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Salir al sol por Aphrodita

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Si Bleach me perteneciese sería un Todos x Ishida, oficial, repleto de sexo salvaje y pernicioso, no apto para persona cardíacas, embarazadas y menores de setenta años.
Todo de Tite Kubo.

Notas del capitulo:

Dedicado a Lizkun porque lo pidió en el Sorteo de Bleach de mi LJ y para 10pairings xD.

No van a ser más de dos capítulos, promesa.

Espero que les guste ^^. Y si no se pueden ir a freír espárragos xD mentira, los amo al borde del sadismo.

Tengo sueño, así que en breve estaré corrigiéndolo más despierta.

 

El tiempo parecía no haber cambiado en nada a su padre; ni en cuanto al aspecto físico o a su delicada y particular manera de decir las cosas. Podía leer un “idiota” impreso en esos oceánicos ojos.

 

—¿Puedes parar un poco? —solicitó, hastiado del ir y venir constante de su hijo—Vas a hacer una canaleta en el piso.

 

Uryuu chistó y tomó asiento en la silla frente al escritorio.

 

—Debí imaginarlo —reprochó el mayor—, que algo grave había pasado para que te dignes a dar señales de vida.

 

Durante esos diez años su hijo mantuvo contacto, si a los escuetos emails y llamadas telefónicas en días claves del año —cumpleaños, navidad— se lo podía tildar de tal.

El cambio en Uryuu era notorio, sobre todo el visual. Las ropas que portaba eran propias de alguien como él. Pantalones de la más exquisita tela con ese toque personal y una camiseta demasiado chillona para alguien que solía vestirse, antaño, en gamas de grises. El color vino le sentaba bien, y combinaba con el marco de los anteojos.

 

—No estoy aquí para que me retes —reclamó el joven.

 

Había sido una mala idea pasar por el hospital a saludar a su padre. Si bien apenas llegó a Karakura —y desde que había bajado el avión— sintió que lo debía hacer, comenzaba a arrepentirse:

 

—Sólo quería saludarte.

—Me parece que es lo mínimo —Ryuuken arqueó las cejas y vio, con asombro, como su retoño retiraba un paquete de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta. —¿Fumas? —lo inquirió prejuicioso.

—No, sólo los tengo para alardear —el tono sarcástico le había salido exquisito. —¿Quieres? —ofreció prendiendo uno.

—Dejé de fumar.

—¿Sí? —realizó una mueca de sorpresa.

—Hace años, cuando tuve el infarto.

 

Claro, pero hacía años que Uryuu no conocía detalles sobre él ni de muchas otras cosas.

 

—Principio de infarto —corrigió, percibiendo el reproche implícito. No había sido para tanto, o quizás sí, pero le molestaba que le refregase en la cara lo mal hijo que era. Ya lo sabía.

—¿Por cuánto tiempo te quedarás?

 

Uryuu negó, no tenía la más pálida idea. Tal vez un día, tal vez una semana, un mes o un año. Por lo pronto quería mantenerse alejado de los paparazzi y demás carroñeros, tenerlos encima esas dos semanas fue mucho más agotador que la mismísima Guerra de Invierno.

Removió esa sensación del cuerpo y de la cabeza, hacia mucho que había dejado de pensar en el pasado, hacia mucho que había decidido enterrar en la mente los recuerdos concernientes a su vida en Karakura, la doctrina Quincy y la dichosa batalla.

 

—Iré a un hotel —buscó tranquilizarlo dándole a entender que no necesitaba hospedaje.

 

Ryuuken no objetó, supo que tenía dinero incluso para mantenerlo a él.

 

—¿Qué harás?

—Eso ya me lo preguntaste y ya te lo respondí —seguía sin tener la más pálida idea de qué hacer al respecto.

—Espero que no te hayas fugado de la justicia —fue perspicaz.

—Por supuesto que no —le resultó insultante.

 

Además por más que quisiera esconderse era un personaje medianamente público, al menos en Japón y más después de lo acontecido, supuso que de hacerse ver lo encontrarían en cualquier sitio. Qué ironía, pensar que antes era un muchacho reservado, que no gustaba de contar asuntos personales. Desde que había decidido animarse a hacer diseños propios, mientras estaba en la universidad cursando la carrera, toda su vida dio un vuelco. En dos años su nombre comenzaba a sonar en la boca de otros, y en tres —recién recibido— ya había patentado la marca. Para cuando quiso darse cuenta participaba de eventos y mostraba su rostro a la multitud.

 

—Pero —Ryuuken no encontraba la manera de preguntarlo sin lograr la furia del otro, no porque le inquietase conseguirlo, si no porque quería conocer la verdad y si lograba enfurecerlo Uryuu se pondría de pie y se marcharía para no dirigirle la palabra hasta que necesitase algo de él.

—¿Pero? —alentó, aun sabiendo que animarlo a hablar podía ser una gran equivocación tratándose de su padre.

—¿Es verdad?

 

Uryuu lo miró con circunspección, sabía a lo que se refería, lanzó una gran bocanada de humo para luego apagar el cigarrillo a medio consumir sobre la cáscara de manzana que descansaba sobre el plato. ¿Debía ser sincero con Ryuuken? El lugar de padre siempre es difícil, aunque a decir verdad no debería preocuparle decepcionarlo, al fin de cuentas siempre lo había hecho. Por muy estudiante estrella que fuese, por muy buen Quincy, nunca era suficiente para el señor Ishida. El sonido del intercomunicador quebró el tenso mutismo.

 

—Señor, lo necesitan en pediatría.

—¿Para qué? —consultó con hastío.

—Hay problemas con el traslado del paciente enfermo de leucemia, ¿recuerda? El que…

—Sí, sí… enseguida voy. —Se puso de pie sin quitarle la vista de encima, Uryuu podía sentir la recriminación tácita en esa mirada—Tengo trabajo.

—Bien, supongo que estaré en el hotel Kirai —dijo poniéndose de pie—, por si necesitas algo.

—Oh, que considerado —el sarcasmo de Ryuuken no tenía nada que envidiarle al del menor.

 

Uryuu no dijo nada, supo que estaba en falta, durante todo ese tiempo que estuvo estudiando y trabajando en Tokyo trató de interesarse lo menos posible en la vida que había dejado atrás, eso incluía Karakura y todos sus habitantes. Trataba de mantenerse lo menos informado posible, de hablar lo menos posible con su padre para evitar que le contase cosas respecto al presente, incluso comprendiendo que eso era algo difícil de esperar viniendo de un tipo tan cerrado como Ryuuken.

 Llamarlo dos o tres veces por año para saber cómo estaba y nada más. Cuando tuvo el principio de infarto no viajó, pese a saber que debía hacerlo por —al menos— obligación moral, no tenía las fuerzas necesarias en esa época de su vida para enfrentar todos sus fantasmas.

Así que se tragó las palabras, redimido. Sin embargo le volvió a decir, una vez fuera de la oficina que en cuanto tuviese habitación lo llamaría desde el hotel. Ryuuken no dijo nada, que hiciese lo que le viniese en gana, al fin y al cabo de esa forma siempre se había movido el joven.

Lo despidió de manera escueta y se alejó por el pasillo. Uryuu lanzó un suspiro, manos en la cintura; no le agradaba ni un poco estar allí en Karakura pero por algo iba regresado, más allá de estar escapando del escándalo y de la vida ajetreada de Tokyo

 

—¿Qué —escuchó decir a sus espaldas—ahora que eres famoso no saludas? —volteó lentamente, reconocía esa voz, cambiada apenas, más grave, pero inconfundible.

—Kurosaki —espetó con firmeza casi deletreando el nombre, y se encontró con una franca sonrisa.

 

Que había pasado con el “ceño siempre fruncido”, se ajustó los lentes, viejo e inolvidable tic. Entonces el shinigami reparó en ellos, en que combinaban con la camisa color vino y una risilla se le escapó, parecía un freak. Ambos se contemplaron de arriba abajo, Uryuu no tardó en caer pero la estúpida pregunta salió de igual modo de su boca:

 

—¿Qué haces aquí?

 

Ichigo movió los brazos mirándose la bata blanca, era tan obvio.

 

—Trabajo aquí. —Luego reparó en que Ishida no tenía porqué saber de su vida—Me recibí hace un par de años y mi papá logró acomodarme aquí.

—Medicina —musitó. Durante muchos años se preguntó qué carrera habría seguido Ichigo, ahora teniéndolo frente a sus ojos se le hacía tan previsible.

—Te vi —soltó de la nada, incómodo; los años habían pasado y si antes no lograban hablar con naturalidad entre ellos la distancia no iba a resultar un aliciente—, hace un año, en la tele. En realidad Yuzu, me llamó y prendí la t.v —se sentía idiota, al menos estaba balbuceando como uno.

—Supongo que en el desfile Otoño-Invierno.

 

Silencio, incómodo y estremecedor, la gente iba y venía por el largo pasillo, facultativos y pacientes por igual.

 

—Si me disculpas —Ishida trató de sonar respetuoso pero el tono sonó inevitablemente altanero.

—Espera —lo frenó apenas había dado la vuelta.

 

Ishida esperó pacientemente, otra vez se ajustó los lentes. Podía ser que Kurosaki no se hubiese enterado del escándalo, no lo veía leyendo revistas de moda o sobre la farándula. Además si bien era conocido, no tanto para ocupar la primera plana.

 

—¿Qué?

—No, digo… que hace mucho que no nos vemos —dejó la oración suspendida, para después acotar—: ¿Vienes de… vacaciones o algo así?

—Algo así.

—¿Por cuánto tiempo?

 

Suspiró, de manera escandalosa para que el muchacho frente a él se diese cuenta de lo molesto que se estaba volviendo. ¿Qué era eso, un interrogatorio policial, acaso? Ya había tenido uno y no le apetecía pasar otra vez por lo mismo.

 

—No lo sé —había tantas cosas que no sabía Ishida Uryuu de su propia vida.

—Podríamos tomar algo; en un rato tengo mi descanso.

—Lo siento Kurosaki, tengo muchas cosas que hacer.

—Otro día.

—No sé.

 

Ichigo mostró entonces un semblante serio, casi igual al que solía mostrar en antaño cuando era un crío de tan sólo quince años.

 

—Sigues tan borde como siempre.

 

Uryuu rió internamente, más se preocupó en mostrar un semblante formal, que alejase lo más posible al otro. Pues por algo se había ido de Karakura, no le apetecía recuperar lo que había dejado atrás por libre albedrio.

 

—Es sólo un café Ishida.

—Algún día —concedió, pensando en sus adentro “o sea nunca

—Si quieres puedo hablar con Chaddo, estará contento de verte, no debe saber que estás aquí.

 

Una ligera emoción lo embargó al escuchar el apodo de Yasutora, había sido un buen compañero durante su vida en Karakura, sin embargo no estaba allí para hacer presente el pasado que con tanto ahínco había buscado enterrar.

 

—Soy una persona muy ocupada, Kurosaki —se negó, tratando ahora de sacar a flote su parte más borde.

—Veo —remarcó con fastidio o más bien decepción.

 

Lo recordaba a Ishida algo latoso pero sin dudas buena persona, incapaz de hacer o decir algo que hiciese sentir mal a otra persona.

¿Qué pretendía Kurosaki? No eran los mismos y ellos dos nunca habían sido amigos, propiamente hablando. No tenía sentido fingir y hacer de cuenta que le alegraba estar de regreso o ver a los suyos.

 

—¿Sigues aquí?

 

Una voz a sus espaldas le hizo voltear de nuevo.

 

—Ya me iba.

—Señor Ishida —interrumpió el chico de pelo naranja—, hay de nuevo problemas con los turnos, Sasaki se ha quejado otra vez de que le toque el domingo.

—Dile a Sasaki que me tiene harto —murmuró dejándole unos papeles a su secretaria para luego encaminarse a su oficina.

—Eso ¿y además? —apuntaló. —Dice que el domingo tiene el cumpleaños de su nieto.

—Dile que su nieto va a cumplir todos los años, y que si todos los años va a faltar cuando cumpla años entonces…

—¡Señor Ishida! —una enfermera caminaba a toda prisa, sosteniendo con dificultad algunos insumos—En depósito dicen que no hay más gasas.

—¡¿Cómo que no?! —se frotó la sien—En cuanto averigüe quien se los está robando…

 

Kurosaki sonrió levemente. Ishida padre lo miró rogándoselo con los ojos.

 

—No se preocupe, yo me encargo de ver que ha pasado.

—Gracias.

 

Uryuu miró con recelo los gestos que ambos se dedicaban; ¿por qué esa confianza? Parecían ser que los dos hablaban sin palabras o que podían hacerse entender con algunas pocas miradas y expresiones.

 

—¿No podría hacer yo algunos cambios en los turnos? —solicitó Kurosaki, en pos de ayudar.

 

Ryuuken lo miró resignado y negó con la cabeza, en algunos aspectos era igual al padre.

 

—Haz lo que quieras Ichigo.

 

Cuando el hombre de pelo blanco se metió a la oficina, Ichigo volteó encontrándose con su antiguo némesis todavía allí.

 

—¿Café? Porque veo que no estás muy apurado.

—No me gusta el café —suspiró derrotado—, pero si tan desesperado estás por mi compañía —ironizó—puedo darte con el gusto de acompañarme hasta la salida.

—Me parece genial —intentó ser más irónico que Uryuu.

 

Comenzaron a caminar a la par, pero cada dos personas Kurosaki se detenía, algunos para consultarle respecto a pacientes concretos o para hacerle acotaciones banales e incluso, notó Uryuu, pedir “permisos”, cuando lograron estar en el ascensor y por fin a solas, Ishida consultó con tacto:

 

—Dime ¿qué lugar ostentas aquí?

—¿Ostentas? —Kurosaki no pudo evitar reír con ganas—¡¿Ostentas?! ¿Te has oído Ishida?

 

El mentado lo miró con altura, y negó elevando las cejas.

 

—No se puede esperar otra reacción de un shinigami bruto.

—Ey —se ofendió, guardando compostura.

—Ostentar es sinónimo de presumir, presumir…

—Ya, me aburres Ishida, no estamos en la escuela —lo cortó en seco para luego retomar—¿Por qué me preguntas? Sólo soy médico generalista, la carrera es más corta. Ocupo un lugar de acuerdo a mi título, al igual que el resto…

—Pues yo no diría igual que el resto —murmuró ladino.

—¿A qué te refieres?

 

La puerta del ascensor se abrió y un hombre de pronunciada calvicie ingresó saludando con una sonrisa al joven de pelo naranja.

 

—Kurosaki.

—Señor Sasaki.

 

Uryuu le regaló una escueta sonrisa a modo de saludo cordial pero pareció más una mueca sobradora que otra cosa. Cuando el hombre bajó en planta baja, los dos se encaminaron a la salida.

 

—¿A qué te referías con eso? —volvió a inquirir.

—Nada, déjalo así —respondió con desidia. Una garua constante había humedecido el asfalto—Tomaré un taxi.

—No, ahora dime.

—Nada, es que me doy cuenta —dijo con tono de obviedad. —Es cierto eso de que tu padre te acomodó aquí, ya veo.

—Ah, dices por Ryuuken.

 

Uryuu enarcó una sola ceja, “¿Ryuuken?” Le sorprendió tanta familiaridad. Sí, sin dudas se había perdido de muchos cambios en ese tiempo, y lo que acotó Kurosaki afirmó ese pensamiento.

 

—Tu padre es un buen tipo.

—¿Un buen tipo? —las sorpresas parecían no acabarse.

—Sí, lo es —remarcó con convicción, le acompañó un asentimiento firme de cabeza. —Tiene mucho trabajo, un hospital público es mucha responsabilidad y tiene que estar en todo, trato de ayudarlo —realizó una mueca de aceptación—; ya sabes: tirar para su mismo lado.

—Ser su buchón —remarcó el Quincy notando que Ichigo no había cazado la expresión. Claro: el chico de ciudad hablando con el pueblerino. Intentó explicarse—: Eres algo así como su alcahuete.

 

Ichigo frunció el ceño, muy ofendido.

 

—Claro que no, sólo que hay muchos que quieren sacar ventaja; ya viste: los insumos que a diario faltan, cuando tu padre se ha asegurado que el pedido fue hecho y recibido. Pierde mucho dinero y tiene que lidiar día a día con…

—Ya, entendí —lo silenció, sonriendo apenas y divertido por la reacción. Es decir, le alegraba arrancarle esos pequeños gestos que solía portar años atrás, como el ceño fruncido. —Te lo decía en broma —mintió para que dejase de lado el discurso, poco le interesaba, y entonces Kurosaki reparó en el pormenor.

—Mal mentiroso como siempre.

—¿Y qué pretendes que piense? —se rió de una manera tan falsa que resultó provocativo.

—Yo estudié, como todos, así que el puesto me lo gané si lo que estás pensando…

—No pienso en nada concreto al respecto, Kurosaki —dijo con formalidad—, pero no me vengas con un discurso moralista.

—¿Qué quieres decir?

—Que ya veo como conseguiste el puesto, tu papá habló con el mío… —relató sobrador.

—¿Qué tiene de malo? —interrumpió, comenzando a perder la calma.

 

Mejor así, pensó Ishida, quizás con suerte se le quitaban las ganas de tratarlo.

 

—Muy loable de tu parte. Veo el sacrificio que has hecho para llegar tan alto.

—¿Cuál es tu problema, Ishida? —cuestionó con dureza—¿Te molesta que tenga una buena relación con tu papá, estás celoso, tienes cinco años, qué? —se sintió satisfecho, le había borrado de un plumazo la sonrisa socarrona de los labios dando paso a un semblante perturbado.

—Claro que no, idiota. Por mi pueden follar ustedes dos.

—Que enfermo —se asqueó. —Tsk, bastante tengo con los idiotas que trabajan aquí y piensan igual que tú.

—Pero no puedes culparlos de que piensen así.

—Ya les demostré que soy un buen profesional, no me importa lo que piensen.

—Se nota que no te importa —volvió a ironizar, arrancándole otro gesto de fastidio.

 

Por fin un taxi estaba libre, se paró detrás de la línea y en cuanto abrió la puerta sintió la insistencia del shinigami ¿Qué condenado problema tenía? ¿Tanto le urgía tomar un café con él, cruzar unas palabras?

 

—Vamos ¿qué dices? Le aviso a los chicos y podemos encontrarnos en el bar, tomar unas copas, charlar un…

—Estoy muy ocupado —reiteró metiéndose dentro del coche y cerrando la puerta.

—Mal mentiroso —reiteró el shinigami en un murmullo.

 

Uryuu hasta incluso sintió algo similar a la pena o al arrepentimiento cuando lo dejó bajo la lluvia con ese semblante de derrota. Suspiró recargándose en el asiento, comenzaba a dolerle la cabeza.

 

—¿A dónde lo llevo señor?

—Al hotel Kirai.

 

El viaje fue corto, lo bueno y lo malo que tenía Karakura: todo estaba cerca y a mano, lo único negativo era que también las personas, así que si uno se peleaba con alguien corría el riesgo de cruzárselo hasta en su propio jardín. 

 

 

Amaneció con resaca y mal humor, el teléfono sonando hasta el hartazgo iba a ser la gota que colmase el vaso. Se puso de pie sintiendo que la cabeza se le caería, literalmente, en cualquier momento. Atravesó el mar de diseños que había estado estudiando hasta que llegó al pantalón, tirando sin querer con el pie una de las botellas semi vacías.

Sólo era su padre. Cierto, había olvidado llamarlo para comunicarle dónde se quedaría. Sí, el hotel Kirai, como si tuviese muchas opciones, era el mejor hotel de Karakura y no tenía una piscina cubierta (peor es nada). Habitación quince, número curioso, él no lo eligió, fue el que le dieron. Karma, seguro. ¿Desayuno? ¿Qué hora era? Muy temprano, con razón estaba de mal humor.

No supo porque le dijo que sí, quizás porque estaba cansado de decir “no” o de sentirse culpable. Se dio una ducha y se vistió con una camisa blanca entallada y masculina que el mismo había confeccionado (siempre usaba diseños propios), luego se colocó unos pantalones negros que simulaban cuero.

Parecía una estrella de rock, aunque en realidad ese era su look informal, le daba “cosa” apersonarse en el hospital con ropas elegantes o cuidadosamente elegidas, que siempre había sido quisquilloso y eso con los años no se le había quitado, al contrario, debido a su profesión tenía que cuidar constantemente y al borde de la obsesión lo que usaba.

Buscó desesperado los lentes de marco blanco, había estado seguro de ponerlos, revolvió el bolso hasta que lo halló. Se observó en el espejo, algo que nunca había tocado de él había sido su pelo, eso se mantenía tal cual, más su cuerpo había sufrido horas de gimnasio ¿Narcisismo? No, quizás la necesidad de tener algo para descargar tensiones y cuando no podía valerse del sexo para tal fin. Además debía lucir los modelos que el confeccionaba, y el modelo no podía ser un chico escuálido y anémico. Además DJ era quien lo arrastraba a todo eso.

 DJ no era su nombre, desde ya, pero se había acostumbrado a llamar a su socio (más bien empleado) de esa forma. Una sola vez escuchó su nombre de la propia boca de DJ con su tono que le venía a recordar a un antiguo enemigo, un tono que opacaba cualquier atisbo de altanería en el Quincy dejándolo como un chico de pueblo a su lado.

DJ era especial, era quien le recordaba no emborracharse mucho cuando tenían una presentación al otro día, era quien le conseguía lo que necesitaba cuando lo necesitaba, y cuando no también; quien echaba educadamente a las damas que lo visitaban y quien le daba ese empujón final cuando sentía que no podía más y quería mandar todo al Averno.

Debía esforzarse, porque la ropa de hombre no se le daba tan bien como la femenina. Debía esforzarse, porque él era Ishida Uryuu, las cosas a él no le salían nunca bien (según y en palabras de su padre). Se colocó un poco de su perfume importado y salió rumbo al hospital.

Sintió las miradas de algunas enfermeras, más el cuchicheo constante; sabían que era el hijo del director (sobre todo los más decanos) o al menos lo sospechaban. Muchos lo reconocían como el Uryuu de siempre y lo saludaban más por cortesía que por verdaderas ganas.

Cruzó los pasillos con velocidad, quería meterse cuanto antes dentro de la oficina de su padre y dejar de lado esas miradas que lograban incomodarlo pese al tiempo… sabía que ya debería estar acostumbrado a que lo mirasen y hablasen de él, pero era más fuerte y DJ no estaba en los alrededores para distraerlo del pormenor.

Abrió la puerta sin pedir permiso.

 

—Te dije 9.30 —miró el reloj—, son 10.15 a.m.

 

Uryuu no dijo nada, suspiró con tedio y caminó hasta el banco libre frente al escritorio de su padre, pero no pudo evitar reparar en una personita a un costado de la enorme oficina. Una niña de aproximadamente cuatro años pintaba con lápices de colores.

Ishida la miró con sorpresa, la niña lo escudriñó con la curiosidad propia de todo infante pero de inmediato le restó importancia, recordando de súbito tomó el papel y corrió hacia Ryuuken:

 

—Mira abuelo, no me salió…

—No importa, el dibujo está lindo igual.

 

Ishida hijo tomó asiento con calma sin esbozar palabra alguna, notó como la niña tomaba lugar en la falda de su padre con total naturalidad y despreocupación.

 

—Ella es Amaya—la presentó. —Amaya, él es Uryuu, mi hijo.

—Mucho gusto.

—Igualmente —correspondió Uryuu tratando de regalarle una sonrisa amable.

—Ve a decirle a Rita lo que quieres para desayunar.

 

La niña de largo cabello castaño se puso de pie y radiante se fue por la puerta no sin antes dedicarle una mirada al Quincy menor. Éste permaneció pegado al sitió, contempló a su padre cuando la niña se fue, y la expresión se le escapó sin que pudiese hacer nada por evitarlo.

 

—¿Abuelo? —arqueó una ceja—Acaso, ¿tienes otros hijos y yo no lo sabía?

—Me dice así —era tan obvio.

 

La gran incógnita era de dónde salía la niña, Ryuuken no estuvo seguro por qué, pero tardó en revelarlo, incluso pareció no estar muy seguro de hacerlo. Intuición de padre, que le dicen.

 

—Ella es… —Uryuu dejó la oración a medio formar suponiendo acertadamente que era el pie que su padre necesitaba.

—La hija de Kurosaki —se acomodó la chaqueta y aclaró—: Kurosaki Ichigo —para disipar el tenso ambiente prosiguió—: Los martes a la mañana la trae al hospital, es el único día que Yuzu no puede cuidarla.

—¿Kurosaki está casado?

—Oh, no —no dijo nada más, no era algo que le concernía, pero era evidente que Uryuu quería saber más, que necesitaba saber más.

—¿La madre?

 

Fueron interrumpidos por el llamado de la secretaria preguntándoles que querían para desayunar porque el chico de la cafetería estaba allí.

 

—Un té por mi está bien —dijo Uryuu.

 

Ryuuken pidió por el intercomunicador lo mismo más medialunas, notó el semblante apocado en su hijo, pero éste extrañamente no se sentía en el lugar de averiguar esas cosas por las que en su momento debió haberse preocupado. O tal vez era otra cosa, no lo sabía.

Uryuu desayunó con prisa, le urgía mandarse a mudar cuanto antes, no tenía nada relevante que hacer pero la incomodidad del inicio no se había ido con el tiempo y las preguntas capciosas de Ryuuken no ayudaban en nada a disipar esa horrible sensación.

Ishida padre se dio cuenta de que buscaba escapar, el problema residía en que venía escapando desde hacía años; ¿por cuánto tiempo más estaría en las mismas? Intentó no inmiscuirse, su hijo ya era un adulto y si no lo había escuchado en su juventud menos que menos lo haría en el presente.

Cuando se puso de pie la niña ingresó cual huracán, con total confianza y sin golpear, detrás de ella el supuesto padre. Uryuu miró hacia sus costados como si de repente tuviese la necesidad de encontrar algo que lo hiciese invisible, más el rostro que profesó Kurosaki dejaba en evidencia el mismo sentimiento.

Ryuuken lanzó una risa muy interna y se concentró en ayudarla a Amaya a juntar sus cosas.

 

—Espero que no te haya molestado —. Kurosaki tomó la mochila de la niña y la apremió a apurarse—Vamos que no llegaremos a la escuela.

—Sabes que nunca molesta —dijo el director.

—Ishida —musitó el chico de pelo naranja observando a su antiguo compañero de clases.

—Kurosaki —correspondió en el mismo tono. —Muy bonita tu hija —dijo a modo de revelar lo evidente.

 

Kurosaki le regaló una franca sonrisa y un asentimiento, era el padre ¿qué iba a decir?

 

—¿Usted es amigo de mi papá? —consultó la pequeña con suma despreocupación.

 

Ishida rió ante el mote de “usted” aunque supuso que para la niña él era ya un señor. No respondió enseguida y, supuso, había sido tanto el tiempo que se tomó que lo hizo Ichigo en su lugar:

 

—Sí.

 

La forma de profesar ese “” fue a modo de desafío, no dejaba lugar a ninguna objeción, como si le estuviese diciendo al mismo Uryuu “por mucho que te pese SÍ somos amigos”. Como si fuese el mismo shinigami quien se rehusase a aceptar lo que Ishida le proponía: cortar los vínculos, hace de cuenta que las cosas vividas codo a codo no pasaron.

Nadie puede borrar lo vivido, por mucho empeño que ponga.

Acabaron por salir los tres juntos, Uryuu no pudo evitar eso, ya tenía la chaqueta puesta cuando Kurosaki fue en busca de la pequeña, pensó en tomar un ascensor distinto pero le pareció demasiado descortés. Algo que le llamó la atención: él siempre había sido cortés, empero el tiempo vivido en Tokyo le enseñó que ser cortés con determinadas personas daba lugar a malos entendidos; había aprendido así a marcar diferencias para evitar que lo pasasen, literalmente, por encima. No le preocupaba, por ende, serlo o no.

 

—¿Dónde estudia? —Uryuu no sabía cómo hacer la pregunta que tanto le interesaba, así que comenzó con lo más sencillo.

—En el mismo establecimiento que el nuestro —dijo esbozando una nostálgica media sonrisa. —Está en nivel inicial, ahora le dicen jardín de infantes, último año —agregó arreglándole el pelo a la niña para hacerle una coleta.

—No tiene tu mismo color de cabello —segundo intento, quizás de esa forma revelaría quien era la madre.

—Pero mi papá dice que lo va a tener —asintió con firmeza—, que yo lo tenía así a su edad… un poco más claro.

 

Llegaron a planta baja, Kurosaki la tomó en brazos para hacer más rápido y una de las tantas preguntas que rondaban la mente del quincy fue respondida a medias:

 

—Mamá dice que estoy grande para que me hagan upa.

 

Eso significaba que la “madre” estaba con vida, existía, era una realidad en la vida de Ichigo, viudo no era, pero tampoco estaba casado; ¿y por qué, con un demonio, reparaba en esos detalles? Como si le importase.

 

—Y tiene razón pero no vamos a llegar si no te hago upa. —Ishida lo miró y aprovechó para decirle—: ¿Quieres tomar algo? Digo, después —sentía que tenía muchas cosas que aclararle aunque no fuese su obligación.

 

Uryuu tomó aire antes de responder pero Ichigo se le adelantó:

 

—Ya sé, tienes mucho que hacer.

—Pues sí —arqueó las cejas, era una realidad aunque en gran parte mentira. Estaba en Karakura con el fin de alejarse del trabajo así que no estaba en sus planes hacerlo.

—¿Qué dices? El fin de semana.

—Nos estaremos viendo así que… me fijo —acabó por acceder un poco, notó el rictus de Kurosaki, se había dado cuenta de que volvía a patearlo. —Veo como está mi agenda y te aviso.

 

Ichigo rió con mesura para luego murmurar:

 

Agenda —la carcajada fue más nítida—, ostentar.

 

Uryuu lo contempló con una expresión que parecía gritarle: “Madura de una vez, Kurosaki”. La niña fue quien intercedió.

 

—¡Ya papá, llegamos tarde!
—¡Cierto!

—Adiós señor —saludó ella con la manito levantada y fue correspondida por el mismo gesto.

—Nos vemos Ishida —desapareció rumbo a la cochera con la niña en brazos.

 

Uryuu los vio alejarse y volvió en sí cuando desaparecieron de su rango visual. Necesitaba algo fuerte. Tomó un taxi y se dirigió al hotel para permanecer todo el día encerrado en él. Prendió el celular del trabajo para encontrarse con un número exagerado de llamadas perdidas y mensajes. Volvió a apagarlo de inmediato y se dedicó a contemplar el techo con una botella de champagne recién pedida, esperando por la de sake.

 

 

Durante esa semana no se lo cruzó, le preguntó incluso a Ryuuken pero éste lo único que le dijo fue “ni un llamado”, se preocupó, no de manera verbal, pero Ishida supo verlo de todos modos y en consuelo agregó un “está vivo”.

Fin de semana, y franco por fortuna, tener entre las manos el vaso con el trago largo y a sus amigos y hermanas alrededor le daba la paz que tanto necesitaba, observó el gigai de Kon al que, después de tantos años, se había acostumbrado a contemplar y a relacionar con el antiguo león de peluche. Un gigai de pelo negro y ondulado, cuya cabeza —su dueño— insistía en llevarla cubierta. Por el gorro asomaban algunos mechones.

 

—Te lo juro, si no pregúntale a Yuzu, ¿verdad? —la sacudió de un brazo.

 

La chica estudió el rostro de su hermano, algo en su expresión la llevó a silenciar.

 

—Estaba en una de esas revistas que ella suele comprar —acotó Kon con cierto deje de desprecio, la muchacha entornó los ojos—¡Ichigo, ¿me estás escuchando?!
—Sí maldición, te oigo con los oídos no con los ojos —volvió a posar la mirada en el contenido marrón del vaso.

—Igual ya sabes cómo son estas revistas, siempre andan exagerando para vender más —consoló Yuzu mirándola a Karin para que acotase algo, Chaddo, cual costumbre, se mantuvo en silencio.

—Es problema de él —fue lo único que dijo la morena, acomodándose los mechones largos de pelo que caían a lado.

 

Pese a que Yuzu mantuvo su cabellera inalterable, Karin había optado por dejárselo largo, a esas alturas por la cintura. Aunque lo negaba con ahínco, la gran razón de no cortárselo radicaba en que a Chaddo le gustaba así. Al menos ese había sido el primer piropo que le dedicó cuando todavía no eran novios.

 

—¿Qué dice la nota? —consultó Kurosaki dándose por vencido, Kon había llevado la revista como si fuese una prueba fehaciente o lo necesario para que creyera en su palabra.

 

Se la dejó frente a las narices y el shinigami comenzó a leer. Ishida Uryuu, el diseñador de ropa más joven de Tokyo, quien había alcanzado antes de los 30 años lo que muchos no logran incluso después, envuelto en un escándalo sexual.

Eso no era lo preocupante, ni siquiera que se tratase de un escándalo homosexual, y con un supuesto menor de edad. Sino que el chico en cuestión, un don nadie, había muerto de sobredosis en su casa, durante una fiesta que él había organizado.

Kurosaki tragó saliva.

 

—¿Trajiste la revista? —reparó en el pormenor, frunciendo el ceño.

—Para que la veas —Kon se ofendió y se la arrebató de malos modos. —No espero que me des las gracias, estoy curado de espanto contigo.

—¿Y qué con eso?

—Nada —acotó el ex león de peluche, los gestos del gigai eran tan suyos—, creí que te iba a interesar.

—¿Qué estará haciendo aquí? ¿Se habrá fugado de la justicia? —las preguntas de Yuzu parecían ser retóricas. —Dicen que fue detenido e indagado por la muerte.

—Lógico, murió en su casa de sobredosis mientras daba una fiesta; y se habla también de que mantenía un romance con él y que era menor de edad.

—Waou —reparó Kon sonriéndole con malicia—, menos mal que estas revistas tontas no son para ti. Te sabes la nota mejor que yo —entrecerró los ojos—y eso que Yuzu que me tortura mes a mes, sé hasta los colores que están de moda.

—Mira intento de humano —Karin se puso una mano en la cintura y lo señaló con el dedo índice—, no me provoques. Que haya leído la nota no quiere decir que me compré la revista ni mucho menos que la leí de pe a pa.

 

Kon miró a Yasutora:

 

—Se la compró ¿cierto?

 

El coloso asintió ahogando una risa, la chica, sentado a su lado, lo fulminó con la mirada por semejante traición. Kurosaki rió apenas y volvió la vista a las hojas, había una sola foto de Ishida, vestido de una manera totalmente distinta a como lo había visto. Portaba tonalidades de marrón: zapatos, un pantalón de lino y una chaqueta larga con botones y cinto, sin dejar de lado la abultada bufanda rayada.

Parecía una persona seria, como siempre. Sólo que no llevaba los lentes.

Llegó la hora en la que cada uno tomaría su rumbo, al menos Sado y Karin. Yuzu y Kon le propusieron quedarse para el karaoke pero Kurosaki quería irse a casa y tratar de dormir. Yuzu le recordó que Isshin lo esperaba al otro día para almorzar con Amaya.

Se despidió de los dos y se fue, necesitaba descansar, necesitaba quitarse de la cabeza la maldita nota. ¿A él qué demonios le importaba lo que hacía o dejaba de hacer Ishida? Ahora comprendía un poco mejor tanto hermetismo y las posibles razones del Quincy para escapar de Tokyo y refugiarse en Karakura.

No adivinó porqué, pero tenía la imperiosa necesidad de hablar con Ishida, quizás de decirle que no se preocupase, que todo estaría bien, que ellos no lo juzgaban y que lo conocían bastante para asegurar o negar al respecto.

¿Le echaban la culpa de la muerte? Quizás sí, tal vez era responsable indirecto, pero lo que le perturbaba a Kurosaki era que, conociendo al Quincy, seguro se sentía plenamente responsable y se encontraba ahogándose en un vaso con agua. Era tan extremista Uryuu, era tan fácil hacerle sentir mal, culpable o responsable incluso de lo que no tenía nada que ver.

Supo que si la montaña no iba a Mahoma, Mahoma debía ir a la montaña, no obstante esperó, quizás en la semana lo volvería a ver en el hospital. Dicho y hecho sucedió, de la manera menos esperada.

 

 

En urgencias siempre reinaba un constante caos. En cuanto fue avisado por una de las enfermeras más veteranas corrió como alma que lleva el diablo sin detenerse un segundo a reparar en los demás convalecientes, al fin de cuentas él no era médico de guardia.

Ingresó corriendo la cortina y mantuvo distancia, en ese estado catatónico poco podía hacer y sabía que debía mantenerse alejado para permitirle a sus compañeros trabajar. Una de las doctoras lo miró:

 

—Kurosaki ¿le has avisado al director?

—¿Cómo está?

—En shock, deberá ir a cirugía—se dirigió luego a una de las instrumentistas—, avisa a quirófano que le enviamos un paciente. Llama a hemoterapia y que vengan ¡ya! Necesitamos el factor y… ¡Kurosaki! ¡Reacciona! ¡Avísale al padre!

 

Estaba vivo, al menos estaba vivo, cubierto de sangre lo había visto en muchas ocasiones, no debía alarmarse. Volvió a correr por todo el hospital hasta llegar a la puerta del director, Rita lo miró, ella ya lo sabía pero no le había dado tiempo a comunicárselo al mismo Ishida. Kurosaki tomó aire y trató de serenarse.

 

 

El corazón latiendo a un ritmo alarmante. Ryuuken trató de memorizar: era alérgico al durazno pero eso ¿qué demonios importaba en el quirófano? A la penicilina no, operaciones anteriores, tampoco, Uryuu siempre había sido un chico sano.

 

—¿Qué pasó?

—Un accidente, señor —le contestó tratándolo como a un pariente más y no como al director—, por lo que sabemos chocó contra un camión repartidor, iba en un auto alquilado.

—¿Cómo está? —Kurosaki apareció de la nada, a duras penas había podido sacarse el trabajo de encima para subir a quirófano.

—Fuera de peligro, sufrió algunas fracturas, de consideración —remarcó, y recordando frente a quienes estaban le cedió la historia clínica para que por su cuenta vieran el daño.

 

Ryuuken la tomó y a su lado Ichigo la leyó.

¿Drogas, alcohol? Ishida soltó el aire atorado en los pulmones y le dejó la planilla a Kurosaki para marcharse al exterior a fumar un cigarrillo.

 Estaba alcoholizado (mucho) y drogado al momento del accidente, en apariencias un descuido suyo.

Uryuu nunca había sido un irresponsable.

 

—¿El conductor del camión? —consultó Ichigo.

—En perfecto estado, mañana le dan el alta —respondió el joven doctor—, por lo que sé el camión volcó por el impacto pero el chofer salió ileso, algunas contusiones leves pero nada de importancia.

—¿Otros heridos?

—No, no… sólo ellos dos.

—¿Iba alguien más con el paciente? ¿con Ishida? —se corrigió.

—No, ambos iban solos. O eso creo, al hospital llegaron ellos dos nada más —como facultativo podía estar al tanto de todo lo concerniente a sus pacientes, pero el resto ya escapaba de su interés como profesional.

—Gracias —Kurosaki decidió dejarlo libre para ir en busca de Ryuuken.

 

Lo encontró, luego de mucho buscarlo, en la terraza. Fumaba un cigarrillo con un semblante estoico e inconmovible, como si no aconteciese nada estremecedor a su alrededor. Hasta en eso se parecía con el hijo.

 

—Estará bien —fue lo único que supo decir Ichigo tratando de no mirar el cigarrillo.

—Lo sé —contestó con confianza y seguridad.

 

Ryuuken negó con la cabeza en un gesto gracioso de incredulidad dándole una última pitada al cigarro. Hasta en eso Ichigo se parecía a Isshin. Eran de meterse en todo y estar preocupados por todos sin que nadie se los pidiese, pero tenían una particular forma de confortar.

 

—¿Vamos a trabajar? Que en teoría es lo que hacemos aquí —Ryuuken se encaminó hasta la puerta siendo seguido por Ichigo.

 

Aguardaron todo el día por el parte médico, Uryuu había salido de quirófano y para la noche de terapia intensiva, no corría un riesgo mayor, había perdido mucha sangre pero nada que en batallas anteriores no hubiese padecido. Fue puesto en una habitación especial para él solo. No por nada era el hijo del director.

 

 

Despertar y presenciar la “amabilidad” de su padre era lo último que deseaba en ese momento, pero lo percibía a Ryuuken blando, no adivinaba por qué, quizás los años lo habían suavizado.

 

—Casi mueres idiota.

—Qué lástima —una media sonrisa—digo, por el casi.

—Sí, el problema es que casi —remarcó la palabra—te llevas a alguien contigo.

 

Si vas a morir hazlo solo, no arrastres a los demás contigo” ¿eso era lo que estaba queriéndole decir? Recordó de súbito el choque, el camión volcando y el ruido ensordecedor. Comenzó a dolerle la cabeza.

 

—¿La persona que iba manejando? —consultó con dificultad, apenas podía hablar y sentía una presión en el pecho a causa de las fracturas—¿Hubo heridos?

—No, por suerte —el reproche siempre implícito. —Estás quebrado como un huevo —señaló el arnés que le impedía mover la pierna derecha—así que pasarás un tiempo aquí.

—¿Cuánto?

—El que te tome recuperarte —espetó con dureza, como si estuviese diciéndole: bien merecido te lo tienes.

 

Llevó una mano al estomago notando que incluso se había fracturado algunas costillas. Dolía, y eso pareció traducirse en sus ojos puesto que su padre se acercó al suero para desajustar la chapa del mismo calculando el goteo.

 

—¿Mis lentes?

—Y te preocupas por tus lentes —chistó en un murmullo.

—Mis cosas —reafirmó.

—Las tengo yo, en la oficina ¿por qué tanto interés, tienes algo que ocultar?

 

Ishida elevó las cejas y no se dignó a responder.

 

—Les pediré que te traigan el desayuno ahora.

—No tengo hambre —rechazó mirándose el yeso del brazo izquierdo, es que tampoco así podría comer.

 

Ryuuken tampoco le respondió, leyó la historia una vez más para ver si había habido algún cambio en la mañana y se marchó del cuarto sin dedicarle una última mirada. Vaya que estaba enojado. Era tan fácil —al menos para Uryuu— hacerlo enfurecer.

 

 

Kurosaki esperaba volver a verlo pero no en esas circunstancias, caminó con el paso firme que todo doctor presume, a través de los pasillos, no obstante esa energía fue menguando a medida que se acercaba a la habitación.

Ingresó con el ceño fruncido, sin reparar en la sonrisita que su viejo gesto le había arrancado a Uryuu, fue él quien habló:

 

—Ok, Kurosaki si vienes con esos ánimos puedes marcharte —el muchacho de pelo naranja no se molestó en responderle, se acercó a la planilla al pie de la cama y la leyó.

—¿Cómo estás?

—Creo que bien.

—La sacaste barata.

 

El mismo reproche tácito en la mirada, suspiró volviendo a reiterar:

 

—Ya, tengo bastante con mi padre como para encima tener que soportarte a ti.

 

Ichigo desvió la vista a la planilla y garabateó en ella, luego volvió a mirarlo con la misma rudeza del inicio.

 

—¿Qué me miras así? —se molestó el Quincy, podía tolerar un reproche de Ryuuken, bien o mal era su progenitor, pero no de cualquier otra persona.

—En el momento del accidente estabas muy alcoholizado, y se descubrió una sustancia en la sangre… —fue sutil.

—¿Sí, y qué?

—¿Desde hace cuanto que consumes?

—Solo son pastillas y nada más las tomo cada tanto —luego reparó en un detalle—Además, ¿qué carajo te importa?

—Soy tu doctor —se ufanó.

—¡En tus sueños! —Vio que asentía—Pediré que me cambien de doctor entonces—intentó incorporarse para llamar a la enfermera pero Kurosaki le puso, con delicadeza, una mano en el pecho.

—No te muevas, tienes que estar quieto.

—¿De verdad eres mi doctor? —consultó con evidente desesperación.

—¿Algún problema?

—Eres muy joven.

—Prejuicioso —espetó Kurosaki entre dientes cambiando el suero casi vacío por uno lleno, trabajo de las enfermeras pero que no le costaba nada hacer. —Y no te preocupes, yo no lo soy.

—Entonces… ¿Qué haces aquí?

 

Esa pregunta la encontró ofensiva. Ichigo tardó en responder, volteó y lo miró, ya no con dureza, su gesto neutro no le indicaba nada al Quincy. Parpadeó y realizó un movimiento con la cabeza instándolo a responderle.

 

—Es obvio —frunció la frente, parecía que quería decir mucho más pero en eso quedó.

—¿Por qué es obvio?

—Eres mi amigo.

—Nunca lo fuimos —contradijo arqueando las cejas, con desmesurada y fingida felicidad.

 

Como las viejas coquetas de alta suciedad que sonríen pero en el fondo ven a uno cual escoria de la sociedad.

 

—Oh, vamos Ishida —estaba harto de todo eso—¿Puedes madurar?

—¿Yo? —se removió inquieto y el arnés acompañó el movimiento con el característico ruido—Tú pareces haberte quedado en el pasado Kurosaki. Nunca fuimos amigos —recalcó con cierto deje de fastidio—¡No lo somos! Así que no tienes excusas para venir aquí.

—Eres una patada en el culo, como siempre, Ishida.

—Un placer —ironizó con exageración.

—Y un inmaduro —notó la mirada del pelinegro y acotó con énfasis—¡Sí! Un inmaduro. ¿Puedes dejar de actuar como si tuviéramos quince años? —luego musitó con más calma—El que se quedó en el pasado eres tú, por Dios… ahora somos adultos ¿o me saldrás con que los Quincy y los shinigami…?

—Cállate —lo censuró entre dientes y con profundo fastidio.

—Mira Ishida, no sé qué mierda te habrá pasado —luego meditó sus propias palabras—o sí sé, no es el caso. Pero esto no es Tokyo, es Karakura.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Tú sabes lo que quiero decir.

 

Sin más se fue de la habitación dando un portazo. Ishida lo maldijo, una y mil veces, desde que le había soltado esa frase se quedó dándole vueltas tratando de encontrarle un significado. Quizás era cierto, desde que había llegado a Karakura no había podido desprenderse del papel que ejercía en Tokyo.

Allí se era necesario estar a la defensiva, más en el ambiente donde él se manejaba. Las personas no eran tratadas como tal. Todos eran enemigos de todos, todos buscaban escalar posiciones sin importarle a quien destruían en el proceso para lograrlo. Todos eran poca cosa, en comparación a él (y en palabras de DJ. No había mejor adulador que él)

Se olvidaba que no estaba en Tokyo, que nadie quería quitarle nada, que no necesitaba apartar a las personas, que podía ser él y no fingir más ser alguien que no era, que no le agradaba pero que en su momento necesitó creer para poder ser fuerte y triunfar.

 

 

Cuando su padre fue a verlo a la noche cayó en la cuenta de que se estaba quedando, ¿por él? No quiso ser tan ególatra. No parecía tan enojado como al inicio, pero se encontraba taciturno, como si buscase la forma de hablar con Uryuu sobre un tema delicado.

Al final no soltaron más que algunas escuetas palabras, Ishida hijo le recalcó al mayor lo mismo que a las enfermeras: No quería visitas, de nadie.

Su padre asintió y de inmediato se sintió idiota: ¿Quién iría a visitarlo? Intentó no mosquearse por el pormenor, por caer en la cuenta de que no tenía nada, ni siquiera amigos que se preocupasen por él; la poca gente que conocía en Tokyo, a excepción de DJ, era gente superficial que no visitaba hospitales salvo por algo concerniente a ellos mismos. Además no le había avisado a nadie que estaba en Karakura.

Sólo Ichigo sería su constante y molestia visita, pese a que una y otra vez le echaba con esa delicadeza tan especial que le había instruido Ryuuken. Era asombroso como año a año se parecía más a él. Huraño, distante, intratable.

Esa tarde estaba de notable mal humor, llevaba dos semanas postrador en cama y aunque le había sacado el yeso del brazo por una rápida y misteriosa curación (luego descubrió que no era yeso sino algo similar para evitar el movimiento) seguía con medio cuerpo inmóvil.

Pensó, de inmediato, en Orihime y cuando Kurosaki lo fue a visitar el nombre escapó de sus labios.

 

—Inoue-san.

 

Pareció ser que había dicho una mala palabra en vez de un nombre, Kurosaki se quedó viéndolo y fue tanto el estupor que Ishida se quedó quieto, incapaz de decir algo, tratando de pensar qué pudo haber dicho o cómo para que Ichigo se quedase así.

El shinigami perdió la mirada a la planilla y musitó.

 

—¿Qué pasa con ella?

—Que venga a curarme.

—¿Y cómo le explicamos a todo el hospital de tu milagrosa recuperación? —cuestionó con tono tranquilo, empezaba a parecerse más a un doctor—Además desde la guerra no ha usado sus poderes y parece que ya no puede —elevó apenas la mirada para estudiar la reacción del Quincy.

 

Le valía poco a él, quería a Orihime allí, cuanto antes, así podía mandarse a mudar. No obstante sabía que Ichigo tenía razón, una pronta recuperación sería tildada de milagrosa y, oh Dios, no quería medios de comunicación encima.

Reparó en un detalle y trató de preguntarlo con calma, pero antes, la cuota diaria de antipatía:

 

—¿Qué haces aquí Kurosaki, no te cansas de dedicarme tu lástima?

—Yo no te tengo lástima. —Luego meditó—O sí, al ver tu comportamiento de adolescente, pero sólo en momentos como estos.

 

Uryuu hervía de la bronca, se notaba que estaba de mal humor y la presencia de Ichigo no ayudaba a hacer el día más llevadero.

 

—¿Almorzaste?

—¿La porquería que dan aquí? —exageró, la calidad de la comida era buena, más tratándose del hijo del director.

—Lo que sea, ¿comiste?

—Sí —musitó con molestia.

—Ayer tuviste fiebre a la noche, es normal.

—Ah, eras tú —recordaba una sombra, difusa, vigilándolo, tocándolo… más bien acariciándole la frente.

—Ayer tuve guardia nocturna.

—¿Y qué haces aquí todavía? —el tono no perdía la dureza.

—Sigo —las ojeras hablaban por si solas, ni siquiera tenía ánimos para sostener una disputa con el Quincy.

 

Se produjo un breve silencio que fue apenas interrumpido por el ruido que ocasionaba el doctor buscando algo en una bolsa. Se cercioró de que todo estuviese y se acercó a la cama del muchacho.

 

—Eres raro pero traté de traer cosas que pudiesen interesarte.

 

Que considerado, pensó Ishida, pero no lo dijo. Estudió lo que había dentro de la bolsa con una curiosidad rayana lo infantil, arrancándole la primera sonrisa al sustituto quien no desaprovechó la oportunidad de reclamarle:

 

—De nada.

 

El Quincy lo miró, reparando en él como si fuese la primera vez.

 

—Déjame ver que trajiste y después van las gracias —libros, en la mayoría compendios de escritores ya fallecidos.

—No hay best sellers, sé que no te gustan.

 

Uryuu reprimió una sonrisa.

Fue más fuerte que él, necesitaba hacerle entender cuál era su lugar:

 

—¿Y tú que sabes de mi? Hace diez años que no nos vemos.

 

Tenía razón, los gustos podían cambiar con el tiempo. Ichigo guardó silencio, como si estuviese dolido, entonces Ishida se vio en la obligación de acotar:

 

—Pero tienes razón, al menos en eso no he cambiado.

—Y sí en todo lo demás —murmuró con calma, casi con dolor.

 

El Quincy levantó la vista escudriñando al shinigami, éste buceó en los ojos oceánicos de Uryuu; pudo verlo, detrás de esa muralla de hielo se escondía el Quincy altanero que él había conocido, ese que se preocupaba por sus amigos sin demostrarlo, ese que hacia todos sus movimientos, desde las sombras, para ayudar a sus seres queridos.

Se rehusaba a creer que ese Ishida había muerto; las personas pueden cambiar, pero en esencia siempre son las mismas.

Lo vio con nitidez en la expresión del convaleciente, el Uryuu que él había conocido yacía allí, dormido. Esperando tal vez por el beso de su príncipe para despertar. Uryuu sonrió, en su adolescencia su príncipe azul era ese chico de cabellera anaranjada; y la sonrisa se volvió carcajada al imaginar lo que pensaría Kurosaki de saber eso que tan bien había sabido guardar.

 

—¿Qué es tan gracioso?

—La cara de idiota que tienes, Kurosaki —desvió.

—Bien, volvemos a los viejos tiempos.

 

Notó en el tono de voz que ya no había “distancia”; que ya no buscaba herirlo y apartarlo. Le había salido débil, cual protocolo que ellos han de seguir como regla Universal e inamovible.

 

—Gracias.

—Era hora —reprochó Kurosaki—¿Te están atendiendo bien?

—Como un príncipe —y no exageraba, no hubo sarcasmo en sus palabras—Tanto que agobia ¿Quién les dijo, por todos los Dioses, que soy el hijo del director?

 

El turno de reír fue el de Ichigo, luego otro silencio de esos incómodos sobrevino, de repente ambos tenían mucho por decirse y preguntarse. De pasar a estar diez años sin saber en lo absoluto nada del otro en dos minutos tenían esa imperiosa necesidad de saberlo todo y a la vez.

Kurosaki pareció ser quien reunió coraje para abrir la boca, pero fue interrumpido por la enfermera de turno.

 

—Doctor —la chica, muy jovencita, señaló a sus espaldas—, la policía está aquí y quieren hacerles unas preguntas al paciente.

 

Kurosaki miró y vio a dos uniformados, pensó que tal vez por el accidente, aunque un poco tarde venían a acordarse, asimismo recordaba que ya habían estado el mismo día. Asintió permitiéndoles pasar pero la expresión de Uryuu rogaba por lo contrario.

Él sabía por qué estaban ahí y estaba dispuesto a declarar otra vez, pero la presencia de Ichigo le incomodaba.

Por fortuna fueron los policías quienes le pidieron que se retirase, aun así Kurosaki se quedó tras la puerta, Ishida pudo verlo a través de la persiana americana… eran tan idiota. Eso no se iba con los años.

Las preguntas obvias y las respuestas, por demás, obvias; ¿por cuánto tiempo más iban a seguir molestándolo con lo mismo? Además su abogado había arreglado todo, en teoría. Recordó el teléfono apagado, quizás había recibido un aviso o citación y no se había aparecido (lógico).

Cuando los policías se fueron Kurosaki ingresó de vuelta con el ceño levemente fruncido. Ishida tenía la mirada perdida, puesta en la blanca pared.

 

—¿Vinieron por lo del chico que falleció? —por fin lo soltaba.

 

La mirada del Quincy ahora se posó en él, con desesperación y fastidio.

 

—¡Vete! —¿Cómo lo sabía? ¿Desde cuándo lo sabía? ¿por qué no le había dicho que ya lo sabía? Odiaba su vida pública, en el presente más que nunca. —¡Vete Kurosaki! —tomó uno de los libros que el mentado le había traído y se lo arrojó por la cabeza, en su situación era lo único que podía hacer.

 

La intranquilidad de Uryuu no era nada sano, para ninguno de los dos. Ichigo suspirando y sin decir nada giró y se marchó de la habitación. Por fortuna terminaba su turno y podría irse a casa a descansar.

Uryuu arrojó el resto de los libros que estaban sobre la cama a un costado dando a parar sobre el piso, y se quebró.

Quizás porque se había dado cuenta que el tiempo no había cambiado a Ichigo, seguía siendo condenadamente adorable y sensible con el sentir de los demás. Eso le crispaba los nervios, no necesitaba su amistad ni su lástima, ni mucho menos su empatía.

El shinigami estaba al tanto, debía saber lo sucedido por culpa de las revistas; y algo en él, en su actitud de ir a romperle la paciencia día a día, le decía que no le importaba el escándalo… así era Ichigo al fin de cuentas.

Pero iluso el Quincy si creía que con eso sería suficiente para derrotar al shinigami sustituto. Éste parecía insistir en busca de algo, o bien como si insistiendo lograse “algo”, un cambio en Ishida o tal vez sacarlo de ese sopor. O sencillamente recuperar el tiempo perdido, ese que había dejado pasar por mera cobardía. Se olvidaba que no existía pasado ni futuro, sólo presente; se olvidaba que el tiempo no se puede recuperar y que a veces sí es tarde.

Ishida intentó demostrárselo pero era tan terco que al otro día, por la tarde, lo tenía de nuevo en su habitación. Era su divertimiento diario gritarle al shinigami, empero en esa ocasión y dado lo acaecido no pudo más que quedarse mirándolo con una expresión extraña. Mitad de vergüenza y mitad de enfado por hacerle sentir precisamente vergüenza. Él no tenía porque experimentar ese sentimiento, le valía poco lo que Kurosaki opinase sobre su vida.

¿A quien quiso engañar? Desde chico, en el fondo, siempre le importaron las apariencias y el qué dirán.

 

—Empezamos bien —reparó el shinigami—, todavía no me has gritado.

—Ya me resigné —chistó, perdiendo la mirada.

 

Kurosaki se quedó de pie estudiándolo, parecía triste… no le gustaban las caras tristes, nunca le había gustado presenciar la tristeza de las personas, incluso siendo doctor era algo que no podía manejar muy bien.

Se acercó al Quincy y tomó una silla, percibió el suspiro exagerado de él pero no se inmutó.

 

—Ey, cuando salgas de aquí —balbuceó, tratando de buscar algo que lo sacase de ese estado ¡prefería que le gritase! antes que permanecer así en esa lejanía—me debes un café.

—No te debo nada Kurosaki —murmuró sin mirarlo. Cerró los ojos, debía darle conversación por al menos unos minutos o no se iría satisfecho de allí—¿Y tu hija?

—Con Orihime.

 

La gran incógnita había sido por fin respondida. Poco a poco posó la mirada en el shinigami, éste parecía no querer hablar al respecto, o al menos no había continuado con el tema.

 

—¿Es la madre? —Estupidísima la pregunta pero salió sola, sin que pudiese detenerla.

 

Ichigo sólo asintió en respuesta, entonces Ishida reparó en detalles —era bueno para eso— y necesitó saber más.

 

—¿Yuzu la cuida?

—Cuando trabajamos, a la mañana, porque a la tarde Amaya va a la escuela, igual es sólo por éste año… el entrante empieza la primaria, doble escolaridad. —Recordó el encuentro fortuito de su hija con el Quincy y agregó—: Los martes no puede porque a la mañana Yuzu va a la universidad, sigue la misma carrera que tú.

—Yuzu debe tener… —hizo cálculos mentales.

—Sí, está grande, y siempre fue toda una madraza —arqueó las cejas—, el día que lo sea… —volvió en sí—por eso con Orihime nos quedamos tranquilos sabiendo que la cuida ella.

—¿Y tu padre?

—¿Estás tratando de ser cortés? —le sonrió, era un detalle encantador por parte de Ishida, más a lo que venía acostumbrado con él.

—Estoy aburridísimo Kurosaki —se removió en la cama para sentarse un poco y el arnés acompañó el movimiento. —Hace casi un mes que estoy acá, le hablo hasta a las paredes. Sé la vida personal de cada enfermera.

 

Kurosaki rió con sentidas ganas y decidió darle un poco de conversación, le contó sobre los ex compañeros de secundaria y que había sido de sus vidas, Uryuu no se sorprendió cuando la relación de Yasutora y Karin salió en la conversación, no supo porque pero le pareció natural, hasta casi previsible.

 

—Viven juntos, cerca de la estación de servicio —agregó como dato.

—¿Se van a casar?

 

Ichigo elevó los hombros, no lo sabía pero era cuestión de tiempo, esos dos se querían de verdad y lo más loco es que se entendían a la perfección.

 

—¿Y Yuzu?

—A Yuzu no le conozco novio nuevo —la imagen de Kon surcó su mente como un cometa y frunció la frente ante la idea—, pero supongo que en eso andará y no ha querido decirme nada. —Volvió en sí acotando—Vive todavía con mi papá, ella es muy apegada a él. Y Kon también… Kon se quedó con mi cuarto.

—¿Kon? —sonrió, pero la sonrisa se tornó carcajada—¿Tiene un cuarto para sí solo?

 

Se imaginaba las visitas y la oportuna explicación: “Esta es la sala, éste es el baño y esta es la habitación del peluche”, estalló en risas, Kurosaki entendió su postura y reveló con calma.

 

—Tiene gigai.

—¡No!

—Deberías verlo —asintió—, le queda muy bien aunque no parece japonés —carcajeó levemente.

—Tráeme unas fotos.

—Después te traigo, hay muchas.

—Pero ¿Cómo… un gigai, Urahara…? —preguntó de manera inconexa.

—Urahara se marchó —negó perdido en el recuerdo—, volvió a la Sociedad de Almas. Le hizo el gigai a Kon poco antes de marcharse… Cronológico.

—Es decir…

—Que envejece con el tiempo, tiene un límite de vida coherente con la expectativa masculina de vida actual…

—O sea que saben cuando…

—No —negó con firmeza, había entendido la media oración—, Urahara tuvo el cuidado de no decirnos, a ninguno, y me consta que ni siquiera a mi padre, cuando dejará de funcionar, cuando se apagará.

—Pero si eso pasa, Kon…

—Es un alma modificada —explicó con calma trayendo a la memoria las palabras del tendero—pero un alma al fin, está ligada al cuerpo, si el cuerpo deja de funcionar también su alma. Ojo, que Kon lo quiso así.

—¿Sí? —le sorprendió, aunque se preguntó si aceptaría la inmortalidad o cuasi perpetuidad como premio y no necesitó respuesta, era lógico. Debía ser espantoso ver como los seres más queridos dejan el mundo mientras uno permanece en él.

 

Un breve silencio se instaló, Ishida quería saber más, ahora sí, sin embargo fue Kurosaki el que se le quedó mirando esperando por sus palabras, sin embargo él no estaba allí como visita, una doctora apareció para recordárselos, interrumpiendo:

 

—Kurosaki, te estuve buscando por todo el hospital.

—Hubieses empezado por aquí —se bufó.

 

Ishida sintió una pizca de ¿celos?, la muchacha era tan joven como Ichigo, quizás rondaba los treinta, pero era hermosa, de largo cabello negro y lacio, y le hablaba con demasiada confianza.

 

—El paciente de la 38 se queja de dolor, es tuyo ¿verdad?

—¿El de la gangrena en los dedos? ¿El indigente?

—Sí, además te busca asistencia social por ese tema.

 

Ichigo no parecía querer irse pero no tenía opciones, miró a Ishida y se puso de pie con desgano para irse con ESA, así lo sintió el Quincy, pero de inmediato se reprendió sintiéndose estúpido. Lo que un poco de atención a su insignificante persona ocasionaba, se aferraba a Ichigo porque en ese momento y en esa circunstancia era lo único que tenía, o casi, ya que su padre ingresando le vino a demostrar que al menos algo —no material— en la tierra le quedaba.

Había estado diez años lo más bien, y sólo por una tarde iba a sucumbir. Se consoló diciendo que cuando se fuese de allí esas ideas absurdas y ese sentimiento de necesidad lo abandonarían y volvería a ser el sarcástico, altanero y borde diseñador de moda que había sido en ese último tiempo, ese que no necesitaba nada de nadie y que lo tenía todo.

Sin dudas lo sería, su padre se apersonó para decirle que le sacarían los yesos y que pronto podría marcharse. Pensaba escaparse de igual modo, apenas pudiera moverse.

Como si fuese posible en ese hospital, parecía tener tatuado en la frente “soy el hijo del director”.

 

 

Continuará.

 

Notas finales:

Para que se sitúen (por si no pudieron hacer cálculos en la historia), Ichigo tiene 28 años en éste fic, Uryuu 27 por ser unos meses más chico (las carreras de cada uno tardan entre cuatro o cinco años, la de Ichigo NO es medicina… sino serían como 10). Karin y Yuzu tienen 23 por ende. Del resto hacer cuentas xD

 

El gigai de Kon: http://img526.imageshack.us/img526/4236/taijutsumstrbleachkirib.jpg

 

Como curiosidad extra: En Japón hay empresas especializadas en recibir valijas y transportarla. La gente no anda con bolsos, deja sus cosas en estas compañías (que están en los aeropuertos) y al encontrar lugar u hotel llaman dando la dirección para que se lo alcancen.

 

Muchas gracias por leer ^^. Antes que nada continúo con “Un niño” y vuelvo con éste.

Besos.

 

15 de junio de 2010

Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.

 


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