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Fuego y miel por 1827kratSN

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—¿Quieres ver lo que compré? —Portugal ondeó un paquete pequeño.

—Siempre.

—Jamás te cansas de admirar mis adquisiciones, ¿verdad?

—Ha sido mi pasatiempo favorito desde siempre.

—¿Por qué?

—Porque ver la emoción en tus ojos es hermoso.

Aquella afirmación no era un secreto, UK la había dicho usando diferentes palabras, frases y tonos, desde la primera vez que Portugal preguntó. Pero adoraba repetir la pregunta para sentir su pecho inflarse de autoestima y vergüenza que solo acrecentaba su felicidad y el calor en sus mejillas.

Soltaba una risita siempre, tomando asiento junto al gran reino que dejaba todo lo que hacía para ponerle atención, y entre pláticas alargado el momento, el paquete era abierto con calma.

Se quitó la cuerda, el papel envoltura, se abrió la caja, se quitó el relleno que solo servía para agrandar la expectativa, y se mostró una cajita más pequeña forrada por terciopelo.

—¿Una joya?

—Es una gargantilla.

—Hasta ahora pocas han sido las veces que te he visto usar adornos en tu cuello, querido.

—Es porque no necesitaba de esas cosas.

Portugal mostró el contenido, sonriendo por el brillo y cada detalle del metal precioso entrelazado que simulaba tres largas cadenas delgaditas que juntas formaban una gargantilla de oro y plata. Tres dijes destacaban como adornos centrales, una estrella, un sol, y un diamante muy pequeño que coronaba a todo lo demás.

—Pero ahora quiero realzar algo.

—¿Qué cosa?

—Tu marca en mi cuello.

El inglés arqueó una ceja, confundido por aquel repentino interés. Portugal entonces sonrió y explicó.

—Nuestro vínculo es importante para mí, quiero presumirlo un poco.

—Entiendo.

—¿Te gusta lo que me compré?

—Sí. Tu gusto es exquisito, querido.

Fue entonces que el británico, haciendo acopio de toda su formalidad, se ofreció a colocar la joya en el bello cuello al que estaba destinado. Portugal estaba tan encantado que tardó dos segundos en girarse y permitir el trabajo.

Soltó una risita al sentir suaves cosquillas dadas por los dedos desnudos que rozaron su piel, escuchó encantado un galanteo más por parte de su alfa, y cerró los ojos cuando un suave beso fue depositado sobre la marca. Su espalda se sacudió por la sorpresa y su corazón se agitó de emoción.

—¿Quieres dar un paseo? —el británico besó la mejilla de Portugal—. Para que presumas tu nueva adquisición.

—Tengo una mejor idea —se giró para abrazarse a UK—. La usaré en la cena con todos esos gobernadores pretenciosos.

—¿Por qué?

—Para dejarles en claro que ya no pueden manipularte ni manipularme a su beneficio. Ya no habrá alianzas mediante matrimonios por conveniencia, ya no habrá pactos basados en el intercambio de alfas y omegas, ya no pueden con nosotros.

—Lo entiendo.

UK acarició el entrecejo de Portugal para que dejase de arrugarlo, deslizó su meñique en una caricia por aquella mejilla, le dio un beso. No le gustaba verlo enfadado, porque Portugal no era así. Y haría todo lo posible por dejar el tema de lado.

—Solo hay un problema —UK comentó inocente.

—¿Cuál?

—No solo es una cena, es una fiesta, y en las fiestas se requiere bailar.

—Oh, interesante.

—Y yo no sé bailar.

—Mientes —acusó divertido.

—No.

—Sí.

—No lo hago —UK le dio un besito—. Soy terrible bailando —otro más—. Así que, ¿podrías darme algunas clases?

—Claro que sí.

Se trasladaron a la sala, se colocó música lenta, y se siguió el juego para alejar los pensamientos feos. Portugal tomó la mano del británico quien sonriendo le dio autorización para guiar la danza. Y poco a poco empezaron a practicar.

UK fingió no saber bailar aquella melodía lenta y tradicional en las fiestas de alta clase.

Portugal sonrió siguiendo el juego y enseñando con paciencia el paso a paso que los trasladaba por el lugar.

Dieron un giro, dos más.

Se olvidaron de fingir, y con las manos unidas, con los dedos entrelazados, se dedicaron a bailar aquella danza que hace mucho tiempo compartieron para calzar con los demás invitados. Se miraron atentamente, apreciando el mismo cariño que se expresaban tiempo atrás, y se sonrieron con dulzura tal y como pasó en antaño.

—La siguiente vez, te regalaré algo que también puedas presumir, querido.

—¿Cómo qué?

—Una pipa gigante.

Portugal soltó una carcajada a la par que el británico reía bajito.

—King, siempre arruinas el momento.

—Es mi venganza, porque me avergüenzas frente a otros.

—Me parece justo. 


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