Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Juntos por Liss83

[Reviews - 19]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Jacob peinó la línea rival con la vista y no tuvo dificultad alguna en localizar la posición de dos pequeñas figuras envueltas en capas grises, no muy lejos de donde se cocían las decisiones. Alec y Jane, los miembros más menudos de la guardia, permanecían junto a Marco, flanqueados al otro lado por Demetri. Sus adorables rostros no delataban emoción alguna. Lucían las capas más oscuras, en sintonía con el negro puro de las de los antiguos. Los gemelos brujos, como los llamaba Vladimir, eran la piedra angular de la ofensiva de los Vulturis. Las piezas selectas de la colección de Aro.

Edward flexionó los músculos mientras la boca se me llenaba de veneno.

 

 

 

Cayo y Aro recorrían la fila contraria con esos ojos como brasas ensombrecidas por las capas. Se veía escrito el desencanto en las facciones de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona a la que echaba en falta. Frunció los labios con disgusto.

En ese instante, Edward se sintió más que agradecido por la deserción de Alice, a pesar que aumentó de cadencia conforme la pausa se prolongaba.

 

 

 

-          ¿Qué opinas, Edward? — inquirió Carlisle con un hilo de voz. Estaba ansioso.

-          No están muy seguros de cómo proceder. Sopesan las opciones y eligen los objetivos clave: Eleazar, Tanya, tú, por descontado, y yo mismo. Marco está valorando la fuerza de nuestras ataduras. Les preocupan sobremanera los rostros que no identifican, Zafrina y Senna sobre todo, y los lobos, eso por supuesto. Nunca antes se habían visto sobrepasados en número. Eso es lo que les detiene.

-          ¿Sobrepasados...? — cuchicheó Tanya con incredulidad.

-          No cuentan con la participación de los espectadores — contestó Edward  —. Son un cero a la izquierda en un combate. Están ahí porque Aro gusta de tener público.

-          ¿Debería hablarles? — preguntó Carlisle y Edward vaciló durante unos segundos, pero luego asintió.

-          No vas a tener otra ocasión.

 

 

 

Carlisle cuadró los hombros y se alejó varios pasos de la línea defensiva. Qué poca gracia le hacía a todos verlo ahí solo y desprotegido. Extendió los brazos y puso las palmas hacia arriba a modo de bienvenida.

 

 

 

-          Aro, mi viejo amigo, han pasado siglos...

 

 

 

Durante un buen rato, reinó un silencio sepulcral en el claro nevado. Se podía percibir cómo iba creciendo la tensión en Edward cuando Aro evaluó las palabras de Carlisle. La tirantez iba a más conforme transcurrían los segundos.

Entonces, Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga. El escudo del cabecilla, Renata, le acompañó como si las yemas de sus dedos estuvieran pegadas a la túnica de su amo. Las líneas Vulturis reaccionaron por vez primera. Un gruñido apagado cruzó sus filas, pusieron rostro de combate y crisparon los labios para exhibir los colmillos. Unos pocos guardias se acuclillaron, prestos para correr.

Aro alzó una mano a fin de contenerlos.

 

 

 

-          Paz — dijo y anduvo unos pocos pasos más y luego ladeó la cabeza. La curiosidad centelleó en sus ojos blanquecinos — Hermosas palabras, Carlisle — resopló con esa vocecilla suya tan etérea  —. Parecen fuera de lugar si consideramos el ejército que has reclutado para matarnos a mí y mis allegados.

 

 

 

Carlisle sacudió la cabeza para negar la acusación y le tendió la mano derecha como si no mediaran cien metros entre ambos.

 

 

 

-          Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue ésa mi intención.

-          ¿Qué puede importar el propósito, mi querido amigo, a la vista de cuanto has hecho? — dijo Aro entornando sus ojos legañosos.

 

 

 

A continuación, torció el gesto y una sombra de tristeza le nubló el semblante. No se podía dilucidar si Aro fingía o no.

 

 

 

-          No he cometido el crimen por el que me vas a sentenciar.

-          Hazte a un lado en tal caso y déjanos castigar a los responsables. De veras, Carlisle, nada me complacería más que respetar tu vida en el día de hoy.

-          Nadie ha roto la ley, Aro, deja que te lo explique — insistió Carlisle, que ofreció otra vez su mano.

 

 

 

Cayo llegó en silencio junto a Aro antes de que éste pudiera responder.

 

 

 

-          Has creado y te has impuesto muchas reglas absurdas y leyes innecesarias — siseó el anciano de pelo blanco  —. ¿Cómo es posible que defiendas el quebrantamiento de la única importante?

-          Nadie ha vulnerado la ley. Si me escucharan...

-          Vemos a los niños, Carlisle — refunfuñó Cayo  —. ¡Y son dos! ¡No nos tomes por idiotas!

-          Ella no son inmortal, ni tampoco vampiros. Puedo demostrarlo en cuestión de segundos.

-          Si ellos no son unos de las prohibidas — le atajó Cayo  —, entonces, dime, ¿por qué has reclutado un batallón para defenderlos?

-          Son testigos como los que tú has traído, Cayo — Carlisle hizo un gesto hacia la linde del bosque, donde estaba la horda enojada; algunos integrantes de la misma reaccionaron con gruñidos  —. Cualquiera de esos amigos puede declarar la verdad acerca de esos niños, y también puedes verlo por ti mismo, Cayo. Observa el flujo de la sangre por sus mejillas.

-          ¡Eso es un subterfugio! — le espetó Cayo  —. ¿Dónde está la denunciante? ¡Que se adelante! — estiró el cuello y miró a su alrededor hasta localizar a la rezagada Irina detrás de las ancianas  —. ¡Tú, ven aquí!

 

 

 

La interpelada le miró con fijeza y desconcierto. Su rostro parecía el de quien no se ha recuperado de la pesadilla de la que se ha despertado. Cayo chasqueó los dedos con impaciencia. Uno de los guardaespaldas de las esposas se colocó junto a Irina y le propinó un empellón. Ella parpadeó dos veces y luego echó a andar en dirección a Cayo ofuscada por completo. Se detuvo a unos metros del cabecilla, todavía sin apartar los ojos de sus hermanas.

 

 

 

Cayo salvó la distancia existente y le cruzó la cara de una bofetada. El tortazo no debió de hacerle mucho daño, pero resultó de lo más humillante. La escena recordaba a alguien pateando a un perro. Tanya y Kate sisearon a la vez.

Irina se envaró y al final miró a Cayo; éste señaló a Renesmee y a Elijah con uno de sus dedos engarfiados. Los niños seguían en el lomo de su padre, Elijah con los dedos hundidos en el pelaje de Seth. Cayo se puso púrpura al ver a Bella tan furiosa. Un gruñido retumbó en el pecho de Jacob.

 

 

 

-          Sigue siendo mortal — acuso

-          Pero es parte de nuestro mundo de manera irremediable — aseguro Carlisle — si me dejases mostrártelo… — y ofreció su mano

-          ¿Son ésos los niños que viste? — inquirió Cayo ignorando las palabras de Carlisle  —. Los que eran manifiestamente más que humanos...

 

 

 

Irina miró con ojos de miope a su familia, estudiando a los niños por vez primera desde que pisó el claro. Ladeó la cabeza con la confusión escrita en las facciones.

 

 

 

-          ¿Y bien...? — rezongó el líder de los Vulturis.

-          No... no estoy segura — admitió ella con tono perplejo.

 

 

 

La mano del anciano se tensó, como si fuera a abofetearla de nuevo.

 

 

 

-          ¿Qué quieres decir con eso? — quiso saber Cayo en un susurro acerado.

-          No son iguales, aunque creo que podrían ser ellos, es decir, me parece que lo son, pero han cambiado. Los que vi no era tan grande como ésos...

 

 

 

Su interlocutor soltó un jadeo entrecortado entre los dientes, de pronto perfectamente visibles. La vampira enmudeció antes de terminar. Aro revoloteó hasta la altura de Cayo y le puso una mano en el hombro a fin de calmarle.

 

 

 

-          Sosiégate, hermano. Disponemos de tiempo para dilucidar esto. No hay necesidad de apresurarse.

 

 

 

Cayo le volvió la espalda a Irina con expresión malhumorada.

 

 

 

-          Ahora, dulzura — empezó Aro con voz melosa y aterciopelada mientras extendía la mano hacia la confusa vampira  —, muéstrame qué intentas decir.

 

 

 

Irina tomó la mano del Vulturis con algunos reparos. Él retuvo la suya por un lapso no superior a cinco segundos.

 

 

 

-          ¿Lo ves, Cayo? — murmuró  —. Obtener lo que deseamos es muy fácil.

 

 

 

El interpelado no le respondió.

Aro miró por el rabillo del ojo a su público y a sus tropas, luego se volvió hacia Carlisle.

 

 

 

-          Al parecer, tenemos un misterio entre manos. Da la impresión de que los niños han crecido a pesar de que el primer recuerdo de Irina correspondía de forma indiscutible al de una inmortal. ¡Qué curioso!

-          Esto es justo lo que intentaba explicar — repuso Carlisle.

 

 

 

Hubo un cambio en el tono de la voz de Carlisle, a causa del alivio. Ésa era la pausa en la que habían depositado sus dubitativas esperanzas. Jacob no experimentó alivio alguno. Se limitó a esperar, insensible de pura rabia, al desarrollo de la estrategia que le había anunciado Edward.

Carlisle tendió la mano una vez más y Aro vaciló durante un momento.

 

 

 

-          Preferiría la versión de algún protagonista de la historia, amigo mío. ¿Me equivoco al aventurar que esta violación de la ley no es cosa tuya?

-          Nadie ha quebrantado la ley.

-          Sea como sea, he de obtener todas las caras de la verdad — la voz sedosa de Aro se endureció  —. El mejor medio para conseguirlo es ese prodigio de hijo tuyo — ladeó la cabeza en dirección a Edward  —. Asumo cierta participación por su parte a juzgar por cómo se aferran los niños a su mano.

 

 

 

Naturalmente que deseaba a Edward y eso Jacob lo sabía muy bien, por lo que Bella le había contado. Se enteraría de los pensamientos de todos una vez que pudiera ver los pensamientos de Edward; los de todos, salvo los de la chica.

El vampiro se volvió para depositar un beso apresurado en la frente de sus hijos y unir la suya a la de su pareja. Luego, echó a andar con grandes zancadas por el campo nevado. Palmeó la espalda de Carlisle al pasar. Se percibió un lloriqueo apenas audible a sus espaldas. El miedo de Esme se dejaba notar.

 

 

 

Observaron un aumento de intensidad en el brillo de la neblina que envolvía a los Vulturis. Jacob no podía soportar la visión de Edward cruzando el blanco campo a solas, pero todavía se le hacía más difícil la idea de acompañarlo y poner a sus hijos un paso más cerca de sus adversarios. Se debatió, presa de sentimientos encontrados. Se había quedado tan helado que un simple golpe habría hecho saltar sus extremidades en mil esquirlas de hielo.

 

 

 

Bella detectó una mueca de mofa en la sonrisa de Jane cuando Edward rebasó la mitad de la distancia de separación entre ambas fuerzas y quedó más cerca de los Vulturis que de su bando.

El desdén de ese mohín la sacó de sus casillas. Su rabia aumentó, alcanzando incluso niveles superiores a la desesperación que había sentido cuando vio lo mucho que arriesgaban los lobos en aquella batalla condenada al fracaso. Paladeó el sabor de la locura. La demencia le cubrió con una oleada de puro poder. Tenía los músculos en tensión y actuó sin pensárselo dos veces. Arrojó el escudo con todas sus fuerzas. Voló sobre el campo como una jabalina y alcanzó una distancia imposible, multiplicando por diez su mejor lanzamiento.

 

 

 

El esfuerzo la hizo resoplar con furia.

El escudo se había convertido en un estallido de pura energía, en una suerte de nube atómica hecha de acero líquido. Latía como un ser vivo. Lo notaba desde el centro rematado en punta hasta los bordes.

No podía permitir que aquello volviera a su posición inicial como si se tratara de una tela elástica... Y en ese momento de fuerza en estado puro vio con absoluta lucidez que la resistencia y ese retroceso al estado anterior habían sido cosa de su propia invención. Se había aferrado a esa parte de sí como autodefensa y de forma inconsciente no la había dejado ir. Ahora lo había hecho, había enviado su escudo a cincuenta metros largos de su posición sin esfuerzo alguno y sin que hubiera necesitado demasiada concentración. Lo notó tan sumiso a su voluntad como cualquier otro músculo. Lo impulsó hacia delante y le dio una forma larga y ovalada.

 

 

 

De pronto, pasó a formar parte de ella todo cuanto estaba debajo de aquel escudo flexible de acero. La fuerza vital de ese interior se presentaba ante sus sentidos como puntos incandescentes, y se vio rodeada por un cegador chisporroteo de luz. Bella impulsó el escudo hacia el vasto claro y suspiro de alivio cuando la figura iluminada de Edward quedó bajo su amparo. Sostuvo allí la protección ovalada y contrajo ese nuevo músculo a fin de rodear a Edward e interponer entre él y nuestros adversarios una lámina fina pero irrompible.

 

 

 

Todo había cambiado en apenas un segundo, pero nadie se había percatado todavía de esa brusca alteración, salvo Bella. Jacob veía como su esposo seguía caminando hacia el cabecilla de los Vulturis. A Bella se le escapó una carcajada. Los demás la miraron, y Jacob movió esos ojazos negros suyos y los clavó en ella como si se hubiera vuelto loca.

 

 

 

Edward se detuvo a escasos metros de Aro. Bella comprendió, no sin cierto pesar, que podía pero no debía evitar el intercambio de imágenes mentales, pues el objetivo de todos sus preparativos era conseguir que los Vulturis prestaran atención a su versión de la historia. La idea le causaba verdadero malestar físico, pero al final, a regañadientes, retiró la protección y dejó expuesto a Edward. Jacob se concentró por completo en su marido, listo para defenderlo de inmediato si algo salía mal.

 

 

 

Él alzó el mentón con aire orgulloso y le ofreció una mano al líder de los Vulturis como si le concediera un gran honor. El anciano parecía lisa y llanamente encantado, pero nunca llueve a gusto de todos. Renata revoloteaba nerviosa a la sombra de su señor. El ceño de Cayo era tan hondo y permanente que daba la impresión de que esa piel traslúcida y fina como el papel iba a quedarse arrugada para siempre. La pequeña Jane exhibía los dientes mientras, a su lado, Alec entornaba los ojos para concentrarse mejor. Jacob intuyo que estaba listo para actuar en cuanto ella le avisara.

 

 

 

Aro se acercó sin pausa alguna. En realidad, ¿qué debía temer? Las grandes sombras proyectadas por los luchadores de ropajes gris claro, tipos fornidos como Félix, se hallaban a escasos metros. Gracias a su don abrasador, Jane podía tumbar a Edward contra el suelo y hacer que se retorciera de dolor. Alec le cegaría y le atontaría antes de que pudiera dar un paso hacia él. Nadie sabía que Bella tenía el poder de detenerlos, ni siquiera el propio Edward, cuya mano tomó Aro con una sonrisa de despreocupación; de inmediato, cerró los ojos con fuerza y encorvó los hombros bajo el ímpetu de la primera oleada de información.

 

 

 

El Vulturis se hallaba ahora al corriente de todas las estrategias, todas las ideas y todos los pensamientos ocultos que Edward hubiera leído en las mentes de quienes había tenido a su alrededor en el último mes. Y aún más, también iba a enterarse de las visiones de Alice, de cada momento de silencio en la familia Cullen, cada imagen reproducida por las mentes de Renesmee y Elijah, cada beso, cada roce entre Edward y Jacob... De eso, también.

Jacob gruño con frustración. Bella se turbo un momento y el escudo se agitó como reflejo de su irritación, cambiando de forma y encogiéndose alrededor. De su bando

 

 

 

-          Cálmate, Jacob — le susurró Zafrina.

 

 

 

Bella apretó los dientes. Entendía perfectamente a su amigo

Aro continuó concentrado en los recuerdos de Edward, que, con los músculos del cuello agarrotados, también había agachado la cabeza mientras leía la información que su interrogador iba obteniendo de él, así como la reacción del anciano a todo aquello.

 

 

 

Esta desigual ida y vuelta se prolongó durante tanto tiempo que empezó a cundir el nerviosismo entre los miembros de la guardia. Los murmullos crecieron hasta que Cayo ordenó guardar silencio con un brusco ademán. Jane se inclinaba hacia delante, como si no pudiera evitarlo, y el rostro de Renata estaba rígido a causa de la tensión. Bella estudió a esa protectora tan poderosa que ahora parecía asustada y débil. Ella era de gran utilidad para Aro, sin duda, pero seguro que no como guerrero. Su trabajo no era luchar, sino proteger. No había ansia de sangre en ella.

Aro cuando se enderezó. Abrió los ojos enseguida con expresión sobrecogida y gesto precavido. No soltó la mano de Edward.

Este tenía los músculos algo más relajados.

 

 

 

-          ¿Lo ves? — preguntó Edward con la voz sedosa que empleaba cuando estaba calmado.

-          Sí, ya veo, ya — admitió Aro. Curiosamente, parecía divertido  —. Dudo que nunca se hayan visto las cosas con tanta claridad entre dos dioses o dos mortales.

 

 

 

Los rostros de los disciplinados miembros de la guardia mostraron la misma incredulidad que el de Bella.

 

 

 

-          Me has dado mucho en lo que pensar, joven amigo, no esperaba tanto — prosiguió el anciano sin soltar la mano de Edward, cuya posición rígida era la propia de quien escucha. Pero no le contestó  —. ¿Puedo conocerlos? — pidió Aro, casi lo imploró, con repentino interés  —. En todos mis siglos de vida jamás había concebido la existencia de unas criaturas semejantes. Menudo apéndice a nuestras historias...

-          ¿De qué va esto, Aro? — espetó Cayo antes de que Edward tuviera ocasión de responder.

 

 

 

La simple formulación de la pregunta hizo que los gemelos se agazaparan en lomo de su padre.

 

 

 

-          De algo con lo que tú ni siquiera has soñado, mi pragmático amigo. Tómate un momento para cavilar, porque la justicia que pretendíamos aplicar no alcanza a este caso. — Cayo soltó un siseo de sorpresa al oír semejantes palabras — Paz, hermano — le advirtió Aro en tono conciliador.

 

 

 

Todo aquello eran buenas noticias, en teoría. Se habían pronunciado las palabras que los Cullen esperaban y parecía estar próximo el indulto que ninguno creía posible. Aro se había abierto a la verdad y había admitido que no se había quebrantado la ley.

Pero Jacob mantenía los ojos fijos en Edward, que seguía rígido y envarado. Luego, revisó mentalmente la instrucción de Aro a Cayo, invitándole a «cavilar», y percibió el doble sentido del verbo.

 

 

 

-          ¿Vas a presentarme a tus hijos? — volvió a preguntar Aro.

 

 

 

Cayo no fue el único en sisear ante esa nueva revelación.

Edward asintió a regañadientes. No obstante, los gemelos se habían ganado a muchos otros. Y el anciano siempre había dado la impresión de llevar la voz cantante entre los Vulturis. ¿Actuarían los demás contra los Cullen si él se ponía de su lado?

El veterano líder seguía sin soltar la mano de Edward, pero al menos contestó ahora a la pregunta que el resto no había oído.

 

 

 

-          Dadas las circunstancias, considero aceptable un compromiso en este punto. Nos reuniremos a mitad de camino entre los dos grupos.

 

 

 

Dicho esto, liberó al fin a Edward, que se volvió hacia su familia. El líder Vulturis se unió a él y le pasó un brazo por el hombro de modo casual, como si fueran grandes amigos. Todo para mantener el contacto con la piel de Edward. Comenzaron a cruzar el campo de batalla en nuestra dirección.

La guardia entera hizo ademán de echar a andar detrás de ellos, pero Aro alzó una mano con desinterés y los detuvo sin dirigirles siquiera una mirada.

 

 

 

-          Deténganse, mis queridos amigos. En verdad les digo que no albergan intención de hacernos daño alguno si nos mostramos pacíficos.

 

 

 

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).