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Fuego y miel por 1827kratSN

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Siempre solían quedarse platicando en el comedor, especialmente en invierno, disfrutando de una taza de chocolate caliente, planeando qué hacer cuando ya pudieran salir. A veces sentados uno junto al otro, a veces frente a frente, y en otras ocasiones, usaban solo un lugar.

Porque UK amaba su espacio personal.

Pero más amaba que Portugal invadiera su espacio y se acurrucara en sus brazos.

Esa rutina se acentuaba y volvía más repetitiva en el celo de cualquiera de los dos, en los cortos periodos de tiempo cuando escapaban del lecho o del nido construido con ilusión por parte de Portugal.

Tal vez se besaban demasiado tiempo, entre suaves toques mariposas y risitas cómplices. Portugal balanceando sus piernas a cada lado de la cadera de UK, sentado sobre ese regazo cálido y bien dispuesto a recibirlo. UK acariciando la espalda ajena, la cintura, aquellas piernas, escuchando con atención lo que Portugal le platicaba emocionado.

Entonces los besos pasaban a ser solo un extra, y eran sus manos las que empezaban a tomar prioridad.

Lentamente, jugando con la expectativa, eran los dedos de Portugal los que jugaban con la camisa blanca de su alfa, quitando uno por uno los pocos botones bien puestos, bajo la atenta y fija mirada del británico, quien solo le sonreía cómplice de aquella travesura. Un besito se desplazaba por el cuello, le respondían con uno igual en su mejilla, y lo repetían más veces de las necesarias.

Y con sus yemas exploraba la piel de ese abdomen que se estremecía y tensaba. Continuaba en ascenso lento, escuchando las suaves quejas por la sorpresa de aquella piel que era mordida. Portugal entonces se enfocaba en usar su lengua para estimular el pecho de su señor inglés, dejando para el final aquellos pezones que al igual que los suyos se erizaban por los más leves estímulos.

La lengua del portugués se deslizaba sobre ese pecho cálido, y con coquetería le mordía suavemente para escuchar al alfa jadear. Lo dejaban seguir, pellizcar, succionar, y en recompensa le masajeaban las piernas con delicadeza. Apretándole solo cuando algo alteraba la paciencia del alfa.

—Deja que cuide de ti, meu amor.

UK solo asentía, por vergüenza tal vez, o por el deseo de ahogar un ronco gemido.

Entonces Portugal abandonaba ese regazo, empujaba la mesa para darse espacio, y relamiendo sus propios labios se arrodillaba entre las piernas del británico. Desde su ángulo tenía a disposición la bella imagen del gran reino jadeante, con la camisa abierta, las marcas de sus besos y las mordidas numerosas en la piel que se podría ocultar después.

Se daba un momento para saborear la expectación ajena.

Con delicadeza usaba sus manos para desabrochar el cinturón, el botón de aquel pantalón, y con atrevimiento hundía su nariz sobre la tela que ocultaba un manjar bien dotado. Bajaba el zíper usando sus dientes, riéndose bajito cuando escuchaba un jadeo ronco, o cuando su mirada se unía a la azulina de su alfa.

—¿Qué te gusta más?… Mis dedos —presionaba suavecito sobre el bulto entre esas piernas— o mi boca.

—No puedo elegir.

Su ego se elevaba con aquella afirmación, complacido por el placer del otro.

Con cuidado deslizaba sus dedos sobre la virilidad despierta y oculta, jugueteando delicadamente con el elástico hasta que poco a poco deslizaba la tela que le impedía observar al trozo de carne que podía llevarlo al cielo. Suspiraba embelesado, prendado del aroma más concentrado de UK, deleitándose con la calidez que la punta de sus dedos disfrutaban.

Cedía besitos mariposas a la par que esa voz ronca susurraba su nombre con cariño.

Le acariciaban los cabellos y se inclinaron para darle un beso en los labios.

Portugal deslizaba entonces sus dedos por el pene de su alfa, de arriba hacia abajo, memorizando cada vena marcada, jadeando por la textura firme, y finalmente deslizando la punta de su lengua hasta la base antes de depositar un beso y terminar de apartar el bóxer, liberando los testículos ya hinchados y firmes.

Se le hizo agua la boca.

Dejó sus dedos entretenidos con el escroto de quien tembló, y su lengua se concentró en aquella punta que rodeó sin prisa, humedeciendo esa piel con eficacia antes de meter solo la punta a su boca y seguir con la tarea.

UK solía cubrir su boca, pero Portugal sabía que el alfa se mordía el labio para aminorar algún instinto oscuro que pudo haber pasado por su mente.

Lo estaban disfrutando ambos.

Su boca podía abarcar casi todo, con esfuerzo, pero lo podía hacer.  Aun así, Portugal jugaba solo con la punta por largo rato, succionando a veces, deslizando su lengua con paciencia, tentando al alfa para que tomara el control. Profundizaba un poco más cuando el vientre del británico se contraía y esa voz exhalaba un gemido complacido.

Subía y bajaba en compás de sus manos que acariciaban el resto que su boca no podía engullir. Suspiraba a veces y dejaba que su saliva se resbalara caliente por el pene de su gran amor. Apresuraba el paso cuando aquella gentil voz le susurraba una petición indecorosa. A veces se sentía ahogado, y eso solo lo excitaba más.

—Querido.

Era el aviso. Y Portugal engullía más profundo, más rápido, con más ímpetu, aferrado a esas piernas. Escuchando el ronco jadeo de su alfa.

—Portugal.

Le sujetaban los cabellos con fuerza, y era justo ahí cuando el omega succionaba con fuerza para que esa blanca semilla se derramara sobre su lengua y donde cupiese. No importaba si se derramaba fuera de sus labios, en su mejilla, y un par de veces hasta a su cabello llegó.

Era tan satisfactorio saber que podía hacer explotar a aquel reino.

Y entonces elevaba su mirada, porque siempre, y después de cada orgasmo, UK solía dejar caer su cabeza, como si le pesara demasiado, con los ojos cerrados, disfrutando de la eyaculación. A veces, esos dedos se arreglaban el cabello y lo tiraban hacia atrás, la cabeza se inclinaba en la misma dirección y soltaba suaves jadeos satisfechos.

Portugal solía hurgar en los bolsillos de UK entre risitas, conteniendo el líquido en su boca para escupirlo en el pañuelo limpio de su alfa. Porque no le gustaba tragar el semen, porque prefería derramarlo sobre las pertenencias ajenas a modo de prueba de su gran trabajo complaciendo al amor de su vida, también porque luego King solía ver cada prenda y recordar los sucesos hasta el punto de avergonzarse y enrojecer.

Era su juego.

Su rutina.

La misma a veces terminaba ahí.

Pero mayores eran las ocasiones en las que continuaban, porque como siempre dijo el reino: tenía demasiadas energías; y Portugal complacido cedía su cuerpo entero para gastar cada porción de aquella voracidad.

—¿Quieres que te tome sobre la mesa?

—Qué atrevido estás hoy, King —reía bajito mientras se quitaba la parte superior del pijama.

—No lo hago más seguido porque creo que es incómodo para ti.

—¿En serio? —jadeó presa de un calor que le recordaba que seguía allí.

—Sí.

—Y si te digo que no me importa —se levantó ayudado por UK, porque sus piernas y su propia erección no le hacían las cosas fáciles—. No importa si es sobre la mesa, en el suelo, en nuestra cama, en la tina…, en el nido —se sentó otra vez en ese regazo—. No me importa donde, solo…

—Ya entendí.

Portugal reía bajito abrazándose a su alfa.

—Solo quiero que lo disfrutes, Portugal —le besaba cerca del oído.

—Si es tu pene, lo disfrutaré —soltó un jadeo a la par que sus feromonas estallaron en oleada.

—Querido.

—Ya sé —rio divertido—. Soy muy vulgar.

—Eso me gusta.

—Entonces —se rozó contra ese cuerpo—. ¿Me vas a ayudar con mi problema?

—Será un gusto, sweetheart.

—¿En el cuarto?

—Donde quieras.

—En el nido —jadeó animado mientras se restregaba contra la dormida virilidad que poco a poco iba a despertar—. Porque huele mucho a ti.

Entonces UK lo cargaba, y a veces era sorprendente pues el gran reino que no parecía ser alguien de mucha fuerza, fácilmente lo llevaba cargando y con habilidad lo trasportaba donde deseara para consumar su pasión desbordante.

Por eso le gemía en el oído, y se restregaba en cada paso, emitía feromonas para seducirlo, de tal forma en que al llegar al lugar deseado, aquel pene estuviera listo para complacerlo esta vez. Y Portugal ayudaba a desprenderse de la tela para quedar a merced de aquel reino seductor.

No había parte de esa casa que no guardase recuerdos de sus exaltadas rutinas entre besos, susurros cariñosos, caricias, y orgasmos compartidos.

Pero era y siempre sería el cuarto donde se construía el nido, en donde la mayoría de secretos vulgares se guardaban.

 


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