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Donde las lucettas me esperan por Lalamy

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Notas del fanfic:

No suelo escribir fanfics, de hecho, este es el primero y no sé si el último (?) pero tenía ganas de probar algo nuevo, un poco para desempolvar mi escritura. Espero que encuenten algo bueno de todo esto :)

Las luces que se apagaron

 

Por extraño que suene de mis labios, el vino no siempre es buena compañía, al menos en noches como aquella. Podía sentir en el aire cierto aroma nostálgico que arrastraba el viento del oeste, por lo que esa noche decidí beber en una de las mesas al exterior del Obsequio del Ángel, a solas. Charles, al ver mi inusual preferencia, me preguntó si estaba planeando algo. La gente suele sospechar de mí, no los culpo, parte de mi trabajo como mano derecha de la Gran Maestra Jean es usar el ingenio entre las sombras. Ante la errónea deducción del cantinero, le compartí una sonrisa cómplice para que dudara de mis intenciones porque de este modo me dejaría en paz, y efectivamente, me dio la botella de vino junto con una copa y no hizo más preguntas. Seguro creyó que estaba siendo parte de una gran misión secreta. Su ingenuidad me cautivó.

 

Desde afuera podía escuchar la música de José Seis Dedos, aunque más que disfrutarla, las cuerdas se me hicieron melancólicas. En ese momento supuse que mi estado anímico me hacía interpretar el entorno de una manera diferente, por lo que me pareció una decisión prudente el no beber más, aunque… ¿qué sería de la vida si siempre fuésemos sensatos? Alcé la copa y llevé el tibio vino a mis labios sintiendo en cada sorbo la futura culpabilidad de alguien que sabía que se iba a emborrachar.

 

“Qué más da. Es una noche especial” justifiqué mi imprudencia. Y es así como casi vacié la botella.

 

Tras una hora, salí con disimulo de la ciudad. Los guardias de la entrada preguntaron por mi destino, por lo que respondí con tranquilidad que solo daría un paseo. Por lo general, solía atravesar la senda terrosa del Valle Estelar cuando quería darme un descanso de las responsabilidades, mas aquella vez tomé el camino suroeste que es de donde provenía aquel enigmático viento. La Meseta de la Ventisca siempre me traía los recuerdos de una infancia en la que mi mente se veía menos nublada que en la actualidad. En esos borrosos tiempos me gustaba descender de las montañas a toda prisa, a sabiendas de que bien podía romperme una pierna en mi suicida intento. También me gustaba jugar con Diluc a que éramos caballeros al borde del manantial de Aguaclara. Él, que siempre fue diestro con la espada incluso cuando esta solo se limitaba a ser una ridícula rama, solía vencerme y mi cuerpo caía inevitablemente en el agua. Nunca me enfadé. En ese tiempo se me era natural pensarlo como hermano.

 

Y tras un extenso recorrido entre recuerdos teñidos de infantil añoranza, llegué. Sería mentiroso decir que no sabía que terminaría pisando ese lugar, aunque también estaría mintiendo si afirmara que siempre lo supe. Desde la colina podía contemplar el viñedo, una imagen inmortalizada que no variaba mucho con el tiempo, y desde una cautelosa distancia observé como algunas luces aún se visualizaban desde la mansión. Me senté desde la seguridad de la altura y miré por varios minutos algo que alguna vez también fue parte de mí. ¿Que si extraño sentirme parte de ese lugar? Inevitablemente sí, aunque nada material me ata a ello, solo vínculos. Después de todo, me gusta la vida que he construido en la ciudad de Mondstadt.

 

Pensé en ese momento en que seguramente ya había pasado la medianoche, por lo que me pregunté qué estaría haciendo él en ese momento. Por qué las luces no desaparecían. “¿Será una señal?” barajé una posibilidad absurda que me hizo reír, aunque también mi buen humor se debía al alcohol en mi cuerpo. “Qué mas da” volví a decirme. Parecía un conjuro de resignación, uno que me ayudó a descender de ahí.

 

Crucé la viña deslizando mi mano por las hojas. Siempre tuve la impresión de que el aroma del viñedo era diferente de noche. Quizás eran los hierbajos húmedos. El rocío que caía de las uvas. No me importaba ignorar la razón, me bastaba con deleitarme una vez más con esa esencia. A mitad de camino me detuve al ver que las luces se apagaron frente a mí. La supuesta señal se había apagado, y yo me quedé observando la fachada oscura de una mansión que, de un momento a otro, se me hizo ajena. “Llegué muy lejos”, me vi despertando de un encantamiento. Qué traviesos eran los recuerdos cuando la mente debilita sus defensas, por lo que pensé que era momento de marchar.

 

-        ¿Qué haces aquí? – escuché esa voz a mis espaldas. Ya había comenzado a emprender mi regreso a la ciudad, sin embargo, esa interrogante fue suficiente para detenerme. Procuré mostrarme relajado a la hora de girarme hacia él. Me veía desde el balcón.

-        Oh, nada del otro mundo. Un patrullaje de rutina – me excusé con una evidente mentira.

-        Parecía otra cosa – él, por su lado, se mostró inmutable.

-        ¿Que viajé borracho hasta aquí? Es un camino muy largo y muy peligroso para un ebrio – me aproximé a la mansión, después de todo, una conversación a gritos nunca fue de mis pasatiempos favoritos.

 

Diluc se encontraba afirmado a la barandilla del balcón con esa expresión que algunas veces me exasperaba. Parecía juzgar mis movimientos en silencio, uno que me gustaría que quebrara con alguna respuesta de la cual aprovecharme. Pero no. Solo observaba mi acercamiento en la espera de algo que ni yo sabía cómo concretar.

 

-        Bueno, ya que me sorprendiste, ¿me dejarás entrar? – en realidad no sabía si me apetecía hacerlo, no después de ver lo lúgubre que se veía la mansión. Me sentí similar a un insecto nocturno, perdido, revoloteando de un lado a otro, dispuesto a morir, lo que era curioso, puesto que solía entrar y salir del viñedo sin consultar a nadie.

 

Él, como era previsible, se tomó un tiempo para dar una respuesta. ¿Desde hacía cuánto tiempo que sabía que yo estaba ahí? ¿habría mandado a apagar las luces a propósito? No, esto último parecía una acción demasiado caprichosa, él no solía jugar esa clase de juegos. Y luego de unos segundos de suspenso, entró a la mansión tras dejar palabras inaudibles en el aire, ya que la distancia impidió conocerlas. Supuse que era uno de los tantos secretos que el señor Ragnvindr se reservaría, como todos los pensamientos que dejamos de compartir después de ese día.

 

Me dirigí a la puerta sabiendo que mi presencia no sería ignorada. Aquel antihéroe rehuía de mi mordaz humor todo el tiempo, pero algo en mí me hizo confiar que no sería capaz de quedarse con la duda, después de todo ¿qué hacía el capitán de los caballeros de Favonius merodeando entre las uvas a altas horas de la noche?

Gracioso. Era posible que no imaginara que ese caballero solo se dejó llevar por la ruta del sentimentalismo.

Entré a la mansión percatándome de los rincones del vestíbulo que eran tenuemente iluminados por las lámparas exteriores. Haciendo una revisión rápida del área no había nada nuevo allí. Las mismas plantas de la entrada, la misma mesa larga, el mismo jarrón… vaya, siempre que me topaba con él mis labios pedían curvarse en una sonrisa. Y, de pronto, el maestro Diluc se cruzó en mi mirada. Bajó por las escaleras con esa expresión seria a la que ya me tenía acostumbrado.

 

-        ¿Existe alguna razón por la que estés a estas horas por aquí? – inquirió una vez llegó al primer piso, frente a mí.

-        ¿La necesito? ¿Este no es un destino común para mí?

-        Hueles a alcohol – su comentario me hizo reír, aunque como siempre él no devolvió el gesto –. Por lo tanto, asumo que no te trae por aquí ningún asunto importante. Perder el tiempo parece usual en los caballeros de Favonius.

-        No te puedo contradecir. En algo nos tenemos que ocupar cuando Mondstadt está manso como un lago.

-        Uhm…

 

A pesar de la poca visibilidad pude ver esos rojizos ojos sobre mí, escudriñando entre mis intenciones. Si existía alguien que me conociera de verdad en Teyvat, era él, por lo que fingir se volvía trabajoso.

 

-        Siempre me ha gustado la noche en el viñedo. Más que en la antigua residencia, aquella que…  -  posiblemente, Diluc se cruzó de brazos a la espera del remate de mi mala broma acerca de la residencia de la que se deshizo, sin embargo, me volví sobre mis pasos y rectifiqué –. Me gusta este lugar.

-        Ya veo – en ese momento, en un gesto descuidado, Diluc deshizo su coleta y se la volvió a hacer, aunque esta fue más alta, a diferencia a la que usaba de manera usual. Lo entendí. A pesar de la brisa, la noche se sentía medianamente calurosa.

 

Bastó ese breve gesto para que me quedara pensando en cosas que la mayoría del tiempo optaba por no prestarle atención. Me gustaba cómo se veía esa noche, aunque la verdad es una confesión engañosa; no era la primera vez que me lo parecía. Su rojiza cabellera destacaba incluso con la tenuidad de la sala, y eso era algo que me gustaba. Me hacía recordar la intensidad de un Diluc con el que alguna vez me relacioné más estrechamente. Apasionado, diligente. Tras esa amargada expresión sabía que, en algún escondrijo de su cuerpo, había vestigios de lo que fue. De un momento hasta este punto la vida se había vuelto muy complicada para nosotros.

 

-        ¿Sucede algo? –  inquirió hostil. Fui inconsciente de los segundos que se escaparon mientras lo miraba, aunque disimulé mi torpeza con una sonrisa.

-        Quizás. Pero no querrás saberlo.

 

Fue mi respuesta. Y no había ninguna estrategia tras ella.

Notas finales:

¡Ya está! Calculo que esta historia concluirá en el próximo capítulo, así que espero que hayan disfrutado de este <3


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