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Fuego y miel por 1827kratSN

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Suspiraba suavecito, recuperando el aire que se le escapó durante el proceso hasta ese punto.

Su punto.

Estaba casi al límite y sus piernas no le respondían correctamente.

Había tomado el control desde hace un rato, dándose soporte con una de sus manos posada en el vientre de UK, y la otra sostenida fuertemente a la ajena. Sus rodillas reposaban a cada lado de esa cadera que usaba de asiento, tenía el pene de su alfa hundido en lo más profundo que esa posición le permitía, jadeaba sin sincronía concibiendo los ligeros estragos de un casi orgasmo.

—Vamos, querido —susurró el británico acomodando su cadera para que fuera más cómodo para Portugal—. Un poco más.

El alfa alentaba a su pareja para que continuara, cumpliendo el capricho del omega quien deseaba tener un orgasmo en esa posición y sin ayuda. Montando a placer la virilidad de su alfa, con su propio esfuerzo, a su ritmo, y casi lo había completado. Por eso lo miraban con dulzura, alentándolo a seguir.

—Se siente… —Portugal relamió su labio inferior—. Sabroso.

El propio omega soltó una risita mientras respiraba profundo y preparaba sus rodillas en conjunto con sus piernas para soportar su peso. Agradeció que el británico no le secundara la risita o se habría desconcentrado y perdido el delicioso estado de ensueño en el que se encontraba.

Ascendió despacio, sintiendo su entrada ser liberada poco a poco, y contuvo el aliento cuando dejó su cadera caer para incrustar aquella dura extensión de modo que golpeara en su punto de gloria. Soltó un quejido satisfecho y repitió el movimiento otra vez, una vez más. Sentía un placer indescriptible siendo quien dominara el acto, mirando desde arriba el cómo su alfa apretaba los labios a la par que él contraía su esfínter para que el placer fuera de ambos.

Ambos soltaban un gemido a la par.

Y seguía moviéndose.

Portugal se derramó con el último saltito y su cuerpo se tensó también. Escuchó la suave queja del alfa que todavía seguía erecto, pero no pudo pensar en más que en su propia oleada de calor disminuyendo un poco. Respiró lo mejor que pudo, intentando no dejarse caer porque aún faltaba la liberación del gran reino.

Porque lo que más disfrutaba de su celo era sentir el semen de su gran amor en su interior, regocijarse por estar lleno y que el líquido se resbalara por sus muslos. Solo con pensar en eso sentía que volvía a excitarse a pesar del cansancio.

—King —susurró mirándolo con súplica—. Sigue.

Con total delicadeza el británico se elevaba para depositarle un beso y poco a poco cambiar su posición, dejando a su omega recostado en el nido, permitiendo que los músculos ajenos  descansaran un poco. No rompió su unión. Con calma alejó los mechones humedecidos de la frente de Portugal, le cedió un beso cariñoso, enredando sus lenguas y ahogando sus suaves gemidos. Le acarició aquellas piernas firmes y tomó el control.

—¡Ah!

Embistió con fuerza solo para ver esos ojos abrirse levemente y esos labios separarse para seguir emitiendo gemidos satisfechos. Esperó un poco mientras descendía en besos amables para morderle el pecho y volver a embestirlo. Gruñó suavemente a sabiendas que eso le gustaba a Portugal, y en recompensa su espalda fue rasgada en la zona de los hombros.

Volvió a penetrar con fuerza.

A escuchar esa voz recitando el apodo cariñoso que le cedieron.

Recordando el pedido dado antes de empezar esa oleada, elevó su cuerpo para mirarlo de frente.

“Ahórcame.”

Delicadamente rodeó el cuello de su omega con su mano derecha, admirando la sonrisa afirmativa del mismo. Ubicó las arterias correspondientes a cada lado de ese hermoso cuello, recordando las instrucciones que el propio Portugal le dio, y cuidadosamente empezó a hacer presión para cortar el flujo sanguíneo. Aceleró los embates al mismo tiempo que sometió a su necesitada pareja.

Al ver esos labios separados emitiendo suaves y ahogados jadeos a la par que lo penetraba con fuerza y rápidamente, supo que lo hacía de forma correcta. Disminuía la presión en aquel cuello por periodos, y volvía a presionar para penetrar avivadamente. Alternó las velocidades hasta que las lágrimas de Portugal le dieron la señal de que estaba a punto de venirse otra vez.

Y él quería la liberación al mismo tiempo.

Con la misma satisfacción.

Alejó su mano de aquel cuello, lo escuchó jadear desacompasado, y le sujetó esas caderas.

Gruñó sintiendo su orgasmo llegarle, e inclinándose para respirar cerca del rostro de Portugal, se dejó llevar por el momento, por la excitación; y con la confianza afianzada por la comunicación que tenía con su pareja, poco a poco su dominancia estalló y dejó que sus colmillos se extendieran.

—¡Ah!… ¡Sí!

Portugal de inmediato mostró el lateral de su cuello, donde la marca fue puesta, entregándose gratamente a la emoción por sentir esa corriente eléctrica distorsionada entre dolor y placer. Satisfacción que solo podía brindarle su amado reino.

Se dio una mordida.

Sin ser tan profunda como la dada en el lazo, porque no había necesidad de repetir tal hazaña. Pero lo suficiente para generarle placer a ambos y de esa forma, con la última embestida del alfa, cederles un orgasmo compartido tan fuerte que los hizo soltar un suave grito de satisfacción.

—¡King!

El nudo del alfa se expandió, Portugal apretó los labios y saboreó la presión en sus entrañas. Era la cereza del pastel. Porque en el celo, el británico solía anudar en casi todos los orgasmos, y con lo humedecido que estaba el interior del omega, no había riesgo de daño o dolor y solo les generaba placer. A ambos. Por igual.

Se daban su tiempo para recuperarse, aferrados en un abrazo tembloroso, disfrutando de su liberación y del aroma combinado que invadía la estancia. Jadeaban sin compás, sin preocupaciones, aferrados al calor ajeno con la punta de sus dedos, con los ojos cerrados, empapados por suaves y cristalinas gotitas de su sudor, algunas deslizándose por su sien.

Cuando podían, se separaba lo suficiente para mirarse, sonreír y cederse un beso calmado, cariñoso, satisfecho. Disfrutando de la oleada que se desvanecía, y acomodándose para esperar a que el nudo se desinflamara y pudieran separarse para darse un tiempo de ocio antes de empezar otra vez con aquella frenética temporada de calor.

—¿Quieres jugar cartas?

—Eh… No.

—Era una broma —Portugal rio bajito—. Pero ya que debemos esperar para separarnos, podríamos jugar a algo.

—Lo siento, querido, no quiero jugar —dejó su cabeza reposar en el pecho de su pareja—. Te parece si solo planeamos qué vamos a cenar.

—Está bien —le acarició la mejilla—. Me apatece algo de Leitão, ¿qué dices?

—Me parece perfecto.

Se miraban largo rato, a veces en silencio, a veces platicando de cualquier cosa. Compartían caricias, roces gentiles, en ocasiones charlaban sobre los detalles de lo que querían hacer en la siguiente oleada de calor, la posición que querían, las condiciones que compartirían, porque era importante para ellos que ambos terminaran satisfechos y felices.

—¿Quieres que deje de anudar? Que eyacule fuera.

—Claro que no —Portugal hizo una mueca en negativa al solo pensamiento—, por el contrario, ¿por qué no anudas conmigo fuera del celo?

—¿Por qué quieres eso?

—Porque quiero experimentar.

—No es buena idea, querido, podría lastimarte.

—Está bien —suspiraba—. No quiero que te preocupes en vano —le cedía un besito.

—Ya casi es el final del tercer día.

—Sí.

—Ya falta poco para que tu calor pase.

—¿A qué quieres llegar, King?

—Debo llamar a un médico para que revise tu cuello y limpiar el desastre que dejamos en la cocina por la sorpresiva oleada.

Portugal soltó una risita.

—King, después nos preocuparemos por eso. Solo disfrútalo.

—Está bien.

—Te amo, meu amor.

—También te amo, Galy.

—¡No me llames así! —simulaba un golpecito en esa frente.

El británico ronroneaba poco después, porque se sentía tan a gusto en aquel nido, con su pareja, que demostrarlo se volvió una necesidad. Y sabía que a Portugal le gustaba eso.

 


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