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Fuego y miel por 1827kratSN

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Mientras colocaba aquel pañuelo rodeando su cuello, preparándose meticulosamente para salir a su anhelada cita, sonreía envuelto en un recuerdo lejano que lo hacía feliz. No debería, pero fue un simple gesto casi impulsivo que le brindó esperanzas durante su larga espera ante un sueño.

Hubo una sola vez, mientras King estuvo casado, cuando la máscara de serenidad del gran reino se rompió.

Portugal ni se había dado cuenta, tampoco es como si le interesara los coqueteos de alguien ajeno a Britain, pero en ese día una representación nueva con la que entablaron plática le había estado frecuentando, manipulando, casi invadiendo su espacio personal con aquel aroma fuerte.

Pero el gran reino se había dado cuenta, y al instante, con amenazadora mirada se había interpuesto y sin siquiera ser amable alejó al intruso. Portugal se sorprendió tanto en esa ocasión, que ni vocalizó alguna broma y solo miró al británico en busca de respuesta a esa escena de celos tan inesperada.

Tal vez desde esa ocasión Francia lo odió a más no poder, porque se dio cuenta que King no le era indiferente. Fue un error que Portugal después sintió como una declaración de que nada estaba perdido con Britain, y que marcó una pauta de fría relación con el francés.

—Pero qué importa ahora.

Sonrió ante su reflejo, terminó de colocarse el broche y acomodar los últimos detalles de su vestimenta, para inmediatamente respirar profundo e ir en busca del británico señor que seguramente ya lo esperaba pues la puntualidad lo caracterizaba desde tiempos inmemoriales.

—Te ves radiante.

Adoraba los galanteos que le brindaban aquellos labios humedecidos por el té.

—Tú también te ves muy guapo hoy, King.

Tomaba asiento y casi al instante la camarera le brindaba una recomendación para algo de beber y un bocadillo dulce a probar. Era como si King pidiera un servicio exclusivo para él, y era un detalle más que Portugal apreciaba.

—King… ¿Recuerdas aquella vez donde tus celos ganaron la batalla?

—Cómo olvidarlo —su expresión indescifrable no decía mucho— fue… vergonzoso.

—¿Por qué?

—Tú eras libre, y yo olvidé que no lo era. No debí cometer ese error.

—No parecías ser alguien celoso, King, entonces ¿solo fue esa vez?

—No —el británico suspiró pesadamente—. Puedo ser muy impulsivo, territorial, casi obsesivo y agresivo.

—¡Vaya!

—No me gusta eso.

—Así que te pondrías muy celoso por cualquier cosa.

—Estoy trabajando en eso. Quiero superarlo.

—¿No puedes esperar un poco?

—¿A qué te refieres?

—Célame un poquito —Portugal sonrió de lado—. Solo a veces. Reavivar ese recuerdo eleva un poquito mi autoestima.

—Querido, no quieras meterte en problemas.

—Esa amenaza me gusta.

El británico soltó una risita divertida, porque sabía que Portugal hablaba en serio.

—¿Y qué hay de ti?

—¿Yo? —Portugal se tocó el pecho fingiendo ofenderse—. Obviamente no soy celoso.

Cuán equivocado estaba. Cuán mentiroso era.

Porque sintió celos desde hace mucho tiempo, por cada persona que se acercaba a Britain, por el esposo que le arrebató los largos y gloriosos años de su gran amor. Cuántas veces rabió y rompió cosas solo para desquitar su frustración.

Pero solo pasaba por culpa de King, jamás sintió algo parecido por alguien más.

Tal vez por eso, y al caminar tomado del brazo del inglés, intentaba siempre mantener toda la atención sobre sí, marcando su aroma ligeramente más fuerte como advertencia para todos los demás. Siempre dulce con el gran reino, muy tosco con quien se atrevía siquiera a mirar demás a quien no debía.

—Si te doy un beso frente a toda esta gente, ¿controlarás mejor tus celos?

Se vio descubierto, su mentira no duró.

—¿Qué celos, King?

—No lo sé, dímelo tú, querido.

—Está bien —Portugal hizo una mueca—. Digamos que prefiero estar en tu despacho o en el mío, y no estar tan rodeado de personas.

—A pesar de tantas vidas, solo te presto atención a ti.

—King —soltó una risita antes de besarle la mejilla—. Haces que me alborote.

—¿Qué debería hacer para calmarte?

—Diría que te mudes conmigo, pero supongo que es muy pronto y…

—De acuerdo.

Las palabras del británico sonaron sinceras, fuertes, decididas.

—¿Qué?

—Te saliste con la tuya, Portugal —le brindó una sutil sonrisa.

—Ah… De nuevo, ¿qué?

El inglés solo sonrió y siguió su camino, con aquel paso tan alineado, con la figura imponente y la frente en alto. Poco faltó como para que Portugal se colocara a su lado otra vez y caminaran en sincronía.

—¿Es en serio, King?

—Solo tengo una duda, una preocupación.

—¿Cuál?

—No debes dejar tus aventuras en los mares solo para quedarte conmigo.

Portugal sonrió al instante, consciente de la libertad que le estaban ofreciendo.

—Esas aventuras eran lo que me mantenían alejado de la locura, eran las que frenaban mis deseos de ir por ti y raptarte si era necesario.

—Qué romántico.

—Ahora ya no sirve seguir con eso.

—No quiero que dejes lo que amas, querido —le acarició la mano—. Vivamos juntos, pero si quieres viajar por los mares como antes, hazlo… Y yo estaré en nuestra casa para darte la bienvenida.

—¿Y no te pondrás celoso porque viaje con alguien más?

—Seguramente… Pero confío en ti a plenitud.

Era por cosas como esa que Portugal cada vez sentía enamorarse cada vez más.

De nuevo.

Cada día.


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