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Fuego y miel por 1827kratSN

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La rutina que tenía cuando el calendario describía la fecha próxima del celo de Portugal era muy simple. Fingía no darse cuenta de sus prendas desaparecidas, colocaba todo lo usado en el cesto de ropa sucia sin falta cada tarde, preparaba un rico desayuno y también adelantaba un poco su horario de la cena para que su omega tuviera suficiente tiempo en sus labores escondidas. Leía un libro con tranquilidad mientras esperaba a que Portugal lo acompañase a dormir, y lo abrazaba por la cintura para darle confort.

Trataba de cuidarlo lo mejor posible, hacerle fáciles las cosas.

Le daba total privacidad, viéndolo ir de aquí por allá a través de la casa y la habitación en donde se construía su nido, ocasionalmente también le dejaba bocadillos en el comedor por si le daba hambre de repente. Y siempre, con una sonrisa, captaba la disminución de actividad. Calculaba el día preciso y emitía la siguiente pregunta.

—¿Puedo verlo?

A veces Portugal negaba, asegurando que todavía le faltaba detalles, en otras ocasiones la negativa era más instintiva y no le permitía paso hasta el primer día de su celo, y en otras tantas le respondía con una sonrisa llena de felicidad.

—Claro que puedes. ¿Quieres colaborar con algo?

UK siempre adquiría alguna frazada, ropa nueva y suavecita, un cojín o algún detalle bonito que entregaba en el ciclo de calor donde Portugal le pidiera colaboración, y cuando no, simplemente guardaba la ofrenda hasta el siguiente ciclo. Como alfa no entendía los cambios de opinión en cada periodo de calor, pero como pareja respetaba cada decisión que tuviera Portugal.

—Espero te guste mi aporte.

—¡Siempre me gusta!

Nunca ingresaba sin permiso, se quedaba de pie en la puerta, ofrecía el obsequio, y esperaba a que la mano de Portugal le diera la pista de si podía ingresar. Siempre se quitaba el calzado, incluso las medias, dependiendo de las indicaciones que le diera su pareja. Se sentaba tranquilamente en medio del nido, sin tocar demasiado o desacomodar lo que con tanto esfuerzo construyó Portugal, y admiraba en detalle cada porción del nido. 

—¿Dónde crees que sea bueno colocar la mantita?

—No lo sé, querido.

—Vamos, solo dime un lugar.

—¿En la cabecera?

—Mejor al lado derecho.

UK solía reír bajito, quedándose quieto y esperando a que Portugal ubicara todo de forma que deseara. Le fascinaba la dedicación que aquel espacio tenía. Era muy especial, diferente en cada ocasión.

—¿Qué te parece?

—Me gusta. Es acogedor.

—¿En serio?

—Sí.

Solo había una cosa que el gran reino se permitía hacer a su alrededor inmediato. Deslizaba sus dedos sobre la manta o colchón que lo acogiera, posaba sus palmas suavemente, presionaba con gentileza un par de veces, y con cuidado estiraba la cubierta para dejarla lo más lisa posible. Repetía esa acción un par de veces, como si acolchara su alrededor.

Portugal siempre lo miraba con curiosidad.

Hasta que comparó esa acción.

—King… Pareces un conejo que prepara su cama.

—¿Qué?

—Sí. Acomodas tu lugar hasta que esté suficientemente cómodo y liso… Como lo hacen los conejos.

—Oh —miró sus manos que seguían alisando su lugar—. Ya veo —alejó sus dedos—. Supongo que es extraño.

—Extraño es que los omegas hagan nidos obsesivamente, guiados por un cambio de ánimo recurrente casi incontrolable.

—No lo llamaría raro, solo… instintivo.

—Es raro… Y es raro también que alises todo.

—Supongo que sí.

—Pero es lindo.

Poco solían estar en el nido ya listo. Usualmente abandonaban la habitación y se trasladaban a otra parte de la casa para descansar, esperando el momento adecuado para que el calor del uno afectara al otro. Preparaban las últimas cosas que necesitarían en esos tres días, revisaban sus agendas para asegurarse que las reuniones hubiesen sido aplazadas correctamente, y se daban tiempo para relajarse tomando un té.

El celo llegaba siempre en la mañana, casi bordeando el cambio de noche por día.

King solía despertarse por instinto, un poco alterado al hallarse abandonado en el lecho diario, y se tomaba unos minutos para calmarse y recordar que así era siempre, porque su omega se trasladaba al nido como estando hipnotizado por su propio calor. Bebía un vaso de agua, verificaba si su propio celo no se sincronizó, pues pasaba ocasionalmente, y con tranquilidad se dirigía al nido.

No era caótico como la primera vez que pasó siendo pareja enlazada.

Era tranquilo, casi rutinario.

Era fuego y miel rodeando su casa.

UK soltaba sus feromonas antes de girar la perilla y entreabrir la puerta con el suficiente espacio para pedir autorización de pasar. Y al hacerlo, Portugal estiraba sus brazos en una bienvenida cariñosa hacia su alfa. El aroma a naranjas se concentraba poco a poco en esa habitación, UK aportaba la sensación cálida del fuego, y el primer beso de iniciación marcaba los minutos calmados de un recibimiento.

El omega se trepaba en el regazo de su alfa, buscando mimos, pidiendo besos y caricias en su espalda. Restregaba su mejilla en el cuello ajeno, reía bajito al sentir las cosquillas en su piel por el roce con el cabello ajeno, y muy feliz recibía cada muestra de afecto por parte de su pareja.

Se recostaban para seguir compartiendo besos tranquilos, entrelazaban sus piernas y charlaban de lo bonito que era iniciar de esa forma. Sin más que afecto sin mala intención, llevados por el amor que se expresaban, entretejiendo sus dedos y dándose el tiempo correcto hasta mediodía cuando el calor aumentaba poco a poco.

Se daban tiempo incluso de saborear un desayuno ligero en la esquina del cuarto destinado a el florecimiento de un calor lujurioso, bebía jugo de naranja, se besaban entre bocados y se reían de lo cursis que eran a pesar de los años.

Ese era su ritual de anidación.

Cuando la respiración de Portugal se aceleraba un poquito, la habitación se ahogaba entre la mezcla de feromonas de ambos, era la señal de que la primera oleada de lujuria se acercaba, y poco a poco, con infinito cariño y cuidado, era el británico quien se dedicaba a deslizar prenda por prenda para alejarla de aquel cuerpo que amaba con devoción.

Cedía besos por toda esa piel, hundía su nariz en cada zona donde el aroma se intensificaba, acariciaba con delicadeza esa dermis sensible, y disfrutaba de los sonidos que poco a poco brotaban para adornar su estancia. Se entregarían con delicadeza, lentitud, y armonía.

Se acomodarían en aquel nido hasta que la oleada pasara.

Hasta que necesitasen bajar hacia la cocina para darse un descanso y degustar comida caliente.

Hasta que requirieran ducharse en la tina amplia de su habitación matrimonial.

Pero en cuanto tuvieran la oportunidad, regresarían a su nido calientito para seguir con aquel ciclo entre la dulzura y la lascivia. Ahogándose entre sus propios labios, susurrando cuanto disfrutaban estando juntos, y apreciando la tranquilidad que les ofrecía el contrario.

 


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