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Sin mi, no eres nada por RLangdon

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Advertencias: lenguaje obceno, lemon, violencia.

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Caminaba con expresión indiferente, manteniendo ambas manos dentro de los bolsillos de su pantalón negro de vestir que hacía juego con su elegante saco del mismo color. Su oscuro cabello contrastaba con la tonalidad de sus ojos, y en los mismos se apreciaban unos ligeros matices escarlata, apenas perceptibles a la luz del sol. 

Cualquiera que lo observase, estaría de acuerdo en que aquel atractivo joven cuya edad oscilaba entre los 20 y los 22 años era un adinerado empresario, o en su defecto, un simple sujeto que había rentado un costoso traje de marca. 

Se mantenía impasible, con su vista al frente. No le importaba en lo más mínimo lo que ocurría a su alrededor. Había tenido un día ajetreado en la universidad, ya que, siendo el actual director del mismo, aunque podía costearse toda clase de lujos, el tiempo le era escaso. Cuanto y más si se detuviera ante el estúpido ofrecimiento de productos y servicios que le prestaban al paso. 

Las voces alrededor le parecían simples murmullos. No tenía la necesidad de saber qué coño comentaban. Más sin embargo pudo identificar uno que otro elogio de parte de las chicas que le veían pasar. 

"Zorras" pensó. 

Y es que, pese a ser bisexual, únicamente había tenido una relación seria con una chica. Si, imposible olvidar su nombre. La primera mujer que no consideraba una ramera más, aquella con la que se había sincerado en algún momento de su vida, y la misma que le traicionó con su propio hermano. Oh sí, en definitiva. Sakura Haruno había sido la excepción. 

Se había convencido a si mismo que ese tipo de relaciones no eran más que burdos momentos de hipocresía. Estaba consciente de que entablar cualquier clase de relación, más allá de una simple revolcada, implicaba una traición. Después de todo, las mujeres eran unas interesadas. Al menos Sakura lo había sido, y eso jamás se lo perdonaría. 

Iba tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta del volante que le fue entregado al paso, sino hasta que sintió el leve corte del papel en la muñeca. 

Molesto, se detuvo a revisar la basura que le habían dado. 

Una chica de unos 19 años le veía fascinada, de arriba hacia abajo. Sin duda ese tipo tenía dinero. Y era esa clase de personas las que su jefe estaba buscando. 

Le dio una breve mirada al volante. Sería un completo idiota si se atrevía a golpear a una chica, sobretodo en plena vía pública, aunque no presentaría dificultad alguna para él, puesto que gozaba de privilegios con el gobierno, aunado a una gran suma de dinero en su poder. No obstante, el escándalo público del cual se haría acreedor, le hizo meditar dos veces antes de empuñar su mano.

Su mirada reflejó incertidumbre al leer el papel. Se trataba de una exposición de arte. 

El arte era una de las contadas actividades que conseguían captar su atención. Pintar, escribir, moldear. Era de su pasatiempo diario. Un par de minutos en ese sitio no le harían ningún mal.

Arrugó el papel ante la curiosa mirada de la chica y, acto seguido, lo arrojó tras de si. 

-Joven- intentó la dama. Más sin embargo, fue ignorada por completo. El apuesto magnate se encaminó dentro del enorme establecimiento, mismo que daba la impresión de ser un museo. Las paredes blancas habían sido cubiertas en su mayoría por hermosos cuadros renacentistas.

Pinturas, tanto clásicas como modernas, se expandía a lo largo y ancho del salón principal. Asimismo, la alfombra rojiza a sus pies le daba un toque mucho más elegante al lugar . Sin duda era extraño que se llevara a cabo una exposición de arte en un sitio tan escondido como ese. 

Observó sin mayor interés las piezas que eran exhibidas en las vitrinas que yacían al centro del salón. Le resultaba inquietante que hubiera tan pocas personas en el sitio, aunque no le sorprendía. Después de todo, las personas apreciaban más otro tipo de objetos, menos extravagantes y más e económicos. Objetos que podían costearse de manera más accesible. 

Pronto, dos hombres mayores pasaron junto a el. Notó una conducta extraña en los mismos y, se convenció que sería pertinente seguirles. Así que continuó con su recorrido, a una distancia prudente de los sujetos, deteniéndose ocasionalmente a admirar los cuadros para no levantar sospechas en los mismos. 

Miró a la misma chica de la entrada guiarlos al fondo del pasillo. El lugar era lo suficientemente grande para albergar un estacionamiento, aunque absurdo sería que contarán con uno.

Le fémina se detuvo al llegar a su destino y  se dispuso a abrir una puerta de caoba oculta que combinaba con la alfombra. 

¿Venta de drogas? 

No. Demasiado ostentoso para tratarse de eso. 

La palabra 'misterioso' comenzaba a resonar en su cabeza a medida que se dirigía hacia la puerta, a cada paso comenzaba a convencerse de que no se trataba de una simple exposición de arte. No. Ese lugar albergaba algo más ¿Pero qué era? 

La chica sonrió ampliamente al verle dirigirse a la puerta y, haciendo una ligera reverencia, cuál si se tratara de una presencia relevante, le invitó a pasar. 

Sin dudarlo, y motivado más por su curiosidad que por cualquier otro sentimiento, entró a la sala trasera. 

Una luz tenue iluminaba el lugar. Le costó unos segundos adaptarse al cambio de luz. 

Impaciente, miró a su alrededor. Infinidad de sillas estaban ocupadas por individuos desconocidos. La pregunta era ¿Qué esperaban?

Situó la vista al frente para encontrarse con una plataforma que sobresalía entre los cientos de asientos a su alrededor, dando la impresión de tratarse de alguna presentación relevante de alguna celebridad de renombre.

Se vio obligado a tomar asiento cuando los insultos de parte de los allí presentes dieron inicio. 

Con desgano, cruzó los brazos. 

Los minutos pasaban, más no así la presentación de la personalidad que se presentaría. 

Tamborileó los dedos con ansiedad sobre su pierna derecha. Tiempo era lo último de lo que disponía para desperdiciarlo de semejante modo. 

Había sido una pésima idea haber entrado allí.

Se levantó de su asiento y se dirigió a la salida, pero la puerta estaba cerrada. Se recargó en la misma, esperando la presencia de la chica para que le dejara salir de ese lugar cuyo ambiente se volvía más tenso al paso de los minutos. 

De repente, una fuerte luz blanca se reflejó sobre la plataforma. Las voces se intensificaban, anunciando la aparición de algo, o de alguien. 

Sus ojos se dilataron cuando un chico de unos trece años, pelirrojo y semidesnudo, comenzó a caminar sobre la plataforma. 

¿Qué diablos era ese lugar?

Sus dudas se acrecentaron al divisar un sujeto mayor con una máscara blanca en el rostro. 

De inmediato, un hombre se levantó de su asiento.

-¡Diez mil!- gritó.

Ahora entendía de qué se trataba. Tráfico de menores, y estaba seguro de que no le dejarían salir hasta que el espectáculo finalizara.

"Qué oportuno"

No le importaba una mierda lo que hicieran. El sólo quería largarse para descansar, más no le quedaba de otra que ser paciente.

Sacó un cigarrillo de su saco y se dispuso a encenderlo, puesto que era un lugar cerrado, no tardarían en llamarle la atención, y en consecuente, sacarlo. Justo lo que necesitaba.

Pasaron los minutos y los chicos y chicas seguían siendo subastados. 

Observó a la chica de la entrada dirigirse hacia donde él se encontraba. 

La chica no articuló palabra alguna. Sacó unas llaves de su bolso y comenzó a abrir la puerta con toda tranquilidad.

Estaba a punto de salir cuando escuchó una conocida voz a lo lejos. 

-¡Doscientos mil!

Se devolvió en el acto. Estaba seguro de saber a quién pertenecía esa voz. Volvió la mirada a la plataforma donde era exhibido un bello chico de unos diecisiete años, tez blanca, complexión delgada cabello rubio y desaliñado. Sus ojos eran azules. Unas inusuales marcas adornaban sus mejillas.

El chico sujetaba con dificultad una toalla alrededor de su cintura, dejando al descubierto únicamente su torso y sus piernas. Toda una belleza de chico. 

Las decepciones entre el público no se hicieron esperar al verse imposibilitados para igualar la singular cifra del comprador.

El menor cabeceaba de vez en cuando

 Se veía cansado, aunque no presentaba ningún golpe en su cuerpo. Se limitaba a observar el suelo, pero fue obligado a alzar la vista por el adulto para que pudiera ser apreciado por el adinerado público.

Su mirada opaca se centraba en el fondo del salón. Pareciera que su mente estuviera en otro lugar. Y en parte así era. 

-Doscientos mil a la una...- comenzó el hombre, caminando de un lado al otro, esperando alguna otra propuesta. -Doscientos mil a las dos.

El silencio era palpable. El chico ya tenía dueño.

-Doscientos mil a las...

-¡Trescientos mil!

Resonó la voz del joven, expectante a la reacción del otro comprador. 

De inmediato las miradas se posaron en su persona. Dio otra calada al cilindro, dejando que el humo del cigarrillo pasara por su garganta. Una sensación gratificante se apoderó de su cuerpo cuando el otro espectador se puso de pie, siendo alumbrado al instante por una discreta luz azulada. 

Y ahí estaba su hermano. Cabello oscuro y largo, sujetado en una coleta. Ojos carmesí y unas ojeras prominentes.

¿Quién iba a pensar que ese traidor también sería un maldito depravado? 

Sus miradas se cruzaron inevitablemente. 

Negro y escarlata.

Rencor e ira.

-Trescientos cincuenta mil- apenas un murmullo. 

La mezcla de emociones que estaba experimentando al estar en presencia de su hermano menor, le impedían pensar con claridad. 

¿Qué pretendía Sasuke con ello? 

No era más que el mismo impulsivo de siempre. 

El silencio absoluto de la sala duró pocos segundos. El chico del cigarrillo terminó de dar la última calada, esperando con paciencia. 

El hombre de la máscara dio un último vistazo a ambos. 

-Trescientos cincuenta mil a la una.

Una sonrisa altanera apareció en el rostro del menor de los Uchiha. Sin duda le había ganado al estúpido. Mil preguntas rondaban su mente en ese preciso momento, todas acerca de qué hacía su hermano en un lugar como ese y, lo más importante.

¿Cómo había conseguido tanto dinero en sólo dos años de ausencia?

No lo sabía, pero ¿Por qué habría de importarle ahora?

-Trescientos cincuenta mil, a las dos.

El mayor se dispuso a sacar la billetera de su bolsillo. Entre más pronto tuviera la presa entre sus manos, mejor.

-¡Vend...

-¡Quinientos mil!

La billetera cayó al suelo cuando el Uchiha menor ofreció tal suma. No era posible que ese engreído dispusiera de tanto efectivo. La posible explicación de centraba en sí ese maldito administraría algún burdel, pero de ser así ¿Cómo había conseguido los recursos?

Las miradas se posaron en el apuesto joven que se mantenía en completa calma, dejando escapar el humo de su boca mientras media sonrisa se había presente en sus labios, un gesto apenas perceptible para el mayor. 

Sin duda la expresión de asombro y notorio enojo en el rostro de ese bastardo que tenía de hermano, habían válido cada centavo.

-¿A-Alguien va a ofrecer algo más?- titubeó incrédulo el hombre de la máscara. Más no hubo otro sonido en respuesta que no fuera un fuerte golpe recién dado al asiento por el mayor de los Uchiha.

Esa jugarreta se la cobraría. Y muy caro.

-¡Vendido!- concluyó el hombre, dando por terminadas las subastas del día.


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