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Juntos por Liss83

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La respiración de Esme sonaba entrecortada a sus espaldas. Se adelantó, acariciándoles los rostros al pasar, para situarse junto a Carlisle.

Se tomaron de la mano.

De pronto, se vieron rodeados por una sucesión de palabras de despedida y frases de cariño dichas a media voz.

 

 

 

-          Te seguiré adonde quieras si sobrevivimos a esto, mujer — le aseguró Garrett a Kate con un susurro.

-          A buenas horas me lo dices... — murmuró ella.

 

 

 

Rosalie y Emmett intercambiaron un beso rápido, pero cargado de pasión.

Tía acarició el semblante de Benjamín; éste le devolvió la sonrisa con alegría, le tomó la mano y la sostuvo junto a su mejilla.

Bella no terminó de ver todas las manifestaciones de amor y dolor, pues el escudo percibió una repentina alteración en el aire que atrajo su atención. No era capaz de determinar su procedencia, pero se percató de que estaba dirigida a los extremos de su grupo, en especial a Siobhan y Liam. La presión no causó daño alguno y luego desapareció.

No se manifestó ningún cambio en las formas calladas e inmóviles de los ancianos en conciliábulo, pero tal vez me había perdido alguna señal.

 

 

 

-          Prepárense — susurró la chica a los demás  —. Está a punto de empezar.

 

 

 

Una de las vampiras que custodiaban a los Vulturis se concentró en mirar fijamente a los Cullen y sus amigos

 

 

 

-          Chelsea intenta romper nuestras ligaduras, pero no logra encontrarlas — le susurró Edward a Bella  —. No nos siente aquí — ¿Es cosa tuya? — esta le dedico una sonrisa fiera.

-          He terminado con todo eso.

 

 

 

De pronto, Edward se alejó de su lado y tendió la mano hacia Carlisle. Al mismo tiempo, Bella sintió una punzada muy aguda en el escudo a la altura donde protegía la luz de Carlisle. No era dolorosa, pero tampoco agradable.

 

 

 

-          ¿Estás bien, Carlisle? — inquirió Edward, fuera de sí.

-          Sí, ¿por qué...?

-          Por Jane — respondió su hijo.

 

 

 

Una docena de ataques punzantes chocaron contra la superficie del escudo en cuanto pronunció su nombre. Doce brillos marcaron las diferentes zonas del impacto. Al parecer, la menuda vampira no había sido capaz de atravesar el blindaje. Bella miró a su alrededor de inmediato: todos estaban bien.

 

 

 

-          Increíble — comentó Edward.

-          ¿Por qué no han esperado a la decisión? — siseó Tanya.

-          Es el procedimiento habitual — respondió Edward con brusquedad — Suelen incapacitar a los acusados en el juicio a fin de impedirles la escapatoria.

 

 

 

Jacob miró al otro lado del claro. Jane contemplaba sus líneas con incredulidad e ira, quizás porque hasta ese momento nadie había aguantado de pie ni uno de sus feroces asaltos, a excepción de ella.

Nadie lo había deducido todavía, pero sabía que Aro iba a tardar medio segundo en suponer, si es que no lo había hecho ya, que el escudo de Bella era mucho más poderoso de lo que él conocía a través de Edward. Era absurdo creer que podía mantenerlo en secreto cuando ya le habían dibujado una diana en la frente a la chica, por lo que le dedico a Jane una enorme sonrisa de presunción.

Ella entornó los ojos y Bella sintió la presión de otra punzada, ésta lanzada directamente contra ella.

 

 

 

Retiró los labios para enseñarle los dientes.

Jane profirió un grito penetrante, sobresaltando a todos, incluso a los componentes de la disciplinada guardia; a todos, menos a los tres ancianos, quienes siguieron centrados en su conferencia. Su gemelo la aferró por el brazo para retenerla cuando se agachaba para tomar impulso y saltar.

Los rumanos comenzaron a reír entre dientes como muestra de su sombría expectación.

 

 

 

-          Te dije que era nuestro turno — le recordó Vladimir a Stefan.

-          Tú sólo mira la cara de la bruja — le contestó el otro entre risas.

 

 

 

Alec palmeó con suavidad el hombro de su hermana antes de ampararla bajo el brazo. Volvió hacia los Cullen su angelical rostro y los miró con gran serenidad.

Bella esperó alguna presión o indicio de su ataque, pero no notó nada. Él continuó con la vista clavada en los acusados sin descomponer las agraciadas facciones. ¿Los estaba atacando? ¿Sería capaz de atravesar el escudo? ¿Era la única que aún podía verle? Apretó la mano de Edward.

 

 

 

-          ¿Te encuentras bien? — inquirió con voz ahogada.

-          Sí — le contestó él.

-          ¿Lo está intentando Alec? — Edward asintió.

-          Su don opera más despacio que el de Jane. Se desliza... Va a tardar en llegar todavía unos segundos.

 

 

 

Entonces, en cuanto Bella tuvo una pista de lo que debía buscar, consiguió localizarlo.

Una extraña neblina relumbrante iba cruzando por encima del prado. Apenas era visible por culpa del blanco de la nieve. Le recordó a un espejismo: una leve distorsión de la vista, la insinuación de un resplandor débil. Alejó un poco la barrera de protección de Carlisle y el resto de la primera línea, temerosa de mantenerla cerca de ellos cuando se produjera el impacto de la bruma deslizante. ¿Qué ocurriría si atravesaba su blindaje intangible? ¿Debían echar a correr?

 

 

 

Un murmullo sordo recorrió el suelo que pisaban y un golpe de aire alborotó la nieve del espacio intermedio existente entre sus fuerzas y las del enemigo. Benjamín también había visto la amenaza reptante y ahora intentaba alejar la niebla de sus posiciones. La nieve permitía ver con más facilidad cómo lanzaba un soplo de brisa tras otro contra la nube de vaho, pero ésta no se resentía en modo alguno del embate de los mismos. Parecía airecillo pasando de forma inofensiva por encima de una sombra, y la sombra era inmune a los efectos del vientecillo.

 

 

 

Los ancianos se separaron al fin, deshaciendo esa formación en triángulo, cuando en medio de un quejido desgarrador, se abrió una brecha honda y estrecha en la mitad del claro. La tierra tembló bajo los pies durante unos instantes. Parte de la nieve acumulada cayó en picado al interior de la abertura, pero la niebla saltó limpiamente el obstáculo, del que salió tan incólume como del viento.

 

 

 

Aro y Cayo contemplaron la fisura abierta en la tierra con ojos como platos. Marco miró en la misma dirección, pero sin emoción alguna en su expresión. No despegaron los labios y se pusieron a esperar también mientras la lengua de niebla se acercaba hasta el bando opuesto. Jane había recobrado la sonrisa.

Entonces la calima se topó con un muro.

 

 

 

Bella notó en cuanto rozó su escudo. Tenía un sabor denso y muy dulce, hasta resultar empalagosa. Parecía en cierto modo ese embotamiento de la lengua tan característico de la novocaína.

La lengua de vaho culebreó arriba y abajo en busca de una brecha, de una debilidad en el dique defensivo, y no lo logró. Los zarcillos fuliginosos rasparon de un lado para otro en su intento de hallar una vía, un acceso, y en el proceso dejaron entrever el sorprendente tamaño de la pantalla protectora.

Se levantó una oleada de gritos sofocados y exclamaciones a ambos lados de la fisura abierta por Benjamín.

 

 

 

-          ¡Bien hecho, Bella! — la felicitó éste en voz baja. La chica volvió a sonreír.

 

 

 

Bella llego a ver los ojos entrecerrados de Alec, y cuando su neblina se arremolinó cerca de los límites del escudo, totalmente inofensiva, leyó la duda en las facciones de su cara por vez primera.

La chica supuso entonces que podía con eso y también que se había convertido en el objetivo prioritario del enemigo, la primera que debía morir, pues podrían resistir en una posición de superioridad con respecto a los Vulturis siempre que ella permaneciera en pie. Además de ella, seguían contando con el concurso de Benjamín y Zafrina, mientras que ellos ya no tenían ningún otro sostén sobrenatural. Y así iba a ser mientras no la aniquilaran.

 

 

 

-          Debo mantener la concentración — le dijo a Edward con un hilo de voz  —. Va a ser más difícil escudar a la gente adecuada cuando llegue el mano a mano.

-          Jacob y yo los apartaremos de ti.

“No, tú encargarte de Demetri” pensó Jacob “Zafrina y yo nos encargaremos — Ella asintió con gesto solemne.

-          ¿Zafrina, puedes cubrir a Bella? — pregunto Edward

-          Nadie tocará a esta joven — le prometió la vampira  —. Tenía pensado ir a por Jane y Alec yo misma, pero aquí voy a hacer mejor papel.

-          Jane es cosa mía — masculló Kate  —. Necesita probar un poco de su propia medicina.

-          Y Alec me debe demasiadas vidas, así que voy a ajustarle las cuentas — refunfuñó Vladimir en el otro costado  —. Déjalo de mi mano.

-          Yo sólo quiero a Cayo — dijo Tanya sin vida alguna en la voz.

 

 

 

El resto de su grupo empezaron también a repartirse los adversarios, pero enseguida se vieron interrumpidos por Aro que al fin habló con calma, sin parecer muy afectado por la ineficacia de la neblina.

 

 

 

-          Antes de votar... — empezó. Bella sacudió la cabeza con rabia. Estaba harto de aquella charada. El ansia de sangre le impulsaba de nuevo y le molestaba mucho que su mejor forma de ayudar le exigiera mantenerse en la retaguardia. Quería luchar. Aunque ahora tenía otras prioridades  —. No tiene por qué haber violencia sea cual sea la decisión del concilio, se los recuerdo.

 

 

 

Edward soltó una sombría carcajada. Aro lo miró con tristeza.

 

 

 

-          La muerte de cualquiera de ustedes sería una pérdida lamentable para nuestra raza, pero sobre todo en tu caso, joven Edward, y en el de tu… amiga mortal. Los Vulturis acogeríamos de buen grado a muchos de ustedes en nuestras filas. Bella, si mal no recuerdo, Alice dijo que tu mayor sueño era ser inmortal… — y sonrió — yo te lo puedo dar

-          Las cosas cambian Aro — dijo la chica — estoy aquí por mis amigos, no por la inmortalidad

-          Los accidentes pasan mi bella dama — dijo Aro y más de un Cullen gruño

-          Lo mismo digo — respondió Bella sonriendo

-           Benjamín, Zafrina, Kate. Se les ofrecen muchas alternativas. Considérenlas.

 

 

 

Chelsea intentó predisponer favorablemente sus ánimos, pero se estrelló impotente contra la barrera del blindaje de Bella.

 

 

 

Aro recorrió sus filas en busca del menor indicio de vacilación, mas, a juzgar por su expresión, sólo encontró resolución en los ojos contrarios.

Bella sabia lo mucho que deseaba retenerla a ella, a Edward y seguramente a Jacob también, para recluirlos, tal y como había esperado hacer con Alice, pero aquella lucha era demasiado grande. No podía ganar mientras ella viviera. Estaba muy contenta de tener tanto poder que no le quedara más remedio que matarla.

 

 

 

-          En tal caso, votemos — concluyó Aro con aparente renuencia.

-          Los niños son unas incógnitas y no existe razón para tolerar la existencia de semejante riesgo — se apresuró a contestar Cayo  —. Debemos destruirlos a ellos y a todos cuantos la protejan.

 

 

 

Se puso a la expectativa y sonrió. Marco alzó sus ojos colmados de desinterés y pareció taladrar a los acusados con la mirada mientras emitía su voto.

 

 

 

-          No veo un peligro tan inmediato. Los chicos son bastante seguros por ahora. Siempre podemos evaluarlos otra vez más adelante. Dejémoslos ir en paz.

 

 

 

Su voz era incluso más débil que los suspiros etéreos de sus hermanos. Ningún miembro de la guardia relajó el ademán a pesar de esa discrepancia. La sonrisa de anticipación de Cayo no se alteró lo más mínimo. Era como si Marco no hubiera dicho absolutamente nada.

 

 

 

-          Mío es el voto decisivo, o eso parece — musitó Aro.

 

 

 

De pronto, Edward se irguió al lado de Jacob.

 

 

 

-          ¡Sí! — siseó con rostro triunfal.

 

 

 

Jacob y Bella se arriesgaron a mirarle de refilón. Su rostro refulgía con una expresión de triunfo que no alcanzaban a comprender. Se asemejaba a la que podría tener el Ángel de la Destrucción el día que el fuego redujera el mundo a cenizas. Hermoso y aterrador.

La guardia reaccionó al fin y entre sus miembros se oyó un murmullo incómodo.

 

 

 

-          ¿Aro? — le llamó Edward a voz en grito y con una nota casi triunfal en la voz. El interpelado vaciló y antes de responder se tomó unos momentos para evaluar con precaución este nuevo estado de ánimo.

-          ¿Sí, Edward? ¿Tienes algo más...?

-          Tal vez — repuso el vampiro, controlando aquel entusiasmo inexplicable  —, pero antes, ¿te importa si clarifico un punto?

-          En absoluto — contestó el líder de los Vulturis, que enarcó una ceja y habló con un tono de voz que sólo dejaba entrever un interés cordial.

 

 

 

Jacob apretó los dientes. Se había dado cuenta de que cuanto más amable se mostraba, más peligroso era ese Vulturis.

 

 

 

-          Según tú, el peligro potencial de mis hijos radica en nuestra imposibilidad para determinar en qué van a convertirse cuando hayan terminado su desarrollo. ¿Es ése el quid de la cuestión?

-          Exacto, amigo mío — convino Aro  —. Si pudiéramos estar completamente seguros de que cuando crezcan van a ser capaz de mantenerse a salvo del mundo humano y no poner en peligro la seguridad de nuestra reserva... — dejó la frase en suspenso y se encogió de hombros.

-          Bueno, pero si pudiéramos conocer con certeza cómo van a ser de mayor, ¿habría necesidad de un concilio y todo lo demás? — sugirió Edward.

-          Si hubiera alguna forma de tener una certeza absoluta — admitió Aro con una voz tan suave que daba escalofríos. No veía adonde quería llevarle Edward  —, entonces, sí, no habría nada que debatir.

-          Y entonces nos marcharíamos todos en paz y tan amigos como siempre, ¿no? — inquirió Edward con una nota de ironía en la voz.

 

 

 

Más escalofríos recorrieron en ambos bandos. A unos por cautela a otros por expectativa

 

 

 

-          Por supuesto, mi joven amigo. Nada me complacería más.

 

 

 

Edward soltó entre dientes una risita exultante.

 

 

 

-          En tal caso, tengo algo que ofrecerte — dijo Edward

-          Ellos son únicos — dijo Aro entornando los ojos y replicó — Sólo podemos aventurar en qué se van a convertir.

-          No tan únicos — discrepó mi marido  —, poco comunes, sin duda, pero no son los únicos de su especie.

 

 

 

Jacob reprimió la sorpresa. De pronto, la esperanza cobraba vida también para Bella y eso suponía una peligrosa distracción, pues aquella neblina de apariencia mórbida seguía enroscándose cerca de su escudo, en cuya superficie notó una punzante presión mientras se esforzaba por recuperar la concentración.

 

 

 

-          Eh..., Aro, ¿tendrías la bondad de pedirle a Jane que dejara de atacar a mi amiga Bella? Todavía estamos discutiendo las pruebas.

-          Paz, queridos míos — dijo el cabecilla alzando una mano — Oigámosle.

 

 

 

La presión desapareció. Jane le enseñó los colmillos y Bella no fui capaz de contenerse, así que lanzo una carcajada de bruja de cuento de hadas.

 

 

 

-          ¿Por qué no te unes a nosotros, Alice? — pidió Edward en voz alta.

-          Alice — susurró Esme, asombrada.

-          ¡Alice, Alice! — murmuraron otras voces alrededor de todos.

-          Alice — exhaló el líder Vulturis.

 

 

 

A todos los embargaron el alivio y una alegría descomunal. Bella necesitó toda su fuerza de voluntad para mantener en alto el escudo. Los zarcillos fuliginosos seguían probando suerte en su búsqueda de puntos débiles y Jane lo vería en el acto si llegaba a encontrar algún hueco.

Entonces, los escuchó atravesar el bosque a la carrera. Acortaban la distancia en silencio y lo más deprisa posible.

 

 

 

Ambos bandos permanecieron inmóviles y expectantes. Los testigos de los Vulturis torcieron el gesto y se mostraron confusos. Alice apareció en el claro desde el sureste con esos elegantes movimientos suyos de bailarina. El éxtasis de ver su rostro de nuevo estuvo a punto de derribar a Bella. Jasper, cuyos ojos destellaban con fiereza, le pisaba los talones. Junto a ellos corrían tres desconocidos.

 

 

 

El primero era una mujer de cabellos negros, alta y musculosa. Obviamente, se trataba de Kachiri. Tenía esas extremidades largas tan características de las amazonas, más pronunciadas incluso.

La siguiente era una vampira de tez olivácea con una larga coleta de pelo negro agitándose sin cesar a su espalda. Sus ojos de intenso color borgoña iban de un lado para otro, recorriendo con un pestañeo nervioso los preparativos bélicos.

 

 

 

El último era un joven de piel morena y brillante. Sus movimientos al correr no eran tan rápidos ni tan elegantes como los de sus acompañantes. Examinó el gentío congregado con unos ojos de color muy semejante a la madera de teca. Tenía el pelo negro y lo llevaba recogido en una coleta, al igual que la mujer, pero no tan larga. Era muy apuesto.

 

 

 

Las ondas sonoras de un nuevo eco se extendieron entre los miembros de la expectante multitud, era el sonido de otro corazón palpitando más deprisa a causa del ejercicio.

Alice esquivó de un brinco los zarcillos de la neblina, que ya estaba disipándose, y se ladeó para atravesar el escudo de Bella y culebrear hasta detenerse al lado de Edward. Esta estiró una mano para tocarle el brazo, y lo propio hicieron Edward, Jacob, Esme y Carlisle. No había tiempo para mayores bienvenidas. Jasper y los demás la siguieron a través del escudo.

 

 

 

Los guardias observaron con gesto pensativo cómo los recién llegados cruzaban la invisible barrera sin dificultad alguna. Los de tez morena, Felix y los que eran como él, se concentraron en el blindaje con esperanzas renovadas. No estaban seguros de lo que podía repeler el escudo, pero ahora tenían claro que no frenaba un ataque físico, por lo cual convertiría a Bella en el único blanco de su ataque relámpago en cuanto Aro diera la orden de arremeter. La chica se preguntó a cuántos podría cegar Zafrina y si eso iba a ralentizarlos lo suficiente para que Kate y Vladimir borraran del tablero a Jane y Alec. Eso era cuanto podía pedir.

 

 

 


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