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Todos aman a Light, Parte II: El Caso Beyond Birthday por Camila mku

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Notas del capitulo:

Ya era hora de actualizar. ¡Al fin! Perdón la tardanza, anduve con inconvenientes :/ El próximo cap no me voy a tardar tanto. I promisse. Nos vemos pronto :3

La mañana transcurría de lo más tediosa. De vez en cuando iba a la heladera y sacaba un poco de comida ya preparada. Veía televisión, no mucho, y confesaba que le divertía que su cara apareciera en todos los noticieros. Las personas se referían a él como "un ser aberrante" y "maquiavélico", y no se le erizaba un pelo cuando los escuchaba llamarlo así.

No los entendía. Para él la gente era toda estúpida. Llevaban una vida mediocre. Hacían lo que les ordenaban, se esforzaban estudiando años de forma interminable en la escuela hasta graduarse, luego seguían estudiando para más tarde conseguir un empleo y acabar trabajando como burros toda la vida, a cambio de una paga miserable hasta prácticamente el día de su muerte.

¿Qué tipo de vida era esa? ¿No era más fácil, acaso, robar? ¿Vender drogas? ¿Prostituirse…? Más dinero en menos tiempo y con menos esfuerzo. Era una lástima que todo eso estuviese prohibido por la ley. Tampoco entendía la ley, le parecía creada por un montón de viejos buenos para nada que no tenían otra cosa mejor que hacer.

Vio que el sujeto sentado en la silla se escandalizó de repente. Dejó todo lo que estaba haciendo y lo miró penetrante. Le causaba risa que, con solo eso, el tipo pusiera cara de estar a punto de orinarse encima.

—¿Qué te pasa…? ¿Viste un fantasma? —Soltó una risa estrepitosa que resonó por todos los rincones del sótano.

Ese lugar estaba repleto de tantas cosas que apenas podía dar un paso sin llevarse algo por delante. Era muy parecido al sótano donde lo había encerrado Léster durante casi ocho años. El polvo había cubierto chapas, autos oxidados, muebles rotos, pedazos de quién sabe qué… Chatarra que había sido almacenada ahí y había quedado en el olvido.

Volvió a revisar la estantería, y de vez en cuando le echaba una mirada de reojo al anciano para inspeccionar sus reacciones. Era increíble lo hábil que le resultaba leer las expresiones de las personas. Siempre adivinaba lo que pensaban, desde niño, y hasta podía olerles el miedo.

El viejo estaba sudando. Algo lo ponía nervioso. Beyond notó que, al sujetar una caja de madera, los ojos del hombre se abrieron desmesuradamente.

—¡Oh, vaya! Con que esto era —sonrió—. Di en el clavo —dijo, y leyó en voz alta el cartel pegado a la cubierta de la caja—: NO TOCAR. Y en mayúsculas y todo, ¿qué tendrá esta caja? Ya puedo imaginármelo… —El anciano comenzó a retorcerse en la silla mientras Beyond le quitaba la tapa a la caja y sacaba de su interior una calibre 39. La sujetó y la sostuvo en lo alto—. ¡Este sí es un buen regalo! Y yo que creía que aquí tenías solo porquerías… —dijo con una sonrisa sutil, y de inmediato inspeccionó el cañón del arma—. Está cargada y todo. ¡Wow! Gracias. Supongo que puedo probarla ahora mismo. —Dio dos pasos y eso bastó para que el anciano comenzara a gemir del miedo, aunque mucho ruido no hacía con la cantidad de cinta que le había pegado en la boca. Beyond disfrutaba cada segundo de su expresión de espanto. Amaba cuando le temían, llegaba a excitarlo hasta las nubes.

Apuntó con el arma la cabeza del anciano y las lágrimas empezaron a caer de sus ojos vidriosos. Sostuvieron la mirada durante segundos. Mientras que la suya era similar a la de un cachorro atemorizado, la de Beyond era semejante a la de un chacal, a la de un carroñero… El anciano podía estar seguro de que si en ese momento le llegaba la muerte, esta tendría los ojos de ese sujeto. Los ojos más oscuros y endemoniados que había visto en su larga vida. Cuando lo miraba podía sentir la agonía de todas sus víctimas al momento de matarlas.

Sintió el frío del cañón apuntándole en la frente y…

—¡Bang! —dijo Beyond sonriendo. Aguardó unos segundos, alejó el arma, le puso el seguro y se la guardó en el bolsillo trasero de sus jeans—. ¿En serio creíste que iba a malgastar una bala con tu patética existencia? ¡No me hagas reír! —Soltó, se dio la vuelta y empezó a caminar escaleras arriba—. No necesito matarte. ¿Cuántos tienes? ¿Ochenta y tantos…? Te dejaré atado aquí abajo y en tres días seguro ya habrás muerto. —Subió las escaleras y dio un portazo, dejando al anciano solo en el sótano, rodeado de las ratas que hurgaban la basura acumulada ahí abajo.

Fue hasta la sala y continuó comiendo lo que había dejado a medias. Se acercaba el día en que se encontraría con Elle y confesaba que el solo hecho de imaginar estar cara a cara con él le causaba placer…. lo odiaba con todas sus fuerzas, y pensaba una y otra vez cómo lo mataría. Quería hacerlo sufrir, verlo agonizando y que le pidiera, ¡no! ¡Qué le rogara que lo liberara! Que llorara… Nunca lo había visto llorar en todos los años que convivieron juntos en la Wammy. Y todos siempre se morían por él: «¡Elle es tan bueno! ¡Elle es tan inteligente! ¡Elle es tan guapo! ¡Elle es el mejor alumno…!».

—Maldito cabrón de mierda, ¡todos siempre lamiéndote la verga, como si fueses la gran cosa! —gruñó en voz alta mientras masticaba la comida con más fuerza de la normal.

¿A quién elegía Roger cada vez que un alumno debía representar a la Wammy en alguna competición académica? ¡A Elle! ¿A quién había decidido llevar Watari a vivir una vida de lujo en Japón? ¡A Elle! ¡Todo siempre Elle! ¡Estaba hasta la coronilla de ese hijo de puta!

Encendió el televisor y puso un poco de rock. Todavía faltaban cuatro días para iniciar el ataque con el que mandaría a ese bastardo al infierno; así que disfrutaría un poco de la comodidad que le brindaba esa casa hasta que fuera momento de partir.


Elle abrió los ojos lentamente. Hubiese preferido que fuese nada más que un sueño, pero no, estaba en esa maldita celda, pasando frío, hambre, sed e incomodidad. Pero debía aguantar hasta que Beyond decidiera atacar el domicilio que figuraba en la marca de Ryan Erin y apenas había pasado un día en prisión. Y Takada ya le había dicho que el tiempo que Beyond se había tomado en escoger y masacrar a su segunda víctima había sido de cinco días. Le faltaban cuatro.

Se sentó sobre la cama. Estaba bastante mareado, así que apenas logró enderezarse. Había olvidado que todo ese tiempo había estado con las esposas puestas, y las recordó cuando quiso rascarse el pelo. Se había quedado dormido bocabajo con los brazos detrás de la espalda, de la manera más incómoda que había dormido jamás.

Vio una figura acercándose a la celda. Una sombra se aproximaba con lentitud. El pasillo estaba algo oscuro, salvo por la luminaria general. Esperó que la persona se parara frente a los barrotes, pero no lo hizo. Se trataba de una oficial que sacó las llaves de su bolsillo y abrió la puerta. Se acercó a él con prepotencia.

—Te quedas quieto, ¿oíste? —Y de inmediato le puso las esposas en los pies. Lo sujetó de un brazo y lo levantó de un tirón—. ¡Camina! —le gritó y lo amenazó con usar el garrote si no la obedecía.

Elle caminó por el pasillo con ella escoltándolo por detrás. Los presos en las otras celdas lo miraron pasar con caras alargadas y serias. Elle cruzó miradas con ellos. El pabellón cuatro era un pasillo exclusivo para los convictos que habían llevado a cabo el delito mayor del homicidio. Mirarlos un microsegundo a los ojos hacía que se le helara la sangre. Había falta de luz en ellos, esa luz típica en la mirada de cualquier persona que caminara por la calle en libertad. Ellos no la tenían. Había perversión detrás de sus ojos, oscuridad.

—Entra y siéntate —exigió la oficial, y lo empujó hacia el interior de un cuarto. Había un escritorio en el centro, pero su superficie estaba vacía, había además dos sillas y las paredes estaban llenas de cámaras.

Elle sabía a la perfección dónde estaba: en el cuarto de las confesiones, donde sometían a los presos a interrogatorio hasta que declararan las atrocidades que habían cometido. Se trataba de un proceso psicológico que requería mucha resistencia mental. Había escuchado de casos en los cuales algunos inocentes confesaban haber cometido un delito debido a la presión psicológica que ejercían los detectives.

Pero eso no le pasaría a él.

Se sentó en la silla mientras la mujer policía lo miraba de reojo desde una esquina del cuarto. Se quedó esperando hasta que, finalmente, luego de casi quince minutos que le parecieron eternos, vio entrar por una segunda puerta… a Light. Y no le sorprendía; muy en el fondo tenía la certeza de que él no se perdería la oportunidad de ser quien lo pusiera contra la espada y la pared. Lo había hecho en el pasado, aunque bajo circunstancias muy diferentes, y había ganado.

Pero esta vez no sucedería lo mismo.

Light se sentó justo enfrente de él, con el escritorio de por medio. Se miraron casi un minuto entero en completo silencio. La mirada de Elle era de cansancio extremo, sus ojeras se habían pronunciado mucho los últimos días y estaba más pálido de lo normal.

Light, por otro lado, tenía una mirada penetrante y filosa, cargada de rencor.

—Vas a ser la primera persona en mi vida a la que conoceré por tercera vez. Al principio eras Ryuzaki, luego fuiste L, y ahora resulta que tu nombre real es Elle Lawliet —dijo Light, desvió la mirada y esbozó una risa carente de gracia. Elle no respondió a su provocación. Se lo quedó mirando desde su sitio. Light volvió a penetrarlo con su mirada gélida—. Al parecer, adquiriste esa tendencia mitómana de quien te crió. Watari tampoco se llamaba así, su nombre verdadero era Quillsh Wammy. —Hubo otro silencio expandido mientras sostenían las miradas. Light estaba siendo muy brusco, y claramente apropósito—. Investigué acerca de tu pasado en la Wammy´s House. Entraste a los nueve y saliste a los diecisiete. Luego te viniste para Japón junto con Watari. Él compró una casa en Kanto y se dedicó a trabajar de lo que sabía: era detective. Ambos se cambiaron los nombres. Tiempo después entraste en la universidad, a los veintitrés. Así que mis suposiciones son que desde los diecisiete hasta los veintitrés fue cuando empezaste a consumir drogas.

—Supones mal. Fue mucho antes —respondió Elle, estaba con la espalda echada en el respaldo de la silla, sin fuerzas, sin ganas y con expresión impávida. Si Light quería la verdad se la daría, y no le temblaba el pulso de tener que hacerlo.

—Ya, ¿cuándo exactamente? ¿Mientras estabas en el orfanato? ¿A los catorce, quince?

—A los siete.

Light, que hasta entonces había estado adoptando una postura soberbia, tras escuchar eso giró la cabeza hacia Elle. Su rostro cambió por completo, esa respuesta lo había shockeado.

—¿Quién te las daba?

—Mis secuestradores —respondió sin parpadear—, para que yo no gritara.

La mirada de Light expresaba todo el interrogatorio que, para entonces, parecía estar teniendo con él mismo. Estaba demasiado sorprendido como para ocultarlo con éxito. Por un momento se le cruzó por la cabeza preguntarle a Ryuzaki si eso que acababa de decir era cierto, pero su instinto como detective le decía que le siguiera la corriente. Si mentía, entonces en algún punto del relato se delataría solo.

Aunque se trataba de Ryuzaki… él sabía mentir muy bien. Por eso tendría que prestar el triple de atención.

—¿Cuáles eran sus nombres?

—Léster, Tom y Jared. Nunca conocí sus apellidos. —El hecho de que Ryuzaki mantuviera la mirada firme hacía que Light se cuestionara realmente si se trataba de una mentira o si le decía la verdad. Por otra parte, había notado que no hubo alteraciones en su tono de voz en lo que iba del cuestionario, y eso le indicaba que no estaba nervioso.

Pero seguía sin creerle.

—¿Cuándo, cómo y dónde los conociste? —Se echó sobre el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.

—Yo tenía seis cuando los vi por primera vez. Fue en Londres. El 4 de junio de 1993. Había ido al cine con mis padres y ellos salieron de un callejón para asaltarnos… Mataron a mi papá esa noche.

Light desvió la mirada, necesitó hacerlo para repensar lo que oía.

—Dime el nombre completo de tus padres —exigió sin una pizca de sentimentalismo.

—Caroline Andersson y Edwin Lawliet. —Era cierto. Light se había encargado de buscar todo acerca de él y ese era, efectivamente, el nombre de sus padres biológicos. La fecha también coincidía con los registros forenses de Londres, donde se había dejado pactado que el cuerpo de Edwin Lawliet había sido encontrado por la policía justo frente a un reconocido cine de la ciudad.

Hasta ahora su relato coincidía con los informes, aunque eso no significaba que no estuviera inventándose la historia de los secuestradores. Debía continuar y cavar más hondo.

—¿Qué sucedió después de esa noche? —continuó.

—Nos llevaron a mi madre y a mi a una casa, no me acuerdo si estaba abandonada o qué, pero sí recuerdo que estaba en un estado muy deplorable. Me encerraron en el sótano y la alejaron de mí. Se la llevaron.

—¿Te drogaron en ese momento?

—No. Lo de las drogas vino después.

—¿Qué pasó con tu madre? —El hecho de que Ryuzaki haya ido a parar a un orfanato le advertía a Light de antemano el desenlace del suceso, pero no podía interrumpirlo, la conversación estaba siendo grabada y era necesario, para el juicio en tribunales, tener el testimonio del inculpado.

—Después de que me encerraran en el sótano y se la llevaran, la escuché gritando, y al rato oí un tiro. —La voz se le entrecortó por un instante. Debió mentalizarse para continuar hablando sin demostrar ningún tipo de sentimiento—. Como ya no la oí gritando supe que la habían matado.

Light se quedó meditando por un instante.

—Me encargué de buscar todo tu historial de vida, aquí y en Inglaterra —confesó Light—. A ti y a tu madre los dieron por desaparecidos. A los dos años la policía encontró el cuerpo de ella... Lo cual no coincide con tu relato.

—¿Por qué no? —preguntó Elle con el entrecejo fruncido.

—Porque tú dices que escuchaste el tiro en ese momento, pero la policía no encontró el cuerpo hasta dos años después del secuestro.

—Recuerdo que oí el tiro y ya nunca más volví a verla. Esa es la verdad. —Sostuvo la mirada y se la clavó a Light sin cortesía.

—¿Cuándo empezó el consumo de drogas?

Elle exhaló.

—No puedo darte una fecha exacta de ese momento, porque para entonces yo apenas tenía siete y como me obligaban a estar en ese sótano todo el día, al tiempo perdí la noción de las fechas.

—Okey —dijo Light, aún con los brazos cruzados—. Continúa.

—La primera vez que consumí drogas, me las sirvieron en un tazón de avena.

—¿Cuál de los tres te la sirvió? —Era un detalle poco importante, pero hacerle ese tipo de preguntas era necesario para comprobar que no estaba mintiendo. Si respondía rápido, decía la verdad. Si pensaba demasiado, estaba inventando.

—Tom —dijo Elle sin vacilar, y continuó de inmediato—: Al principio no sentí los efectos. Tenía hambre de días y me tomé todo el tazón. Empecé a sentirme mareado un rato después y ellos bajaron al sótano y me llevaron a un mercado. Me dijeron que mi "trabajo" era convulsionar adelante del sujeto que estaba en la caja registradora, para que ellos pudieran robar sin ser vistos.

Light sintió como si le hubiesen echado un baldazo de agua helada. Nunca había escuchado algo tan aberrante en los más de doscientos casos que llevaba investigando en la Jefatura de Tokio. Por primera vez desde que lo había visto, sintió agonía de tan solo pensar que un niño había atravesado algo así.

—¿Eso se volvió a repetir?

—Sí —respondió Elle—. A veces era cada una semana, y otras veces se tomaban más tiempo, si es que llegaban a hacer un robo grande y no era necesario que saliéramos a la semana siguiente. Yo deseaba que robaran grandes cantidades para que no me drogaran tan seguido.

Light tragó espeso y se tomó un tiempo para aclararse la garganta.

—Entiendo —dijo con pésame. De repente, había cambiado de actitud. Ya no se mostraba soberbio o altivo. La historia de Ryuzaki lo había perturbado—. ¿Qué ocurrió después?

—Supe que iba a morir. No comía casi nada y me la pasaba drogado. Con el tiempo me di cuenta de que mi cuerpo había empezado a exigir la droga. La necesitaba, ya se me había creado la adicción. Fue entonces que me convencí a mi mismo de que, si realmente no quería terminar ahí como un cadáver olvidado en el sótano de una casa abandonada, tenía que huir… Pasé dos años con esos sujetos. A los ocho me escapé.

—¿Cómo? —preguntó, ya con la voz quebrada.

Era la tercera vez en su vida que se atrevía a contar exactamente, detalle por detalle, todo lo que había tenido que vivir de niño. La primera vez había sido a Watari, la segunda al psicólogo de la Wammy, y la tercera a Light. Jamás imaginó que la tercera sería a él.

—Aproveché una vez que los tres se habían drogado tanto que no podían ni caminar. Yo hasta entonces había tenido miedo de hacer algo que llegara a molestarles, sobre todo a Léster, que era el más severo conmigo. Cuando lo desobedecía, aunque fuera en algo mínimo como hablar sin permiso, las palizas que me ganaba me dejaban casi inconsciente —confesó, y esta vez sí desvió la mirada hacia el piso. Recordar todo eso le estaba causando jaqueca y ganas de vomitar. Debió respirar profundo hasta cinco veces para decidirse a continuar hablando—: Y me fui. Era de noche. Fue la primera vez en esos dos años que me sentí vivo. Estaba nevando, lo recuerdo bien, y fui a parar a una calle del centro de Londres. Ahí fue que Quillsh me encontró, escondido debajo de un cartón. Viví un tiempo con él y luego me llevó al orfanato.

Elle veía cómo Light armaba y desarmaba el rompecabezas de las pistas en su cabeza.

—¿Por qué continuaste como desaparecido hasta los quince años? Tú ya estabas viviendo en la Wammy para ese entonces.

—Quillsh y Roger, el director de la Wammy, estuvieron de acuerdo en ocultarme todos esos años para que Léster y los demás no me encontraran. Cuando vieron que, en efecto, ninguno de ellos se dispuso a buscarme, decidieron que ya era tiempo de advertirle a la policía que yo me encontraba con vida.

—¿Ese fue el motivo por el cual tú y Watari se cambiaron el nombre cuando vinieron a Japón? ¿Para que no te encontraran los secuestradores?

—Sí —respondió Elle.

La historia tenía lógica. No había otro cabo suelto más que el pequeño asunto de la desaparición de su madre. Aunque el hecho de que la policía haya encontrado el cadáver en un descampado dos años después podía justificarse si revisara en qué estado de putrefacción había sido encontrado, y eso determinaría el tiempo que había estado a la intemperie.

Le clavó la mirada con rigurosidad.

—¿Por qué mataste a Watari? —preguntó Light, y como una bomba, pero Elle logró advertir que ya no había la misma rigurosidad en su mirada. No se lo veía tan convencido como al principio.

—Yo no lo maté —respondió, mirándolo a los ojos con cansancio—. Es imposible que haya sido yo, para ese entonces estaba en una clínica de rehabilitación en Londres —dijo, y tragó espeso. Sus miradas se volvieron a encontrar, esta vez más sinceras.

Elle, por su parte, evitaría cualquier tipo de provocación que pudiera perjudicarlo, como por ejemplo atreverse a decirle a Light que había investigado a la perfección los primeros detalles de su vida, pero no se había tomado el tiempo de averiguar en dónde estuvo viviendo los últimos meses.

Light pareció recapacitar en esto último y desvió la mirada. Miró de reojo a la policía que se mantenía expectante en el fondo del cuarto, velando por su seguridad. Ya no estaba tan confiado de su propio veredicto. La historia de Ryuzaki, porque lo había conocido con ese nombre y le resultaba imposible de repente tener que llamarlo Elle, era larga y muy cruda como para no acabar empalizando con él, pero no podía dejar que eso le nublara su juicio. Tenía que culpabilizarlo hasta no tener pruebas fehacientes de que no había sido él.

—¿Por qué estaba tu cara en las filmaciones? —le preguntó de repente, volviendo a interceptarlo con la misma pregunta que le había hecho más de cinco veces.

—Esa no era mi cara. Somos muy parecidos —dijo, sacando de contexto a Light quien, de pronto, lució confundido.

—¿Con quién…?

Elle creyó que lo mejor sería decirle absolutamente todo. Ya le había contado toda su vida, no tenía sentido guardar esa información.

—Se llama Beyond Birthday, y fue un estudiante de la Wammy´s House, al igual que yo —respondió. Exhaló lentamente.

—¿Qué motivos tendría para querer matar a Watari? —contradijo.

Era una pregunta detectivesca culmine. Elle la conocía bien; era utilizada para dejar en jaque al entrevistado cuando intentaba culpar a otra persona como el homicida.

—No tengo idea —respondió cortante, y primó el silencio.

Elle vio a Light llevarse la mano a la frente y correrse un poco el flequillo. Se mostraba frustrado con todo lo que acababa de oír.

—Minota —le dijo a la oficial, quien se acercó hacia ellos a paso lento—. Llévalo a la celda.

La mujer asintió, fue hacia Elle, lo agarró de un brazo y lo obligó a incorporarse con brusquedad.

—Light… —murmuró Elle, y Light levantó la mirada—. ¿Puedo tomar agua?

Light lo miró. Lo inspeccionó de arriba abajo. Sus miradas se encontraron, desnudas y sinceras. Ryuzaki lucía demasiado cansado, y parecía a punto de desplomarse….

—Sí.


Iba conduciendo su automóvil con la mirada puesta en las avenidas, pero con la mente en las palabras de Ryuzaki. Al llegar a su departamento no se tomó ni un segundo para descansar, a pesar de que ya eran pasadas de las diez de la noche y el sueño lo aplomaba. Debía volver a releer la información que tenía de ese tal Beyond Birthday. Estuvo hasta las dos de la madrugada revisando los informes que la policía federal de Londres, muy amablemente, le había entregado a la jefatura de Tokio acerca de la Wammy´s House.

Su fundador había sido Watari y su director, Roger, quien continuaba ejerciendo su cargo en el presente. Los pobres niños desamparados y faltos de un hogar que habían vivido su infancia y adolescencia en ese orfanato llegaban a ser mil. Light había pasado madrugadas enteras sin dormir revisando las historias de vida de cada uno de ellos, pero sobre todo la de Ryuzaki.

Los registros de la policía habían flaqueado mucho con él. Solo decían que Ryuzaki había perdido a sus padres a manos de un grupo de delincuentes y que, años más tarde, había ido a parar a ese orfanato. De no habérselo preguntado esa tarde a él mismo, jamás se hubiese enterado lo del secuestro.

Decidió darse una ducha caliente que poco le ayudó a relajarse. Cuando salió del baño lo hizo con una toalla cubriéndole las intimidades. No era necesario que se vistiera enseguida porque la calefacción del departamento era la suficiente como para contrarrestar el frío azotador del invierno.

Suspiró. Se quedó pensando en el frío helado que hacía en la cárcel y en que Ryuzaki no comía hacía dos días, y no tenía más que una mísera manta para cubrirse del frío. Y tampoco era como si pudiera cubrirse con ella, porque aún estaba esposado con las manos detrás de la espalda.

Decidió mandarle un mensaje a la oficial que los había custodiado esa tarde en el cuarto de confesiones.

«Minota, buenas noches y perdón la hora. Hazme el favor de llevarle comida a Ryuzaki», le escribió. La mujer estaba en línea y leyó el mensaje de inmediato. «Y quítale las esposas».

Ella le respondió a los pocos segundos:

«Ok».

Por la mañana, a eso de las siete, Light despertó con un dolor de cabeza que amenazó con torturarlo el resto del día. Mientras entraba en la cocina para preparar el desayuno, hizo una llamada telefónica al aeropuerto de Kanto.

¿En qué puedo ayudarle? —le respondió una administrativa del sector.

—Soy agente del FBI y necesito saber información acerca de una persona que arribó en Kanto unas semanas atrás. —Luego de atravesar un procedimiento administrativo de lo más tedioso, de esperar casi media hora en línea y de que la muchacha lo derivara con más de diez personas, el personal del aeropuerto accedió a su petición.

¿De quién se trata, detective? —le preguntó el jefe de recepción.

—Elle Lawliet.

Esperó hasta que el hombre hallara ese nombre en los registros de los archivos de vuelo. Como no había pasado demasiado tiempo, lo encontró enseguida.

Sí, tenemos información de él —dijo. Light sintió la adrenalina recorriendo sus venas de forma acelerada—. Arribó en Kanto el 20 de noviembre a las cinco de la tarde.

¡Mierda!, se insultó a sí mismo en silencio. Un peso inmenso le cayó sobre los hombros. Se pasó una mano por el cabello mientras sentía cómo la jaqueca iba en aumento. El cuerpo de Watari había sido encontrado el 16 de noviembre… Ryuzaki había arribado en Kanto cuatro días después.

Él no había cometido el crimen.

—Am… gracias —titubeó. Fue lo único que pudo decir con el malestar que lo aquejaba.

No hay de qué. Que tenga buen día —le respondieron del otro lado. Light colgó de inmediato. El silencio en el departamento se volvió intenso de repente. Sintió un estrangulamiento interno… Akemi ya había depositado el dinero del caso en su cuenta bancaria ¡y él había puesto tras las rejas a la persona equivocada!

¡Pero eran tan idénticos! ¡¿Cómo carajos podía ser eso posible?! No dejaba de pensar en las filmaciones y en todas las veces que había estado seguro de estar viendo a Ryuzaki. Volvió a revisar las notas que tenía acerca de ese niño llamado Beyond Birthday durante sus años en la Wammy. Al contrario de otros huérfanos, no había mucho sobre él. No parecía tener pasado. Los registros de la policía se limitaban al día en que había entrado a ese orfanato.

Dejó más de la mitad del desayuno sobre la mesa de la cocina. Abrió la laptop con un malestar acongojante y buscó una página de vuelos donde pudiera sacar de urgencia dos pasajes de Tokio a Londres. No había tiempo que perder.

Luego de media hora de una búsqueda exhaustiva, fue hacia su recámara, buscó ropas formales y se vistió rápidamente. Se puso cualquier perfume, el primero que agarró, casi sin pensar. Rocco entró en el cuarto gimiendo, sabía que había llegado la hora en que Light lo abandonaría otra vez, como todas las mañanas. Pero esta vez sería diferente, no volvería por la tarde como solía hacer.

Light se arrodilló para quedar a la altura de Rocco.

—Serán solo unos días. Lo prometo —le susurró mientras le acariciaba la cabeza. Rocco volvió a gemir lastimosamente, y aún más cuando sonó el timbre de la puerta principal. A esa hora no podía ser otra persona que la paseadora de perros.

Light sujetó a Rocco con la correa y caminó apresurado a abrirle a Berta. Le entregó a Rocco junto con las llaves del departamento.

—¿Y esto para qué…? —le preguntó ella con el ceño fruncido.

—Saldré de Japón dos días y necesito que cuides de él hasta que vuelva. Te pagaré los turnos completos cuando esté de vuelta. —La muchacha no dijo nada y sujetó la correa.

Era la primera vez en mucho tiempo que Berta veía a Light nervioso, intranquilo y agitado. Muy contrario a la imagen impoluta que acostumbraba ofrecer.

Light llegó a la jefatura de Tokio veinte minutos después. Caminó hacia la pequeña oficina donde Kaito, su asistente personal, trabajaba rodeado de papeles y con ese bendito teléfono de escritorio que nunca dejaba de sonar.

—Light, llegas puntual —le dijo Kaito, e inmediatamente notó que el comentario había sonado mejor en su cabeza que en la realidad, así que intentó remediarlo de inmediato—. Quiero decir… no es que siempre llegues impuntual, es solo que hoy viniste más temprano y…

—Kaito necesito pedirte un favor inmenso —lo interrumpió sin miramientos. El joven levantó la mirada, expectante—. Tú me dijiste que hablabas perfecto inglés, ¿no? —Kaito asintió—. ¿Podrías acompañarme dos días a Londres? Te pagaré a parte este viaje. Es muy necesario que vengas conmigo.

El joven abrió los ojos hasta parecer que saldrían de sus fosas. Ir a Inglaterra, ¡y encima ganar dinero a parte por ello!, sonaba a algo así como ganarse la lotería.

—¡Sí! —respondió con alegría, y sonrió mostrando sus dientes bañados en café—. ¿Pero qué sucederá con todo lo que tengo que hacer para hoy?

—Yo me encargaré de librarte de tus ocupaciones, no te preocupes —aseguró. Kaito tenía un brillo de emoción que resplandecía en sus pupilas—. Le diré a Akemi que te vienes conmigo.

—¿Ya…? —le preguntó, extrañado por la urgencia.

—Sí, es necesario que sea ya. El vuelo sale del aeropuerto a las once.

Kaito se fijó la hora en su celular: eran las ocho de la mañana. La prisa lo invadió de repente y empezó a guardar sus objetos de pertenencia en un pequeño mueble al que cerró bajo llave, para que nadie tocara sus cuadernos, lapiceras y anotadores.


El frío del invierno se estaba poniendo intenso al punto de hacerlo tiritar, y el metal de las esposas empezaba a cortarle la piel hasta causarle lastimaduras sangrantes. No podía ver sus muñecas, pero sentía la fricción e intentaba no mover los brazos, porque cualquier inclinación mínima lo hacía sufrir.

Ya hacía dos días que estaba adentro de esa celda y no estaba seguro de que fuera a cumplir los cinco sin desmayarse antes. Tampoco podía descansar de forma debida porque no dejaba de pensar en lo que pasaría si Beyond no cumplía su promesa de atacar el hotel, ¿cuánto tiempo tendría que estar ahí adentro si eso llegaba a pasar? ¿Cuánto tiempo más soportaría sin probar bocado? Exhaló con suplicio y sacó fuerzas de donde pudo para mantenerse en calma.

Tampoco podía dejar de pensar en lo que estaría pasándosele por la cabeza a Light en ese momento, y eso lo llenaba de intriga y frustración. ¿Cuánto de su relato le habría creído durante su conversación en la sala de confesiones? ¿Todo… una parte… el principio… el final? Light se había mostrado impoluto mientras lo interrogaba. Se había convertido en un gran detective, de eso no cabía duda. En ningún momento logró adivinar lo que se le cruzaba por la cabeza mientras hablaba.

Elle salió de sus cavilaciones cuando escuchó que las rejas de la celda se abrían y Minota entraba a paso lento. Se fijó inmediatamente en lo que llevaba en las manos: un tazón en una y un vaso con agua en la otra. Le resultó tan extraño que no pudo evitar decir:

—Te equivocaste de celda. —Era evidente que sí. Él había oído cuando Light mismo le dijo que no lo alimentara. Ella negó con la cabeza.

—Light me pidió que te trajera la comida. —Dejó los recipientes sobre la cama, con cuidado de que no se derramaran, y se acercó a él para quitarle las esposas.

El alivio que sintió Elle cuando la llave ingresó y lo despojó finalmente de ellas, fue inmenso. Tanto que acabó agradeciéndole a Dios en silencio. Fue la primera vez en días que ponía los brazos por delante de su cintura. Volteó las muñecas solo para echarles un vistazo y comprobó que, en efecto, tenía lastimaduras rojas y sangrantes debido a la presión y el filo del metal.

—Gracias —susurró. Minota asintió con la cabeza. Se aproximó hacia los barrotes y volvió a cerrar la puerta de la celda.

Elle exhaló profundo, se sentó sobre la cama y solo entonces sintió que respiraba con normalidad. Al parecer… algo le había creído.

 


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