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Like a feather por Kitana

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Notas del fanfic:

Este fic es un pequeño agradecimiento a mi buena amiga Torres de Cristal, gracias por estar siempre ahí amiguita, eres un solesote, eres una persona maravillosa y este es solo un detalle para darte las gracias por todo el apoyo que nos das, ¡gracias linda! y sin más aquí esta el fic

 

Disclaimer: tooodos los personajes de Saint SEiya pertenecen a su autor Masami Kurumada, yo solo los tomo prestados para mis locuras XDD 

Introducción

Los pasillos se veían repletos de gente, la mayoría de los profesores se habían limitado a darles algún breve mensaje a sus alumnos y a informarles acerca de sus notas finales para luego dar por terminada la clase. Era el último día del curso. Las clases terminaban y al día siguiente comenzarían las vacaciones de verano.

 

Uno de los alumnos más brillantes de la preparatoria número diez, se paseaba nervioso por los alrededores de la zona dedicada a las canchas de fútbol y básquetbol. Estaba demasiado nervioso. No podía dejar pasar más tiempo, tenía que hacerlo ese mismo día. No tendría otra oportunidad. Entre sus manos apretaba fuertemente un sobre bastante arrugado en el que reposaba una carta que había escrito un año atrás.

 

¿Cuánto tiempo le había tomado decidirse a escribir aquella misiva? Dieciséis meses, si, más de un año, y no había llegado a su destinatario. Contemplo con aflicción el maltrecho papel, por un momento alzó el rostro plagado de imperfecciones y dirigió la vista al fondo del campo de fútbol, ahí estaba, rodeado de gente, como siempre.

 

Lo miró y el pensamiento de ser inferior a él lo invadió todo, la ilusión era hermosa, pero al final de cuentas una mera ilusión. ¿Cómo podía imaginar siquiera que el chico más apuesto del último año iba a fijarse en él, es especial si tenía a su lado a los más atractivos del colegio? No, él jamás lo miraría.

 

Arrugó aquella carta con furia y la lanzó al cesto de basura.

 

- Eres un tonto, Afrodita... - se dijo a sí mismo frente al enorme espejo del baño. ¿Quién iba a mirarle con algo que no fuera asco y repulsa? No, él no era nada hermoso, él solo era lo que el espejo crudamente le mostraba. Feo. En cambio él... era la apostura en persona, con esos rebeldes cabellos oscuros y esos ojos tan hermosos como el mar del caribe... no, simplemente no podía ser. Sus dedos recorrieron con doloroso detalle sus mejillas plagadas de brotes, sus cabellos que parecían hechos de un material imposible de dominar por manos humanas.

 

¿Cuántas veces lo había escuchado? No lo podía recordar, pero cada día de su vida había existido alguien que se lo dijera. Era feo. Y no podía hacer nada por remediarlo. Estaba visto que nadie quería o podía ir más allá de su exterior como no fuera para hacer amistad, y a veces ni siquiera eso. Por primera vez en su vida quiso ser hermoso, tan hermoso como Aioria, ese jovencito castaño al que Shura solía elogiar, ese que se ganaba las miradas que hubiera querido ganarse él.

 

Pero no podía ser como él... él solo era Afrodita, se rió al pensar que la diosa de la que era homónimo se escandalizaría al saber que alguien tan feo como él llevaba su nombre. Él, que era tan feo, tan poco afortunado en cuestiones amorosas, por una mala broma del destino se llamaba como la diosa más hermosa, como la diosa griega del amor.

 

Decidió irse a casa, no iba a participar del revuelo que el último día de clases significaba en la preparatoria. Jamás volvería a ese lugar, con suerte, las cosas serían un poco mejores en la universidad. Con suerte, un día podría olvidarse de él...

 

CAPITULO 1 

> Diez años después... <

 

Era mediodía, volvía de una audiencia, estaba ya muy cerca de su despacho. Tenía que contárselo a Milo, ese iba a ser un gran día. Habían conseguido ganar ese caso tan difícil en el que nadie les concedía ni la más ínfima de las posibilidades de éxito. Milo seguramente sugeriría un buen festejo, con vino incluido y una buena cena. Debía invitar a Shaina, de no ser por ella, las cosas no habrían resultado tan bien. Había llegado hasta el enorme edificio en el que se encontraban las oficinas del bufete para el que trabajaba.


Le esperaban dos audiencias más esa semana, tenía demasiado que hacer. Además estaba el divorcio de los señores Kido, su jefe les había encomendado personalmente el caso a él y a Milo, confiando en la capacidad de ambos para trabajar en tiempo record y la creatividad con que desarrollaban su trabajo. Iba a ser otra de esas semanas maratónicas en las que apenas pisaba su departamento.


Descendió de su auto dejándose ver por todos los que estaban cerca. Más de uno se volteó a mirarlo.


Cómo cambian las cosas… y la gente…”, pensó cuando notó la forma en que lo miraban. Estaba seguro que diez años atrás todos esos que lo miraban ni siquiera se hubieran percatado de su existencia, y si lo hubieran hecho sería solo porque hubieran pensado que era realmente feo.


Se sabía hermoso, pero no le importaba, sabía que su apariencia era de gran ayuda, sin embargo, no se fiaba por completo de ella para salir adelante. Lo importante era escudarse en esa apariencia para poder pasar desapercibidos otros aspectos de su persona. Sabía bien que las cosas no eran fáciles en el medio en el que se desenvolvía, a veces parecía como si sus colegas no solo quisieran comerse vivos a sus clientes sino entre ellos mismos. Le daba pena la gran hipocresía de muchos de ellos, sin embargo, siempre se reservaba sus opiniones.


A ojos del mundo, él no era más que un tipo bonito, bien vestido e inofensivo… hasta que se decidía a encarar a su adversario. En realidad, le daba igual lo que pensaran de él, no le interesaba porque a sus ojos la única opinión importante era la propia. Nadie tenía derecho a juzgarle, nadie tenía derecho a meterse en su vida y mucho menos a censurarle. Se había jurado años atrás que nada ni nadie pasaría por encima suyo jamás, que nadie iba a burlarse de él nunca más…


Solía decirse que en la universidad había cambiado algo más que su aspecto, había cambiado su forma de ver las cosas, estaba convencido de que si no luchaba, jamás conseguiría lo que deseaba, nunca podría tener lo que quería si no se esforzaba por ello.


No le gustaba nada que lo juzgaran por su exterior, sin embargo, se tomaba las cosas con calma, había aprendido a hacerlo con el paso de los años.


Tenia que tomarse las cosas con calma o un buen día iba a estallar con quien menos debía.


Al fin llegó a su piso, aquella hermosa oficina en la que predominaba el cristal gritaba a los cuatro vientos el estatus de sus ocupantes, era una de las mejores firmas de todo el país, muchos nombres de afamados políticos, intelectuales y banqueros se contaban entre su clientela. No pocos deseaban encontrarse entre la plantilla de abogados que ahí laboraban. Tenían fama de ser los más competitivos, los más audaces, los más capacitados en su área, dispuestos a hacer lo impensable por conseguir la victoria para sus clientes.


El mundo en el que se movía era terriblemente estresante, sin embargo, solía sortear aquello con facilidad. Mantenía separadas las cuestiones personales de las profesionales y eso le había permitido mantenerse al margen de cualquier cantidad de problemas.


Contempló su reflejo en una de las puertas de cristal y no pudo evitar mirarse con ese gesto que delataba el hecho de que no podía acostumbrarse aún a lo que veía en el espejo, a los cambios que se habían operado en su persona.


Definitivamente no era el mismo de diez años atrás, vaya que no lo era…


Como de costumbre, penetró hasta el área de oficinas con varios pares de ojos siguiéndole, en cuanto lo vio, su secretaria se puso de pie llevando un buen número de mensajes entre las manos.


--- Hola Cora, ¿novedades? – dijo sin detenerse.

--- Hola Afrodita, ¿Novedades? Unas pocas. --- dijo entregándole las notas.

--- Ummm… te dije que llamaría. --- dijo agitando una frente a su secretaria. --- No iba a rechazar esa oferta. --- dijo sonriendo abiertamente.

--- No me sonrías así porque voy a derretirme. --- dijo ella riendo.

--- Tonta… ¿ya llegó Milo?

--- Si, para variar esta en tu privado.

--- Prepara café. Que no sea descafeinado, por favor.

--- Tu café estará listo en unos momentos.--- ella se despidió con una sonrisa, Afrodita entro en su privado, al abrir la puerta descubrió a Milo sentado en su sillón, concentrado en algo que sostenía fuertemente entre sus manos.

--- ¿Se puede saber porque te lo pasas en mi oficina? según recuerdo, tenías una audiencia hoy. --- dijo Afrodita dejando su portafolios sobre el escritorio. Milo ni siquiera lo miraba.

--- Tenía audiencia, pero se cancelo, optaron por aceptar la generosa oferta que les hicimos… ya sabes, es mejor un mal arreglo que un buen pleito. --- dijo alzando el rostro. --- ¿Qué has pensado sobre los Kido?

--- No mucho, tenemos que estudiar todas las posibilidades…

---… Y tomar la que resulte inesperada. --- completó Milo con una enorme sonrisa.

--- Correcto. ¿Comenzamos ya?

--- De acuerdo, tengo cosas que hacer en la tarde, quiero irme temprano a casa.

--- ¿Otra salida con ese francés?

--- Si, pero no para lo que te imaginas. El pobre cree que puede abducirme y hacer que firme con su despacho, solo iré a aclararle que no me interesa.

--- Díselo por teléfono. --- dijo Afrodita.

--- Oh vamos, ¿crees que sería divertido así? yo no, necesito verle a la cara cuando se lo diga.

--- Uno de estos días alguien te va a dar una paliza por seguir jugando de esa manera. Eso, o te despiden por coquetearle a la competencia.

--- No lo harían, y si lo hacen, ¿crees que faltaría quien quisiera contratarme?

--- A veces confías demasiado en tu suerte.

--- Y tú desconfías demasiado de todo, Afrodita. --- dijo Milo poniéndose de pie. --- Ahora que sé que estás aquí, vuelvo a mi oficina, tengo que preparar ese recurso contra la sentencia en el caso Lawson, les voy a demostrar que tan estúpido puedo ser. Después de comer revisamos Kido, ¿de acuerdo? --- dijo riendo antes de abandonar la oficina. Afrodita negó con la cabeza, Milo siempre actuaría así, intentando demostrar algo…


El resto del día transcurrió tan monótono como de costumbre, se dedicó a analizar los nuevos casos y a repasar aquellos cuya audiencia estaba próxima.


A las tres de la tarde, Milo se presentó puntualmente para salir a comer.


--- Amigo, me haces pensar que si no vengo por ti ni siquiera comerías. --- dijo Milo al ver que Afrodita permanecía sentado ante su escritorio, concentrado en la revisión de un legajo de documentos en los que hacía múltiples anotaciones.

--- Dame un minuto.

--- En medio de tus minutos uno se hace más viejo que Matusalén, así que arriba abogado, a comer, no creerás que voy a quedarme tiempo extra en viernes. --- dijo acercándose a su escritorio.--- Anda, sal de detrás de esa montaña de papeles y vamos a comer, me muero de hambre.

--- ¿Iremos al lugar de siempre?

--- No, niño, es viernes, probemos algo nuevo, abrieron un restaurante a unas calles, vamos a probar la comida.

--- De acuerdo, pero debemos regresar pronto, recuerda el caso Kido.

--- Sí, no espero que me dejes salir temprano si no terminamos al menos con un proyecto decente, ¿cierto?

--- Tienes toda la razón. --- dijo Afrodita poniéndose de pie.

--- Dioses… a veces eres tan tirano…

--- Y tú eres demasiado desobligado.

--- Ya sabes que no me gusta tomarme las cosas demasiado en serio, si lo hiciera ya habría terminado en el hospital con un par de infartos encima.

--- En eso tienes razón, anda, vámonos de una vez.


Abandonaron el edificio, mientras caminaban a ese nuevo restaurante, Afrodita contempló a su amigo, su mejor amigo, a veces su único amigo. Cierto, estaba loco, demasiado loco en algunos aspectos, pero era un buen tipo. Diez años atrás no se hubiera imaginado siendo amigo de alguien como él, alguien que era todo lo que él no creía poder ser.


Su vida había cambiado mucho al entrar en la universidad, y Milo había sido parte de ese cambio.


Cuando lo conoció simplemente pensó que algo le fallaba en la cabeza, no era normal que alguien se comportara como él lo hacía. Parecía el despiste en persona, pero en realidad, nada se escapaba de sus ojos.


Se conocieron el primer día de clases en la universidad y no volvieron a separarse jamás. Aprendió a apreciarlo y Milo le enseñó a apreciarse a sí mismo, a valorarse en la justa medida. Por eso era que lo consideraba su mejor amigo, uno de los pocos seres que podría decir lo conocían bien.


Su vida era tranquila, hasta cierto punto aburrida, dado que no se daba tiempo para nada que no fuera trabajo. Cierto, había muchas personas que se interesaban en él más allá de lo amigable, sin embargo, él siempre les rechazaba, no quería entregar su confianza a nadie, tenía miedo de que le hicieran sentir como en el pasado. No estaba dispuesto a volver a sufrir, ni a permitir que le dañaran como lo habían hecho.


No había tenido ningún tipo de relación romántica en su vida, simplemente lo creía una pérdida de tiempo que no tenía justificación, además de las posibles consecuencias nefastas. Consideraba que la gente era demasiado hipócrita y no era bueno confiar, la experiencia demostraba que eran escasas las personas a las que se podía entregar la confianza y que no era bueno arruinarlo intentando un amorío sin futuro.


A penas entrar en ese sitio, Afrodita se sintió incómodo, el lugar no era nada parecido a los que él frecuentaba.


--- Dioses… ¡me gusta! --- exclamó Milo con una enorme sonrisa mientras se movía al ritmo de esa cadenciosa música de fondo que se escuchaba en el lugar.

--- Es un tanto… agitado para mi gusto. --- dijo Afrodita mirando a todas partes.

--- Vamos amigo, es tiempo de que abandones tu burbuja y pasees por el mundo. --- dijo Milo sin dejar de moverse.

--- No te ofendas, pero cuando actúas así es imposible tomarte en serio Milo. --- Milo se río con ganas.

--- ¿Es que jamás piensas en divertirte? Vamos amigo, abre los ojos y mira a tu alrededor, la vida camina a pasos agigantados y te estas quedando atrás… --- dijo mirándolo a los ojos, Afrodita supo que no se trataba de otra de las bromas de su amigo, eso era en serio, muy en serio.

--- No digas tonterías, vamos a comer que se nos hace tarde.

---- De acuerdo, creo que comeré algo de eso. – dijo señalando la charola que un mesero llevaba.

--- Excelente elección señor. --- dijo alguien a sus espaldas. Milo se giró en seguida, primero se sorprendió y luego sonrió con coquetería. --- Bienvenidos, soy Aldebarán Oliveira, el propietario. --- Afrodita solo miraba con una sonrisa en los labios. Milo nunca dejaría de ser Milo.

--- Un placer señor Oliveira, Milo Scouros, y mi amigo es Afrodita Zlatan.

--- Un placer. --- dijo Afrodita.

--- Igualmente. --- dijo estrechando sus manos --- Disfruten la comida. --- dijo sin dejar de mirar a Milo.

--- Dioses… ¡eres increíble! ¿por qué tienes que coquetearle a medio mundo? --- dijo Afrodita al borde de la risa.

--- ¡Hey! Será mejor que te calles, como sigas alegando de esa manera va a creer que somos algo más y no me conviene.

--- Demonios Milo…

--- ¿Qué? Me interesa, ¿hay algo de malo?

--- No, no estoy diciendo eso, es solo que… no se ve del tipo de esos con los que acostumbras jugar.

---- Precisamente por eso es que me interesa. --- dijo Milo mientras se sentaban a la mesa.


Afrodita no paró de regañar a Milo mientras comían, pues no había dejado de mirar al dueño del establecimiento.


Volvieron al despacho en medio de una discusión que terminó en la acostumbrada batalla de sobrenombres.


--- Vamos pescadito… - dijo Milo riendo. ---- No tiene nada de malo que yo quiera acercarme a ese enorme toro.

--- ¡Milo!

--- ¿Qué? Con ese tamaño…

--- ¡Por los dioses! ¡Eres un degenerado! Y no me llames pescadito, sabes que lo odio.

--- Lo siento, pero tienes que reconocer que el gigante tiene su encanto.

--- No me di cuenta.

--- Amigo, tú nunca te das cuenta de nada… como sea, vamos a revisar de una vez por todas ese caso de los Kido, aunque para ser sinceros, por lo poco que he visto, lo tenemos perdido de antemano.

--- Lo sé, ese hombre es verdaderamente idiota, ¿cómo se le ocurre firmar lo que firmó?

--- Bah! De todos modos nos pagan. --- dijo Milo encogiéndose de hombros. Afrodita solo negó con la cabeza, Milo a veces decía cosas que sencillamente eran absurdas.


Estaban frente al privado de Afrodita, Cora, la secretaría estaba esperándolo.


--- Chicos, se supone que su hora de comida es de tres a cuatro, no de tres a cinco. --- dijo ella fingiendo enojo.

--- Vamos cariño, ¿no puedes obviar ese detalle tan pero tan absurdo? --- le dijo Milo con coquetería.

--- Solo porque tú me lo pides… guapo. --- los dos echaron a reír. --- Tienes correspondencia.

--- Gracias Cora, vamos Milo, a trabajar, y tú --- dijo refiriéndose a Cora ---, ya vete a casa.

--- Como digas, mi amadísimo jefe. --- respondió la chica; Milo se echó a reír.

--- Nos vemos mañana preciosa… --- dijo guiñándole un ojo.

--- Ya, entra. --- dijo Afrodita empujando a su compañero al interior de su oficina.

--- Si, si, si, ¿no vas a revisar tu correspondencia? --- le dijo Milo al ver el montón de cartas que se apilaban sobre el escritorio de Afrodita.

--- Creo que mejor lo hago ahora… o no me dejarás en paz, ¿cierto?

--- Estás en lo correcto. --- dijo Milo sentándose al lado de la computadora.


Una a una, Afrodita desechaba las cartas, la mayoría eran promociones, publicidad y algunas cuentas que se apresuró a dejar aparte.


-- ¿Qué pasa? ¿Quién murió? --- dijo Milo al ver que el rostro de su amigo se desencajaba por completo.

--- Míralo por ti mismo. --- dijo mostrándole un sobre membretado con el escudo de la preparatoria diez.

--- Vaya…. Una reunión de ex alumnos. --- dijo Milo sin entender.

--- Dioses Milo… a veces me desesperas.

--- ¿No piensas ir?

--- ¡Por supuesto que no! ¿Acaso ya se te olvidó todo lo que te he contado sobre mis días en la preparatoria?

--- Claro que no, pero las cosas han cambiado desde entonces.

--- De todas maneras, ni muerto me presento en ese carnaval.

--- Como digas amigo.

--- No me des por mi lado, odio que hagas eso.

--- No lo hago.

--- Sí lo haces.

--- Vamos… chico, no me pasé cinco años quitándote lo silvestre para que ahora me vengas con que sencillamente no puedes plantarles la cara a esa bola de cretinos que te fastidiaban.

--- Milo…

--- De acuerdo, solo te domestique un poco.

--- Idiota.

--- Yo también te quiero.--- dijo Milo tirándole un beso.

--- Vamos a estudiar el caso, olvídate de esas tonterías.

--- Como digas. --- dijo Milo acomodándose en su asiento. Al mirarlo, Afrodita supo que su amigo no quitaría el dedo del renglón tan fácilmente.

 


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