerse el teléfono en el oído.

-          Al aeropuerto, volvemos a casa.

 

 

 

Jacob estuvo al teléfono durante más de una hora sin parar. Supuso que estaría arreglando su vuelo de regreso ya no prestaba atención, aunque sonaba como si estuviera discutiendo, habló entre dientes durante un buen rato.

Mientras discutía, iba haciendo las maletas. Revoloteaba por la habitación como un tornado furioso, pero dejando orden en vez de destrucción a su paso. Arrojó un puñado de ropas de Edward sobre la cama sin mirarlas, así que este supuso que era hora de vestirse. Él continuaba en plena controversia mientras el vampiro se cambiaba, gesticulando con movimientos repentinos y agitados.

 

 

 

Cuando Edward ya no pudo soportar más la violenta energía que irradiaba, abandono la habitación en silencio. La concentración maníaca de Jacob lo hacía que se estuviera mareando, no como con aquellas nauseas matutinas, sino de una forma más desagradable. Esperaría en cualquier lugar a que se le pasara ese humor. No podía hablar con ese concentrado y helado Jacob que, la verdad lo asustaba un poco. No era su Jacob

 

 

 

Una vez más, Edward terminó en la cocina. Había un paquete de galletitas saladas en el armario. Comenzó a masticarlas de forma ausente, mirando por la ventana hacia la arena, las rocas, los árboles y el océano, que todavía relucían bajo el sol.

Alguien le dio una ligera patadita.

 

 

 

-          Ya lo sé — dijo Edward al viento  —, yo tampoco me quiero ir — se quedó mirando por la ventana durante un momento, pero el «pateador» no contestó — No lo entiendo — murmuro  —. ¿Qué es lo que va mal?

 

 

 

Por más que le daba vuelta al asunto no encontraba nada de malo. No. ¿Entonces por qué estaba Jacob tan furioso? Él era quien en realidad había estado más que dispuesto a una boda de penalti.

Quizá no era tan raro que Jacob quisiera que se fueran a casa derechos. Seguramente deseaba que Carlisle comprobara y se asegurara de que su suposición era cierta, aunque en realidad, a estas alturas a él no me quedaba ninguna duda. Probablemente, lo que querrían estudiar también era por qué estaba ya tan embarazado, con el bulto, las pataditas y todo lo demás. Eso no era normal.

 

 

 

Jacob no dejaba de pensar, recordaba las viejas historia de las madres de los íncubos. Pero esto no aplicaba a Edward que era un hombre. Carlisle no estaba seguro. El cerebro de Edward trabajaba de un modo más lento que el suyo, porque todavía estaba prendido en la maravilla de la imagen que había conjurado antes: el niño diminuto con los ojos de Jacob, negros como la noche, acurrucado feliz y hermoso en sus brazos. Esperaba que tuviera el mismo rostro de Jacob

 

 

 

Resultaba divertido ver lo decisiva y enteramente necesaria que se había vuelto esta visión. Ese primer toque ligero había cambiado todo su mundo. Donde antes sólo había habido una cosa sin la que no podía vivir, ahora había dos. No era como si se hubiera dividido entre los dos, no era que hubiera repartido mi amor. Era más como si su corazón hubiera crecido, se hubiera hinchado al doble de su tamaño, y hubiera llenado ya todo ese espacio extra. Un cambio vertiginoso.

 

 

 

Nunca había comprendido el dolor y el resentimiento de Rosalie. Nunca se había imaginado a sí mismo en el papel de… ¡madre! Los niños, en abstracto, jamás lo habían atraído, ni siquiera cuando era humano. Le parecían criaturas chillonas, siempre chorreando alguna porquería, y además nunca había tenido contacto con ellas.

 

 

 

Pero ese niño, el hijo de Jacob, era una historia completamente distinta. No como una elección, sino como una necesidad. Mientras ponía la mano en su vientre, esperando la siguiente patada, como nunca deseo poder llorar.

 

 

 

-          ¿Edward?

 

 

 

Se volvió, algo receloso debido al tono de su voz. Era demasiado frío, demasiado cauteloso y la expresión de su rostro acompañaba a la voz, vacía e inexpresiva.

Y fue entonces cuando se dio cuenta de que estaba llorando.

 

 

 

-          ¡Edward! — cruzó la habitación como un rayo y puso sus manos alrededor de mi rostro  —, ¿te duele algo?

-          No, no... — susurro este mientras Jacob lo estrecha contra su pecho.

-          No tengas miedo, llegaremos a casa en dieciséis horas. Estarás bien. Carlisle estará preparado cuando lleguemos y nos haremos cargo de esto y tú estarás bien, muy bien.

-          ¿Hacernos cargo de esto? ¿A qué te refieres? — susurró Edward apartándose y lo miró directo a los ojos.

-          Vamos a sacar a esa cosa de ahí antes de que pueda herirte. No te asustes. No dejaré que te haga daño — prometió Jacob

-          ¿Esa «cosa»? — pregunto Edward con un jadeo.

 

 

 

Jacob apartó la mirada apresuradamente de su pareja, y la dirigió hacia la puerta principal.

 

 

 

-          Gustavo viene — dijo Edward

-           Me desharé de él y volveré — y salió disparado de la habitación.

 

 

 

Edward se agarró a la encimera en busca de apoyo porque tenía las rodillas temblorosas. Jacob había llamado «cosa» a su pequeño «pateador». Y decía que Carlisle se lo sacaría. Se había equivocado, a él no le preocupaba el bebé en absoluto, porque quería hacerle daño. Aquella hermosa imagen de su mente cambió de pronto convirtiéndose en algo sombrío. El pequeño bebé lloraba y él era capaz de todo para protegerlo…

 

 

 

¿Qué podía hacer? ¿Cómo iba a ser capaz de razonar con ellos? ¿Y qué pasaría si no lo conseguía? ¿Explicaría esto el extraño silencio de Alice al teléfono? ¿Era eso lo que ella había visto, que Jacob y Carlisle mataban a su moreno y perfecto bebé antes de que pudiera vivir?

 

 

 

-          No — susurro de nuevo, con la voz más firme.

 

 

 

Eso no podía ser. Él no lo iba a permitir. Escucho a Jacob hablando con alguien. Su voz se acercaba y le oía gruñir de pura desesperación. Entonces oyó la otra voz, baja y tímida, la voz de una mujer.

Jacob entró en la cocina delante de ella y se dirigió derecho hacia Edward. Lo abrazo y murmuró en su oído a través de la fina y tensa línea de sus labios.

 

 

 

-          No entiendo que dice — dijo Jacob mientras la mujer hablaba

-          Insiste en dejarnos la comida que ha hecho, la cena — dijo Edward  —. Es únicamente una excusa, lo que quiere es asegurarse de que aún no te he asesinado — su voz se volvió fría como el hielo al final.

 

 

 

Kaure dio la vuelta a la esquina nerviosa, con un plato cubierto en las manos. Jacob deseaba poder hablar un poco de portugués, para poder agradecerle a esta mujer que se hubiera atrevido a sufrir la ira de un vampiro sólo por comprobar que yo estuviera bien.

Sus ojos se movieron inquietos del uno al otro. El lobo la vio medir el color de su rostro, la humedad de sus ojos. Puso el plato en la encimera murmurando algo que no entendió.

 

 

 

Edward le replicó con brusquedad, y Jacob se sorprendió porque nunca antes lo había visto comportarse con tan poca educación. Ella se volvió para marcharse, y el revoloteo de su falda larga empujó el olor de la comida hacia el rostro del vampiro. Era fuerte: cebollas y pescado. Le entraron náuseas y se giró hacia el fregadero. Sintió las manos de Jacob sobre su frente y escucho su murmullo tranquilizador a través del rugido de sus oídos. Sus manos desaparecieron durante un segundo y escucho el golpe de la puerta del frigorífico. Gracias al cielo, el olor desapareció con el sonido y las manos de Jacob le refrescaron de nuevo el rostro pegajoso. Todo se le pasó con rapidez.

 

 

 

Edward se limpió la boca en el grifo mientras su esposo le acariciaba un lado de la cara. El vampiro sintió un tímido golpecito en la parte baja de su estómago. Todo va bien, estamos bien, pensó en dirección al bulto. Jacob le dio la vuelta, abrazándolo hasta que reposo la cabeza sobre su hombro. Sus manos de Edward, de forma instintiva, se doblaron sobre su barriga.

 

 

 

Escucharon un ligero jadeo y levantaron la mirada. La mujer aún estaba allí. Sus ojos se habían quedado clavados en las manos de Edward, abriéndose de pronto por la sorpresa, al igual que su boca. Entonces Jacob dio también un grito ahogado y, de repente, se volvió para enfrentarse a la mujer, empujando al vampiro ligeramente detrás de su cuerpo. Su brazo envolvió el torso del hombre delgado como si me estuviera sujetando a su espalda.

 

 


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