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Juntos por Liss83

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Ahora ya no era una pesadilla, porque la línea de hábitos negros avanzaba hacia ellos a través de la niebla helada, agitada por sus pies.

“Vamos a morir”, se dijo lleno de pánico. Sentía una gran desesperación por aquel ser precioso que protegía, pero incluso pensar en ello era una falta de concentración que no se podía permitir.

Se aproximaron de forma fantasmal con las ropas negras agitándose ligeramente por el movimiento. Edward vio cómo curvaban sus manos como garras del color de los huesos. Comenzaron a dispersarse para acercarse a él y a al niño desde todos los ángulos. Estaban rodeados e iban a morir.

Y entonces, tras la explosión de luz de un rayo, toda la escena se transformó, aunque no había cambiado nada, porque los Vulturis aún los amenazaban, en posición de ataque. Lo que realmente cambió fue el modo en que Edward contemplaba la imagen, porque de repente sintió un deseo incontrolable de que lo hicieran, quería que cargaran. El pánico se transformó en un ansia de pelea que lo hizo encorvarse, con una sonrisa en el rostro, y un rugido enredado entre sus dientes desnudos.

 

 

 

El dolor era desconcertante. Exactamente eso, se sentía desconcertado. No podía entender, no le encontraba sentido a lo que estaba ocurriendo, aunque recordaba vagamente haber vivido ya algo parecido. Su cuerpo intentaba rechazar el suplicio, y lo absorbía una y otra vez una oscuridad que lo evitaba segundos o incluso minutos enteros de agonía, haciendo que fuera aún más difícil mantenerse en contacto con la realidad.

 

 

 

Intentó hacer que se separaran, el dolor y la realidad. La irrealidad era negra y en ella no le dolía tanto. La realidad era roja y lo hacía sentir como si lo aserraran por la mitad, lo atropellara un autobús, lo golpeara un boxeador, lo pisotearan unos toros y lo sumergieran en ácido, todo a la vez.

La realidad era sentir que su cuerpo se retorcía y enloquecía aunque él no podía moverse, posiblemente debido al mismo dolor. La realidad era saber que había algo mucho más importante que toda esa tortura, pero era incapaz de recordar qué era. La realidad había llegado demasiado rápido.

 

 

 

En un momento, todo era como debía ser, rodeado por la gente que amaba, y sus sonrisas. De alguna manera era como si, aunque le resultara inverosímil, hubiera conseguido todo por lo que había luchado. Y sin embargo, sólo una pequeña cosa, insustancial, había ido mal.

La negrura se había enseñoreado de todo y lo había arrastrado en una ola de tortura. No podía respirar. No podía escuchar. No podía hacer nada. Sabía que había pasado por esto antes, ¿pero cuando? Lo estaban haciendo pedazos, partiéndolo, cortándolo... Más oscuridad. Las voces, esta vez, gritaban

 

 

 

¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Segundos o minutos? El dolor se había ido, y lo había dejado aturdido, sin sentir nada. Tampoco podía ver nada, aunque sí escuchar. Podía meter aire en sus pulmones otra vez, aunque sabía que no los necesitaba.

Alguien lo llamaba a gritos, pero… ¿Quién? ¿Y por qué? Entonces lo recordó. Quería conocer a su bebe. Verlo crecer. Intentó escuchar el corazón de su hijo, encontrarlo, pero se hallaba completamente perdido dentro de su propio cuerpo. No podía percibir las cosas como antes, ya que nada parecía estar en su sitio habitual.

Se lo llevaron. Su bebé con cara de ángel ya no estaba en ningún sitio. No podía verlo ni sentirlo. “¡No!”, quiso gritar, “¡devuélvanmelo!” Pero era presa de una enorme debilidad. Sintió los brazos durante un momento como si fueran mangueras de goma vacías y después como si nada fueran. No podía percibirlos en absoluto. No podía ni sentirse a sí mismo.

 

 

 

La oscuridad se extendió sobre sus ojos con más solidez que antes hasta velárselos del todo, como una gruesa venda, firme y apretada; pero no sólo le cubría los ojos, sino todo su ser, con un peso aplastante. Intentar apartarla era un esfuerzo agotador. Sabía que le sería mucho más fácil rendirse, dejar que la oscuridad lo aplastara hacia abajo, abajo, abajo, hasta un lugar donde no hubiera dolor, ni cansancio, ni preocupación, ni miedo.

 

 

 

Si hubiera sido únicamente por él, no habría sido capaz de luchar durante mucho más tiempo. Pero esto no sólo tenía que ver él. Porque si hubiera escogido ponérselo fácil, dejar que aquella nada oscura lo tragara, sabía que le hubiera hecho daño a alguien, aunque no recordase a quien

Sabía que sus vidas estaban ahora retorcidas la una en torno a la otra hasta formar un único hilo. Si uno se cortaba, quedarían cortados los dos. Si uno se marchaba, otro no podría sobrevivir. Ambos debían existir. ¿Pero quienes?

 

 

 

Todo estaba tan oscuro que ni siquiera podía ver sus rostros. Nada parecía real, y eso dificultaba mucho seguir en la brecha. Seguía empujando contra la oscuridad aunque era ya casi un acto reflejo. Ya no intentaba apartarla, sino simplemente aguantarla, para no dejar que lo aplastara por completo. No era el gigante Atlas y la oscuridad parecía tan pesada como la bóveda celeste. No era capaz de echársela a los hombros. Todo cuanto podía hacer era impedir que acabara con él por completo.

 

 

 

Sintió cómo se deslizaba, como si no hubiera nada a lo que pudiera agarrarse. ¡No!, tenía que sobrevivir a esto. Alguien dependía de él. Algo se lo gritaba

Elijah.

Y entonces, aunque no podía ver nada, repentinamente podía sentir algo. Imaginó que podía percibir de nuevo sus brazos, como unos miembros fantasmales. Y en ellos, algo pequeño, duro, y muy, muy cálido. Su bebé. Su pequeño pateador. Lo había conseguido. Contra todo pronóstico, había sido lo suficientemente fuerte para sobrevivir a Elijah, y quería mantenerse a su lado hasta que fuera lo bastante fuerte para vivir sin él.

 

 

 

Ese punto de calor en sus brazos espectrales parecía tan real. Se apretó contra él un poco más. Era justo donde debía de estar su corazón. Sujetándolo fuerte al cálido recuerdo de su hija, supo que sería capaz de luchar contra la oscuridad tanto como fuera necesario.

Aquella tibieza al lado de donde debería estar su corazón se hizo cada vez más real, más y más cálida. Más caliente. Era un calor tan real que resultaba difícil creer que se trataba sólo de su imaginación.

Más caliente.

Ahora se sentía incómodo a causa del calor excesivo. Uf, demasiado calor.

 

 

 

Como si estuviera sujetando el extremo equivocado de unas tenacillas para rizar el pelo, su respuesta automática fue dejar caer aquello que le abrasaba los brazos, pero no había nada en ellos. Sus brazos no estaban acurrucados contra su pecho. Eran cosas muertas que yacían en alguna parte a sus costados. El ardor estaba en su interior.

La sensación de quemazón aumentó, se intensificó, alcanzó el tope y volvió a incrementarse otra vez hasta que sobrepasó cuanto había sentido alguna vez en su larga existencia igual que la primera vez.

 

 

 

Sintió el fuego que arreciaba ahora en su pecho.

 

 

 

Deseaba haber abrazado la oscuridad mientras tuvo la oportunidad. Deseaba alzar los brazos y desgarrarse la piel hasta que se le vieran los huesos, cualquier cosa con tal de desprenderse de esa tortura, pero no sabía dónde tenía las extremidades y no era capaz de mover ni uno de sus dedos desaparecidos. La sensación experimentada cuando el bebé le había astillado las costillas y se abrió paso hacia la superficie, destrozándolo por el camino, tampoco había sido nada en comparación con esto. Era como flotar en una piscina de agua fría. Pensándolo bien… lo hubiese preferido mil veces, oh, sí, y habría estado agradecido.

 

 

 

El fuego despidió más calor y quiso gritar, suplicar que alguien lo matara antes de vivir ni un segundo más con aquel dolor, pero no podía mover los labios, porque el peso estaba aún allí, aplastándolo.

Se dio cuenta de que no era la oscuridad la que lo presionaba hacia abajo, sino su cuerpo, que se había vuelto tan pesado... Se enterraba en las llamas que se abrían camino desde sus muñecas, la parte interior de los codos, su cuello, por todos lados, expandiéndose con un dolor imposible a través de sus hombros y su estómago, escaldando su trayecto hasta su garganta y lamiendo su rostro. ¿Por qué no se podía mover? ¿Por qué no podía gritar? Aquello no formaba parte de ninguna leyenda.

 

 

 

Su mente estaba insoportablemente lúcida, aguzada por aquel fiero dolor, y vio la respuesta casi tan pronto como pudo formular la pregunta. La morfina.

Parecía que hacía ya millones de muertes atrás cuando lo habían discutido, él, Carlisle y Bella. Él y Carlisle habían tenido la esperanza de que, con suficientes analgésicos, fuera posible luchar contra el dolor que producía la ponzoña. Carlisle lo había intentado con Emmett, pero el veneno había quemado la medicina, achicharrándole las venas. No había habido tiempo suficiente para que se extendiera.

 

 

 

Mantuvo su rostro relajado y asintió agradeciendo a sus escasas estrellas de la suerte que su familia nadie más pudiera leer mentes. No quería que Jacob supiese por lo que estaba pasando. Lo que nunca imagino fue ese posible efecto de la morfina: inmovilizarlo y amordazarlo. Mantenerlo paralizado mientras lo quemaba.

Conocía muy bien todo el procedimiento. Sabía que cada grito que se le escapara de entre los labios sería un tormento para Jacob. Pero si no podía gritar, ¿cómo iba a poder pedirles que me mataran? Únicamente deseaba morir. O mejor, no haber nacido nunca. Toda su existencia no podía compensar ese dolor.

 

 

 

“¡Déjenme morir! ¡Déjenme morir! ¡Déjenme morir!”

Y durante un espacio que parecía no acabarse nunca, esto fue todo lo que sucedió. Sólo una tortura ardiente y sus gritos insonoros, suplicando que le llegara la muerte. Nada más, ni siquiera sentía pasar el tiempo, que de este modo se hizo infinito, sin principio ni final. Un inacabable momento de dolor.

El único cambio sobrevino cuando el dolor se redobló de forma repentina y casi imposible. La mitad inferior de su cuerpo, más insensibilizada por la morfina, de pronto se prendió también en llamas. Alguna conexión rota debía de haberse curado entretejiéndose en ese momento con los dedos abrasadores del fuego.

Aquella quemazón infinita lo abrasó con saña.

 

 

 

Pudieron pasar segundos o días, semanas o años pero en algún momento el tiempo volvió a adquirir significado de nuevo. Ocurrieron tres cosas a la vez, que surgieron de tal modo que no tenía idea de cuál había sido la primera: el tiempo reemprendió su marcha, el peso causado por la morfina desapareció, y se sintió más fuerte.

 

 

 

Podía sentir cómo recuperaba el control de su cuerpo poco a poco, y esos pequeños logros fueron sus primeros indicadores del paso del tiempo. Lo supo cuando notó que era capaz de retorcer los dedos de sus pies y los de las manos, para convertirlos en puños. Lo supo, pero no hizo nada.

 

 

 

Aunque el incendio no disminuyó ni un solo grado. De hecho, más bien comenzó a desarrollar una nueva capacidad de experimentarlo, una nueva sensibilidad para poder apreciarlo, para percibir por separado cada una de aquellas abrasadoras lenguas de fuego que lamían sus venas, pero a pesar de ello, pudo pensar.

Recordó por qué no debía gritar. Recordó el motivo por el cual se había obligado a soportar esta agonía indescriptible. Y también recordó que había algo por lo que merecería la pena soportar semejante suplicio aunque ahora pudiera parecer casi imposible.

 

 

 

Todo esto sucedió justo a tiempo, para ayudarlo a resistir cuando los pesos abandonaron su cuerpo. Nadie que lo estuviera observando habría apreciado cambio alguno. Pero a él, que luchaba por mantener los gritos a raya y aquella paliza encerrada en los límites de su cuerpo, donde no pudiera hacer daño a nadie más, le hizo sentir como si en vez de estar atado a la estaca donde ardía, lo estuviera aferrando a ella para mantenerlo pegado al fuego.

 

 

 

Sólo le quedaba la fuerza justa para sostenerse allí, inmóvil, mientras se achicharraba vivo. El sentido del oído se aguzó más y más, pudo contar la respiración superficial que jadeaba entre los dientes. Pudo contar también las sordas respiraciones regulares que procedían de alguien que estaba muy cerca, a su lado. Éstas se movían con más lentitud, de modo que se concentró en ellas para calcular el tiempo con más facilidad. Más regulares aún que el péndulo de un reloj, aquellas respiraciones lo empujaron a través de los segundos achicharrantes hacia el final.

 

 

 

Continúo sintiéndose más fuerte, y sus pensamientos se aclararon. Cuando percibió nuevos ruidos, pudo escuchar. Eran pasos ligeros, y el susurro del aire agitado por una puerta abierta. Los pasos se acercaron más y sintió una presión sobre la parte interior de su muñeca.

 

 

 

-          ¿Todavía no hay ningún cambio?

-          Ninguno de los que me dijiste — respondieron y él sintió una ligera presión, un aliento contra su piel abrasada.

-          No queda ningún resto de olor a morfina.

-          Ya lo sé.

-          Edward, amor, ¿puedes oírme?

 

 

 

Entonces lo supo, más allá de toda duda, que si destrababa los dientes perdería y comenzaría a chillar, chirriar, y retorcerse y sacudirse. Si abría los ojos, si incluso sólo torcía un dedo de una mano, cualquier cambio fuera el que fuera, sería el final de mi autocontrol.

 

 

 

-          ¿Edward? ¿Edward, amor? ¿Puedes abrir los ojos? ¿Puedes apretarme la mano?

 

 

 

Una nueva presión sobre sus dedos. Se le hacía aún más duro no responder a esa voz cuando su instinto le gritaba otra cosa, pero permaneció paralizado. Sabía que el dolor que se percibía en su voz no era nada comparado al que sería si él se daba cuenta, porque ahora sólo temía que pudiera estar sufriendo.

 

 

 

-          Quizá, Carlisle, quizá ha sido demasiado tarde. Quizás hice algo mal — Su voz sonaba amortiguada y se quebró al llegar a la palabra «tarde». La resolución del vampiro flaqueó durante un segundo.

-          Ten fe — dijo este — Él va a estar perfecto — Edward había tenido razón permaneciendo quieto. Carlisle le devolvería la seguridad en sí mismo. No necesitaba sufrir él también.

-          ¿Y la... la columna?

-          la ponzoña la curará.

-          Pero está tan quieto. Debo haber hecho algo mal.

-          Lo salvaste Jacob. No estoy seguro de que yo hubiera tenido la persistencia, la fe que ha sido necesaria para salvarlo. Deja ya de reprocharte nada a ti mismo. Edward va a estar bien

-          Edward, te amo. Tanto — susurro con voz quebrada — Vuelve a mí por favor. Te lo suplico

 

 

 

Edward deseo tanto poder contestarle, pero no quería hacerle sentir más dolor. No mientras le quedaran fuerzas para mantenerse inmóvil.

Mientras sucedía esto, el fuego incontrolable continuó abrasándolo. Pero ahora volvía a tener más espacio en su cabeza. Espacio para reflexionar sobre su conversación, para recordar lo que había ocurrido, para mirar hacia el futuro... Un espacio infinito también para sufrir. Y también para preocuparse.

¿Dónde estaba su bebé? ¿Por qué no se encontraba allí? ¿Por qué no hablaban de él?

 

 

 

-          No, yo me voy a quedar aquí — susurró Jacob, contestando a una pregunta que no se había formulado  —. Ya se las apañarán como puedan — ¿Por qué no podía escuchar la mente de nadie?

-          Una situación muy interesante — replicó Carlisle  —. Y yo que pensaba que lo había visto ya todo.

-          Me ocuparé de eso más tarde. Nos ocuparemos — algo presionó suavemente la palma abrasada de su esposo.

-          Estoy seguro de que entre los cinco podemos evitar que esto desemboque en un derramamiento de sangre.

-          No sé de qué lado ponerme. Me dan ganas de azotarlos a los dos. Bueno, más tarde.

-          Me pregunto qué pensará Edward de esto... de qué lado se pondrá — musitó Carlisle y se oyó una risita sorda, contenida.

-          Estoy seguro de que los azota a los dos bandos y sale corriendo después, obligándome a ir a traerlo a la fuerza.

 

 

 

Los pasos de Carlisle se alejaron de nuevo y Edward se sintió frustrado de que no se hubiera explicado más. ¿Acaso estaban hablando de forma tan misteriosa sólo para molestarlo? Volvió a contar las respiraciones de Jacob para marcar el paso del tiempo.

Diez mil novecientas cuarenta y tres respiraciones más tarde, unos pasos que sonaban distintos se deslizaron con un susurro en la habitación. Más ligeros. Más... rítmicos. Era como si durante el embarazo hubiese vuelto humano nuevamente por un par de semanas y ahora volvía a ser vampiro

 

 

 

-          ¿Cuánto tiempo más queda? — preguntó Jacob.

-          No debe de ser mucho ya — le contestó Alice  —. ¿Ves cómo su piel se regenera? La veo mucho mejor — suspiró.

-          ¿Todavía sientes un poco de amargura?

-          Sí, y gracias por recordármelo — gruñó ella  —. Tú también deberías sentirte humillado, si te dieras cuenta de que estás maniatado por tu propia naturaleza. Veo mejor a los vampiros, porque yo soy una, también veo bien a los humanos, porque fui una. Pero no puedo con las razas mestizas porque no son nada que yo haya experimentado. ¡Bah!

-          Céntrate, Alice.

-          Vale. Edward se ve ahora casi bien.

 

 

 

Se hizo un largo silencio y después Jacob suspiró. Era un sonido nuevo, más feliz.

 

 

 

-          Parece verdad que va a recuperarse — dijo tras respirar hondo.

-          Claro que sí.

-          No eras tan optimista hace dos días.

-          No podía ver bien hace dos días. Pero ahora que él está libre de todos los puntos ciegos se distingue muy bien.

-          ¿Podrías concentrarte un poco por mí? Sobre el tiempo... Dame una estimación — Alice suspiró.

-          Qué impaciente. Vale. Dame un segundo...

 

 

 

¿Cuánto tiempo quedaba? ¿Es que no podían decirlo en voz alta para que pudiera enterarme? ¿Es que era eso demasiado pedir? ¿Cuántos segundos más seguiría ardiendo? ¿Diez mil? ¿Veinte? ¿Otro día más, ochenta y seis mil cuatrocientos? ¿Más aún?

 

 

 

-          Va a tener en una belleza deslumbrante — dijo Alice y Jacob gruñó quedamente.

-          Siempre lo ha sido.

-          Ya sabes lo que quiero decir — dijo Edward resoplando — Míralo.

 

 

 

El aire se agito debido a la marcha de Alice. Edward distinguió claramente el siseo de la tela cuando se movió, al rozarse. Escucho también con nitidez el silencioso zumbido de la luz que colgaba del techo. Escuchó la ligera brisa que soplaba en el exterior de la casa. Podía percibirlo todo. Era maravilloso estar de vuelta

 

 

 

 


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