Chris se sentía sumamente desesperanzado. No sabía cómo saldría de allí en compañía de sus colegas, si es que el resto del equipo todavía estaba vivo. Todo parecía un cuento de horror, un momento traumático, un mal sueño. Sin embargo, tenía que seguir. La jodida mansión en la que se encontraba parecía un laberinto sin salida, lleno de trampas, de acertijos y de muertos vivientes.
Respiró con profundidad, frente a la caja de almacenamiento que se encontraba en la habitación a un lado de las escaleras del ala este. Era un martirio tener que ir y venir para dejar artículos que encontraba en cada exploración, y que eran necesarios para abrir puertas y encontrar pistas de lo que realmente ocurría, pero no podía darse por vencido. No aún. No sin saber dónde estaba su amigo Barry, o su amiga Jill.
Volvió a respirar con profundidad ante la memoria de Jill y agachó la mirada. Era una lástima que se habían separado después de investigar por su cuenta el disparo que los recibió al entrar a la casona. Tampoco tenía idea de dónde se encontraba el líder del equipo Alfa. Las cosas se salían de control y la ilusión parecía esfumarse.
Cerró la caja con cuidado y dio una media vuelta. Se acercó al recipiente de plástico junto a la puerta que tenía keroseno y revisó si había lo suficiente para abrirse paso entre los corredores repletos de zombis, pero no. Quedaba muy poco y sabía que la única manera de deshacerse de esos seres era destrozándoles la cabeza o quemándolos.
El sonido de la puerta lo alertó, así que se incorporó, dio un paso atrás, levantó la pistola y señaló al frente. Creyó que un enemigo se aproximaba, pues había ocurrido horas atrás, cuando un par de muertos vivientes lo siguieron por los pasillos y abrieron puertas y rompieron ventanas. No obstante, reconoció la figura de un hombre, así que bajó el arma, confundido.
—¿Wesker? —susurró, casi sin aliento.
—Es un alivio encontrarte con vida —respondió el aludido demasiado neutral, mientras cerraba la puerta.
A diferencia de Chris que tenía el cabello corto y oscuro, Wesker era un hombre un poco mayor que él, de cabello rubio estilizado hacia atrás, tez muy clara y estaba vestido con un chaleco oscuro y el emblema de los S.T.A.R.S. bordado en las mangas del uniforme. Siempre portaba lentes oscuros, así estuvieran dentro de una extraña y lúgubre mansión.
—¿Dónde está Jill? ¿Acaso no estaba contigo? —Chris preguntó de manera estrepitosa y avanzó hacia la posición del recién llegado.
—No lo sé. Nos separamos, por desgracia —respondió con un tono seco.
—¿Cómo es que… me encontraste? —Siguió el otro, ligeramente consternado ante su presencia.
—Hay algunas habitaciones con cajas de almacenamiento, como este pequeño sitio lleno de herramientas. Es obvio que usaremos estos cuartos para protegernos y asegurarnos de estar preparados para continuar —explicó lo necesario.
—Sí… tiene sentido. —Aceptó, renuente.
Por unos minutos, Chris agachó el rostro y se recargó en las cajas cercanas donde se hallaba la única lámpara como fuente de luz. Exhaló hondo, dejó la pistola junto al candil y se cruzó de brazos. Por su cuenta, Wesker se acercó al joven, mientras guardaba el arma en la funda del cinturón.
—Desgraciadamente, debemos continuar. Jill y Barry deben estar en algún sitio de esta mansión —externó con un tono cauteloso y levantó la mano para tocarle el hombro.
Chris levantó la mirada y asintió. Evitó sonreír como un idiota, sin importar que se sentía vulnerable debido a la situación dentro de esa casa suntuosa.
—Regresaré de vez en cuando. En especial porque el sitio está lleno de trampas y acertijos —aseguró Wesker como un consuelo.
—No soy el único que ha tenido problemas con eso —opinó más tranquilo.
—Claro que no —resolvió y bajó la mano por el brazo tonificado del joven. Continuó la caricia hasta que se percató de la mirada de Chris.
—Eh… ¿No sería bueno quedarnos juntos? —Este último carraspeó y esperó unos segundos.
—¿Quedarnos juntos? —dudó Wesker y se colocó frente a él.
Chris notó la distancia y el tacto sobre su brazo, que subía y bajaba de manera lenta, al son de los apretones ligeros que hacía la mano del líder como si palpara su cuerpo con una intención distinta al ofrecimiento de ánimos. Pasó saliva, sin comprender qué deseaba el otro.
—¿Eso quieres? —Prosiguió Wesker.
—El sitio es gigante. ¿No sería lo mejor? —repitió, con un tono inseguro.
La mano del líder subió hasta el cuello de Chris y causó un estremecimiento en su cuerpo, aunque el joven evitó temblar por el sobresalto. Comenzaba a sentirse incómodo, nervioso, confundido. ¿Qué carajos hacía Wesker? ¿Acaso buscaba algo más que un momento de paz en esa habitación? ¡Pero eran dos hombres! Aunque para él eso no era un problema en absoluto. Sabía que muchos soldados cruzaban la línea sexual entre ellos para satisfacer la lujuria en un momento de guerra, pero los S.T.A.R.S. estaban en algo mucho más oscuro que una guerra. ¡Estaban en el interior de una mansión donde parecía haber ocurrido un experimento! Lo había leído en los pocos documentos que encontraba conforme abría más cuartos e investigaba, esos que parecían contener la respuesta a los ataques ocurridos en los alrededores de la ciudad Raccoon.
—¿Wesker? —susurró, como en un trance, al sentir que la mano del mayor acariciaba su nuca y cabello.
—¿Dime? —respondió el líder con un tono inmutable.
Chris se mordió los labios y odió lo que su cuerpo comenzaba a sentir. El cosquilleo en la entrepierna se acrecentaba, de modo que su cabeza olvidaba la locura de misión que hacían, el sitio en el que se hallaban, así como lo del supuesto experimento. Resopló y acortó la distancia, a punto de besar al hombre frente a él.
—Veo que sabes lo que debes hacer. Barry te ha enseñado bien —dijo Wesker, satisfecho con la reacción del joven.
—¿Barry? ¿Qué carajos tiene que ver él aquí? —debatió, ligeramente confundido—. Con él no hago nada de esto.
—¿No? Entonces, ¿con Enrico? Sé que también has tenido relación con el líder de los Bravo —Wesker se burló cruelmente ante la noción expuesta y comenzó a desabrocharse el cinturón—. ¿O Joseph?
—Con nadie —reveló honesto.
Wesker soltó una risa para mofarse más y negó un par de veces. Se retiró el cinto por completo y bajó la bragueta del pantalón. Dio un paso atrás y, con un movimiento de cabeza, le indicó que se inclinara. Como un perro amaestrado, Chris lo hizo. Se sentía como en un sueño, como si su cuerpo y cerebro estuvieran anestesiados, desesperados por encontrar algo que le diera un poco de esperanza en esa jodida casona. Bajó el pantalón del otro unos centímetros y respiró sobre el miembro semierecto del líder. Abrió la boca y palpó la punta con la lengua, para descubrirla con movimientos circulares que hacía habilidosamente. Chupó un par de veces, como si fuera un caramelo delicioso, a pesar de que el sabor era sumamente amargo y salado. Consiguió descubrir el glande y lo besó tersamente una y otra vez, mientras daba leves lametazos como si fuera un gato que acicalaba con diligencia.
—Buen chico —dijo Wesker con un tono levemente descompuesto por el tacto del joven. Le acarició el cabello corto y comenzó a empujarlo hacia el frente.
Chris obedeció sumisamente. La sangre le bajaba hasta la entrepierna y sus sentidos se nublaban más. No sabía cómo controlarse; deseaba satisfacer a sus instintos más bajos, olvidarse de las preocupaciones actuales y sentir que alguien lo acompañaba, aunque fuera por un par de minutos. Abrió la boca grande y comenzó a succionar de adelante hacia atrás. Cada que sentía el miembro del otro en lo profundo de su garganta, gemía de modo que lanzaba vibraciones excitantes, luego usaba la lengua para palparlo por completo al llegar a la punta y chupetearla con dureza, como si fuera un popote, para repetir el acto sin interrupciones. Escuchaba atento los resuellos ligeros del líder, se deleitaba con las manos gruesas sobre su cabeza que empujaban cada vez más duro, o con los sonidos obscenos que hacía su boca al contacto con la piel del hombre.
Movió una de las manos y desabrochó su propio pantalón. La metió por debajo de la ropa y comenzó a masturbarse con insistencia.
—¿Quién te dio permiso de tocarte? —espetó Wesker con un tono frío e impidió que el joven se liberara—. Retira la mano de abajo. Te saciarás cuando yo lo diga —ordenó cruelmente—. Te vendrás sólo cuando yo lo ordene.
Chris acató el comando entre resoplidos y quejidos desesperados, pero continuó con la atención en la erección en su boca. Langüeteó más frenético, aguantó sin respirar unos instantes para mantener todo el pene de Wesker en su garganta, casi con la piel del líder sobre su cara, con la esperanza de que se corriera, pero no fue así. Tuvo que liberarlo con un “pop” impúdico y respiró hondo para intentarlo de nuevo. No obstante, lo miró con impaciencia, con las cejas arqueadas por el deseo para satisfacerse a sí mismo, aunque no obtuvo ningún tipo de cambio en la mueca del hombre.
—Por favor… —musitó sensualmente Chris, con un jadeo liviano.
—De pie. Contra la pared. Quítate el pantalón —respondió Wesker sin mostrar compasión.
El joven asintió, con el rostro enrojecido, la mirada cada vez más perdida en el regocije, y se levantó. Se bajó el pantalón y logró sacar una pierna para abrir el compas y quedar contra la pared. No importaba si la prenda se empolvaba, solamente deseaba continuar.
—Voltéate y muéstrame el trasero. —Siguió Wesker.
Chris sabía lo que eso significaba. Aunque nunca lo había hecho. Solamente había mamado un par de pollas en la academia, cuando estuvo bastante ebrio y desesperado por el contacto con otro cuerpo humano. Jamás había cruzado esa línea en donde quedaba expuesto para ser penetrado. No obstante, había un tinte de curiosidad ligado al deseo más bajo que existía en sus pensamientos. Estaba delante del líder, de Albert Wesker, el sujeto más inconmovible que había conocido hasta ese momento. Había algo inusual en él, pero también deseable. Era una contradicción única, misma que aparecía en ese preciso instante. Ser tratado de la forma en que Wesker lo hacía, recibir órdenes para satisfacer a otros, parecía lo más excitante que había sentido. Entonces, se giró, con las manos sobre la pared y el trasero en el aire. Meneó las caderas para incitarlo y gimoteó por el frío que sentía sobre la piel desnuda. Su miembro colgaba semierecto, con líquido preseminal saliendo de la punta que aún se hallaba un poco oculta.
El líder dio unos pasos al frente, sin retirarse los lentes ni guantes. Por unos minutos, toqueteó los glúteos firmes y apetitosos del joven, plantó un par de cachetadas duras, hasta que acarició la erección pulsante.
—Ah… mmm… —Chris gimió con un tono sensual y se mordió el labio inferior. Entrecerró los ojos y se deleitó con la aspereza de la mano del otro cubierta por la tela elástica—. Mmm… mmm… ah —externó, perdido en el movimiento nada cuidadoso sobre su piel. Se puso de puntas, sin percatarse, sin controlar la sacudidas que daba con las caderas, como si imitara el vaivén de Wesker.
—Quién hubiera pensado que te gustaba algo así —dijo el líder en un susurro, cerca de la oreja del otro—. Sabes lo que esto significa, ¿verdad? —agregó, mientras se retiraba el guante de la mano derecha y le toqueteaba la entrada anal.
—Mmm… sí —confirmó en un suspiro.
—Abre la boca.
Dicho esto, Wesker llevó la mano derecha hasta los labios de Chris, quien supo qué hacer. Lamió los dedos del rubio y salivó como si de eso dependiera su vida, con un tinte de erotismo sin remordimiento, entre gimoteos ahogados, por la fricción en su pene y el fresco del aire sobre el resto de sus piernas.
Cuando la mano de Wesker estuvo completamente humedecida, con un par de gotas de saliva cayendo, regresó hasta el trasero de Chris e introdujo un dedo. El joven se tensó y cerró los puños sobre la madera de la pared.
—Tu mano… directa… —pidió en un resoplido lleno de estrés.
—¿Mi mano? —preguntó Wesker con un leve vacilar para molestarlo. Estaba demasiado excitado, con la mente llena de todo tipo de perversiones que podía hacer con ese cuerpo apetecible, tonificado por el ejercicio constante, con un rostro guapo y una voz deleitante.
—Directo… en mi… —repitió sin poder calmar la desesperación—. ¡Ah! —gimoteó al sentir dos dedos más en su trasero. Volvió a cerrar los puños y se acercó a la pared, como si huyera de la intrusión extraña y molesta—. En mi erección… por favor —rogó.
Wesker evitó sonreír. Detuvo el vaivén sobre el pene del joven, llevó la mano hasta la boca y se quitó el guante, para luego recomenzar las caricias en la entrepierna del otro. Le retiró la piel del prepucio para acceder al glande, mientras enterraba la uña del pulgar en la entrada de la uretra. Después, bajó por el falo entero de manera tersa, lo jaló con firmeza desde la base, y terminó rozando el saco testicular que colgaba obscenamente. Sus dedos en el interior no dejaban de moverse, como si expandieran las paredes suaves y calientes en el recto de Chris, con movimientos circulares, hasta que se detuvieron en un punto bajo y comenzaron a apachurrar una y otra vez.
Chris se tensó en demasía y evitó soltar un quejido entre el goce y el dolor. Cada que los dedos de Wesker presionaban una parte entre la entrada y lo profundo, y la mano tiraba de su erección, parecía que veía estrellas. Cerró los ojos y resolló con la cabeza pegada en la pared. Su respiración estaba demasiado alterada, su mente sólo podía enfocarse en lo que ocurría con su cuerpo, tanto así que se curvaba con cada apretujón que el otro le daba en el recto. Wesker sabía dónde tocarlo, llenándolo de placer, como si lo tuviera bajo su merced.
De forma repentina, la atención en su miembro y trasero terminó. Intentó recobrar el aliento, miró hacia el hombre, quien se acomodaba detrás de él.
—¿Por qué te detienes? —preguntó Chris con un tono sensual.
—Porque estás a punto de correrte —respondió con un tono de sorna.
Chris miró hacia su propio miembro que pulsaba chorreante. Era cierto. Había un hilo de líquido blanco que llegaba hasta el suelo y manchaba parte de la madera. Deseaba tocarse y terminar, pero sabía que su líder no le había dado el comando. Prefería seguir el juego para hacer todo más intenso; parecía una fantasía hecha realidad.
Por su cuenta, Wesker acomodó su erección palpitante frente al trasero de Chris y comenzó a empujar. Adentro, estaba muy apretado y caliente. Su miembro era envuelto por una calidez y suavidad complacientes, pero no se correría antes de escuchar gemir al otro debajo de sí. Tenía la ilusión de hacer ese cuerpo suyo, de escucharlo rogar que lo llenara y que lo usara sin límites, desde el primer día en que la organización S.T.A.R.S. lo designó a su grupo, desde ese momento había deseado tocarlo y poseerlo, penetrarlo y usarlo como su juguete sexual.
Comenzó un ajetreo de caderas pausado, de modo que Chris gimió con ligereza por la intrusión de algo grueso, ardiente y duro. Wesker acrecentó el movimiento. Con cada estocada, llegaba más profundo, así que usó más vigor en las embestidas, sin importar los quejidos del joven, a quien sujetaba de la cintura. La voz de Chris no paraba de salir. Resuellos y gimoteos inundaban la pequeña habitación. Su cuerpo se estremecía con cada empujón y por la penetración que parecía quemarlo. Tenía los ojos entreabiertos, la boca hecha un mar de saliva que estaba a punto de desbordarse, y el miembro colgante en movimientos impúdicos de arriba hacia abajo. Sabía que no duraría, que se correría, así hubiera dolor en su trasero que se sentía más irritado que al inicio. El hecho de que otro lo follara de esa forma, era suficiente para cumplir una de sus fantasías más recónditas.
—Wesker… —musitó entre lamentos.
No hubo respuesta. El líder hacía un esfuerzo por no gimotear, pero Chris apretaba los músculos internos y lo apresaba en lo más profundo. Respiraba con agitación, mientras nalgueaba al joven de vez en cuando y acariciaba su espalda hacia arriba, para después apretujarlo un poco desde la nuca. Empujó más y más, hasta que notó que Chris arqueaba el lomo y gemía con más insistencia.
—¿Quieres correrte? —preguntó Wesker.
—Ah… sí y tocarme… —respondió con un tono agudo y lleno de angustia por no alcanzar el clímax.
La mano de Wesker bajó hasta el miembro colgante de Chris para apretarlo desde la punta y acariciarlo un par de veces hacia abajo. El joven se tensó en demasía, de modo que el otro no pudo liberarse de su trasero, hasta que se corrió sobre la mano del líder. Respiró hondo para recobrar el aliento, intentó mantenerse de pie, pero la energía lo abandonaba.
—Todavía no es suficiente para mí —reveló Wesker al sacar el pene de forma áspera.
—¡Ah! —soltó Chris y se giró. Sus ojos, de un color avellana hermoso, perdidos en el placer, miraban el rostro del hombre, mientras que su boca entreabierta no paraba de lanzar resoplos densos.
Intentó moverse al frente, pero dio un paso en falso y se sujetó de la mesita que estaba en la esquina para no caer. Por su cuenta, Wesker lo jaló del brazo y lo ayudó a sentarse sobre el borde de la caja que sobresalía más y que servía como mesa para la lámpara. Acortó la distancia y metió un par de dedos en el trasero de su subordinado.
—Recárgate y abre las piernas —ordenó.
Como en un trance, Chris obedeció. Se sostuvo con ayuda de la caja y abrió el compás. Wesker se tocó la erección y la introdujo lentamente en el ano del joven, quien gimoteó por la incomodidad que todavía sentía. No encontró su lugar entre las cajas y el hombre, por lo que no fue posible reiniciar el ajetreo de caderas. Wesker soltó un quejido de molestia, lo jaló de nuevo hacia el frente y lo movió entre las cajas y una pala oxidada que estaba junto al contenedor extra de la derecha. Chris se tumbó en el suelo, con las piernas abiertas y sintió que Wesker le abrió el compás más y lo penetró sin dejarlo ajustarse a la posición. Se lamentó un par de veces y usó las manos para mantener la posición con la espalda en la pared. Cerró los ojos y se mordió el labio con insistencia. Había más dolor que al inicio, por la postura, además de que el líder se movía sin ritmo y, con cada estocada, usaba más brutalidad.
—Wes… Wesker… espera, por favor. —Logró decir entre los jadeos.
Pero el otro no esperó. Lo jaló de la cadera y usó las rodillas y pies para empujar con más obstinación. Adentro de Chris, estaba muy justo, cálido y suave. Igualmente, el rostro del joven arrojaba una mueca entre el dolor y placer que acrecentaba el deleite. Adoraba tenerlo bajo su comando, dócil, mientras gemía y su entrepierna se sacudía por la excitación.
—Ah… por favor, espera un poco —repitió Chris con la voz llena de queja.
Nuevamente, Wesker lo ignoró. No obstante, sintió las manos de Chris sobre su cuello y un leve jalón hacia adelante. Lo miró a través de los lentes oscuros que cubrían sus ojos enrojecidos y aguardó.
—Deja que me acomode —explicó Chris al notar la seriedad en la mueca del líder.
Wesker esperó a que el joven se ajustara entre él y la pared, y permitió que lo envolviera del cuello otra vez. Mostró una sonrisa leve, se acercó al rostro enrojecido de Chris y lamió con suavidad desde su garganta. Reanudó el movimiento con las caderas y succionó su piel lisa y salada. Llevó la mano hasta el miembro del otro y comenzó a masturbarlo rápidamente.
—Nuevamente estás duro —opinó como si dijera lo obvio—. ¿Se siente muy bien?
—Sí… ah… mucho mejor que la primera vez —aseguró Chris sensualmente.
—¿Dónde quieres que me corra? —Siguió el juego perverso.
Por unos instantes, entre empujones y resoplidos, Chris se mordió la lengua para no responder. Estaba a punto de rogarle que eyaculara en su trasero, que lo tocara más, que jugara con su cuerpo hasta saciarse por completo, pero recordó que estaba delante de su líder. Si aceptaba algo así, ¿qué pasaría?
—Chris —dijo Wesker con un tono de ligera molestia.
—De… dentro. —Aceptó, con las mejillas completamente rojas y la mirada abajo.
—Buen chico.
Dicho esto, Wesker acrecentó el movimiento, irguiéndose y sujetándose de la cadera del otro. Arremetió más duro, con el miembro más erecto que unos instantes atrás. Jadeó levemente, con la atención puesta en la voz de Chris que no paraba de salir como un cántico sexual. Prosiguió con el ritmo acelerado, con las caricias esporádicas que hacía sobre el pene del joven para escucharlo gimotear más, hasta que dio una estocada profunda y se corrió adentro. Respiró hondo, justo como Chris, quien comenzaba a masturbarse para llegar al orgasmo otra vez. Lo ayudó con eso último, sin salir de su recto, hasta que el muchacho se corrió en su mano nuevamente.
Chris sintió que el líder se movía hacia atrás, así que cerró las piernas y le impidió que saliera. Lo jaló de la nuca al frente y le robó un beso impúdico. Metió la lengua en su boca y consiguió una respuesta igualmente deseosa. Cerró los ojos y disfrutó la caricia casi romántica. Los labios de Wesker se sentían suaves, húmedos, y los dientes apresaban su lengua de vez en cuando. Su mente se quedó en blanco, con los impulsos acelerados y el deseo por repetir el acto, pero el otro cesó el mimo de forma abrupta.
Wesker salió del trasero del joven y se puso de pie. Sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la mano y el miembro. Luego, se lo ofreció a su subordinado y lo ayudó a levantarse.
—¿Ya has visitado el cementerio frontal? —dijo con un tono seco, como si no hubieran compartido un momento íntimo segundos atrás.
Chris le arrojó una mirada de duda y decepción. Asintió y también retiró los fluidos sobre su cuerpo. Se acomodó la ropa como el otro y buscó la pistola junto a la lámpara.
—Supongo que intuyes lo que hay dentro del ataúd colgante. —Wesker prosiguió y se acercó hasta la puerta—. Debemos buscar a Jill y Barry, así que es necesario continuar. Regresaré más tarde y buscaré abastecer el queroseno.
—¿Crees que estén bien? —respondió con un tono bajo.
—Sí. Seguramente todavía están con vida.
—Wesker, ¿podemos…? —Intentó charlar sobre la interacción reciente.
—No hablaremos de lo que acaba de pasar. De hecho, no ocurrió. ¿Queda claro? Si ya has leído algunos de los documentos que los inquilinos dejaron, es obvio que intuyes lo que podremos encontrar.
—Sí, entiendo. —Aceptó ligeramente irritado y vio al líder abandonar la habitación.
Se acercó a la pared contraria a las cajas y se recargó. Respiró hondo y miró la luz. Así hubiera sido un error, no pudo evitar sonreír con timidez. Por lo menos, se sentía más tranquilo y seguro. La esperanza regresaba y lo llenaba de energía para no caer en la locura que vivía dentro de esa jodida mansión.
—Ni siquiera le agradecí —susurró sus pensamientos.