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Juntos por Liss83

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Renesmee también parecía molesta, aunque no tanto como Elijah. Este comenzó a retorcerse y después levantó la mano imperiosamente hacia Esmes. Ella se inclinó de modo que pudiera tocarle la cara. Después de un segundo, Esmes suspiró.

 

 

 

-          ¿Qué es lo que quiere? — le exigió Seth, volviendo a robarle el papel al vampiro.

-          A Edward, por supuesto — le contestó Esmes, y sus palabras le hicieron sentir algo de calidez en su interior el nombrado. Entonces lo miró  —. ¿Cómo estás?

-          Preocupado — admitió, y Jacob le dio otro apretón.

-          Todos lo estamos, pero no es eso lo que quiero decir.

-          Estoy bajo control — prometió. La sed iba bajando puestos en su lista a gran velocidad. Además, sus hijos olían muy bien, pero de un modo muy distinto a una comida apetecible.

 

 

 

 

Seth se mordió el labio pero no hizo ningún movimiento para impedir que Esmes le ofreciera al niño. Jasper y Jacob vacilaron, pero lo permitieron. Edward podía ver lo tensa que estaba su madre adoptiva y se preguntó cómo sentiría la habitación Jasper en ese momento, ¿o es que estaba tan concentrado en él que no podía sentir a los demás?

Elijah y Edward se acercaron, con la más radiante de las sonrisas en su pequeño rostro. Tomo a cada niño con cada brazo, ya que Renesmee también quiso unirse, encajaban con tanta facilidad en ellos, como si éstos hubieran sido diseñados especialmente para eso. De inmediato Renesmee puso su manita caliente en la mejilla de su papi.

 

 

 

Aunque Edward estaba preparado, todavía lo hizo emitir un sorprendido jadeo el ver aquel recuerdo como una visión dentro de su mente. Tan brillante y lleno de colorido, pero por completo transparente.

Ella estaba recordando cómo se lanzó contra Seth a través del prado que había delante de la casa y a Jacob saltando entre ellos. Lo había visto y oído todo con total claridad. Edward no parecía él mismo, ese predador lleno de gracia que saltaba sobre su presa como una flecha lanzada desde un arco. Debía de ser alguna otra persona. Eso no lo hizo sentir menos culpable mientras Seth estaba allí indefenso, con las manos alzadas, unas manos que no temblaban.

 

 

 

Jacob se echó a reír entre dientes, imaginando lo que ahora Elijah le mostraba a su papi. Todos dieron un respingo cuando escucharon el chasquido de los huesos de Seth.

Elijah exhibió su brillante sonrisa, pero en el recuerdo sus ojos no abandonaron a Seth a través del jaleo que siguió. Edward notó un nuevo ingrediente en el recuerdo mientras observaba a Seth, no exactamente protector, sino más bien posesivo. Percibió la clara impresión de que estaba contento de que su padre hubiera interceptado el salto de Edward. Él no quería que nadie hiriera a Seth porque era suyo. Edward no lo reconocería jamás en voz alta pero entendía a su hijo. Él sentía lo mismo por Jacob

 

 

 

-          Oh, maravilloso — gruño el vampiro  —. Perfecto.

-          Seguro que es porque sabe mejor que todos nosotros — le aseguró Rosalie, con la voz estirada por su propio disgusto.

-          Ya les he dicho que le gusto — bromeó Seth desde el otro lado de la habitación, con los ojos fijos en Elijah. Su broma fue desganada, el tenso ángulo de sus cejas no se había relajado.

 

 

 

Renesmee palmeó con impaciencia la mejilla de su papi, exigiendo su atención. Otro recuerdo: Rosalie pasando tiernamente un peine a través de sus rizos. Le hacía sentirse bien.

También apareció Carlisle con la cinta de medir, y ella y su hermano sabían que tenían que estirarse y quedarse quietos y no le parecía nada interesante.

 

 

 

-          Es como si me estuvieran haciendo un resumen de todo lo que te he perdido — comentó Edward.

 

 

 

Arrugo la nariz cuando Elijah le toco el rostro nuevamente y le inundó la mente con el siguiente recuerdo. El olor venía de una extraña taza de metal, muy dura para que no fuera fácil de morder, y que lanzó un ramalazo de fuego a su garganta.

 

 

 

-          ¡Ay, tenías sed! — se quejó Edward, y entonces los niños estuvieron fuera de sus brazos, ahora sujetos a su espalda. No luchó con Jasper, sólo observó el rostro asustado de Jacob.

-          ¿Qué hice ahora? — pregunto Edward, Jacob miró a Jasper que estaba a la espalda de su esposo, y después a este otra vez.

-          Es que él seguramente estaba recordando la sed — masculló Jacob, con la frente formando arrugas  —. Estaba recordando el sabor de la sangre humana.

 

 

 

Los brazos de Jasper apretaron con más fuerza los de su hermano uno contra el otro. Parte del cerebro de Edward registró el hecho de que esto no era particularmente incómodo, sólo algo doloroso, como lo habría sido para un humano. Pero sí resultaba perturbador. Estaba seguro de que podía evadir su presión, pero no iba a luchar.

 

 

 

-          Sí — admitió  —. ¿Y...? — Jacob le dedicó una vez su ceño fruncido y entonces su expresión se relajó. Soltó una carcajada.

-          Pues parece que nada de nada. Esta vez he sido yo el que ha reaccionado de forma exagerada. Jazz, suéltalo.

 

 

 

Las manos que lo retenían desaparecieron. Edward alargo las manos para tomar a sus hijos tan pronto como se vio libre. Esmes y Rosalie se los devolvieron sin vacilación. Elijah y Renesmee continuaron contándole lo que había hecho ese día. Edward los sostuvo al lado de la pared de cristal, con sus brazos meciéndolos de forma automática mientras se miraban a los ojos.

Apoyó el peso en la pierna izquierda y se sintió algo tonto. Quizá pretendían darse un ratito a solas con sus bebés, tan a solas como fuera posible sin amenazar su seguridad.

 

 

 

Ambos pequeños le contaron todo lo que habían hecho en ese día, minuto por minuto. Y a tenor de sus historietas, Edward tuvo la sensación de que ellos deseaban tanto como él que las conociera hasta el último detalle. Les preocupaban que su papi se hubiera perdido algo, como los gorriones que se le había acercado a Elijah a saltitos mientras Seth lo sostenía, los dos muy quietos al lado de uno de los grandes abetos. Los pájaros jamás se hubieran acercado a Rosalie. O aquella pringosa y rarísima cosa blanca, la fórmula láctea para bebés que Carlisle había vertido en sus copas, que olía a una especie de polvo amargo. O la canción que Jacob les había cantado en voz baja, tan bonita que Renesmee se la reprodujo dos veces. Estaba sorprendido de haber participado en el entorno de ese recuerdo, perfectamente inmóvil, pero con un aspecto bastante maltrecho. Edward se estremeció, recordando aquel momento desde su propia perspectiva. Aquel odioso fuego...

 

 

 

Después de casi una hora, mientras los otros seguían por completo absortos en su conversación y Seth y Jacob roncaban de modo armónico en el sofá, primero los recuerdos de Renesmee comenzaron a disminuir su ritmo y después de unos cinco minutos los de Elijah también. Se volvieron algo borrosos en los bordes y se descentraron antes de terminarse. Edward estaba a punto de interrumpir a Carlisle, sintiéndose aterrorizado por si algo les pasaba, cuando sus párpados temblaron y se cerraron. Bostezaron, con sus rosados labios gordezuelos formando una perfecta «o» y los ojos se cerraron de forma definitiva.

 

 

 

Se le cayeron la mano de la mejilla del vampiro mientras se reacomodaban para dormir, y sus párpados parecían tener el mismo pálido color lavanda de las nubes justo antes de la salida del sol. Con mucho cuidado para no molestarlos, apoyó las manitas de sus hijos contra su piel por curiosidad. Al principio nada, pero luego, después de unos cuantos minutos, aparecieron unos colores fluctuantes, como un puñado de mariposas que fuera volando entre sus pensamientos.

 

 

 

Hipnotizado, continuo observando sus sueños, que no tenían sentido alguno. Sólo colores, formas y rostros. Le agradó ver lo a menudo que aparecía su rostro, ambas caras, la espantosa de recién haber dado a luz y la gloriosa inmortal, en sus pensamientos inconscientes. En la mente de Elijah aparecía más que Jacob o Rosalie. Estaba a la par con Seth, y procuro que esto no lo afectara.

 

 

 

La voz de Carlisle captó su atención cuando dijo «por fin» y se volvió a mirar por la ventana. Era de noche fuera, una noche cerrada de color cárdeno, pero podía ver tan lejos como siempre. Nada quedaba oculto en la oscuridad, simplemente habían cambiado de color.

Leah, aún enfadada, se levantó y se escabulló de modo furtivo entre los arbustos cuando Alice apareció al otro lado del río, balanceándose hacia delante y hacia atrás en una rama como una artista del trapecio, con los dedos de los pies pegados a las manos, antes de arrojar su cuerpo en una graciosa voltereta hacia el río. Esme hizo un salto mucho más convencional, mientras que Emmett se lanzaba contra el agua, chapoteando de tal modo que las salpicaduras llegaron hasta las ventanas traseras. Jasper los siguió, con su propio y eficaz salto de aspecto sobrio pero sutil frente al de los demás.

La amplia sonrisa que se extendía en el rostro de Alice le resultó familiar en una oscura y extraña manera. Todo el mundo le sonreía de pronto, Esme con dulzura, Emmett excitado, Rosalie con expresión de suficiencia, Carlisle indulgente.

 

 

 

-          Jacob — dijo Carlisle despertando al lobo

-          ¿Qué pasa? ¿Qué pasa? — dijo saltando asustado

-          Llegaron — dijo el medico

 

 

 

Alice se deslizó dentro de la habitación delante de todos los demás, con la mano extendida delante de ella y una impaciencia que casi se podía ver, como un aura rodeando su cuerpo. Traía en la palma de su mano una llave de bronce de aspecto cotidiano con un enorme lazo rosa de satén atado.

Le dio la llave a Edward mientras Rosalie y Esme tomaban a los niños. Alice dejó caer la llave sobre su mano.

 

 

 

-          ¡Feliz cumpleaños! — canturreó la chica y Edward puso los ojos en blanco.

-          ¿Cumpleaños? — dijo Edward atónito — ¿sabes hace cuanto no celebro un cumpleaños?

-          Rosalie dijo trescientos — dijo Jacob y la rubia gruño

-          Solo cien — protesto Edward — bueno ciento dos. Hoy cumpliría ciento diecinueve años

-          Feliz cumpleaños, mi hermoso chupasangre — dijo Jacob tomando suavemente su rostro para besarlo

-          Sea como sea, por ahora suéltalo — replicó Alice, separándolos  —, es hora de celebrarlo, no de… ya tendrán tiempo después para eso ¿queda claro?

 

 

 

Edward suspiro. Rara vez tenía sentido discutir con Alice, cuya sonrisa se agrandó hasta un punto rayano en lo imposible cuando leyó la rendición en los ojos de su hermano.

 

 

 

-          ¿Estás preparado para abrir tu regalo? — canturreó ella.

-          Regalos — la corrigió Jacob.

 

 

 

Edward luchó por evitar el poner los ojos en blanco. No sabía que le daría Jacob, pero desde ya le encantaba.

 

 

 

-          El mío primero — dijo Alice, y le sacó la lengua, previendo su respuesta.

-          El mío está más cerca.

-          Pero mira cómo va vestido — las palabras de Alice sonaron casi como un gemido  —. Estoy sufriendo desde que lo vi por la mañana. Está claro que lo mía es una cuestión prioritaria.

-          A mí me gusta su look — dijo Jacob mirando a su esposo de una manera haber por podido este se hubiese ruborizado

 

 

 

Edward alzo las cejas mientras Alice le colocaba una llave en la mano y se preguntaba cómo una llave podía proporcionarle ropa nueva. ¿Es que le había comprado un baúl lleno? Se propuso no echar un vistazo en la cabeza de nadie y no arruinar la sorpresa

 

 

 

-          Ya sé qué vamos a hacer... nos lo jugaremos — sugirió Alice  —, a piedra, papel o tijeras — Jasper se echó a reír entre dientes y Edward suspiró.

-          ¿Por qué no nos dices simplemente quién va a ganar? — inquirió Jacob con ironía. Alice mostró una sonrisa deslumbrante.

-          Yo. Estupendo.

-          De todas formas, será mejor que yo se lo dé en privado — dijo Jacob, que primero le dedicó una sonrisa esquinada a su esposo  —. ¿Por qué voy a poder tener un momento de privacidad con mi esposo, cierto?

-          De pende como te comportes cuñado — canturreó Alice  —. Edward, deja que Rosalie coja a Ness... a los niños.

-          ¿Dónde suelen dormir? — pregunto el nombrado y Alice se encogió de hombros.

-          En los brazos de Rose, en los de Jacob, en los de Seth o en los de Esme. Ya te puedes hacer una idea. No creo que se hayan acostado en toda su vida. Se va a convertir en los semivampiros más malcriados de la historia — Jacob se echó a reír mientras Esmes tomaba a Renesmee.

-          También es la menos mimada de todas las semivampiras del mundo — replicó Rosalie tomando a Elijah con un gesto experto  —. Eso es lo bueno de ser los únicos en su especie.

 

 

 

Luego, le dedicó una gran sonrisa a Edward. Ese gesto le confirmó al vampiro que todavía perduraba la camaradería establecida entre ellos. Había estado completamente seguro de que duraría sólo el tiempo en que la vida de los niños hubiera dependido de él, pero quizás habían luchado tanto tiempo en el mismo bando que ahora podrían comportarse como verdaderos hermanos, aunque si lo pensaba bien, sus peleas de perros y gatos eran de auténticos hermanos. Al final, Edward había hecho la misma elección que ella si hubiera estado en su lugar, y eso parecía haber borrado todo su resentimiento por cualquiera de las otras decisiones que él pudiera haber tomado en el pasado.

Alice puso la emperifollada llave en la mano de Edward y lo tomó del codo, empujándolo hacia la puerta trasera.

 

 

 

-          Vamos, vamos — gorjeó.

-          ¿Está fuera?

-          Algo así — replicó Alice, empujándolo hacia el exterior.

-          Disfruta de tu regalo — me dijo Rosalie  —. Es de todos nosotros, de Esme especialmente.

-          ¿No viene ninguno conmigo? — pregunto Edward cuando se dio cuenta de que nadie se había movido.

-          Te daremos la ocasión de que lo disfrutes a solas — replicó Rosalie  —. Ya nos dirás qué te parece... más tarde.

 

 

 

Emmett soltó una gran risotada. Algo en su risa le hizo sentir a Edward el deseo de ruborizarse, aunque no estaba seguro del porqué.

Alice le empujó el codo, y no pudo dejar de sonreír mientras la seguía a través de la noche de color púrpura. Sólo Jacob los acompañaba.

 

 

 

-          Ese es el entusiasmo que buscaba — murmuró Alice con aprobación. Entonces soltó el brazo de su hermano, dio dos ágiles saltos y aterrizó al otro lado del río

 

 

 

Jacob saltó a la vez que Edward, y fue tan divertido como por la tarde. Quizás un poco más, porque la noche transformaba todo, aplicándole nuevos y ricos colores.

Alice salió disparada en dirección norte, y la siguieron. Era más fácil guiarse por el susurro del roce de sus pasos contra el suelo y por el camino que dejaba su fresco aroma que por el atisbo de su silueta entre la densa vegetación.

Ante algo que no pudo ver, se dio la vuelta y salió disparada hacia donde Edward se había detenido.

 

 

 

-          No me ataques — lo previno y saltó sobre él.

-          ¿Qué estás haciendo? — Edward exigió saber, encogiéndose cuando saltó sobre su espalda y le puso las manos sobre los ojos. El vampiro sintió la necesidad de sacudírsela de encima, pero se controló.

-          Asegurándome de que no puedes ver nada.

-          Puedo ocuparme de esto sin tanto teatro — ofreció Jacob — sin contar que puede echar una espiada a tus pensamientos

-          Tú lo dejarías hacer trampas. Tómale de la mano y condúcelo hacia delante. Además Edward no traicionaría a su hermana favorita de esa manera — dijo Alice haciendo un puchero

-          Alice, yo...

-          No fastidies, Edward. Vamos a hacer esto a mi manera.

-          Son sólo unos segundos más, hermoso — dijo Jacob entrelazando sus dedos a los del vampiro — Después, se largará a maltratar a otro.

 

 

 

Empujó a Edward hacia delante y este se dejó llevar sin resistencia. No le daba miedo darse un golpe contra un árbol, ya que, en ese caso, sería el árbol quien sufriría las consecuencias.

 

 

 

-          Podías ser un poco más agradecido — recriminó Alice  —. Al fin y al cabo es tanto para ti como para él.

-          Eso es cierto — dijo Jacke  —. Gracias de nuevo, Alice.

-          Vale, vale, está bien — la voz de Alice repentinamente se alzó llena de emoción  —. Detente aquí. Vuélvelo un poco hacia la derecha. Sí, vale, así. Estupendo, ¿estás preparado? — chilló.

-          Sí, lo estoy — se percibían en aquel lugar nuevos olores que le dieron un indicio de donde están y aumentaron su curiosidad. No eran aromas propios de lo más profundo de un bosque. Madreselva, humo, rosas y... ¿serrín? También algo metálico. La riqueza del olor de la tierra fértil, recién cavada y expuesta al aire. Se inclinó hacia el misterio.

 

 

 

Alice saltó bajándose de su espalda, y le apartó las manos de los ojos. Edward miró fijo hacia la oscuridad violácea. Allí, acurrucada en un pequeño claro del bosque, había una casita de campo hecha de piedra gris lavanda que refulgía a la luz de las estrellas.

El chalé pertenecía a aquel lugar; tanto era así que parecía como si hubiera surgido de la misma roca, como si fuese una formación natural. La madreselva cubría una de las paredes, una celosía subiendo hasta llegar a cubrir las gruesas tejas de madera. Unas rosas tardías de verano florecían en un jardín del tamaño de un pañuelo bajo las oscuras ventanas profundamente incrustadas en la pared. Había un caminito de piedras planas que refulgían en la noche con un reflejo de color amatista. Conducía a la pintoresca puerta de madera en forma de arco.

Edward cerró la mano en torno a la llave que sostenía, sorprendido.

 

 

 

-          ¿Qué te parece? — inquirió Alice con una voz suave que encajaba a la perfección con la inigualable serenidad de la escena, como la de un cuento infantil. Edward abría la boca, pero no fue capaz de articular palabra.

-          Esme pensó que nos gustaría tener un lugar para nosotros solos durante un tiempo, pero no quería que nos fuéramos demasiado lejos — murmuró Jacob  —. Y al parecer le encanta tener cualquier excusa para renovar cosas. Dijo que este sitio, tan pequeño, llevaba casi un siglo cayéndose a pedazos.

 

 

 

Edward continuó con la mirada fija, con la boca abierta como si fuera un pez.

 

 

 

-          ¿Te gusta? — la expresión del rostro de Alice se vino abajo  —. Quiero decir que, si quieres, podemos arreglarla de otra manera completamente distinta. Emmett quería que le añadiéramos unos cientos de metros, con un segundo piso, columnas y una torre, pero Esme pensó que la casa te gustaría más si mantenía el mismo aspecto que se suponía debía tener — empezó a alzar la voz y a acelerarse  —. Si estaba equivocada, podemos ponernos otra vez manos a la obra, no creo que nos llevara mucho...

-          ¡Chist! — Edward conseguía exclamar por fin y Alice apretó los labios y esperó. Le llevó varios segundos al vampiro recobrarse — ¿Me estás regalando una casa por mi cumpleaños? — susurró.

-          Todos nosotros — le corrigió su hermana  —. Y no es más que una cabaña. Creo que la palabra «casa» implica algo más de espacio.

-          No te metas con mi casa — le susurró Edward.

-          ¿Te gusta? — La sonrisa de Alice relumbró y este sacudió la cabeza — ¿Te encanta? — y Edward volvió a asentir.

-          ¡No puedo esperar a contárselo a Esme!

-          ¿Por qué no ha venido ella?

 

 

 

La sonrisa de Alice se desvaneció un poco, torciéndose de un modo que expresaba que mi pregunta era difícil de contestar.

 

 

 

-          Bueno, ya sabes... Todos se acuerdan de cómo has sido de gruñón el último siglo. No querían presionarte mucho para que dijeras que te gustaba.

-          Pero si me encanta de verdad. ¿Cómo podría no gustarme?

-          A ellos sí que les va a gustar — le dio unas palmaditas en el brazo  —. De cualquier modo tienes el armario hasta arriba. Úsalo con cabeza, y... creo que esto es todo.

-          ¿No vas a entrar? — preguntó el vampiro y ella dio un par de zancadas hacia atrás como si lo hiciera de forma casual.

-          Jacob conoce bien todo esto. Ya me pasaré... más tarde. Llámame si no sabes cómo conjuntar la ropa — le arrojó una mirada dubitativa y después sonrió  —. Jazz quiere ir de caza. Nos vemos. — Salió disparada entre los árboles como una grácil bala.

-          Esta loca — susurro Edward mirando hacia donde se fue su hermana

-          No lo discutiré — dijo Jacob sonriendo

-          Es hermosa — susurro Edward contemplando el lugar

-          Su otro regalo es que podamos tener un poco de tiempo para nosotros solos. Alice intentaba sugerirlo de forma sutil — le dijo Jacob al oído

 

 

 

“Tiempo a solas” Eso fue todo lo que hizo falta para que desapareciera la casa. Podrían haber estado en cualquier otro lugar. Edward Cullen, ahora, Black, ya no veía ni los árboles ni las piedras ni las estrellas. Sólo a Jacob.

 

 

 

-          Déjame que te enseñe lo que han hecho — le instó, tirándole de la mano.


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