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El Dragón del Este (re-subido y re-editado) por Cat_GameO

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Capítulo seis


Adiós papá


 


Durante un tiempo incalculable, tal vez unos minutos que parecieron horas, mi mente vagó en los recuerdos más importantes que poseía de mi hermano. Desde mi niñez temprana, mi hermano gemelo, Mylo, había sido una persona valiente, con el coraje de un héroe. Siempre había cuidado de mí y había buscado formas para mantener a la familia unida. Aunque éramos de la misma edad, Mylo siempre fue increíblemente maduro.


‘No llores más, Heath’. ‘Todo estará bien’. ‘¿Tienes hambre?, puedo intentar cocinar algo’. ‘Descuida, voy a conseguir dinero para comprar un poco de comida’. ‘Ya, ya, hermano, papá regresará pronto y podremos ir por algo a la tienda’. ‘Heath, por favor, no llores más, te prometo que todo se arreglará’. ‘No puedo más, hermano, esto ya no puede seguir así’. ‘Alipsis no va a regresar, así que deja de llorar y ayúdame’. ‘Lo lamento tanto, hermano, pero las cosas nunca van a mejorar’. ‘Sé que los dos hemos tomado rumbos diferentes, pero a donde tú vas yo no puedo ir. No usaré drogas como tú o el imbécil de Alipsis’. ‘Me has decepcionado tanto, hermano’. ‘Lo siento, Heath. De verdad siento no haberte protegido de toda esta mierda. Yo ya no puedo seguir soportándolo más. Pronto me iré’. ‘Escucha, nunca voy a perdonar a ese cabrón. Y si tú decides vivir como él, entonces olvídate de que somos hermanos. Por ahora, me voy. No me busques, pues no deseo volver a verlos a ustedes dos. No lo tomes a mal, pues te amo porque eres mi única familia, pero lo único que seremos, de aquí en adelante, es ser dos desconocidos. No te deseo el mal, Heath, pero tampoco espero que nuestros caminos se crucen en el futuro. Adiós’.


Una vez mis pensamientos regresaron al momento, mis ojos se posaron en la imagen de Don B. Conocía a mi hermano y sabía que él no era fácil de vencer, así que analicé con calma. Si este hombre decía tener a Mylo como rehén, debía ser una mentira. Pero si realmente Mylo era un prisionero, esta era una oportunidad para volver a verlo.


—¿Y bien, Dragón del Este, qué vas a elegir? —pronunció Don B—, ¿haremos las cosas por la buena?, ¿o vas a dejar que tu hermano muera?


No pude evitar reír. Dejé salir una carcajada fuerte, luego tomé un cigarrillo de la cajetilla que solía llevar en la chaqueta y comencé a fumar al encenderlo.


—Si vas a matar a mi hermano, entonces hazlo —dije con seguridad.


No hubo respuesta ni reacción. Logré notar a Charles mover su cabeza en torno a mí para después regresar el interés al enemigo frente a nosotros. Charles sabía de mi hermano y él mismo había afirmado que el paradero de Mylo era casi imposible de descubrir. Por lo menos, para nosotros, en estos momentos, era imposible saberlo. Tenía la sensación de que mi hermano había encontrado una forma para alejarse de todo aquél pasado que él también odiaba.


—Tu arrogancia hará que pierdas a tu única familia —la voz de Don B sonó con fuerza.


—Escucha bien, B —repliqué con rapidez—, eres un idiota al creer que voy a dejar pasar por alto tu insolencia. Entraste a mi territorio, mataste a la escolta de mi puerto y ahora me amenazas con fantasmas de mi pasado. Creí que serías más inteligente que Jamie el ‘Dragón Negro’.


A continuación, un grupo nuevo apareció al salir de una vieja maquinaria tipo remolque. Los payasos traían a un sujeto atado con el rostro golpeado y con rastros de sangre. No era Mylo. El sujeto tenía el cabello negro y largo hasta los hombros, sus ojos eran de un tono verde muy claro y su tez era pálida, sus facciones eran agraciadas y joviales, pero un poco más marcadas que las mías. Don B era un idiota. Claro que el parentesco era obvio, pero ese sujeto no era mi hermano gemelo… era mi padre biológico. Tal vez mi padre había terminado con un par de hijos a una corta edad, pero el muy carbón no envejecía tan rápido. Todavía lucía casi como un joven de veintiocho o tal vez como un muchacho tres años mayor que yo. Es una característica intrínseca a nuestra familia, pues al igual que él, yo siempre me he visto menor a la edad real que tengo.


Aunque mi reacción natural debía haber sido de pánico, lo único que hice fue volver a sonreír con seguridad. Pude notar el rostro de Don B cargarse de seriedad.


—¿Qué pasa, no vas a impedir que mate a tu hermano? —cuestionó Don B.


—Mátalo —aseguré—, ese hombre no es mi hermano. No es mi familia.


Mi padre miró al frente y me contempló. En esta ocasión vestía una especie de bata de baño fucsia y unas pantuflas baratas de color rosa. Su ridiculez no dejaba de sorprenderme. Por supuesto que Don B no estaba complacido al escuchar mi respuesta.


—¡Son unos pendejos! —renegó Don B—. ¡¿Por qué mierda me dijeron que era su hermano?! —El hombre se movió para acercarse a uno de los payasos que sujetaba a mi padre, lo jaló de la máscara en dirección a él y lo empujó al suelo para después patearlo. —¡Imbéciles! ¡¿Tienen idea de la ridiculez que me han hecho pasar?! ¡Cabrones, zánganos! ¡Y les pago para esto! ¡Bola de parasitos!


—Jefe, por favor —intervino el otro payaso junto a mi padre—, el parecido es casi innegable. Pensamos que tenía alguna conexión con el chico. Además, este capullo dijo que su nombre de familia es Alipsis. Nosotros sabemos que ese es el nombre de pila del Dragón del Este.


—¡Cierra la boca, imbécil! —gritó Don B. Acto seguido, sacó una pistola tipo magnum y disparó tres veces al subordinado. Caminó en dirección a mi padre y lo tomó del cabello para amenazarlo con el arma—. Si no es tu familia, entonces no te importa que lo mate, ¿cierto?


—Correcto —dije con descaro. Pude notar que la mirada de mi padre no expresó un cambio. Proseguí—: no me interesa lo que hagas con él. Pero si vuelves a mi territorio, voy a asesinar a todos tus hombres y los voy a descuartizar para enviártelos en trocitos como carne de cerdo. ¿Queda claro? ¿O qué, Don B, vas a iniciar una guerra contra mí? Porque si es así, entonces —agregué al sacar la pistola que guardaba en la chaqueta y apuntar a Don B. Este hecho causó una reacción en cadena. Todos los payasos apuntaron con sus metralletas hacia mí y mis tres camaradas dirigieron la mira a Don B con sus respectivas armas. Evité sonreír y continué—: iniciemos la guerra como dicta nuestro honor de malditos matones, B.


—Bien —compuso Don B al soltar a mi padre y bajar el arma. Todos sus hombres, por otro lado, no desistieron—. No voy a iniciar una guerra cuando sé que Jamie está bombardeando mi frontera desde la ciudad de Cristal y mucho menos ahora que el nuevo mocoso está intentado huir de mí. ¿Podemos dejarlo como un malentendido? Los hombres que mataste en el puerto cuentan como pago por los que yo maté al inicio, ¿qué dices?


—Bajo una condición —contesté al inclinar la pistola.


—¿Cuál?


—La única condición con la que nuestra guerra no explotará, será si no te metes en mi camino.


—Por supuesto. Al igual que tú tampoco.


—No pienso enfrentar a Jamie, por lo que él puede ser tuyo. Pero yo voy a matar a Connor y no quiero que intervengas, ¿hecho?


Don B respiró con profundidad, caminó dos pasos para atrás e hizo una señal a sus hombres para que bajaran las armas. Los payasos obedecieron y Don B sacó un puro para comenzar a fumar.


—Bien —por fin dijo Don B—, mata a Connor. Jamie y yo todavía tenemos asuntos pendientes y muy personales que arreglar. Sólo recuerda, Dragón, que a diferencia de mí, Jamie no es piadoso. Jamie jamás haría este tipo de tratos. Mierda —se burló al opinar—, él sólo mata y después te amenaza. Por eso, mientras mi guerra con Jamie continúe, no te meterás en nuestros conflictos.


—No debes preocuparte por mí. Algún día Jamie y yo cruzaremos la frontera y sé que encontraremos una razón más allá que el poder para asesinarnos.


Don B sonrió al mirarme. Asintió con la cabeza y anduvo junto a sus hombres rumbo a la salida. Incluso habían tomado el cadáver del payaso muerto. Uno de sus hombres se detuvo y habló antes de que salieran.


—¿Señor?, ¿qué hacemos con el impostor? —preguntó el payaso.


—¡Ah! —Don B expresó—, no tiene valor para nosotros, déjenlo aquí.


—Hablará.


—¿Con quién?, ¿la policía? No seas estúpido. La policía nos obedece a nosotros. Deja al pobre diablo aquí. Tal vez el Dragón del Este lo mate, ¿no, chico? Nos dio tu apellido, así que dejo a tu juicio su suerte.


—Gracias —repliqué—, yo me encargo de este cabrón.


El grupo de Don B abandonó por completo el sitio. Yo hice una seña con la cabeza hacia Charles y él asintió. Ya había bajado el arma justo como las chicas. Mi padre fue levantado pero no desatado. Charles lo condujo al exterior y yo sólo suspiré con pesadez. No tenía una sensación específica, ya que mi cuerpo estaba entre una mezcla de desesperación, odio, repudio y alivio. Era como si mis extremidades estuvieran a punto de temblar y sudar… pero ni eso ocurría.


—¿Jefe? —la voz de Jenny resonó con fuerza—, ¿puedo preguntar quién es ese sujeto? Aunque dijeras que no es tu hermano, el parecido es obvio.


—No es mi hermano. Es mi padre biológico —revelé con un tono pesado—. Vayan junto a Charles de regreso a la base. Yo llevaré a ese sujeto hasta su casa.


—¿Estás seguro de que no habrá problema?


—Descuida, Jenny. Te necesito en la frontera con el Distrito de Gota. Tú y Prim tendrán nuevas funciones y de ahora en adelante serán una sola unidad.


—¿E-Estás seguro de ello? Prim es sólo una niña.


—Por eso mismo estarás con ella.


Charles regresó al interior y se detuvo frente a mí.


—Yo me llevaré una de las camionetas. Lo puse en la nuestra… ¿Estás listo? Sé que te pedí que hablaras con él, pero no quiero que te presiones.


—Estoy listo. No voy a matarlo.


Sin otra palabra más, sonreí para causar tranquilidad en mi amigo y salí al aparcamiento. La camioneta de la derecha lucía diferente con mi padre en el interior. Respiré hondo, saqué otro cigarrillo, lo prendí y comencé a fumar. Di unos pasos hasta el coche, abrí la puerta y entré.


Encendí el motor de la camioneta pero no moví la palanca de transmisión. Tenía a mi padre a mi merced y allí mismo podría meterle una bala en la cabeza y acabar con la mierda de vida que llevaba. Empero, si hacía eso, entonces jamás sería capaz de perdonarme y aceptar que el pasado era imposible de borrar y cambiar.


—¿Aún vives en el mismo apartamento? —interrogué.


Mi padre asintió con la cabeza. Su boca seguía cubierta por el pedazo de cinta canela que los hombres de Don B habían puesto sobre su piel.


 


 ***


 


Comencé a manejar. Crucé el centro de la capital por el bulevar principal y entré a la avenida Águilas. Conocía el rumbo casi como la palma de mi mano, pues era como recorrer los caminos del pasado. Aquellas calles que alguna vez había rondado para vender la mercancía de Gary Connor tenían un significado particular para mí. Unos minutos después, arribamos a unos edificios departamentales. A pesar de que parecía un barrio bonito, en realidad era una zona un poco peligrosa. Estacioné la camioneta en el área de invitados y bajé junto a mi padre.


No había retirado las amarras ni la cinta del pobre hombre y había ignorado las miradas de las personas que vivían en el edificio y que estaban en los pasillos del recibidor. Justo como mi hermano, yo tenía la costumbre de llamar a mi padre por el apellido como una forma para deslindarme de su título como progenitor. Entonces, Alipsis caminó sin reproches y subió por las escaleras junto a mí. Por fin quedamos parados frente a la puerta del departamento número quince del piso tres.


—¿Y las llaves? —pregunté con seriedad.


Contemplé a Alipsis, pero no hubo respuesta. Toqué la bata y busqué en los bolsillos, pero no había nada.


—Claro, las perdiste.


Al terminar mis palabras, saqué la pistola y un silenciador que cargaba por si las dudas. Coloqué el silenciador en la trompa del arma y disparé a la cerradura. No estaba de humor para usar otro método para forzar la puerta. Tomé el hombro de mi padre y lo empujé al interior.


Para cerrar la puerta puse una silla y la atranqué entre la cerradura y el piso. Miré el apartamento y borré todos los recuerdos del ayer. El sitio estaba un poco desatendido y con algunos muebles llenos de polvo. Había unas botellas de refrescos y agua en el piso, así como cajas de algún tipo de galletas. Por lo menos los sillones y la mesa estaban en condiciones decentes. Me acerqué a Alipsis y retiré las amarras y la cinta sin cuidado alguno.


Alipsis respiró de forma honda y me observó por unos segundos.


—G-Gracias —sonó la voz de mi padre.


—Siéntate —ordené—, tenemos que hablar.


—Oh, vamos Heath, ¿estás molesto? Yo no tenía idea de que esos hombres querían raptarme. Pensé que eran vendedores de seguros o algo así, por eso los dejé pasar… aunque me pareció extraño que llevaran máscaras.


Sabía que Alipsis mentía. Pero no iba a discutir con él sobre algo tan ridículo como eso.


—No voy a hablar con nadie. Ni tampoco volveré a decir mi nombre. Bueno, tal vez el nombre sí, pero no el apellido. Nos asociaron por eso.


—Dije que te sentaras —insistí al mover la pistola hasta la cabeza de Alipsis.


Mi padre obedeció y cruzó las piernas como si estuviera en una especie de situación cotidiana. Yo me acerqué a un sillón de cojín doble y tomé asiento.


—¿Vas a matarme? —preguntó Alipsis.


—No seas ridículo —interpuse—, ¿qué ganaría yo si te matara?


—Pues sé que tu hermano y tú me odian.


—No… —Moví la cabeza a un lado para evitar la mirada de ese cabrón y guardé el arma. —No te odio.


Por unos instantes creí que mi padre iba a usar sus clásicos monólogos sin sentido; palabras vacías y llenas de reclamos y excusas banales. Pero no dijo nada. Se movió un poco y dejó su postura extravagante.


—De verdad lo lamento —Alipsis dijo—, lo lamento tanto. Y sé que ninguna disculpa va a enmendar todos los errores que cometí.


—No quiero escuchar tus excusas.


—No, no voy a darte excusas, ya no —repuso Alipsis—. Voy a decirte que tengo arrepentimiento profundo. Ahora que lo he perdido todo, que ustedes se han ido… estoy solo. Jamás fui un buen padre, Heath, y les hice mucho daño. Y no sé cómo reparar todos mis errores.


—Es verdad, tu irresponsabilidad casi nos mata.


—De verdad, me arrepiento tanto.


—Escucha, Alipsis —compuse con prontitud—, no he venido aquí a escuchar tus lamentaciones ni tus pretextos. No me ruegues que ignore todo lo que pasó. Sé que tu vida no fue la mejor y sé que para ti la adicción era la única manera posible en la que podías sobrellevar las cosas. No voy a reclamarte por esa inmadurez que tienes porque no soy quien para hacerlo. —Suspiré con fuerza y dejé a mi voz salir con calma y honestidad—: ahora las cosas han cambiado. Ya no somos niños pequeños e inocentes que necesitan de tu protección… Actualmente yo puedo protegerme por mí mismo.


—Pero, hijo—interrumpió Alipsis—, por lo menos deja que te diga algo. Es muy tarde para que lo sepas, pero sí me importan tú y Mylo. Dentro de mis posibilidades, en el pasado, hacía lo que podía. No, no me estoy excusando. Pero también debes escucharme. No hay un sólo día en que no piense en ustedes, en sus vidas, en sus palabras, en… todas las veces que provoqué su llanto. Créeme, si pudiera regresar el tiempo y cambiar todo… lo haría.


No sé si estaba sorprendido por el rostro lloroso de Alipsis, pues era la primera vez que lo veía sollozar o, tal vez, había sido el hecho de que había usado la palabra ‘hijo’ para referirse a mí. Muchos años atrás esta palabra había sonado normalmente en su vocabulario; sin embargo, habían pasado casi quince años sin escucharla… y menos de él.


—Lo intenté. Te lo juro. Hice un esfuerzo por mantener comida en la mesa para ustedes dos con cualquier trabajo que podía encontrar. Hacía todo lo posible para que el gobierno no se los llevara. Todo —explicó al usar sus manos para enfatizar en sus frases—. Vendía mi cuerpo, drogas, tomaba trabajos que me dieran ganancia fácil y que no me quitaran mucho tiempo. Al inicio funcionó, ya que un par de años no tuvimos problemas. Cuando ustedes cumplieron nueve años, yo tenía veintiséis y ya no podía seguir con los mismos oficios porque me contagié de algunas enfermedades de transmisión sexual y perdí clientela. Para seguir, necesitaba pagar tratamiento… y no tenía dinero para esas cosas. Sé que me desaparecí algunas veces y no fue porque no quisiera estar con ustedes. ¡No, por dios! —Alipsis tocó su rostro con las manos y contuvo las lágrimas. Prosiguió—: terminé muy mal al no poder conseguir dinero y deberle a unos hijos de puta por los tratamientos. Querían llevárselos a ustedes… a ti y a tu hermano. Por esta razón acepté las condiciones que impusieron. No, Heath, no hay justificaciones. Sé que soy el peor padre del mundo. No hay nada que pueda explicar la mierda de persona que soy… lo sé. Pero no creas que los abandoné por gusto. ¿De qué otra forma los protegería? Sé, además, que cuando recaí en la adicción, tu hermano y tú sufrieron mucho. Maldita sea… —Me contempló con dolor reconocible. —Sé lo que el malparido de Stanley te hizo. Mylo me lo contó. Y yo… yo lo maté. Y su grupo me encontró. Debía asegurarme de que a ustedes dos no les hicieran más daño y… ¿lo recuerdas? Por casi tres meses no regresé. No voy a usar esos momentos que pasé para eximirme, hijo. Pero cuando intenté retomar el camino, descubrí que ya era muy tarde. Tú y tu hermano ya no eran niños y ya habían tomado sus decisiones. ¡Maldita sea! —Volvió a cubrir su rostro y hablar entre sollozos—. Lo lamento tanto. Por mi culpa ahora estás metido en todo este lío. Y tu hermano se ha ido para siempre… para siempre.


—Papá —dije con dolor—, escucha. No te odio, ¿vale? No te atormentes más. No todo es tu culpa. Yo… no puedo seguir creyendo que toda mi mala suerte es por ti. Sé que eres un adicto y sé que estuviste sólo.


—Heath…


—Por eso —Suspiré. ¿Iba a perdonarlo?, ¿iba a aceptar que los errores de mi padre ya no debían definirme y seguir interrumpiendo mi vida?, ¿iba a aceptar sus palabras?, ¿iba a dejar ir todo este sufrimiento e ira que guardaba en mí? Me puse de pie y me acerqué a él. Toqué su rodilla al inclinarme y dije—: padre… deja de atormentarte. Te perdono. Nada de lo que pasó puede cambiarse. No sufras más. Yo he hecho mi vida ya y, así como tú, he tomado mi camino. Entiende que estoy cansado de vivir con la creencia de que todo lo malo fue tu culpa o porque alguien más lo quizo así. Pasó. Todo pasó y… me formó en la persona que ahora soy.


—Heath… —Alipsis soltó su rostro y tocó mi cara. —No merezco tu perdón. ¿No lo ves? Soy un caso perdido.


—Lo que hagas actualmente con tu vida ya no me incumbe a mí. Si has regresado a las drogas, es tu problema. Pero yo ya no pienso seguir en el pasado. Ya me harté de usarte como el pretexto y como la razón de mi incapacidad para confiar en otros. La vida fue dura contigo; horrenda, incluso. Fue lo peor. Pero, al final, seguimos aquí y yo ya no soy ese adolescente indefenso. Ya no.


Me incorporé al retirar la mano de Alipsis de mi rostro, di unos pasos hacia la puerta de la terraza y respiré con profundidad.


—No lo merezco. No merezco tu perdón.


Por fin había descubierto que perdonarlo no significaba amarlo nuevamente. Estaba listo para dejarlo ir. Al final, todos sus errores eran suyos y todas las decisiones eran suyas. Yo no estaba ligado a él como lo había creído.


—Que te haya perdonado no significa que te quiera de vuelta en mi vida. Nunca más sabrás de mí y si osas meterte en mis territorios, o investigarme, entonces me conocerás como un enemigo. Eres mi padre biológico, pero ya no eres mi familia. Haz con tu vida lo que quieras, Alipsis. Si algún día mi hermano llegara a perdonarte, entonces agradece a lo que tengas que agradecerle porque, sólo así, nos habrás perdido para siempre y podrás aceptar que tu sufrimiento por el pasado debe terminar.


Di la media vuelta y contemplé por última vez a mi padre. Alipsis aún lloraba y lucía mayor que hace unas horas. Sentí un poco de lástima por él; empero, no maldije su existencia como solía hacerlo. Fuera lo que fuera de su vida, acepté que éste ya no era motivo de consternación para mis pensamientos. No había más que hacer con él.


—Hasta nunca, Alipsis —pronuncié con frialdad. Anduve rumbo a la salida y abandoné la casa.


No quería llorar, no deseaba destruir cosas o gritar. Era como estar en una especie de habitación blanca y vacía de cualquier cosa que pudiera distraer mi atención de la salida. Así me sentía y había aceptado que había cierta libertad. Era como si mis pasos fueran ligeros, como si mi respiración pasara por un filtro fresco el aire de mis pulmones… como si fuera indestructible ante el dolor.


Había esperado estos momentos por tanto tiempo y ahora lo había conseguido. Sonreía como un idiota, como si hubiera ganado algún premio o un trofeo de oro puro, como si ya no hubiera una razón para recriminar todo. Había perdonado a Alipsis y aceptaba que las vivencias que había pasado junto a él se habían terminado.


Ingresé a la camioneta y encendí el motor. Mi nueva familia eran las personas que demostraban una lealtad incondicional. Aquellos que me rodeaban en cada momento de lo que vivía en el presente. Podía contarlos con los dedos de una mano y podía reconocer el cariño que tenía por ellos. Sin embargo, también sabía que no era igual al amor más ciego y potente que anhelaba experimentar.


Por unos instantes, mi mente arrojó la imagen de John. Comprendí, por fin, que no era malo aceptar que estaba enamorado y que eso dejaba abierta una puerta que conducía hasta el interior de mi ser. No era menos fuerte, o menos buen líder que otros traficantes de droga, al aceptar que podía amar a otra persona.


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