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Fuego y miel por 1827kratSN

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Pudo haber usado su aroma y encantar a Britain desde el inicio, pero no lo hizo, prefirió que se diera de forma natural o esperar al momento adecuado… y a la vez, él mismo ansiaba que el perfume del otro se le ofreciera también, porque era un tema sumamente especial y personal de cada quien.

—No sabía que coincidíamos en tantas reuniones.

—Ni yo —Portugal miró a su alrededor— o tal vez solo nos conocimos en el momento preciso en que todos ellos buscan una amistad beneficiosa.

—Por lo menos conocerte fue agradable.

—Señor neutralidad, ¿me acaba de elogiar de alguna forma?

Aquel reino soltó una risita espléndida, bajita, casi escondida de la mirada de todos. Portugal se vio encantado con aquel sonido desde la primera vez que lo escuchó, porque era el reflejo de un alma risueña.

—¿Por qué finges ser un aguafiestas?

—Qué grosero eres, Galy.

—No me llames así —solicitó cordialmente— y solo es curiosidad, no intentaba ofenderte.

—¿No te han dicho que mostrar tus emociones abiertamente puede ser peligroso? Alguien podría usar eso en tu contra —se acomodó las mangas—. Podría ser tu debilidad más notoria.

—A mí me funciona bien —tomó una copa de vino que ofrecía la servidumbre—. Sonrío y la gente confía en mí.

—Es por tu linaje.

—¿Y por qué para ti sería diferente?

—Porque desde siempre han esperado demasiado de mí. Mi madre me confió tareas demasiado importantes y no pienso fallarle.

—La mía solo me enseñó a bailar.

Otra risita oculta por los dedos enguantados del británico. Ya se había vuelto costumbre, tanto que solo con mirarse se generaba una ocurrencia la cual aprovechar y compartir. Tal vez por eso empezaron a encontrarse ya no solo en esas aburridas fiestas, sino también en días de descanso.

Fumaron un tabaco, se sirvieron vino entre pláticas, e incluso compartieron la ruta a caballo para alejarse de todos y respirar en paz. Se olvidaron de sus deberes como representaciones y se volvieron dos entidades liberadas que se gastaban bromas y hablaban de sus sueños personales.

Fueron individuos.

Portugal conoció el lado ambicioso y apasionado del británico, así como vio la dulzura y cuidado con la que trataba a sus allegados. Y Britain conoció lo perezoso, sarcástico, caprichoso que aquella entidad de sonrisa amable ocultaba, pero le reconoció lo inteligente y aventurero que también era.

Llegaron al punto de ser confidente uno del otro, con una amistad tan fuerte y real que hasta sus gobernantes se acercaron y formaron decenas de pactos mientras compartían propósitos en común. Las salidas se volvieron diarias, las locuras más recurrentes, las risas formaban parte de cada tarde en la que practicaban con sus armas por ver quien le daba al blanco la mayor cantidad de veces.

—Hueles a madera… y algo más… Algo a lo que no puedo darle nombre.

Susurró Portugal cuando en medio de sus eternas caminatas se encontraron ante un riachuelo, ambos sin calzado, con los pies descansando en las aguas algo frías, cuando se despojaron de sus sacos y alivianaron sus camisas formales.

—Muchos dicen que huelo como a hojas secas.

—No creo que sea eso —se acercó a olfatear.

—Perdona mi descuido —el británico se mojó el rostro—, he perdido el control de mi aroma, espero no te haya influenciado con eso.

—¿Qué te parece si te dejo olerme en compensación?

—El aroma es algo muy personal, solo de nosotros mismos, no lo muestres solo porque sí.

—Tú lo acabas de hacer.

—Sí —el gran reino se peinó los cabellos hacia atrás con los dedos—. Suele sucederme cuando me siento demasiado cómodo con mi entorno.

Portugal sonrió, sintiendo aquella dicha agradable en el pecho.

—Así que te sientes cómodo conmigo.

—Eh… Sí.

Portugal rio al escuchar aquella afirmación tan natural y sincera, hasta sus mejillas se tornaron de un rojizo muy evidente y tuvo que girar para no admirar aquella sonrisa sutil que le dedicaron. Era demasiado para su pobre corazón.

Se preguntaba cuántas personas habían visto a aquella representación con la ropa tan desorganizada, con los cabellos sin forma y entremezclando sus colores, con ese rostro tranquilo y esa sonrisa tan bonita. Creía que no muchas, y agradecía ser parte de esas pocas.

Se había encantado con la personalidad oculta de su amigo.

Su gran ilusión.

Y creía fervientemente que era lo mismo para Britain, quien de forma indirecta le acababa de confesar aquello sin desearlo. Tal vez por eso estuvo en las nubes mientras retornaban a la ciudad para volver a sus vidas tan ocupadas y sin libertades.

—¿Puedo preguntarte una cosa?

—Seguro —disminuyó su ritmo para ponerle atención a Portugal.

—¿Soy especial para ti?

—Sí —no dudó.

—¿Cuán especial?

—No podría compararlo con algo que tú entiendas.

—Ey… Puedes intentar.

Portugal se acercó un poco, actuando acorde a las reacciones del británico, sonriendo al ver esa mirada gentil y tranquila, presenciando esa sonrisa que invadía sus sueños.

—No puedo.

Se detuvo al escuchar eso y darse cuenta que ya no existía esa sonrisa tan bonita, por el contrario, los labios del gran reino se separaron para después volverse una línea seca y sin gracia.

—¿Pasó algo?

—Lo siento, Portugal…, querido.

Sintió la caricia en su mejilla, una tierna muestra de afecto que tal vez debió ser la puerta al cielo, pero que se sintió como una despedida. Los ojos de aquel reino lo miraron con tristeza y esos labios le confesaron la razón.

—Voy a casarme.

Fue una mezcla de sensaciones las que llevaron al portugués a perder el control nato que los de su clase aprendían, y a la par que soltó un jadeo que no formó palabra, un pequeño hilo de su aroma se escapó.

El aroma a naranjas que detectó Britain representaría la tristeza de verse obligado a abandonar al que consideraba su primer y gran amor desinteresado. Se sintió desdichado, pero no podía evitarlo.

Tenía que suceder. 


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