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Fuego y miel por 1827kratSN

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—King, qué casualidad verte por aquí.

—Querido, las casualidades no existen.

—King, estaba intentando que no fuera tan obvio. Lo acabas de arruinar.

—Oh —Britain asintió—. Lo siento.

—Siempre tan sincero —rio bajito—. Ahora, finjamos que tu viaje y el mío coincidieron casualmente en la ciudad de nuestro bar favorito y sigamos la plática donde nos quedamos.

—Está bien.

—¿Y qué haces por aquí?

—Nada.

Portugal soltó una carcajada que llamó la atención de todo aquel que caminara por esa calle, es que no pudo evitarlo ante la expresión tan seria de su querido King.

Era obvio que tomaron la primera oportunidad para buscar al otro, y no hubo forma de disimularlo, ni siquiera elaborando una mentira monumental. Porque aún pesaba la promesa que se hicieron hace tanto.

—No sabes disimular, King.

—A veces no puedo disimular contigo.

Se dedicaron una de aquellas sonrisas cariñosas, dulces, mirándose en silencio unos segundos, ignorando a las personas a su alrededor y después solo hicieron una pequeña seña para continuar. Caminaron uno junto al otro por aquellas calles conocidas, detallando el aburrido e improvisado viaje que los llevó ahí.

En su mesa favorita, en su bar favorito, pidieron lo de siempre, se les sirvió con prisa y en la privacidad llegaron a revelar detalles que el otro deseaba saber. Britain confesó que ni siquiera  se adecuó en su nueva casa, apenas si dejó sus pertenencias, y averiguó ansiosamente el paradero del otro para salir. Portugal rio divertido al señalar que él ni siquiera terminó de escuchar el ansiado chisme del año antes de detener su viaje por los mares, abandonar a la tripulación, y sin cargar mucho en el bolsillo salir a su siguiente aventura.

Sabe dios cuánto habían esperado esos dos, y nadie podía culparlos por dejarse llevar por la ansiedad. Aun así, solo se miraron entre sonrisas y platicaron por horas. El sol les sorprendió en medio de sus caminatas sin cuidado por la ciudad desierta, no había frío ni apuro, y el cansancio no impidió una aventura más.

—Iremos a aquel sitio.

—¿No estás cansado? Deberíamos dormir un poco, Portugal.

—Vamos, King. Dormiremos en el tren.

—Es una locura.

—Tenemos que volver a ese lugar. Es importante.

Cayeron rendidos apenas el tren partió, uno junto al otro, platicando en susurros, juntaron sus cabezas y cedieron al sueño casi al mismo tiempo. Se perdieron de la expresión serena del otro, porque ya nada les impedía estar juntos. Eran libres.

Llegaron al inicio de un bosque casi desconocido para las personas, pero para ellos era la puerta a un pasado encantador. No habían vuelto a esas tierras desde su despedida hace muchos años, ni solos ni juntos, pero ahí estaban ahora. Dieron un paso con el pie derecho para ingresar a esos dominios y entre risitas se adentraron aventureros mientras se burlaban de lo mal que les iría si es que se perdían en medio de tanto árbol.

—Quiero darte algo.

—¿Un regalo?

Portugal jugueteó con la pequeña maleta que llevaba consigo antes de mostrar aquello que con celo conservaba desde hace mucho tiempo. Envuelta en una seda blanca, atada con cuerda algo gastada por las decenas de veces en las que se envolvió y desenvolvió aquello.

Era un obsequio guardado para ese momento.

Se detuvo en medio del espeso bosque para mirar al británico y otorgarle el detalle. Portugal esperó pacientemente a que el inglés deslizara la cuerda y con cuidado descubriera el hermoso reloj de bolsillo bañado en oro con detalles esculpidos a mano. La sonrisa del reino opacó al sol fulgurante en el cielo, y fue aún mejor cuando el reloj fue abierto y el cariñoso sobrenombre “King” se halló grabado con letra cursiva y hermosa.

—Es mi forma de cortejo.

El británico soltó una risita.

—Gracias, querido… Pero tengo una pregunta —lo miró divertido—. ¿Desde hace cuánto esperas este día?

—Desde hace tanto… Que hasta yo me sorprendo.

—El sorprendido soy yo —rio bajito—. Porque conociéndote, no puedo creer que esperaras tanto por mí.

—Confieso que me hubiese lanzado sobre ti desde hace mucho, sin dudarlo, ni siquiera lo hubiese pensado o evaluado tu compromiso… Pero sé que tú no eres así, y respeto tus tiempos y tus firmes creencias —Portugal sonrió—. Por eso y sin perder tiempo, ahora mismo presento mis intenciones por cortejarte.

—Eso debí haberlo dicho yo.

—Dije que respeto tus tiempos, pero ya hemos esperado mucho para esto, y estoy algo desesperado, porque a veces eres muy lento, King. Si no lo inicio yo, tal vez…

—Te he amado en silencio por años —interrumpió el monólogo—, pero quería decírtelo un tramo más adelante para borrar el feo recuerdo de la despedida y reemplazarlo con algo mejor.

El británico señaló a los árboles, a una roca para ser específico, una distintiva porque era el único enorme obstáculo entre todo ese bosque.

—Ay… Lo arruiné.

—Sí —sonrió—, pero ya no hay marcha atrás.

Entre risitas y arrepentimientos, ambos aliviaron el peso de un amor incompleto por años.

Britain se acercó entonces, esbozando una sonrisa tranquila, para extender su mano y acariciar con dulzura la mejilla del portugués quien detuvo sus palabras al instante. Se acercó sin temor en esa ocasión, deslizando su mejilla contra la ajena hasta que sus labios rozaron los de Portugal, y con ternura le cedió el beso que hace tantos años quedó en la nada.

Se separó solo para admirar las mejillas sonrojadas de aquel aventurero, rio divertido, y volvió a unir sus labios en un toque amable que representaba el inmenso cariño guardado que le dedicaba. Le entregó uno y otro beso mariposa entre susurros de amor correspondido y devoto.

—¿King?

—Dime, querido.

—Hueles a madera dulce y fuego —susurró, porque aquel aroma fue como una suave caricia en la punta de su nariz.

—Sí… Es porque me siento muy a gusto a tu lado —susurró antes de cederle un beso más.

                                      


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