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Todos aman a Light, Parte II: El Caso Beyond Birthday por Camila mku

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El viaje de Londres a Kanto le había parecido interminable. Lo único por lo cual se sintió agradecido fue por haber escogido el asiento del avión que daba a la ventanilla. De las catorce horas que tardaba el vuelo, había pasado nueve mirando las nubes, que se veían esponjosas y hasta inocentes. Tal vez fuera porque estaba tan roto por dentro que conectó inmediatamente con el paisaje. No leyó ni una palabra de las revistas que le habían dado las azafatas, ni tampoco agarró los auriculares para escuchar música. Le era imposible concentrarse en el presente cuando las imágenes que se le venían a la cabeza de Watari lo atormentaban; imágenes de él siendo apuñalado una, dos, tres… ocho veces.

Empezaba a dolerle la cabeza. Necesitaba dejar la mente en blanco o de verdad le explotaría y todavía le faltaban cuatro horas de vuelo. Decidió que se pondría los auriculares de una buena vez y miraría una película. No una de terror o de suspenso, demasiado drama ya tenía con su propia vida. Eligió, en cambio, una de comedia.

Cuando el vuelo finalmente terminó y arribó en el aeropuerto de Kanto, Elle llevó la maleta a las rastras hasta un banco. Se sentó y se pasó una mano por la frente para limpiarse el sudor. Se sentía acalorado a pesar de que se acercaba el invierno en Japón. El clima era tan diferente del de Londres… En Londres los inviernos azotaban y la nieve caía de manera intensa. En Japón, en cambio, los inviernos no eran tan duros y llovía mucho menos que en Europa, donde Elle debía andarse con una capa impermeable, porque eso de andar usando paraguas no era lo suyo.   

Arrastró la maleta por el suelo del aeropuerto. Cuando salió por las compuertas hacia la calle y vio la ciudad, no pudo evitar que un sentimiento extraño de nostalgia lo invadiera. La avenida más transitada de Kanto estaba tan repleta de gente como la recordaba. Los árboles con sus copas frondosas se movían al compás de las corrientes de viento que venían desde el mar. No había cambiado nada, el sol brillaba tan fuerte como lo recordaba. Los edificios eran imponentes y la publicidad del animé invadía cada espacio… le encantaba.

Detuvo un taxi a la salida del aeropuerto.

—Buen día —lo saludó el conductor.

—Buen día —respondió Elle con voz grave.

Cuando pronunció el saludo, su acento le resultó un poco forzado. Haber vivido en su ciudad natal por cinco años había hecho que se adentrara de lleno en su idioma nativo y, poco a poco, había dejado en el olvido el japonés. Se le había hecho incluso algo extraño volver a escucharlo de manera ordinaria entre las personas que caminaban adentro del aeropuerto. El taxista se dio cuenta, porque enseguida lo miró con curiosidad por el espejo retrovisor.

—Eres extranjero… —mencionó, y esbozó una sonrisa amistosa.

Elle enarcó una ceja.

—¿Es tan obvio? —preguntó, sonriéndole de regreso.

—Eh… pues sí. Se te patina la erre —le dijo y esbozó una carcajada estrepitosa. Elle sonrió y cerró los ojos con pésame. Hubiese preferido que no fuera así de evidente. En el tiempo que había estado viviendo en Kanto a sus veinte, nadie se hubiera atrevido a decirle que su pronunciación era extraña. Es más, todos creían que hablaba japonés casi de manera automática, como un nativo. Todos esos años viviendo en Inglaterra habían hecho que perdiera fluidez.

—¿De dónde eres? —insistió el hombre mientras pisaba el acelerador. Elle miraba el paisaje y jugaba a recordar el nombre de las tiendas en la avenida principal.

—De California —mintió. Daba igual, el sujeto no se daría cuenta y era mejor no mencionar nada de su vida, mucho menos a un desconocido. Estaba en Japón por motivos graves: debía encontrar cuanto antes al malnacido que había matado a Watari. Debía ser precavido de no andar soltando información.

—¿Vienes de vacaciones? —le preguntó el hombre. Elle no percibía más que simple curiosidad en su voz. No se trataba de un sujeto peligroso, y eso le causó algo de ternura.

—Sí. Es la primera vez que vengo —volvió a mentir, y sonrió con cordialidad. El hombre pareció creerle.

—Bueno, espero que te guste Japón —le dijo, e inmediatamente preguntó—: ¿Adónde te llevo, hijo?  

—A la calle Togoshi, altura 395. —El hombre pisó el acelerador y en menos de cinco minutos estuvieron frente a un hotel conocido de la ciudad.

—¿Aquí vas a hospedarte? —le preguntó. Elle asintió—. Dicen que es un buen hotel, pero no sé decirte con exactitud. Nunca entré.

—Tampoco yo —dijo Elle, y esta vez habló en serio. Bajó del auto hacia la vereda y el taxista le ayudó a quitar la maleta del baúl—. Si llegara a necesitar tus servicios alguna vez, te contactaré y te contaré qué tal estuvo el hotel.

—Ya, pero no llames a la agencia, ellos se quedan con la mitad de mi dinero —dijo el hombre rodando los ojos—. Contáctame directamente si necesitas algún viaje y con gusto vendré por ti. Por cierto, me llamo Alan. —Y le entregó una tarjeta con su nombre y su número de celular.

—Gracias —dijo Elle después de haber leído la tarjeta con atención y habérsela guardado en el bolsillo de sus jeans.

Saludó al hombre y caminó hacia la entrada del hotel. Adentro era inmenso. Había una alfombra roja majestuosa que iba desde la puerta hasta la recepción. A un lado de esta había dos escaleras blancas que ascendían hacia un segundo piso, un tercero y hasta un cuarto. Era un hotel cinco estrellas, enorme y lujoso.

—Buen día —saludó. La secretaria le devolvió el saludo mientras lo miraba de arriba abajo. Inspeccionó sus ropas, que no iban con el estilo ni el target del hotel y luego le pidió su nombre. Elle internamente agradeció que no mencionara nada de su acento extranjero—. Hideki Ryuga —dijo. Más valía utilizar su identificación vieja. Era importante mantener todo bajo la mayor de las precauciones.

Un valijero lo acompañó hacia la habitación 201. Había elegido hospedarse en el hotel más concurrido de Kanto, porque estaba seguro de que el bastardo que lo había llamado al celular estaría buscándolo.

Cuando el valijero lo dejó solo en la habitación, Elle empezó a guardar su ropa adentro del placard. Luego fue hacia el balcón y apreció desde esa altura la majestuosidad de la ciudad de Kanto. El atardecer se veía hermoso, casi como una acuarela de colores pintada sobre el cielo. El sol se escondía debajo de la línea del mar, que soplaba una brisa fresca. Solo entonces empezó a hacer más frío.

Fue adentro de la habitación, cerró el ventanal y lo cubrió con las cortinas. Se sentó a los pies de la cama matrimonial que había adentro de la habitación y pensó con cautela en su próximo paso. Intentaba recordar las palabras del asesino tal como las había pronunciado: « Veo que te enteraste de que tu padre adoptivo acaba de morir». ¿Cómo…? ¿Cómo sabía que se había enterado ese mismo día de la muerte de Watari? Eso lo había shockeado. Claramente podía espiarlo, pero ¿de qué manera?, ¿desde dónde?

Elle recordó que luego de haber visto la triste noticia por televisión en la clínica, se había ido a su cuarto y se había encerrado por el resto del día. Por la tarde había sacado los pasajes de Londres a Kanto y ya en la mañana siguiente había huido.     

Su celular estaba sobre el cubrecama blanco y sofisticado. Elle lo miró de reojo y volvió a rastrear la llamada. Vio que el número de teléfono que lo había llamado aquella vez estaba ahora mismo en Kanto.

Elle entonces comprendió que el sujeto lo había rastreado tal como él lo estaba rastreando en ese momento… Y más que eso: sabía todos sus movimientos, porque tenía conocimiento pleno de todo lo que Elle hacía adentro de su celular. La respuesta se le vino a la mente como un rayo: el tipo supo que se había enterado de la muerte de Watari porque vio que había sacado un vuelo de urgencia a Kanto.

Resopló con hastío. Entonces seguramente ya supiera que se estaba hospedando en el hotel Green Lands de Kanto. Que supiera su ubicación exacta era algo que podría considerarse peligroso, y por esa razón creyó haber dado en el clavo al elegir el hotel más concurrido de la ciudad. Era imposible que el asesino entrara ahí y lo atacara sin que nadie se diera cuenta; circulaba mucha gente todo el tiempo y eso le convenía, por lo menos por ahora.

Exhaló hondo… Era momento de avisarle a la policía. No había tiempo para tomarse un descanso, aunque estuviese desmayándose del cansancio debido a las largas horas de vuelo y al calor abrazante. Agarró una mochila que guardaba en la valija y salió con lo mínimo, solo la billetera. Dejó el celular sobre la cama, para que él pensara que se había quedado ahí adentro.

Avisó a la recepcionista de la entrada que saldría por unas horas. Salió fuera del hotel y empezó a caminar por la vereda a toda prisa. Escogió una tienda de celulares cualquiera, la primera que tuvo a la vista, y entró decidido.

—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó el sujeto que atendía del otro lado del mostrador.

Elle fue al grano.

—Necesito un celular cualquiera. El que tengas —le dijo todo apresurado.

El sujeto enarcó una ceja. Era una petición extraña; la mayoría iba con una idea fija del modelo que querían, o pedían el mejor de la tienda.

—¿Uno económico?

—Cualquiera —repitió Elle a secas.

Salió de la tienda con un modelo del año 2020 bastante aceptable. Reemplazaría a su otro teléfono, el cual debía dejar de usar por razones obvias.

Continuó caminando por las calles de Kanto hasta que llegó al domicilio que había estado buscando… la casa de Watari. Estaba llena de precinto, que había puesto la policía para que la gente no pasara. Lucía abandonada, sucia, opaca, muerta… No quedaba nada de lo que solía ser ese lugar. Las flores se habían marchitado porque su dueño había dejado de regarlas. El césped del jardín se veía descolorido y sin vida.

Sintió que un nudo se apoderaba de su garganta y se le cerraba, impidiéndole respirar. Su corazón galopaba en su pecho y no podía hacer nada para tranquilizarlo. No estaba listo, pero debía entrar…

Estaba de pie, parado sobre la vereda frente a la casa. Era como si su cerebro no pudiera darle la orden a sus pies de que avanzaran.

—No entres —le dijo una voz masculina. Elle salió de sus pensamientos. Se fijó en su alrededor y notó que el vecino de la casa de al lado estaba espiándolo—. En serio —le advirtió—. Hay cámaras por todos lados. Nadie tiene permitido entrar a esa casa.

Hubo un silencio tenso. Al antiguo Elle le hubiesen importado un comino las cámaras. Hubiese cortado una de las cintas y hubiese entrado de todos modos, con el anciano mirando, así y todo.

—¿Crees que venga la policía a buscarme si lo hago? —le preguntó divertido. Iría a la jefatura de policía a testificar, de todas formas. Hasta incluso, quizá, le ahorrara tiempo.

El anciano levantó los hombros.

—Sí —dijo al fin.

Elle volvió a mirar la casa. Ya no era el mismo de antes, había abandonado un poco de su rebeldía cuando notó que su vida corría peligro por culpa de ella. Y le había prometido a Watari que nunca más volvería a desobedecer una orden…

—Entiendo —dijo al fin.

—¿Eras familiar? —quiso saber el sujeto.

Elle agachó la mirada; un dolor intenso se apoderó de su pecho. Sacudió la cabeza para apartar los pensamientos dolorosos que se le venían a la memoria. Miró de nuevo al anciano, luego de que pasaran segundos de silencio.

—Un viejo amigo —murmuró con la voz congelada.

El anciano torció los labios.

—Lo siento mucho, chico —le dijo con gran pesar. Se despidió y caminó de regreso hacia su casa.

Elle decidió no quedarse más tiempo ahí, ya era tarde y había oscurecido. Pero algo le decía que insistiera, que no regresara al hotel. Entonces llamó a la jefatura de policía de Kanto. Buscó el número en Internet y lo encontró de inmediato.

—¿Diga? —contestaron del otro lado con voz monótona.

—Buenas tardes —dijo Elle con voz firme—. Necesito testificar acerca de la muerte de Quillsh Wammy.

Hubo un silencio de duda del otro lado.

—¿Es pariente o amigo de la víctima? —le preguntaron con tono incrédulo.

—Sí, y tengo pruebas fehacientes de que el homicida está en Kanto ahora mismo —afirmó.

Dígame su nombre completo, por favor —pidió el oficial.

—Hideki Ryuga —respondió Elle.

—¿Ryuga, puede usted acercarse por la mañana a la jefatura de detectives de Tokio para hablar con el investigador del caso?

—Sí, claro —dijo Elle con voz neutra—. Un momento, ¿acaba de decir la jefatura de Tokio?

Sí, me temo que la gravedad del caso hizo que se trasladara su expediente directamente a la jefatura de Tokio. ¿Hay algún problema con eso?

—No, no… —se apresuró a decir Elle. Solo que tendría que pedirle a Alan que lo llevara en su taxi a Tokio al día siguiente—. Iré. ¿Cuál es el domicilio, y a qué hora debo estar allá? 

 El sujeto del otro lado le pasó la dirección y la hora, y Elle colgó la llamada sintiendo algo de alivio. Volvió al hotel caminando. Fue recibido de manera amable una vez más por la misma recepcionista, y subió las escaleras hacia su habitación.

No lo pensó dos veces: se metió de lleno en la bañera, la cual había cargado hasta el tope. También había un jacuzzi, pero creyó que si se metía en él acabaría relajándose tanto que se dormiría adentro del agua y, probablemente, se ahogaría; estaba demasiado cansado por el viaje, el calor y ese maldito sentimiento de desesperación por encontrar al culpable.

Siempre había sido el mejor en la universidad. Los profesores solían halagarlo cuando se trataba de su habilidad para resolver casos difíciles, y por eso estaba confiado en que lo resolvería pronto. Años atrás, hasta incluso hubiese pensado que podría hacerlo más rápido que la policía, pero estaba vez debía dejar el ego de lado y no jugar a ser Dios. Se trataba de algo grave que lo afectaba demasiado, y no creía tener las fuerzas ni las ganas para andarse con tonterías. No se trataba de un examen universitario, no era una materia que debía aprobar… Era la vida, y él era un allegado de la víctima; se le hacía imposible no entrometer los sentimientos, lo que le restaba claridad para pensar de manera lógica y fría.  

Tenía que encontrar a ese lunático como diera lugar y cuanto antes.

Salió de la bañera, se secó el cuerpo rápidamente, se puso ropas flojas y fue hacia la habitación.

Se quedó largos minutos mirando el techo, pensando lo que haría al día siguiente y lo que diría cuando hablara con los detectives. Pensó que debía desconectar un poco el cerebro para poder dormir porque, de lo contrario, acabaría con una crisis nerviosa. Hacía tres días que prácticamente no descansaba de manera profunda. Esperaba no despertar en la mañana con el mismo cansancio que sentía ahora.

De pronto, sintió que su celular viejo vibraba. Los vellos de los brazos se le erizaron. «Es él», pensó, y se apresuró a sujetarlo. Vio la pantalla y su ansiedad bajó cuando supo que se trataba de Roger. Sin embargo, no respondió. Sabía que él estaba espiando cada cosa que hacía por celular, cada página que visitaba, cada persona con la que chateaba, cada lugar al que iba… Todo, ¡sabía todo!, y no quería que se enterara quién era Roger ni que tuviera su número de teléfono. Le aterraba pensar que podría llamarlo y amenazarlo de alguna manera.

Roger dejó de insistir cuando vio que Elle no contestaba. Elle copió el número de teléfono y lo agendó en su otro celular, y desde ahí lo llamó.

—¿Hola? —dijo Roger del otro lado.

—Roger, soy yo. No me llames ni me mandes mensajes al otro número. Él ve todo lo que hago desde ahí —explicó.

Entiendo —dijo Roger con voz seria—. De ahora en más te contactaré a este —anunció, e inmediatamente agregó—: El motivo de mi llamado es porque tengo la lista que me pediste. —Elle cambió inmediatamente de humor.

—Excelente —se apresuró a decir—. ¿Podrías enviármela por archivo?

Roger respondió un sí rotundo y en menos de un minuto Elle ya contaba con dos páginas llenas de nombres, apellidos y edades ordenados alfabéticamente.

……………………………..

Light había pasado un fin de semana de lo más relajado. Había preferido no salir de su casa el sábado ni el domingo. En cambio, se había encerrado a mirar Netflix con la única compañía de Rocco.

Cuando finalmente fue lunes por la mañana, y después de dejar a Rocco con la paseadora de perros, Light condujo hacia la oficina del registro civil en Tokio, donde tenían información acerca de todos los habitantes de Japón. Eso hizo que se retasara casi una hora en llegar a la oficina.

Le agradeció a la secretaria que había sido tan amable de armar un historial completo acerca de la identidad de Watari y de todo lo que había hecho durante sus años viviendo en Japón. No esperó a llegar a la oficina; estaba tan metido en el caso que empezó a leerlo ni bien entró al auto:

Nombre: Quillsh Wammy.

Profesión: detective.

Nacionalidad: inglesa.

Light arrugó el entrecejo al ver que un párrafo después se mencionaba un cambio de identidad. Quillsh se había cambiado el nombre a Watari.

«¿Por qué?», se preguntó Light, y archivó ese detalle en su memoria para investigarlo luego.

Continuó leyendo y descubrió que Watari no había viajado solo la primera vez que arribó a Japón; lo hizo en compañía de un menor de edad, identificado en el aeropuerto como Hideki Ryuga. Tenía en aquel entonces diecisiete años, pelo azabache, ojos negros, piel pálida, y era de complexión esbelta. Light sujetó las copias de las fotos que Watari tenía en portarretratos en su casa y empezó a buscar a un niño cuyo aspecto físico coincidiera con lo que se describía en el informe de Hideki Ryuga…

De repente, su celular comenzó a vibrar. Era un Whatsapp de Kaito, su asistente personal en la oficina.

«Light, hola. Estuve toda la madrugada del domingo investigando quiénes son los niños de las fotografías, como me pediste. Son todos ingleses. Ninguno está nacionalizado como japonés», le escribió.

El hecho de que fueran ingleses era obvio para Light. Sus rostros no tenían rasgos asiáticos y la nacionalidad de Watari era inglesa, así que pues…  

«¿Qué hay de Watari? ¿Pudiste averiguar acerca de su pasado en Inglaterra?», escribió Light. «Estoy leyendo su historia de vida, acabo de sacarla del registro civil, y aquí dice que se dedicó a ser detective en Londres durante veinte años, y luego llegó a Japón, se radicó aquí y continuó siendo detective hasta que, finalmente, se jubiló».

«Pues… encontré información acerca de una tal “Wammy´s House”», escribió Kaito.

«¿Qué es eso?», preguntó Light levantando una ceja.

«Un orfanato», le respondió, y cuando Light quiso responderle Kaito inmediatamente le volvió a escribir: «Light, siento tener que decirte esto, pero es mejor ahora que más tarde; Akemi se enteró de que te estoy asistiendo en el caso y me retó duramente. Me dijo que este trabajo le corresponde a Takada y que yo no debería estar encargándome de esto. Lo lamento, Light. Sé que no quieres ni dirigirle la palabra a Takada, pero ya no podré continuar asistiéndote».  

Light echó un bufido. Tenía razón, no iba a negarlo ni era justo que Kaito estuviera sobrecargándose con trabajo que no le correspondía, además de que tenía que llevar el conteo de todo el papelerío de la oficina.  

Se quedó en silencio un tiempo, mirando el techo del auto. No quería dirigirle la palabra a Takada, pero no tenía opción y estaba seguro de que Akemi le iría con otro monólogo si llegaba a enterarse de que continuaba excluyéndola del caso.

«De acuerdo, Kaito», escribió. «Y descuídate… Tarde o temprano iba a tener que hablar con Takada, de todas formas».

«Nos vemos, Light», le escribió.

«Nos vemos», y ambos abandonaron la conversación.

  …………………………………

Takada apenas había llegado a la oficina cuando vio un nuevo mensaje de Light en el celular. Se extrañó muchísimo de que justamente él se dignara a mandarle un Whatsapp, y tan temprano.

«Buen día. Necesito que investigues acerca de una tal “Wammy´s House”», le pidió. Takada arrugó el entrecejo. No entendía qué bicho le había picado a Light. Creyó que quizás la reprimenda de Akemi el viernes anterior había sido suficiente para que finalmente se dignara a tratarla como debía. Quizás el llamado de atención de Akemi le había ayudado a reflexionar, pensó.

Esperó a ver si Light le escribía alguna otra cosa, pero no fue así, lo vio fuera de línea de inmediato. Ella, por su parte, se puso a investigar sobre la Wammy´s House al instante.   

……………………………………

Elle pasó la madrugada entera del domingo intentando dormir. Los pensamientos iban y venían por su cabeza, lo torturaban. Tal vez, si hubiese aceptado irse de la clínica cuando se lo ofrecieron, y hubiese vuelto a Kanto, hubiese evitado la muerte de Watari. Tal vez si hubiese sido un mejor hijo… una mejor persona.

Cuando finalmente logró conciliar el sueño, ya eran las ocho de la mañana del lunes, y había empezado a sonar la alarma.

Hizo lo de siempre. Se duchó, se vistió y, antes de salir, buscó en el bolsillo de los jeans sucios la tarjeta del taxista que lo había llevado al hotel el día anterior. Leyó el nombre y le envió Whatsapp al número impreso, mientras internamente deseaba con todas sus fuerzas tener su motocicleta verde, su favorita.

Durante el viaje en auto, el hombre le habló de un sinfín de cosas, de las cuales Elle llegó a prestar atención a menos de la mitad, porque estaba demasiado nervioso pensando en lo que le diría a los detectives.

Alan prácticamente le contó su vida durante el viaje en auto. A Elle le dio la impresión de que era un buen sujeto, pero que pasaba mucho tiempo solo y que de verdad necesitaba amigos que lo escucharan. Era un hombre solitario, su esposa lo había dejado, también sus hijos. Elle no pudo evitar sentirse culpable de saber que Watari también había sido un hombre solitario durante toda su vida, nunca había podido tener hijos, aunque lo intentó con su esposa, quien acabó muriendo a muy corta edad. Creyó que él también lo había abandonado, en cierto modo.

—Es aquí —dijo Elle, cortando de manera abrupta el monólogo de Alan, quien le echó un vistazo a la tienda del otro lado de la ventanilla del auto.

—Desde que te conocí supe que eras gamer —le dijo sonriendo—. Te noté cara de andarte con videojuegos… Y también por los tatuajes me diste esa impresión.

Elle le sonrió. No dijo nada. Le había pedido que estacionara frente a una casa de videojuegos que quedaba a una cuadra de la jefatura de detectives de Kanto.

—Pues… adivinaste —le respondió al cabo de un rato, le pagó y salió del auto.

—Disfruta de Tokio —le dijo Alan con una sonrisa, y Elle casi se sintió culpable de estar mintiéndole. Se juró que nunca iba a pedirle que se detuviera justo adonde iba, siempre a una cuadra o en cualquier otro lugar; quería evitar cualquier tipo de testigo. Todos eran sospechosos de ser el homicida, no podía confiar en nadie.

Cuando ingresó a la jefatura, se encontró con una recepcionista muy amable que le pidió los motivos de su presencia.

—Ayer hablé por teléfono con uno de los oficiales de la jefatura de Kanto —explicó Elle—. Me dijeron que venga hasta aquí a declarar. Soy familiar de Watari —acabó diciendo, y con ello despertó la curiosidad de la secretaria, que de repente lo miró con intriga.

—De acuerdo. El jefe del caso todavía no ha llegado, pero está su auxiliar. Déjame guiarte hasta su oficina —le dijo, y condujo a Elle por un pasillo mientras le decía—: Estuvimos una semana entera esperando que un familiar aparezca —admitió—. Me alegro de que hayas venido, así podrás darle a Watari un velorio tradicional.

La muchacha tocó a la puerta del despacho un par de veces, y abrió una mujer morena de cabello corto, alta, de ojos oscuros, grandes y profundos…

Elle la reconoció al instante. Ella también lo reconoció a él. Los segundos pasaron lentos mientras ambos se miraban directamente a los ojos, paralizados de saber que estaban uno enfrente del otro.

¡Era Takada!

………………………..

«Llegaré algo tarde», le había escrito Light a Takada cuando se fijó la hora en su celular, y se percató de que ya tenía cuarenta minutos de retraso.

Takada no le respondió. Ni siquiera leyó el mensaje.

Light, por su parte, quedó con los pensamientos de Watari rumiando en su cabeza, y además de eso sentía tanto frío que también había tenido ganas de detenerse a comprar un café expreso, batido y humeante.

Miraba el sol que brillaba en lo alto del cielo, y no supo por qué motivo empezó a recordar sus días en la universidad. Tal vez fuera porque el hecho de que ahora estuviera compartiendo un caso con Takada lo obligaba a detenerse en el pasado y en aquellas veces en que habían tenido que juntarse para hacer trabajos prácticos referidos a homicidios…

Él siempre había preferido la compañía de Mikami en ese tipo de proyectos. Sentía que era el único que podía seguirle la línea del pensamiento, el único que lo entendía y que llegaba a la misma conclusión que él, y casi al mismo tiempo, porque siempre llegaba él primero.

Ese pensamiento le había causado gracia. Aunque tampoco iba a negar que había sido superado por alguien, y más de una vez… Únicamente por él, nadie nunca había podido llegar más rápido al desenlace de un crimen que él mismo, a no ser por Ryuzaki.

«Ryuzaki… ¿qué será de él ahora?», pensó Light mientras descendía un poco la velocidad.

De repente, un recuerdo vívido atravesó su memoria. Era un día de verano, allá por el año 2013, donde todo parecía marchar de lo más normal. Aún vivía con sus padres, Sayu apenas había empezado la secundaria, y él estaba cursando la materia Criminalística en la Universidad de Kanto.

Recordó que esa carrera era muy popular en ese entonces, por lo que había muchos alumnos ocupando los asientos. El aula estaba llena de gente que murmuraba, reía, coqueteaba… No él. Él siempre estaba inmerso en sus pensamientos, releyendo lo que había dictado el profesor la clase anterior, y a la espera por la próxima clase.

Siempre tan aplicado. Siempre así de nerd. El pensamiento lo obligó a soltar una carcajada. El único momento en que se sintió fuera de sí fue cuando conoció a Ryuzaki. Creía que nada de lo que había ocurrido con él hubiera pasado si el profesor no los hubiera puesto a hacer un trabajo juntos aquel día. Todo había sido culpa de ese profesor, y de aquella vez en que dijo que Light Yagami debía sentarse junto a…

…Hideki Ryuga.

Los ojos de Light se abrieron gradualmente como platos. Era incapaz de reaccionar. Tuvo un impulso físico que lo obligó a desviarse de la ruta y a estacionar el auto a un lado de la carretera. Su corazón empezó a palpitar a mil por segundo. Recordó palabra por palabra:

—…hará grupo con Mikami. Takada hará grupo con Misa Amane, y Light Yagami hará grupo con… Ryuga Hideki o… eh… ¿Cómo te llamas, chico?

—Hideki Ryuga, pero llámeme Ryuzaki.

«Hideki Ryuga… ¡Ryuzaki!», repitió Light para sí mismo, y hasta casi lo gritó. Se había olvidado por completo de que Ryuzaki no era su verdadero nombre, sino un derivado de Ryuga.

Volvió a encender el motor del auto y regresó a su departamento a la velocidad de un rayo. No le importó nada, ni la hora, ni el trabajo… ¡Nada!

Rocco lo vio entrando al departamento completamente desesperado, y se asustó tanto que hasta empezó a ladrar. Light estaba fuera de sí. Corrió hacia el portafolio y esta vez tomó asiento en el sofá de la sala. Empezó a buscar a Ryuzaki foto por foto, y con detalle minucioso, en todas las caras en los portarretratos que había mandado a sacar de la casa del inglés.

Y lo encontró. Ahí estaba. Tenía la apariencia de todo un adolescente, y mucho menos alto a como Light lo recordaba en la universidad. No tenía los tatuajes, y en prácticamente todas las fotos estaba sonriendo. No había ni un ápice de su mirada perversa.

Light quiso saber más, porque más allá de que estaba viendo a Ryuzaki en las fotos del inglés, no se lo creía. ¡No podía ser él! Entonces sujetó la portátil que él mismo había extraído de la casa de Watari. La encendió y buscó en los archivos de las imágenes.

Más y más fotos aparecieron de repente. En todas ellas había niños jugando en hamacas o toboganes, saltando, riendo, estudiando… Y en cuatro o cinco fotos más había encontrado a Ryuzaki. No podía creer lo idiota que había sido al no haberse dado cuenta la primera vez que revisó las fotografías.

Tenía la mente hecha una maraña y el corazón galopando trepidante en su pecho. Acabó pulsando todas las fotos, una por una, obsesionado por encontrar a Ryuzaki en ellas. Cuando terminó de verlas todas, pulsó los videos. Eran videos de los niños estudiando, jugando, almorzando en un comedor escolar…

Light sujetó la cámara fotográfica, otro de los objetos que había sacado de la casa del inglés el día de la inspección. Había un solo video en ella, por lo tanto Light creyó que se trataba de una cámara nueva. Dio play al video, y lo que vio logró helarle la sangre.

Un sujeto estaba entrando por la ventana de una casa. La visión de la cámara era borrosa porque era de noche y estaba todo oscuro. La persona se acercó hacia un mueble y apoyó la cámara para que filmara lo que estaba a punto de hacer. Light logró ver que se trataba de un hombre, pero todo estaba demasiado oscuro como para dilucidar algo.

La luz de la luna ingresaba por la ventana y, solo entonces, la cámara logró filmar que el sujeto que acababa de entrar por la ventana estaba sosteniendo una cuchilla larga y filosa. Caminó hacia la cama, donde otro hombre estaba durmiendo plácidamente… Y lo apuñaló. El sujeto empezó a gritar, ¡a gritar del horror! Y el que sostenía el cuchillo volvió a apuñalarlo. Lo hizo tantas veces que el otro hombre acabó cayéndose de la cama y suplicando en el suelo. Pero no lo dejó en paz. Continuó apuñalándolo en el suelo, y la sangre le salpicó en el pecho, en la ropa y en la cara. Se limpió la cara con la manga, y fue a encender la luz de la recámara. Entonces Light pudo ver con lujo de detalles que se trataba de Ryuzaki. ¡Era él! ¡Era su rostro, su pelo, sus facciones!

¡Ryuzaki había matado a Watari!

¡Ryuzaki era el asesino!    

 

 

 

 

Notas finales:

¡Ahora sí, que empiece el quilombo! Light está convencidísimo de que el asesino es Elle.

Elle... ¡huye por tu vida! jajajaja

Gracias por leer, chicos :3 


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