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Fuego y miel por 1827kratSN

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—Así que United Kingdom.

—Sí —el inglés siguió escribiendo tranquilamente.

—¿Por qué?

—¿Y por qué no? A mí me gusta.

—Lo sé —Portugal posó su mejilla en su palma—, lo has dicho durante años.

—¿No te gusta?

—Sabes que soy de nombres sencillos, King… Pero si te gusta, te apoyaré.

—Gracias, querido.

—Aunque tengo una duda —lo miró—. ¿Todo este cambio es por tu madre?

—Sí.

Portugal sonrió divertido, porque estaba entendiendo lo que pasaba.

—¿Me cuentas? —susurró suavecito.

—Ya lo sabes.

—No~ —canturreó fingiendo demencia.

—Hicimos un trato. Ella me quitará la mitad de mis obligaciones y a cambio accedí a expandirnos un poco.

—Eso no es todo, ¿verdad?

—Cumpliendo sus caprichos, no se entrometerá entre tú y yo cuando llegue el momento.

—¡Lo sabía! —sonrió—. Tu madre sacaría provecho de lo nuestro de alguna forma.

—¿Eso importa?

—No para mí, pero me encanta tener razón.

Compartían esos momentos desde hace mucho, cuando eran un amor secreto, y ahora que eran un par de idiotas que seguían haciendo lo mismo y tal vez un poco más.

Porque la distancia se terminó.

Portugal era quien se acercaba, invadiendo el espacio personal de británico, sentándose muy junto, empujándolo suavemente con su brazo, y olfateando disimuladamente el perfume aquel que demostraba que King disfrutaba de su compañía.

—¿Puedo tomar tu mano?

Portugal reía bajito por aquella petición innecesaria, admirando disimuladamente el leve rubor que adornaba las mejillas de aquella serena representación, y sintiéndose en el cielo por poder estar así de cerca de su gran amor.

—Claro que sí.

Eran en esas ocasiones en las que el británico se deslindaba de sus amados guantes y cedía un toque gentil, cálido. Deslizaba su mano hasta juntarla con la de Portugal, lo hacía despacio, con duda, pero buscando el vínculo físico que hace tanto le pareció imposible.

Sus manos enlazadas quedaron por debajo de la mesa.

Portugal se acomodaba entonces, posando su quijada en el hombro ajeno, sonriendo y sin poner atención a lo que escribía UK en un libro en blanco. Se quedaba así un rato, porque su alborotada alma necesitaba de moverse y cambiaba de posición, se servía un té y servía uno para el británico, tarareaba y observaba por la ventana del despacho, se volvía acomodar en el hombro ajeno y cosas más.

Pero nunca soltó aquella mano.

Aunque le sudara la palma e hiciera bromas por eso.

—¿Quieres salir por ahí?

—Por ahora quisiera permanecer así.

—¿Cómo?

—Solo los dos —Portugal le guiñó.

—Lamento romper tus expectativas, querido, pero sinceramente estoy cansado.

—¿Necesitas dormir?

—Eso ayudaría.

—No hay problema.

—Pero no quiero que te vayas, me gusta tu compañía.

Eran palabras sinceras, emitidas por aquel rostro serio. Eran pequeñas confesiones que no pretendían serlo. Eran detalles que siempre enamoraron al corazón risueño de Portugal.

—Duerme un rato, y yo vigilo tus sueños.

—Te vas a aburrir.

—Claro que no —hizo una seña para que el inglés se acercara—. Porque dormirás en mi regazo.

Luchó un poquito, no demasiado, hasta convencer a aquel señor tan rígido para que recostara la cabeza en sus piernas. Tuvo que darle un beso o dos, y casi arrastrarlo al sofá del despacho.

—Te vas a entumecer.

—Valdrá la pena.

Con gentileza le acarició los cabellos y los desordenó sin pena.

—Duerme, King, yo velaré tus sueños.

—Entonces tendré un buen descanso.

Deslizó sus dedos por esas hebras bien cuidadas, le acarició sutilmente la frente y vio con satisfacción como poco a poco el gran reino se relajaba, dejando su cuerpo suelto y disfrutando de descansar un momento.

UK no estaba dormido, pero mantenía sus ojos cerrados.

Percibía el aroma de Portugal, la miel sutil que calmaba su cuerpo, la caricia en su mejilla, el silencio agradable. Y en vez de dormirse, su garganta le traicionó y dejó escapar un suave ruido que asemejaba a un ronroneo.

—¿Qué fue eso? —susurró Portugal.

El inglés abrió los ojos un poquito, admirando la sorpresa ajena.

—La prueba de que a tu lado bajo la guardia y quedo indefenso.

—¿Ronroneaste?

—Sí.

—¡Creí que era un mito!

—No lo es —volvió a cerrar sus ojos y atrajo la mano de Portugal a su mejilla nuevamente.

—¿Disfrutas de mis caricias?

—Sí.

—¿Volverás a ronronear como un gatito?

—Es muy probable.

—¿Es tu forma de declararme tu amor?

—Sí.

Portugal no pudo resistirse y se inclinó para depositar un beso en aquellos labios, otro más por si acaso, y entre risitas volvió a guardar silencio para seguir con su tarea de ceder confort al amor de su vida. 


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