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Juntos por Liss83

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Ni Jacob ni Edward supieron que Alice les había enviado un anuncio de boda a los Vulturis hasta que les llegó el regalo de Aro. Estaban muy lejos, en la isla Esme, cuando Alice había tenido una visión de Jane y Alec, los gemelos de poderes devastadores, con otro grupo de soldados. Cayo planeaba enviar una partida de caza para comprobar si esa unión representaba un peligro para su especie, algo que iba en contra de su edicto, porque Jacob debía convertirse o ser silenciado de forma permanente ante la amplitud de sus conocimientos sobre el mundo de la noche. Así que Alice había enviado el anuncio por correo en previsión de que esto retrasara su actuación, mientras ellos descifraban el significado que esto ocultaba. Pero vendrían en algún momento. Eso era cierto.

 

 

 

El regalo en sí no era una abierta amenaza. Extravagante, sí, casi atemorizador en su misma excentricidad. La advertencia estaba en la frase de despedida de la felicitación de Aro, escrita de su puño y letra con tinta negra en un cuadrado de pesado papel blanco:

 

 

 

Aspiro con deleite a ver al nuevo señor Cullen en persona.

 

 

 

Jacob había rezongado que no había “un nuevo señor Cullen” sino Black, lo que había derivado en grandes carcajadas de parte de Rosalie y Emmett, que fueron secundadas por Seth.

 El regalo venía presentado en una antigua caja de madera elaboradamente tallada, grabada con oro y madreperla y adornada con un arco iris de gemas. Según Alice, la caja en sí misma era un tesoro de valor incalculable que podría haber oscurecido a cualquier pieza de joyería que fuera allí dentro.

 

 

 

-          Siempre me he preguntado por el paradero de las joyas de la corona después de que Juan de Inglaterra las empeñara en el siglo XIII — comentó Carlisle  —. Supongo que no me sorprende que los Vulturis tomaran parte en ello.

 

 

 

La cadena de oro era sencilla, con eslabones en forma de escamas, imitando a una suave serpiente que podía enrollarse alrededor del cuello. De ella colgaba una joya: un diamante blanco del tamaño de una pelota de golf.

El poco sutil recordatorio de la nota de Aro le interesó a Edward más que la misma joya. Los Vulturis necesitaban cerciorarse de que Jacob no hablaría y de la obediencia de los Cullen, y no tardarían en querer comprobar ambos aspectos. Y Edward no deseaba verlos cerca de Forks, por lo que sólo había una manera de mantener sus vidas allí a salvo.

 

 

 

-          No vas a ir solo — había insistido Jacob entre dientes, con las manos cerradas en forma de puños.

-          No me harán daño — replico Edward en el tono de voz más tranquilizador que pudo improvisar, forzándola a que sonara segura  —. No tienen motivos para eso, soy un vampiro. Caso cerrado.

-          No. No, ni hablar.

-          Jacke, es la única manera de proteger a los niños.

 

 

 

Y él no había sido capaz de argumentar en contra de esto. La lógica de su esposo era clara como el agua.

Durante el periodo de tiempo que había conocido a Aro, Edward se había dado cuenta de que su naturaleza era la del coleccionista, y sus piezas más valoradas eran las vivas. Codiciaba la belleza, el talento, y la rareza en sus seguidores inmortales más que cualquier joya que pudiese atesorar bajo las bóvedas de su hogar. Ya era suficientemente desafortunado que ambicionara las capacidades de Alice y las suyas, no quería darle más razones para que estuviera celoso de la familia de Carlisle. Renesmee y Elijah eran hermosos, tenía dones y eran únicos, sólo existían ellos en su especie. Él no debía verlos ni siquiera a través de los pensamientos de otro.

 

 

 

Alice no preveía ningún problema en el viaje de su hermano, pero le preocupaba la poca definición de sus visiones. Decía que a veces percibía algo brumoso cuando había decisiones externas que podrían entrar en conflicto, pero que aún no habían sido resueltas con solidez. Esta falta de certeza hacía que Jacob, ya vacilante, se opusiera de modo resuelto al propósito de su esposo. Jacob quería acompañarlo hasta que hiciera la conexión en Londres, pero Edward no deseaba dejar a sus hijos sin ambos padres, así que Carlisle vendría en su lugar. Esto relajó un tanto a la pareja, el saber que Carlisle estaría a unas pocas horas de distancia.

 

 

 

Alice continuó escaneando el futuro, pero sus hallazgos no guardaban relación alguna con lo que ella estaba buscando. Una nueva tendencia en el mercado de valores, una posible visita de reconciliación por parte de Irina, aunque su decisión aún no era firme, una tormenta de nieve que no nos afectaría al menos durante otras seis semanas, visitas a La Push y un encuentro con Bella, lo cual no le hizo nada de gracia a Jacob

 

 

 

Compraron los billetes para Italia el día después de que los niños cumplieran los tres meses. Edward planeaba que fuera una expedición muy corta, así que no habían hablado del tema con Billy. Seth lo sabía y se puso de lado de Jacob en ese asunto. Sin embargo, la discusión de aquel día versaba sobre Brasil, porque él estaba decidido a ir con la familia.

 

 

 

Ese día habían salido de caza los cuatro, Edward, Renesmee, Elijah y Seth, mientras Jacob había ido a ver algo sobre el reclamo que Elijah había hecho como líder de la manada. La dieta de sangre animal no era la favorita de los niños, y ése era el motivo por el cual se le permitía a Seth que los acompañase. El lobo lo había convertido en una competición entre ellos y eso hacía que ambos pequeños estuvieran más dispuestos a esta sesión de caza que a ninguna otra cosa.

 

 

 

Renesmee y Elijah tenían muy claro el asunto este de que cazar humanos no era bueno, por eso para ellos la sangre donada era un buen acuerdo. La sangre humana les satisfacía y parecía ser compatible con sus sistemas, pero reaccionaba a toda clase de comida sólida con la misma resignación martirizada que Jacob había mostraba ante la coliflor y las judías blancas. Al menos, la sangre animal era mejor que eso. Elijah tenía una naturaleza competitiva y el reto de vencer a Seth hacía que mirara la caza con expectación, animando también a su hermana

 

 

 

-          Seth — dijo Edward, intentando razonar con él de nuevo, mientras los niños bailoteaban delante de ellos en el gran claro, buscando un olor que les gustara  —, tú tienes aquí obligaciones, Sue, Leah... — Él resopló.

-          No soy su niñera. De todos modos, ellos también tienen responsabilidades en La Push.

-          ¿Y tú no? ¿Acaso vas a dejar de modo oficial el instituto, entonces? Si quieres mantener el nivel de Elijah vas a tener que estudiar en firme — razono el vampiro

-          Sólo me he tomado un año sabático. Regresaré a la escuela cuando las cosas... vayan más despacio.

 

 

 

Edward perdió la concentración en su parte de la discusión cuando él dijo eso, y ambos miramos de modo automático a los niños. Ellos estaban observando cómo los copos de nieve revoloteaban por encima de sus cabezas. Se derretían antes de que llegaran a la hierba que amarilleaba en el enorme prado con forma de cabeza de flecha donde se encontraban.

 

 

 

Elijah se agazapó durante un instante y luego saltó a unos cinco metros de altura por el aire delante de los adultos. Sus manitas atraparon un copo y se dejó caer con ligereza sobre los pies.

Se volvió hacia ellos con su sorprendente sonrisa, algo a lo que era imposible acostumbrarse, y abrió las palmas de las manos para mostrarles la estrella de hielo de ocho puntas perfectamente formada antes de que se derritiera.

 

 

 

-          Qué bonita — le contestó Seth, apreciando su gesto  —, pero creo que estás perdiendo el tiempo, Eli.

 

 

 

Él corrió de regreso hacia Seth, que le tendió los brazos justo en el momento en que él saltó dentro de ellos. Siempre se movían de un modo absolutamente sincronizado. Elijah hacía esto cuando debía decirle algo, porque seguía prefiriendo no hablar en voz alta. Por otro lado Renesmee llamo la atención de su papi y tocó su rostro, poniendo una adorable mala cara cuando escucharon el sonido de un pequeño rebaño de alces alejándose en el bosque.

 

 

 

-          Segurísimo que no tienes sed, cielo — repuso Edward con cierto talante sarcástico, pero más indulgente que otra cosa  —. ¡Yo creo que lo que pasa es que te da miedo que sea Seth el que coja el más grande otra vez!

 

 

 

Ella saltó al suelo de nuevo desde los brazos del vampiro, aterrizando con ligereza y poniendo los ojos en blanco, un gesto que la hacía parecerse un montón a Edward. Y luego salió disparada entre los árboles muy seguida de su hermano.

 

 

 

-          ¡Ya voy yo! — dijo Seth cuando se inclinó como si fuera a seguirlos. Se arrancó la camiseta mientras cargaba detrás de ellos hacia el bosque, temblando ya  —. ¡No vale si hacen trampas! — les gritó.

 

 

 

Edward sonrío a las hojas que habían dejado flotando detrás de ellos, al tiempo que sacudía la cabeza. Algunas veces Seth era más niño que los mismos niños. El vampiro hizo una pausa, dándoles a sus cazadores una ventaja de unos cuantos minutos. Era de lo más sencillo seguirles la pista y a Renesmee le encantaría sorprenderlo con el tamaño de su presa. Sonrío otra vez.

El estrecho prado estaba muy tranquilo, y desocupado. Los copos revoloteaban y se disolvían para desaparecer antes de caerme encima. Alice había visto que no llegaría una verdadera nevada hasta dentro de bastantes semanas.

 

 

 

Por lo general, Jacob solía acompañarlos en esas expediciones de caza, pero ese día estaba en la reserva, haciendo los arreglos para la transición de alfa de Sam a Elijah

De forma rutinaria, Edward recorrió con los ojos la ladera de la montaña en busca de presas y peligros mientras se ensimismaba en los acontecimientos inminentes. No pensó en ello, fue un impulso automático. O quizás había una razón para su escaneo, algo imperceptible que disparó sus sentidos agudos como cuchillas antes de que fuera siquiera consciente de ello.

 

 

 

Cuando sus ojos recorrieron el borde de un acantilado distante, que alzaba su contorno azul grisáceo contra el verde casi negro del bosque, un fulgor plateado, ¿o tal vez dorado?, atrapó su atención. Y entonces capto el pensamiento ¿Cómo había sido tan descuidado?

Su mirada se concentró en el color que no debía estar allí, tan lejano en la bruma que ni un águila hubiera sido capaz de descubrirlo. Se quedó observándolo.

Ella le devolvió la mirada.

 

 

 

No albergaba duda de que se trataba de una vampira. Su tez era del color blanco del mármol, y su textura un millón de veces más suave que la de la piel humana. Incluso bajo las nubes, relucía con ligereza. Y si no la hubiera delatado la piel, lo habría hecho la inmovilidad. Sólo los vampiros y las estatuas eran capaces de estar tan perfectamente quietos.

Tenía el pelo de color rubio muy claro, casi plateado. Ése había sido el resplandor que había captado su atención, ya que le caía recto, como cortado con una regla, hasta la altura de la barbilla, partido en dos lados iguales por una raya en medio.

 

 

 

“Irina”, susurro Edward para sí mismo. Había decidido venir, después de todo. Durante un momento se quedó mirándola y ella le devolvió la mirada. Alzo la mano a medias, como para saludar mientras se concentraba para leer su mente, pero su labio se torció un poco, dándole a su rostro un aspecto repentinamente hostil.

Escuchó el grito de victoria de Renesmee en el bosque y enseguida los aullido de Seth y Elijah, haciéndole eco, y vio cómo Irina contorsionaba la cara de modo reflexivo ante el sonido, cuando le llegó unos segundos más tarde. Su mirada se deslizó hacia la derecha, y supo lo que estaba viendo. Un enorme licántropo de color rojizo, quizás el mismo que había asesinado a su Laurent. ¿Cuánto tiempo llevaba observándolos? Seguro que el suficiente para apreciar la naturaleza y profundidad del cambio que se había producido entre lobos y vampiros.

Su rostro se contrajo en un espasmo de dolor.

 

 

 

De forma instintiva, abrió las manos frente a Edward en un gesto de disculpa. Mientras le daba la espalda, curvó el labio hacia arriba sobre los dientes, abrió las mandíbulas y aulló.

Cuando el tenue sonido le llegó, ella ya se había vuelto definitivamente y había desaparecido en el bosque.

 

 

 

-          ¡Maldición! — gruño el vampiro.

 

 

 

Salió disparado hacia el bosque detrás de sus hijos y Seth, preocupado por no tenerlos a la vista. No sabía en qué dirección había partido Irina, o lo furiosa que estaba en esos momentos. La venganza era una obsesión bastante común entre los vampiros, y no era nada fácil de suprimir. Si lo sabía él

Corriendo a la máxima velocidad, sólo le llevó dos segundos alcanzarlos.

 

 

 

-          El mío es más grande — insistía Renesmee cuando su papi se precipitó entre los espesos arbustos hasta el pequeño claro donde estaban.

-          Mentira — alegaba Elijah — díselo Seth

 

 

 

Las orejas de este se aplastaron hacia atrás cuando reconoció su expresión; se inclinó hacia delante, mostrando los dientes, con el hocico ensangrentado después de la caza. Sus ojos rastrearon el bosque y el vampiro pudo escuchar el rugido que comenzaba a formarse en su garganta.

Los niños estaban tan alerta como Jacob. Abandonando el ciervo muerto a sus pies, saltaron hacia los brazos del vampiro que ya los esperaban, apretando sus manos curiosas contra mis mejillas.

 

 

 

-          Es una reacción exagerada — les aseguro con rapidez  —. Todo va bien, o eso creo. Tranquilos.

 

 

 

Edward saco el móvil y toco el botón de marcación rápida. Jacob contestó al primer timbrazo. Seth y los niños escucharon con atención, a su lado, mientras informaba a al alfa.

 

 

 

-          Ven, llamare a Carlisle — comento con tanta rapidez que se preguntó si Jacob podría seguir la frase  —, he visto a Irina y ella me ha visto a mí, pero entonces ha escucho a Seth y a los niños, se ha enfurecido y ha huido, creo. No ha aparecido por aquí, bueno, no todavía, pero parecía bastante enfadada o sea que quizás se presente en cualquier momento. Y si no es así, Carlisle y yo debemos salir tras ella y hablarle. Ven por los niños — el rugido de Seth retumbó.

-          Estaré ahí en medio minuto — le aseguró Jacob y el vampiro escuchó el roce del viento que generó su carrera ya en fase.

 

 

 

Edward y Seth se apresuraron con los niños hacia el prado grande y allí esperaron en silencio mientras el vampiro aguzaba el oído para detectar la aproximación de alguien que no pudieran reconocer.

Pero el primer sonido que percibió era muy conocido. En un instante Jacob estuvo a su lado y Carlisle, unos cuantos segundos más tarde. No le sorprendió escuchar el conjunto de pesadas y grandes patas que siguió a Carlisle. Suponía que Seth había pedido refuerzos, ya que era lo normal al estar Elijah en el más mínimo riesgo.

 

 

 

-          Estaba allí, en lo alto de aquel acantilado — les dijo con rapidez, señalando el punto exacto. Si Irina estaba huyendo gozaba ya de una buena ventaja; ¿pararía ella para escuchar a Carlisle? Su expresión le hacía pensar a Edward que no  —. Quizá debería haberle dicho a Emmett y Jasper que vinieran también, pero no tuve cabeza. Parecía... realmente enfadada. Me rugió.

“¿Qué?” — inquirió Jacob con voz alterada, Carlisle puso una mano sobre en el lomo de su yerno instruyendo el significado de su gruñido.

-          Está sufriendo. Yo iré detrás de ella.

-          Yo voy contigo — insistió Edward.

“Edward…” — gruño Jacob

-          Debo ir, amor — dijo el vampiro — lleva a los niños a la casa grande. Esmes y Rosalie los podrán cuidar por cualquier eventualidad

 

 

 

Carlisle intercambio una larga con su hijo, en la que quizás estuvo midiendo la irritación de este con Irina frente a su capacidad de ayuda como lector de mentes. Al final, Carlisle asintió, y ambos se marcharon para seguir el rastro sin llamar a Emmett o Jasper.

 

 

 

Seth, enojado, empujó a Elijah por la espalda con la nariz. Quería llevarlo de vuelta a la seguridad de la casa, sólo por si acaso. Jacob estuvo de acuerdo con él y cada niño trepó sobre uno de los lobos para apresurarse hacia allá con Quill y Leah flanqueándolos.

Renesmee estaba encantada en la espalda de su padre. Como la expedición de caza se había suspendido, tendrían que apañarse con la sangre donada. Sus pensamientos eran bastante petulantes.

 

 

 

____________________

 

 

 

Carlisle y Edward no fueron capaces de interceptar a Irina antes de que su rastro desapareciera en el estrecho. Nadaron hasta el otro lado para ver si se había marchado en línea recta, pero no había ninguna pista suya en kilómetros fuera cual fuese la dirección que se tomara en la playa que daba al este.

 

 

 

Edward se sentía totalmente culpable. Ella había venido para hacer las paces, tal y como Alice había visto, y él no había podido explicarle nada. Deseaba haberla visto antes de que su amigo el lobo entrara en fase. También deseaba haber ido a cazar a cualquier otro lado.

No había mucho que se pudiera hacer. Carlisle había llamado a Tanya con aquellas noticias tan decepcionantes. Tanya y Kate no habían visto a Irina desde que decidieron ir a la boda y estaban consternadas por que hubiera llegado tan cerca sin volver a casa. Para ellas no era fácil haber perdido a su hermana, por muy temporal que fuera la separación. Edward se preguntó si esto les traería dolorosos recuerdos de cuando habían perdido a su madre hacía ya tantos siglos.

 

 

 

Alice pudo captar algunos atisbos del inmediato futuro de Irina, aunque nada demasiado concreto. No iba a regresar a Denali, y eso era todo lo que Alice podía decir. La imagen se mostraba nebulosa. Casi todo cuanto había podido entrever era que Irina estaba visiblemente alterada y que vagaba con una expresión devastada en el rostro por tierras salvajes barridas por la nieve... ¿Hacia el norte?, ¿al este...? No había tomado ninguna decisión definida sobre qué hacer más allá de este vagabundeo entristecido y sin dirección precisa.

 

 

 

Los días pasaron y aunque por supuesto nadie olvidó nada, Irina y su dolor se trasladaron al fondo de la mente de Edward. Había cosas más importantes que pensar en esos momentos. Se marcharía a Italia en pocos días y todos partirían a Sudamérica en cuanto Edward regresara.

Ya habían repasado cientos de veces hasta el menor de los detalles. Comenzarían con los ticunas, rastreando sus leyendas hasta donde pudieran llegar, lo más cerca posible de sus fuentes. Ahora que se había aceptado que Seth iría con ellos, él había adquirido un papel importante en los planes, ya que no parecía probable que la gente que creía en los vampiros quisiera contarnos a nosotros sus historias. Si los ticunas los llevaban a un callejón sin salida, había otras tribus relacionadas con ellos en la zona a las que investigar. Carlisle tenía algunos viejos amigos en el Amazonas; si eran capaces de encontrarlos, podrían tener también información para ellos. O al menos alguna sugerencia sobre dónde ir para buscar respuestas. Quedaban tres vampiros en el Amazonas, y era poco probable que ninguno de ellos guardara relación alguna con las leyendas de vampiros híbridos, ya que todas ellas eran mujeres. No había forma de saber adónde los llevaría su búsqueda.

 

 

 

Jacob aun no le había hablado todavía a Bill del largo viaje que iban a hacer y le daba vueltas a la manera más adecuada de decírselo mientras continuaba la discusión entre Edward y Carlisle. ¿Cuál sería la mejor manera posible de contarle las novedades?

Se quedó mirando a sus hijos. Estaban acurrucados en el sofá, con la respiración más lenta debido al sueño profundo y sus rizos enredados de forma desordenada en torno a su rostro. Por lo general, él y Edward los llevaban a su cabaña para acostarlos, pero esa noche, al estar Edward y Carlisle enfrascados en sus planes, se habían quedado con la familia.

 

 

 

Mientras tanto, Emmett y Jasper se mostraban emocionados con la perspectiva de explorar nuevas posibilidades de caza. El Amazonas ofrecía un cambio respecto a sus presas habituales. Jaguares y panteras, por ejemplo. Emmett tenía el capricho de luchar contra una anaconda. Esme y Rosalie estaban planeando qué meterían en las maletas. Seth había salido con la manada de Sam, preparando las cosas para su propia ausencia.

 

 

 

Alice se movió lentamente — para ella — alrededor de la gran habitación, arreglando de modo innecesario aquel espacio ya inmaculado, enderezando las guirnaldas colgadas por Esme a la perfección. Estaba recolocando los jarrones en el centro exacto del aparador justo en ese momento. Edward pudo observar por el modo en que cambiaba su rostro — ahora consciente, luego ausente, consciente de nuevo — que estaba escaneando el futuro. El vampiro suponía que intentaba ver, a través de los puntos ciegos que Jacob, Seth y los gemelos provocaban en sus visiones, lo que les esperaba en Sudamérica. Hasta que Jasper dijo: «Déjalo ya, Alice, ella no es cosa nuestra», y una nube de serenidad se extendió silenciosa e invisiblemente a través de la habitación. Alice debía de haberse estado preocupando otra vez por Irina.

 

 

 

La vampira le sacó la lengua a Jasper y después elevó un jarrón de cristal que estaba lleno de rosas blancas y rojas y se volvió hacia la cocina. Una de las flores blancas había comenzado a marchitarse, apenas una mínima traza, pero aquella noche Alice parecía querer alcanzar la perfección para distraerse de su falta de visiones.

Edward se quedó mirando de nuevo a los gemelos, así que no vio cuando el jarrón se deslizó de las manos de Alice. Sólo escuchó el susurro del aire al rozar el cristal y sus ojos se elevaron a tiempo de ver cómo el florero se destrozaba contra el suelo de mármol de la cocina en diez mil fragmentos diamantinos.

 

 

 

Todos se quedaron inmóviles mientras los trozos saltaban y se dispersaban en todas direcciones con un tintineo desagradable, los ojos fijos en la espalda de Alice.

El primer pensamiento lógico de Edward fue que les estaba gastando alguna broma. Porque no había forma alguna de que pudiera haber dejado caer el jarrón por accidente. Se habría lanzado a través de la habitación para cogerlo él mismo, y con tiempo suficiente, si no hubiera supuesto que ella lo haría. Además, ¿cómo era posible que se le hubiera deslizado entre los dedos? Esos dedos perfectamente seguros...

Nunca había visto a ningún vampiro dejar caer nada por accidente. Jamás.

Y después Alice se volvió para enfrentarse a su familia, con un movimiento tan rápido que casi no existió.

 

 

 

Sus ojos estaban en parte allí y en parte perdidos en el futuro, dilatados, fijos, llenando de tal modo su rostro delgado que parecía que se le iban a salir. Mirarla a los ojos era como asomarse desde el interior de una tumba hacia fuera. Entonces Edward se asomó a su mente y jadeo, un sonido roto, medio ahogado.

 

 

 

-          ¿Qué? — rugió Jasper, saltando a su lado en un movimiento borroso por su rapidez, aplastando los cristales rotos bajo sus pies. La agarró de los hombros y la sacudió con fuerza. Ella pareció balancearse en silencio entre sus manos  —. ¿Qué es, Alice?

 

 

 

Emmett se movió en la visión periférica de Edward, con los dientes al descubierto mientras sus ojos se precipitaban hacia la ventana anticipando un ataque.

No hubo más que silencio procedente de Esme, Carlisle y Rose, que se quedaron completamente paralizados. Jasper sacudió de nuevo a Alice.

 

 

 

-          ¿Qué pasa? — dijo Jacob entrando

-          Vienen a por nosotros — susurraron Alice y Edward a la vez, sincronizados a la perfección  —, y acuden todos.

 

 

 

Silencio.

Por una vez, Jacob fue el más rápido en comprender, porque algo en sus palabras disparó su propia visión. Era sólo el recuerdo distante de un sueño, tenue, transparente, inconcreto, como si estuviera mirando a través de una gasa espesa... En su mente, vio la línea negra avanzar hacia él, el fantasma de su pesadilla de hacia meses casi olvidada. No pudo distinguir el reflejo de sus ojos color rubí en esa imagen que se percibía tras un velo, ni el brillo de sus agudos dientes húmedos, pero sabía que estaban allí... Más fuerte que el recuerdo de la pesadilla llegó la evocación del sentimiento, la necesidad desgarradora de proteger aquella cosa preciosa que tenía a sus espaldas.

Quería tomar a sus hijos en sus brazos, esconderlos detrás de su piel, hacerlos invisible, pero ni siquiera logro darse la vuelta para mirarlos, porque más que en piedra, parecía haberse convertido en hielo. Por primera vez desde que había convertido en licántropo, sintió frío.

 

 

 

Apenas pudo escuchar la confirmación de sus miedos. No lo necesitaba, porque él ya lo sabía.

 

 

 

-          Los Vulturis — gimió Alice.

-          Vienen todos — gimió Edward casi al mismo tiempo.

-          ¿Por qué? — susurró Alice para sus adentros  —. ¿Cómo?

-          ¿Cuándo? — preguntó Edward con un hilo de voz.

-          ¿Por qué? — inquirió Esme a su vez en un eco.

-          ¿Cuándo? — insistió Jasper con un gruñido que sonó igual que el hielo al astillarse.

 

 

 

 


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