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Mi vida en cuarentena por Arkannos

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Notas del fanfic:

El xtabentún es un licor de origen maya, que se produce en el estado de Yucatán, a partir de miel de abejas alimentadas con la flor del xtabentún que tiene características organolépticas similares al anís. Se acostumbra servirlo solo, con hielo o simplemente frío.

Notas del capitulo:

Gracias por leer :) Díganme si estoy haciendo bien las narraciones en primera persona, sus opiniones me ayudan a mejorar :D


SafiroBipolar

La hamaca

Desde que había vuelto a la vida nunca me había sentido tan aburrido como en estos momentos. Las series de Netflix ya me habían empalagado; no había k-drama que mis ojos no hayan visto ya, mi corazón en esos momentos no estaba para más sobrecarga emocional, tanto drama me provocaba un llanto que bien podría competir con el diluvio que ocasione una vez, cuando tenía cierto odio hacia el mundo -principalmente mi hermanito-.

¿Leer para matar mi aburrición? No, gracias, para eso está Camus ¿Hacer comida? Menos, de eso se encarga Saga. Desde que estamos aquí atrapados ya se ha aprendido infinidad de postres. El que si se desgracio por querer hacer más ameno su encierro fue Aldebarán, se le ocurrió ofrecerse como modelo de prueba a Mu y el pobre termino con mordidas de burro en su cabeza. Lo bueno es que su cabello va a crecer, lo malo es que nunca se nos olvidara su look punk.

Aunque me gusta estar en el Santuario con mi hermano, no puedo negar que extraño a los ocho mocositos que crie, entrene y manipulé en mis tiempos como Marina. Éramos una familia, extraña, pero familia. Con ellos me divertía molestándolos y llevándolos al límite de sus capacidades físicas y mentales. No había día que no estuviera muerto de risa junto a Thethys, Baian o Io. Isaak nos salió más mojigato y eso siempre será culpa de Camus, aunque él lo niegue.

Tengo tantas ganas de verlos y saber que tal la están pasando ahí abajo, pues lo último que supe fue que Julián se volvió histérico y mando a comprar enormes cantidades de papel, jabón y cloro. Quiero visitarlos en persona, pues en videollamadas no es lo mismo, pero por la maldita cuarentena obligatoria es imposible.

Nadie en el jodido mundo podía salir a la afuera, por más que quisiera salir a la afuera. Ni al parque más cercano o a la banqueta. Eso era en el mundo común y corriente, en los Santuarios -incluido el de Poseidón y Athena- la historia no era tan diferente al resto de la humanidad. No podíamos salir de nuestras casas, así estuviera una Guerra Santa en el horizonte.

Varios de mis camaradas se habían ido de arrimados a la casa de sus parejas; Aioros se fue con Shura, Milo con Camus, Ángelo con Afrodita, Mu -con su cría incluida- a casa de Aldebarán, Marín se fue con Aioria. Shaka fue el único que se quedó más solo que un perro. Dohko fue distinto, al viejo maestro lo enviaron a los cinco picos, pues no tenía mucho de haber ido a China. Shion se quedó con el corazón roto, pero sé que sobrevivirá un par de meses sin su réplica barata de Yoda.

En conclusiones; La mayoría estaba con sus culos.

Yo me quedé con el mío; Saga. En un principio le costó a todo mundo aceptar nuestra relación amorosa -en especial a cierta Potra enamorada de mi culito-, pero lo aceptaron. Lo hubieran hecho o no yo no iba a dejar a Saga así me ofrecieran miles de universos.

En fin, apenas llevamos veinte días, once horas, tres minutos con no sé cuántos segundos y ya no aguanto esto. Ya me cansé de ver las paredes de mi habitación, de esos k-dramas que no me llevan más que a la deshidratación y angustia, esa araña en el rincón devorar moscas ya me harto de igual manera. Ya estoy cansado.

Salir fuera del templo no es algo que me agrade, no tengo a donde ir y ver la fachada trasera de la casa de Tauro no me interesa. Saga suele pasar las noches ahí afuera contemplando el basto cielo lleno de estrellas. Yo le acompaño, aunque mis fines no son contemplar esas diminutas rocas quemándose a la distancia, es solamente ser espectador de la belleza de mi gemelo siendo iluminada por la luz de la luna. A veces suelo besarle bajo el cobijo de la noche, acaricio su piel y nos entregamos uno a otro en la escasa protección que nos otorga nuestro templo. Como amo esas noches.

Muchas veces Saga me ha dicho que haga algo que me llame la atención; Remodelar mi habitación, pintar, cantar, bailar... O de plano, ayudarle en las labores domésticas o a reparar algunas grietas de la casa ¡Pero no! Ya le dije mil veces que no es posible que algo tan bonito y sexy como yo se maltrate sus delicadas manos.

Ya le planteé que sucedería si mis manos se tornan callosas y rasposas, al masturbarle y acariciarle no sería placentero. Le recordé que fue a causa suya que dejé de hacer ejercicio en exceso para que mis manos se volvieran suaves como el culo de un bebé. Saga me ignora, obviamente, y me envía a lavar los trastes. El jabón y el cloro me pican, pero a él le vale madre.

Mi hermano no ha tenido problemas en lidiar con esto, dice que es gracias a su experiencia de estar encerrado en su propia mente a causa de Ares. Él se entretiene con cualquier cosa; limpiar, ver sus películas de terror, leer, cocinar, dibujar, ejercicios, bailar, tener sexo conmigo, nadar, dormir, volver a tener sexo, jugar online, tener sexo otra vez, etcétera, etcétera.

Si soy sincero, a veces cogemos más que cualquier otra cosa durante un día. No había rincón de esta casa que fungió como cama; el comedor, la sala, el pasillo, la piscina, el salón de batallas, en el techo, en su cuarto, en el mío. En todos lados. Si me pongo a pensarlo bien, tenemos sexo todos los días, en especial en las mañanas -el mañanero no puede faltar en una relación-.

Si lo analizo bien, en este encierro he descubierto dos cosas. Bien dicen que cada día se aprende algo nuevo y eso es cierto.

1 —Tener sexo a diario hace que te roces del culo.

2 —Que ya nos sabemos el kamasutra al derecho y al revés.

Y que, al sabernos el librito del placer, necesitamos algo nuevo.

O quizá el único que lo necesita soy yo... Saga si me satisface en todo sentido, pero es necesario algo más. Algo fresco y nuevo respecto al sexo para no caer en la rutina.

Con pereza empiezo a tantear al lado de mi cama pues entre la sabana debe de estar mi celular. Al conseguirlo entro directo al señor Google y busco posiciones sexuales interesantes.

Los minutos pasan y todo el contenido que aparece no es algo que no haya realizado ya; El misionero, la lavadora, el perrito, la famosa 69. Suelto un amargo suspiro y me doy por vencido, no hay nada nuevo. Solo videos porno repetitivos y repugnantes.

Acomodo un par de almohadas tras mi espalda para quedar sentado, contempló a mi alrededor ahogando un bufido de exasperación. Mi habitación es un maldito chiquero; Hay calzones sucios en el suelo, un sándwich echado a perder, un látigo y el traje de Batman que utilice con Saga para satisfacer una fantasía sexual. El bote de basura casi vomita su contenido, desde mi cómoda cama puedo ver los condones utilizados sobresaliendo de ese pequeño caos.

Me aparto las sábanas de golpe, estoy completamente desnudo y apetitoso. Saga tiene razón en algo, debo hacer limpieza en mi habitación. Cuando estoy a punto de bajar mi pie al suelo, algo capta mi mirada en solo un instante. Ahí, junto a la televisión esta una vieja fotografía.

En ella estaba yo sonriendo felizmente, vistiendo con un sombrero de paja, una camisa de flores y un short rojo, tras de mi se encontraba la pirámide de Chichén Itzá. Esa foto la tomo Dio de Mosca cuando nos fuimos de parranda a su bello país. Recuerdo muy bien que fue en un precioso lugar llamado Yucatán, donde las mujeres y hombres bellos abundaban. Y la comida, Dioses, ¡Que comida!

Sin perder tiempo me levante de la cama de un salto. Con rapidez me enfunde unos calzoncillos y pantalón que estaban en el suelo. Al hacerlo me acerqué a mi ropero y saqué mi baúl de tesoros, donde tenía guardados todos mis cachivaches.

Deposite todo su contenido en el colchón; Varias fotos, llaveros, un tequila que compre en Guadalajara y una muñeca de trapo hecha a mano que conseguí deambulando por las calles del estado de Querétaro. Busqué entre esas cosas y varios folletos lo que con desesperación necesitaba y ¡Lo encontré!

—Menudo idiota... —proferí en voz alta, acariciando con mimo la pasta dura —¿Cómo es posible que me olvidé de ti?

Recordé como al llegar a Yucatán, a la playa del Carmen principalmente, me había quedado asombrado de tanta belleza, de su clima y la espectacular vista del mar. Las mujeres vestían como unas diosas y los hombres igual. Tantos colores en las telas de sus ropas me habían encandilado como a un conejo por la lampara de un cazador. Al conocer su cultura y costumbres fue increíble, divina. Y al ir al tour turístico para ver la pirámide mi admiración aumento a niveles estratosféricos no solo por la región, si no por el país entero.

Al volver a nuestro hotel nos fuimos a comer, a la playa, a beber xtabentún. Pasear por todo el lugar y entrar a los establecimientos donde vendían de todo un poco, la mayoría eran cosas hechas a mano. Empezamos a caminar regreso al hotel y entonces fue que vi lo más caótico del lugar. Me detuve en seco.

Frente a una casa había un par de árboles frondosos y una cosa extraña, parecida a una red de pesca, estaba atada de ambos extremos a cada una de sus ramas. Acostado sobre ella estaba un hombre gordito, la red parecía una cuna con dos palos en cada extremo. Se amoldaba perfectamente a su cuerpo y lo mecía con tranquilidad, impulsado por el viento o su pierna que colgaba a un costado. Se veía tan cómodo que me provoco envidia.

Me acerque a la casa con cautela, dejando a Dio con una mirada divertida por mi curiosidad. El señor me miro extrañado y se levantó de la cuna ¡Y no había caído al suelo! Mas me sorprendí por esa red.

—¿Se le ofrece algo? —me pregunto, ladeando su rostro, mirando de Dio a mí.

—¿Qué es eso? —dije con mi acento griego demasiado marcado. Señale la red y el hombre alzo sus cejas, sonrió divertido.

—Es una hamaca, gringo. —respondió, con un gesto de su mano me indico que me acercara a tocarla, sin rechistar le hice caso —Ven, no seas tímido, la hamaca no muerde.

—¿Camaca? —farfullé como un niño sorprendido, mirándola de cabo a rabo. No me equivoque al pensar que era una red, solo que el hilo era más delgado y no raspaba, era suave y peludita al tacto. Los mexicanos inventaban cada cosa.

—Es hamaca, Kanon. —me corrigió Dio en griego, estaba a un par de pasos de distancia —En ella puedes dormir o simplemente descansar ¿Le da permiso de usarla? —le preguntó en su idioma natal a su paisano, el cual asintió de buena gana.

Dejé la mochila que traía en el suelo e hice lo que me indico el hombre. Era sencillo, solo sentarte en la hamaca y recostarte, procurando no perder el equilibrio. Lo único que conseguí fue sentarme, al intentar recostarme se meció y me di un porrazo en el suelo, hasta vi estrellas danzar alrededor de mi cabeza. El lugareño y Dio soltaron a reír como hienas.

Después de otros varios intentos -y tres madrazos más- aprendí a tener el equilibrio para subir y bajar de ella. No dude en sacar unos cuantos billetes y tendérselos al hombre.

—Quiero tu hamaca. —le dije, sacudiendo los billetes. Me miro extrañado y no hice más que mirar a Dio en busca de ayuda, pensando que el caballero no me entendía. El santo de plata tradujo lo que le dije en mi idioma y el hombre se hecho a reír.

—Si tanto la quiere es suya, dile que se la lleve, con la condición que siga visitando mi país. —me dio la mano, guiñándome un ojo —Los gringos son bien recibidos aquí.

Regresamos al hotel. Yo iba cansado, madreado, un poco tomado y con mi recién adquisición; La hamaca. Fueron las mejores vacaciones que pude tomar en toda mi vida.

Al llegar al Santuario el santo de plata me acompaño a la entrada de Aries. Antes de que partiera cada uno a su casa me entrego un paquete forrado en un papel plateado con un moño negro.

Alce una ceja, curioso ante el inesperado obsequio.

—Es una manera de agradecerte que me hayas llevado a mi país. —sonreí al recordar cómo se vomito en cuanto llegamos a un lugar llamado D.F todo por mi técnica; La otra dimensión —Espero que se repita muy pronto. —tomé el paquete, si no me equivocaba era un libro —Ábrelo Géminis. —insistió.

En cuanto vi la portada mi mandíbula se abrió formando una O, miré del libro a Dio.

El Mayasutra se leía en letras negras, el libro era de un color verde limón con una pareja de amantes desnudos sobre una hamaca abrazados, dándose un beso. Las piernas de la mujer estaban en la cintura del hombre, mientras que las de él estaban en contacto con el piso para mantener el equilibrio. Hojeé el libro y comprobé que todas y cada una de sus páginas tenía dibujos parecidos al de la portada, solo que estaban en otras posiciones más sugerentes -y satisfactorias-. Los nombres eran distintos, la que yo conocía como la 69 se llamaba "el perrillo"

—El arte de hacer el amor en una hamaca. —rio el mexicano, guiñándome un ojo —Ponlo en práctica.

—Ustedes los mexicanos son una cosa tremenda. —resople, guardándome el librito pecaminoso —Picaros.

Sonriendo, volvía ojear el libro. Fue un buen regalo, Dio se lució con él. Ya me encargaría de regalarle algo o de llevarlo a México de nuevo.

Me levante con fuerzas renovadas, ahora solo era cuestión de amarrar la hamaca a los pilares y convencer a Saga de poner en práctica el libro.

—X—


Dos horas. Dos malditas perras horas fue lo que tarde en atar bien la hamaca. El amarre lo hice en dos pilares del salón de batallas. Comprobé que no se iba a caer subiéndome en ella y dando unas sacudidas violentas. Sonreí al ver que no sedería con nuestro peso.

Me di la vuelta y recogí el libro que había dejado en el piso, leí las advertencias sobre como el movimiento podía dificultar la practica sexual en la hamaca, la pareja debía tener tonicidad muscular, equilibrio y fuerza. Obvio Saga y yo teníamos que tener esas habilidades para desempeñar nuestros papeles como Santos Dorados. Esas advertencias no eran ningún problema.

—¿Ahora que estás haciendo Kanon? —su voz hizo eco en la estancia, provocándome un delicioso escalofrió. Muchas veces me cuestiono como es que esa voz tan imponente y ligeramente ronca podía soltar los más excitantes y preciosos gemidos que hacían palidecer al canto de los mismísimos ángeles.

Me di la vuelta, mirando al ser que era causante de todos mis suspiros, la razón de mi vivir y dueño de todos y cada uno de mis malditos orgasmos; Saga.

Vestía solamente un short negro, su cabello estaba suelto y despeinado, en su mano traía un par de toallas. Se dirigía a la piscina, de eso no había duda alguna.

—¿Qué es eso? —preguntó curioso al ver la hamaca que impedía el paso, pues estaba a mitad de la sala.

—Es una hamaca. —le dije en español, sonriendo —Y esto —sacudí el librillo frente a él —es el Mayasutra, es como el kamasutra, pero maya. —abrí el libro en una página y le indiqué que lo tomara, mirándome dudoso lo hizo. Frunció el ceño, luchando por lucir calmado, trago saliva y sus mejillas adquirieron un tono rojizo. No solo fue por mi depravada mirada, si no por la página que estaba viendo; Un hombre con penacho estaba de rodillas en el suelo haciéndole un oral a una mujer que se encontraba sobre la hamaca —¿Quieres ponerlo en práctica? —dije, moviendo las cejas, sonriendo como un pervertido.

Saga sacudió la cabeza, sonriendo tenuemente. Empujo el libro a mi pecho.

—Siempre que quieres hacer algo nuevo terminamos en problemas. —suspiro, derrotado —Pero bien, para complacerte lo hare. —miro la hamaca con duda, alzó su ceja —¿Sera sobre la hemaca? —me mordí la lengua para no corregirle, se escuchaba gracioso su intento por hablar español. Acaricio los hilos, con aires pensativos —Nos vamos a caer. —afirmó —Es riesgoso...

—Saga, Saga, Saga... —chasquee la lengua, interrumpiéndolo —Prácticamente nuestras vidas son un puto riesgo día a día y ¿te preocupas por una simple caída? —sin esperar a que me respondiera, me despoje de la camisa lanzándola lejos. Me lleve las manos al botón, comenzando a sacarlo del ojal, el zipper le siguió después —Hay que tomar ese pequeño riesgo. Y que mejor que tomarlo con la persona que se ama. —respondí, quitándome el pantalón y los calzoncillos con urgencia, quedando como mi madre me trajo al mundo frente a Saga.

—No se subir a esta cosa. —farfulló, dándome una mirada hambrienta al pasear sus ojos por mi torso desnudo hasta descender a mi entrepierna. Mi pene ya estaba erecto, listo para la acción. Saga se pasó la lengua por los labios, humedeciéndoselos con sensualidad. Me costó un horror no lanzarme sobre él y cogérmelo en el piso, me encantaba verle así, con esa necesidad de mí.

—Pero si sabes subir arriba de mi... —dije, adoptando una actitud seductora, me acerqué a él abrazándolo de la cintura. Mis manos tomaron vida propia y se deslizaron de arriba abajo por sus costillas, provocando que se estremeciera ante mi travieso tacto. Nuestras entrepiernas se hubieran podido tocar de no ser por su jodido short. Mordí levemente su labio, provocando un jadeo. Sus manos apretaron mis nalgas —Descuida, yo te ayudare... Pero antes... —dije, sobre su boca —escoge una posición del puto libro...

—X—

Ahí estábamos los dos -en pleno salón de batallas a la vista de cualquiera que se atreviera a entrar en esos momentos- cubiertos de sudor, jadeando cuando nos dábamos oportunidad, cabalgando a la cima del máximo placer. Luego de varios besos y una paja, Saga elegido la primera posición que encontró sin ver las otras opciones y la ganadora fue "El perrillo" La 69 en pocas palabras.

Entre besos, caricias, mordiscos y otros besos nos acomodamos en la hamaca. Le indique con urgencia a mi gemelo como subirse a la hamaca, él lo hizo con prontitud y sin ningún error. Se recostó, mirándome con lujuria, haciendo que brillaran sus hermosos ojos verdes. Yo le seguí después con algo de dificultad, acostándome sobre él, con mi cabeza en su entrepierna. No tardo en apresar mi falo entre sus labios, succionando con esa maldita lentitud enloquecedora, dando ligeros besos en la punta con travesura. Sus manos acariciaban mis muslos, causando que mi piel se erizara. Era un jodido experto en el sexo oral. Luche por mantenerme cuerdo y dejar de gemir como un loco, pero, dioses, Saga no me daba oportunidad de ello.

Si el mundo se acababa en ese momento que así fuera, yo moriría siendo el hombre más feliz del planeta.

Con la misma delicadeza le respondí a mi hermano, succionándole, realizando movimientos circulares con mi lengua sobre su pene, masajeé sus testículos e introduje un dedo en su ano, dando un giro de manera experta, haciendo que soltara una letanía de suspiros, gemidos y jadeos.

Si, si... Oh, Dioses... logre escuchar. Sonreí y continue en mi labor.

Otro dedo se unió al primero, comencé a buscar ese punto que ya conocía de sobra y no tarde en hallarlo, pues Saga dijo mi nombre acompañado de un delicioso gemido.

Kaanoon...—sus caderas se arquearon, sus uñas se clavaron en mis nalgas y yo continue golpeando en ese punto a la par que succionaba su pene con más rapidez. Mi cabeza subía y bajaba tratando de abarcar ese delicioso trozo de carne, chupando con más rapidez —Aaah, Kanooon...—lograba decir, su cálido aliento golpeaba mi pene, provocando que me excitara más. Succione más rápido.

En mi fiebre de placer, sin pensar en las consecuencias, introduje un tercer dedo y con mi mano libre apresé sus testículos, dándoles un pequeño apretón.

¡Eso fue mi final! Ante la inesperada intromisión, Saga pego un brinco e hizo que la hamaca se fuera para un lado de manera brusca, provocando que ambos nos fuéramos para el suelo. Ni tiempo me dio de soltarlo y aferrarme a la mecedora. Saga cayó sobre mí.

Lo malo de la situación no fue el golpe contra el suelo, lo malo fue que al dar la vuelta para caer al piso yo aún tenía el pene de Saga dentro de mi boca y mis dedos aún estaban dentro de su culo, no podía meter las manos para amortiguar la caída. Lo primero que golpeo el suelo fue mi espalda y mi cabeza, hice un esfuerzo sobrehumano para no morder el miembro de Saga. Mi hermano extendió ambas manos para apoyarse al caer, así que el no tuvo ningún golpe severo, solo unas raspaduras en sus rodillas. Aunque eso no impidió que Saga, mi hermoso y perfecto Saga, llegara al orgasmo a pesar de nuestra precaria situación.

Ahmmmmm....

El líquido espeso y tibio salió a chorros de su pene; Semen, su rico y nutritivo semen. Se deslizo por mi garganta sin detenerse, inundando mi boca por completo.

Muchos dirán "Uy, que rico y placentero" Si, es rico y placentero que tu pareja se venga en tu boca ¡Pero no así! ¡No así!

Por el madrazo que me di contra el suelo en la espalda y con Saga sobre mi provoco que todo el aire que retenían mis pulmones se fuera en un santiamén antes de que Saga alcanzara el clímax. Y todavía agregando que tenía cierto liquido en mi boca no me ayudaba en nada.

Hagan sus cuentas:

Falta de aire + pene de Saga en mi boca + leche descremada + madrazo = ¡ASFIXIA!

¡Me estaba ahogando! Que ironías de la vida, mi gemelo me encerró para ahogarme en el mar y resulta que me voy a ahogar con su semen. Se que siempre digo que quiero tocar el cielo cuando tengo sexo con Saga ¡Pero no de esta puta forma!

Ja, mientras Saga se venía en mi boca, yo me estaba yendo para no volver.

Rápidamente saque mis dedos de su ano y lo avente al piso, importándome poco si se golpeó. Me acosté de lado y tosí varias veces, escupiendo lo que quedaba de su semilla en mi boca.

Atontado, Saga se puso de rodillas y me asió de los hombros, ayudándome a sentarme, dándome ligeras palmadas en la espalda. No me pregunto nada, se levantó y se fue tambaleando rumbo a la cocina. Cuando volvió traía un vaso de agua.

Tosí varias veces antes de aceptarle la bebida. Me aparto el pelo del rostro, mirándome preocupado.

—¿Estas bien? —preguntó. Le mire, sentía como las lágrimas se agrupaban en mis ojos por la tos y la falta de aire que había tenido.

—Como voy... a estar... bien... baboso... —logre decir con voz ronca —Me estaba... muriendo por... tu maldito pito... —Saga alzo ambas cejas y una sonrisa curvo sus labios —Mientras tú te venías, yo me estaba yendo... ¡Sentí que Athena me hablaba! —chille, indignado, ahogado y un poquito más enamorado cuando Saga se soltó a reír a carcajadas.

Sus risas resonaron por toda la tercera casa, grabándose a fuego en mi mente y corazón. Escucharlo reír me recordaba porque lo amaba, a pesar de sus intentos de asesinato.

Como dije, cada día se aprende algo nuevo y en este momento conocí tres cosas más, las cuales no dude en compartir con mi gemelo.

—Saga —el me miro, un poco rojo por la risa y el reciente orgasmo —La primera cosa a que aprendí hoy es que el sexo se practica en la cama. —susurre, atrapando un mechón de su cabello entre mis dedos —La segunda es que si volvemos a tener sexo en la hamaca debo poner un puto colchón debajo de ella, por si nos volvemos a caer. —se acercó lentamente a mí, sus labios quedaron a escasos centímetros de mi boca —La tercera...

Antes de que dijera algo más sus labios acariciaron los míos con una suavidad y ternura que me derritieron el corazón. Su cálido aliento choco contra mi boca cuando pregunto en voz baja que fue lo último que aprendí.

—La tercera es... que te amo, Saga... —respondí, besándole —Te amo...

En realidad, le iba a decir que la tercera era que pesa un montón. Que ya esta engordando, sus nalgas lo delatan.

Pero no quiero interrumpir nuestro momento, quizá para otra ocasión. Tengo una cuarentena por delante para hacérselo saber.

—Fin—


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