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Fuego y miel por 1827kratSN

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No estuvo consciente de lo terrible que sería cursar su celo lejos de casa, sintiéndose ajeno a la habitación de hotel que ocupaba junto a UK, con la molesta sensación de querer huir de ese lugar para encontrar su suave escondite donde usualmente armaba su nido. Quería volver a su casa en donde el aroma de UK y el suyo estaban por todos lados.

—¡Y solo tengo este maldito armario!

Lanzó un grito para aliviar la maldita frustración que lo carcomía por dentro, y se volvió a esconder bajo las pocas prendas suyas y de su alfa que aun contenían el aroma suficiente para darle un poquito de confort. Estaba sentado en un rincón del pequeño armario, abrazado al abrigo de UK, cubierto con su chaqueta favorita, mordisqueando los guantes de seda que logró quitarle al británico antes de que este lo abandonara en aquella habitación de hotel.

Su cuarto podía ser VIP con todas las comodidades, pero lo odiaba en ese instante.

Porque UK estaba enfadado todavía, y el castigo no se terminaba.

Se concentró en rememorar la cálida noche aferrado a la cintura de su alfa, las caricias en sus cabellos, los besos en su frente y en los labios, en su disfrute dado por un beso largo y necesitado que otorgó esa mañana con una ligera esperanza porque UK se quedara con él. Pero sus feromonas y tampoco sus besos agitados donde gemía entre sus bocas lograron convencer a quien tenía una agenda apretada ese día.

—Desgraciado.

Maldijo la fría forma en la que se daban las venganzas del británico, y a la vez sentía que por primera vez logró saborear de primera mano aquella apatía que volvía atractivo a aquel reino. Quería que con esa misma insensibilidad volviera a ordenarle cosas, lo regañara, jugara con él hasta generarle un orgasmo que lo llevase al cielo.

Pero solo un ratito.

Porque más anhelaba las caricias gentiles en toda su piel, los besos que se regaban por cada pedacito de espacio en sus piernas, la dulzura con la que se introducía en su ser a la par que le brindaba suaves mordidas para estimular su cuerpo entero. Imágenes vívidas de su último celo lo torturaban. Su respiración se agitaba suavemente y se planteaba el aliviarse con manos propias porque la nueva oleada de su ciclo empezó.

Pero en vez de eso, lo llamó.

—¿Puedo ir a tu oficina?

—No.

—¡Por favor, King! Ya aprendí mi lección.

—Querido, dejé supresores, eso debería bastarte hasta que se completen las veinticuatro primeras horas.

—¿Puedo ir a tu oficina?

—No.

—¡King!

—No.

—Iré a tu oficina así no quieras.

Le colgó sin escuchar reclamo alguno. Sin muchas ganas se arrastró por el alfombrado piso para buscar los supresores que lo ayudarían a centrar su mente y tomar un taxi hacia aquella oficina temporal. Siendo un omega marcado sabía que su aroma no estimularía a nadie más que a King, así que no había riesgos. Y si por alguna razón algún imbécil se atrevía a cercarse, se desquitaría la frustración con aquel pobre infeliz.

No le tomó ni media hora presentarse de nuevo en aquel lugar.

Usaba el abrigo más grande que UK llevó al viaje, el cual tenía la fragancia del alfa penetrada, y con una expresión enfurecida ignoró a la muchacha que servía de asistente, y sin importarle nada ingresó a esa oficina. Cerró la puerta con fuerza y miró con reproche a quien le sonrió como siempre y le dio la bienvenida.

—¡Ya perdóname! —se quejó entre quejidos y sollozos fingidos.

—Veinticuatro horas, querido. Faltan seis.

—¡King!

—No.

Como medida desesperada dejó brotar sus feromonas, intentando seducir a su alfa, ni siquiera le importó que los efectos de su supresor no lo dejasen liberar su olor característico en la potencia que su celo permitía normalmente. Era su acción desesperada por ganarse un poquito de atención y tal vez un par de caricias descaradas que calmaran su necesitado trasero.

Pero no hubo reacción alguna, solo una mueca extraña y un estornudo por parte del británico.

—¡King! —se acercó al alfa a paso desganado.

—Tengo autocontrol, querido —le acarició la mejilla cuando su omega estuvo junto a él—. Tus juegos olfativos no funcionan conmigo.

—Prometo no volver a dejarte plantado —se abrazó a UK y suspiró.

—Aun así debes esperar las seis horas.

Portugal se desanimó, bufó, pero se resignó.

Con mayor calma y mejor actitud, solo pidió quedarse ahí hasta que el tiempo acordado se completara, y con gusto fue recibido en el regazo de su alfa. Se sentó de lado sobre esas piernas, se acomodó para que su mejilla reposara en el cuello de UK, se concentró en escuchar el latido constante y tranquilo del alfa. Apenas era el primer día de su celo, los supresores empezaban a amainar sus ansias, el aroma del británico lo reconfortaba y cayó en un letargo muy agradable.

Sentía los movimientos de UK quien escribía alguna cosa con fina y pulcra letra, escuchaba a lo lejos alguna información que la asistente daba. Era agradable en cierta medida. Cuando le agobiaba el aroma a tinta se restregaba en el pecho de UK, y sintiendo los repentinos besos en su frente se quedó dormido durante un rato.

Hasta que el supresor perdió efecto.

Y hasta que King vio en su reloj de bolsillo que el tiempo de castigo se terminó.

—Espero que a partir de hoy solo hagas promesas que puedes cumplir.

—Lo haré.

—Vamos a casa.

—¿Tu asistente ya se fue?

—Sí.

—¿Estamos solo tú y yo?

—Sí.

—¿Puedo hacer algo que me calme hasta llegar a casa?

—Eh… Sí.

Con la excitación a flor de piel, la suave voz de UK en su oído, y su retorcida mente enfadada. Surgió una idea.

Se deslizó de su cómodo asiento hasta que pudo arrodillarse en el suelo y se escabulló entre las piernas de UK, quien observándolo con intriga parecía adivinar cuál era su plan. Portugal solo le sonrió antes de llevar sus manos al pantalón formal que abrió con habilidad.

—Querido, espera.

—No.

Era su turno de vengarse y aprovecharse del lugar donde estaban. Soltando todas las feromonas contenidas por el medicamento, jadeando expectante y con los dedos temblorosos, se abrió paso entre la tela hasta que la virilidad de su amado se deslizó entre sus dedos.

Apenas dejó que King soltara un suspiro sorprendido.

Engulló cuanto pudo, sintiendo el salado sabor de esa piel, y gimiendo de gusto por la sensación satisfactoria de su omega. Se quitó aquella fantasía de esa mañana, usando su lengua para satisfacer a su alfa, y recibiendo en compensación la semilla que esperaba tener entre sus muslos más tarde.

No se debía jugar con un omega en celo.

Y tampoco se debía subestimar el enfado de un alfa orgulloso.

 


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