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Hiroshima, 1945 por Kitta

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Notas del fanfic:

Yu Yu Hakusho le pertenece a Yoshihiro Togashi... QUIERO UN AUTÓGRAFO DE ÉL O.O

Notas del capitulo:

Kitta: Buenos días. Esta historia se me ocurrió mientras estudiaba la lección que tenía que dar sobre la Segunda Guerra Mundial.

Helio: Me alegra que estudies tan bien.

Eleo: ¿Qué te quejas si te sacaste un 10?

Helio: Aún así, no puedo creer que pierda el tiempo del estudio pensando una historia.

Kitta: Lo siento, pero me inspiré. Hablando en serio, cuando me puse a estudiar, me sentí verdaderamente mal cuando leí lo de las bombas atómicas (no es que no lo supiese ya), pero me dió un gran impacto darme cuenta de la realidad.

La bomba atómica a Hiroshima y la de Nagasaki, realizada 3 días después, son hechos verdaderamente lamentables que espero no vuelvan a suceder jamás. El genocidio de los judíos, y todas las masacres que se realizaron en esta guerra fueron desastrosos. Verdaderamente espero que el hombre algún día comprenda en verdad lo que significa la vida de la otra persona.

Hiroshima, 6 de Agosto de 1945:


 


Eran las dos de la mañana y los ruidos de la guerra se oían por todas partes. Disparos, bombas, enfrentamientos. Él cielo parecía caerse y el mundo parecía estar en el Apocalipsis. ¿Cómo es que se había llegado a esto? ¿Acaso no habían aprendido aún la lección de lo que este tipo de guerras podía hacer? En realidad, cualquier guerra, por más pequeña que fuese debía detenerse sin importar como. ¿No habían aprendido eso? ¿Por qué dejaban que algo así sucediese? El hombre se supone es el animal racional. Así nos definía Aristóteles. Creo que se equivocó. Si él viera lo que el hombre es capaz de hacer se daría cuenta en seguida que somos los seres menos racionales que existen. El hombre es el único ser que puede progresar sobre sus instintos, pero también es el único que atenta contra su propio progreso. ¿Es esto parte de la naturaleza?


 


Kurama se lanzó al suelo luego de sentir los disparos que entraron por su puerta y se estrellaron en la pared que estaba detrás de él. Temblaba debajo de la mesa y mantenía los ojos cerrados deseando que ningún disparo le diese a él. Todo Japón tenía la orden de no salir de su casa si se era civil. Aún así, muchos soldados enemigos entraban en las casas y mataban a los ocupantes por el mero hecho de divertirse. Kurama había logrado cerrar las puertas y poner muchos muebles detrás de ellas para que nadie entrase. Sin embargo, la guerra no paraba y se estaba quedando sin provisiones. Se preguntaba cuánto tiempo más es que duraría de ese modo. Deseaba que la guerra terminase y que su amado Hiei volviese a sus brazos. Él día en que le dijo que debía ir a la guerra fue el peor de su vida. Por ser el capitán de la aviación japonesa había logrado que no reclutasen a Kurama, sin embargo, por esa misma razón el debía ir al frente en la batalla contra Estados Unidos. ¿Por qué le sucedía eso a él? Estaba arto de las guerras. Ya había sufrido bastante con la primera cuando era sólo un niño. No quería seguir sufriendo de ese modo.


 


Sólo tenía 2 años cuando la Primera Guerra Mundial azotó el mundo. Kurama para ese entonces no entendía nada y aún dormía en los brazos de su madre quien no dejaba de protegerlo mientras se oían los disparos en la calle. Sin embargo, cuando la guerra estaba por finalizar Kurama ya tenía 6 años y esperaba con ansías el regreso de su padre que había estado batallando en el frente y él aún no conocía muy bien pues era demasiado pequeño para recordarlo cuando se fue. Sin embargo, cuando las fuerzas enemigas abandonaron el país y todo el mundo volvió a sentirse seguro, el timbre de la puerta de su casa no le trajo buenas noticias a la madre de Kurama al sonar. Un soldado sobreviviente de la guerra le entregó una carta y haciendo una reverencia le dijo:


 


-Lo siento.- Era uno de los amigos del padre de Suiichi. ¿Por qué no había venido su padre en vez de él? La madre de Kurama abrió la carta y la leyó. No tardó mucho para que las lágrimas salieran de su rostro y cayera al suelo desconsolada. El padre de Suiichi había muerto en la guerra y jamás regresaría. Ya no podría ver crecer a su hijo y su hijo jamás iba a conocerlo a él. El mundo se le derrumbaba y no iba a poder detenerlo.


 


-¿Mamá?


 


-¡Oh, Suiichi!- Le dijo llorosa y lo abrazó.


 


Desde ese momento su madre debió hacerse cargo de todo. A pesar de que recibía dinero por haber perdido a su esposo en guerra, Shiori había tenido que empezar a trabajar pues los gastos eran muchos como para poder sobrevivir y la crisis amenazaba a la vuelta de la esquina. Debido a que su trabajo era de doble jornada, cada día llegaba más cansada a su casa y no tenía tiempo para encargarse de su hijo. A penas tenía fuerzas como para hacerle de comer y atender sus necesidades principales. Kurama había perdido su sonrisa característica, el brillo de sus ojos y la alegría que todos los niños poseen por ser ajenos a la realidad que azota al mundo. Ahora era más serio e intentaba ayudar a su madre en todo lo que podía. El destino lo golpeaba con fuerza y él no tenía otro remedio más que poner la otra mejilla. Le habían quitado su infancia y su inocencia. Jamás volvería a ser aquel niño de hermosa sonrisa. O al menos eso creyó él…


 


-Buenas.- Le dijo un joven de baja estatura y pelo negro.


 


-Ah… hola.- Le contestó Kurama ruborizado. Ese chico era precioso. Ya se había acostumbrado a darse cuenta que le atraían los chicos. Pero él era demasiado.


 


-Y… ¿Cómo te llamas?- Le dijo un tanto inseguro.


 


-Suiichi Minamino.


 


-Lindo nombre, soy Hiei Jaganshi.- Le contestó alzando su mano para estrecharla con la de él.


 


-Ah… Un gusto.- Le dijo tímidamente y le extendió su mano. La piel de aquel joven era muy suave, como si fuese la de un niño.


 


-Y… ¿Cuántos años tienes?


 


-21


 


-Oh…


 


-¿Y tú?


 


-20. No estamos tan lejos ¿eh?


 


-jeje. No. Es cierto. Creí que eras más pequeño.


 


-Si, la gente suele pensar eso por mi estatura. Pero no.


 


-Ya veo. De mí suelen creer que soy una mujer. ¿Tú no pensaste eso verdad?


 


-No, claro que no. Se te nota por eso.- Le dijo y señaló su parte alta y luego la baja.


 


-Claro.- Contestó más rojo que su propio pelo.


 


-¿A qué te dedicas?


 


-Pues estoy estudiando biología y trabajo en un jardín botánico.


 


-Ya veo.


 


-¿Tú?


 


-Aviación. Me encanta volar. Sobre todo de noche. Ver las luces de la cuidad desde el cielo debajo de ti y las estrellas arriba… es increíble.


 


-Guaw…- Dijo sorprendido.


 


-Oh… tengo que irme. Se me hace tarde… Em… y… ¿Quisieras verme otra vez? Es decir, ¿Puedo verte otra vez?


 


-Claro.- Le vuelve a decir más rojo que antes. De seguir así ya no se notaría la diferencia entre su cara y su pelo.


 


-Pues… si me das tu número yo te llamaré.


 


-Ah… si. Claro.


 


Después de darle el número y de que aquel hermoso chico se fuera se dispuso a regresar a su casa. Cuando llegó su madre le abrió la puerta y le dijo apresurada que había alguien esperándolo en el teléfono hacía sólo unos segundos y que no le había cortado solamente porque había escuchado que él ya había llegado a casa. Kurama atendió y fue Hiei quien le dijo desde el otro lado…


 


-Sólo era para cerciorarme de que no me diste el número equivocado.


 


-jejej. Claro que no.


 


-Bueno… entonces te dejo. Te estoy llamando desde la casa de un amigo. Pero debo irme. Hoy tengo curso.


 


-Claro. Adiós.


 


-Fue un placer conocerte. Espero verte pronto de nuevo.


 


-Estoy seguro.


 


-Adiós.


 


-Adiós.- Dijo y le cortó.


 


-¿Quién era, amor?


 


-Un chico que acabo de conocer.


 


-Vaya… ¿Y ya le diste el número?


 


-Ah… bueno.


 


-Con razón se te ve tan iluminado. ¿Te gusta?


 


-Pues.- Su rubor continuaba extendiéndose por todo su rostro.


 


-Sólo quiero que seas feliz. Así que tráelo a casa pronto.


 


-¡Mamá!- Le reprochó Kurama todo rojo. Sin embargo, estaba feliz de que su madre lo aceptase tan bien.


 


Ese fue el primer encuentro que tenía con Hiei. Pero no iba a ser el último pues desde ese día continuaron viéndose diariamente sin faltar un solo día. Un año después Hiei le confesaría su gran amor, muerto del miedo ante un Kurama enormemente feliz y llorando sin parar. Finalmente, pasarían otros cinco años para que su peor pesadilla volviese a amenazar su hermoso sueño. Alemania se estaba extendiendo por toda Europa y a pesar de que la guerra parecía lejana allí, en la punta de Asía; Japón, deseoso de más poder, se unió a la guerra con las potencias del Eje. El bando de su país parecía el más propenso a ganar, sin embargo, eso no quitaba el hecho de que su adorado Hiei, que le había devuelto la felicidad que creía perdida, tuviese que ir a la guerra. Kurama le hizo prometer que volvería sin importar nada y Hiei le abrazó con fuerza diciéndole que lo amaba más que nada en el mundo. Mientras su amado seguía llorando, Hiei se despedía de Kurama y lo miraba con algo de tristeza. Sabía que tenía que tener mucha suerte para poder volverlo a ver, sin embargo, haría todo lo posible para cumplir la promesa que le había hecho. Después de todo, ver una última vez a Kurama era lo que más deseaba en el mundo.


 


No obstante, los 6 años que había pasado sin ver a su amado ya se estaban volviendo un gran martirio. Al principio recibía las cartas que Hiei le enviaba y las leía lleno de felicidad al saber que aunque quizá no volvería a verlo, aún permanecía con vida y estaba pensando en él. Hiei le comunicaba todo lo que estaba sucediendo fuera y se esmeraba en expresarle en todo momento el gran amor que sentía y lo mucho que lo extrañaba y Kurama atesoraba las cartas como el único recuerdo que tenía de Hiei. Aún así, desde que la guerra se había trasladado a las ciudades había dejado de recibir las cartas. ¿Estaría su amado bien? ¿Cumpliría su promesa de volver? Lo extraba tanto que no sabía que hacer para sentirlo un poco más cerca. Abrazar con fuerzas las cartas ya no era suficiente para él. Lo quería a su lado. Lo deseaba demasiado. Hacer el amor antes de irse por última vez no había sido suficiente. Extrañaba el cuerpo y los besos de Hiei.


 


De pronto los disparos se detuvieron. Debían ser las tres de la mañana. Los soldados enemigos se estaban retirando. ¿Qué era lo que sucedía? ¿Acaso había finalizado la guerra? Un destello de felicidad abrumó su corazón y Kurama no pudo evitar sonreír. Sólo deseaba que su amado continuase vivo para poder ser más feliz a su lado. Ya habían pasado cuatro horas desde que no se oía ningún disparo. ¿En verdad había finalizado la guerra? Kurama cerró suavemente sus ojos y se dispuso a dormir. Por primera vez en mucho tiempo, habría tranquilidad. Sin embargo, su anhelado deseo no iba a cumplirse. Las alarmas de ataque aéreo comenzaron a sonar en toda la ciudad y si bien decían que no era de preocuparse pues sólo eran tres aviones como medida de precaución se recomendaba ir a los refugios antiaéreos… Kurama no tenía ese tipo de refugio. Abrió la puerta y pudo ver como tres naves enemigas volaban sobre la ciudad. No faltó mucho para que arrojasen algo a la tierra. Hubo un silencio sepulcral, como la calma antes de la tormenta, a ello le siguió en enorme resplandor parecido al de un rayo y finalmente un ruido ensordecedor hizo aparecer un hongo de humo que enterró a la ciudad en pánico. Fue lo último que pudo ver Kurama.


 


-Capitán… ¡Capitán Hiei!- Gritaba uno de sus subordinados.


 


-¿Qué sucede Yusuke?- Eran apenas las 10 de la mañana, no solía ver a su amigo a esa hora.


 


-Señor… Kurama…


 


-¿Qué sucede con él?- Le cuestionó esta vez preocupado.


 


-Hiroshima…


 


-¿¡Qué Yusuke!?- Decía ya desesperado.


 


-Lanzaron una bomba atómica señor.


 


-¿Q-qué? N-no… No puede ser.


 


-Ya han muerto 140.000 personas señor. Y siguen aumentando.


 


-N-no.


 


Hiei estaba destruido. Tomó el informe que Yusuke le extendía y lo leyó. A las 8.15 de la mañana, la ciudad de Hiroshima fue bombardeada por tres naves estadounidenses dejando un saldo de 140.221 personas muertas... El corazón se le partía y sentía su mundo caer ante sus ojos. Su adorado Kurama seguramente no había podido sobrevivir. La bomba había caído a pocos metros de su casa. Él ni siquiera tenía refugio. Y aunque lo tuviese, aún así, a esa distancia era muy difícil sobrevivir. Había perdido lo único que le daba un motivo de existencia. Las lágrimas que caían de sus ojos le nublaron la vista. Arrugó el papel en su mano volviéndolo un bollo y lo arrojó al suelo. Miró a uno de sus costados. Un avión con la inscripción “Kamikaze” se erguía delante de él, desafiándolo a montarlo. Kurama le había prohibido acercarse a esos aviones. Los pilotos de ellos eran suicidas y una vez que se subían a ellos no volvían a bajar. No regresarían a sus hogares. No vivirían más. Hiei se había dedicado a los aviones que se mantenían lejos de los Kamikazes bombardeando desde las alturas pero no haciendo locuras. Sin embargo, ahora Kurama ya no estaba y no tenía hogar al cual volver pues una casa sin Kurama no merecía llamarse hogar. No tenía ningún motivo para bajarse de ese avión una vez hubiese subido a él. No tenía ya, razón de existencia.


 


-Yusuke. Te agradezco haber estado a mi lado todo este tiempo. Fuiste un gran apoyo. Pero ahora debo hacer lo que mi corazón dicta.


 


-Señor…


 


-Haberme convertido en capitán y volar a tu lado fue lo más grandioso que me ha pasado este último tiempo.


 


-Hiei… amigo.


 


-Moriré haciendo lo que más amo, después de Kurama.


 


-No, por favor…


 


-Arreglaré un par de cosas. Por favor. No me detengas y no le digas a nadie.


 


-Fuiste un gran amigo desde el primer momento.


 


-Me alegra haber volado a tu lado.


 


-A mí también. Fue un placer.


 


La noche se estaba poniendo y Hiei había dejado todo en orden para poder partir. Había escrito un testamento en el cual dejaba a Yusuke como recomendación para Capitán y se había despedido de su hermana con una carta. El Kamikaze lo esperaba en la espesura de noche, como si fuese la misma muerte. Hiei suspiró alargadamente y apoyó una de sus manos en aquel imponente pedazo de metal.


 


-Bueno… será la última vez que volemos amigo… Se supone que el capitán se hunde con su barco, ¿no? Disfrutaré de este vuelo pues a partir de ahora no dejaré de volar jamás. Nunca importó en verdad quien ganase esta guerra. Yo sólo deseaba que terminase para poder volver a estar al lado de Kurama. Al fin a acabado para mí. Se acabará, en el momento en que tú y yo ya no podamos volar más, está guerra para nosotros terminará. Y sólo así podré volar al lado de mi Kurama para siempre. Espero que al final, todos se den cuenta que con violencia nada van a conseguir, y noten de una vez por todas su propia fragilidad. Porque solo en la muerte nos damos cuenta de lo débiles que somos en realidad.


 


Hiei se subió al avión y lo arrancó. Sentía como se movía con suavidad y emprendió el vuelo sin volver a ver atrás. Arriba las estrellas ya se mostraban arrogantes al saberse tan ajenas al enorme conflicto que en aquella tierra se producía. Ellas no morirían. No hoy. Permanecerían allí. Tranquilas. Sin que nadie se atreviese a molestarlas. Hiei volaba despacio. No tenía apuro alguno. Primero, quería ver por última vez la ciudad de Hiroshima. Voló lentamente sobre la misma pero no pudo ver nada. Estaba en ruinas y no había una sola luz que diera rastros de vida. A los lejos vio las ruinas de la casa de Kurama, pero no pudo ver nada más. La oscuridad lo tapaba todo como si fuese impropio molestar a aquellas personas que descansaban en paz. Las lágrimas de enorme dolor volvieron a recorrer sus mejillas y por unos instantes Hiei cerró sus ojos para suspirar y tomar valor. No tenía miedo a morir. Sólo temía que Kurama no le perdonase aquello. Sólo estaba abrumado por haberlo perdido de ese modo. Por no haberlo podido proteger. Era un inútil. Nunca había podido proteger a sus seres queridos. Así como perdió a su madre ahora también había perdido a su Kurama. Se sintió un poco aliviado al notar el movimiento del avión. En verdad amaba aquello. Las estrellas arriba y las luces abajo, aunque lejos, pues en aquella ciudad ya no quedaba ninguna. Notó como poco a poco comenzaba a llover como si el cielo sintiese su propio dolor y comenzase a llorar a su lado para ablandar su pena. La hora había llegado. Era el momento preciso para partir. Sólo necesitaba un objetivo y aquel acto acabaría con su vida para permitirle encontrarse con Kurama. Las lágrimas saladas del cielo, caían lentamente. El agua ya había llegado al suelo, y seguramente también habría limpiado la sangre de aquellas personas muertas. La naturaleza se estaba apiadando de ellos e intentaba borrar los rastros de sufrimiento. Sin embargo, había algo que nunca iba a poder borrar. Los recuerdos quedarían. En las mentes permanecerían y Hiei rogaba que nunca se olvidasen de ellos. Algo tenía que quedar, o de otro modo, la humanidad volvería a condenarse a sí misma hasta el fin de los tiempos.


 


-Kamikaze… Es un lindo nombre para un avión. Al menos… a mí me parece así. Aunque la misión para la cual fueron creados no sea la correcta. El viento nunca dejará de ser divino. Siempre desee poder sentirlo en mi rostro mientras conducía un avión. Déjame, mi hermoso Kamikaze, sentir el viento del cual tanto alardeas.


 


Hiei se puso la máscara para poder respirar y quitó la pantalla de vidrio que lo protegía del viento. Verdaderamente, era un viento divino. A pesar de la fuerza contra la cual azotaba su cara, el viento parecía estar besando a Hiei por todo su rostro. Con dificultad vio a lo lejos un navío estadounidense que atacaba las costas de Japón. No faltó mucho para que se dieran cuenta de que un avión se dirigía a ellos, pero ya era demasiado tarde para ese navío. Hiei había emprendido un vuelo directo y a gran velocidad hacia ellos. El viento le golpeaba con tanta fuerza que estaba perdiendo el conocimiento. Pero no importaba. El objetivo ya estaba fijado y no iba a fallar. Y así fue. El gran Kamikaze se estrelló con el navío impactando de tal manera que en cuanto las bombas explotaron, el mismo se hundió con el avión dentro suyo.  


 


-“Nos veremos pronto… Kurama”

Notas finales:

Para tener en cuenta: No estoy segura de si hubo una guerra en medio de Hiroshima. Sí lo hubo en otras 76 ciudades de Japón, pero exactamente Hiroshima no sé.

Los aviones de japón no tenían inscripto el nombre: Kamikaze. Éste es un término que les pusieron los traductores estadounidenses a aquellos pilotos que se suicidaban con los aviones para atacar a los navíos de EE.UU. Ellos en realidad utilizaban el término de: Shinpū tokubetsu kōgeki tai.

Pero por obvias razones les deje el que la gran mayoría deben conocer. Esto lo aclaro para que no den mal su lección de historia cuando les tomen la segunda guerra mundial. jejej. Esta historia no prentende ser una réplica idéntica de lo que fue esa guerra sino una alusión de todo lo que esa guerra significó. Espero les haya gustado.


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