Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

“Quizás no es amor” (El nombre de la Rosa) por Natrium

[Reviews - 29]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Esta historia es un relato lateral para la novela: “El Nombre de la Rosa” de Umberto eco. Comienza un poco antes y termina un poco después. No es necesario haberla leído para entender esta historia (creo).


“Una historia de robos y venganzas entre monjes de poca virtud.” Umberto Eco


advertencia: Muerte de TODOS los personajes. Menos de uno.


Dedicado a mi amiga Nezal,( mas allá de que le guste o no este relato )quien, cuando citó la abadía en su fic, me decidió a terminar de escribir este, mi punto de vista sobre la historia de Eco, a quien tambien le dedico este desastre a modo de homenaje.

Cap1

 

“Berengario”

 

Italia, Siglo XIV.

 

Berengario era muy joven. Y era monje.

 

Caminaba bordeando un precipicio impresionante. Un muro bajo lo separaba del abismo. De rato en rato se trepaba para mirar abajo. El viento soplaba salvaje sobre él y amenazaba con llevarse su hábito benedictino. Tenía los ojos de un pajarito al que la madre hubiera echado tempranamente del nido.

 

A su espalda estaba la abadía. Giró la cabeza y la miró un segundo con desdén: Una vieja mole sin gracia, como todas las abadías benedictinas, aunque esta tenía la particularidad de estar construida sobre una montaña…más bien parecía haber sido tallada en ella - pensó - por eso tenía como resguardo en uno de sus flancos aquel magnífico precipicio.

 

Se inclinó sobre el muro una vez más y dejó que el viento le arrancara la capucha y lo despeinara completamente.

 

Rió a carcajadas, aquello era tan intenso…le encantaba.

 

¿Qué pensarían los otros monjes si lo vieran haciendo eso? bueno, ya pensaban bastantes cosas sobre él sin necesidad de ver nada. A eso se le llama fe, ¿no? Creer sin ver, creer en Dios, creer en las cosas que se dice de la gente…

 

Dejó de reírse, pensó en su madre, lejos, en Alemania, con sus vestidos tan hermosos…tal vez ya nunca volvería a a verla…una punzada de dolor en el corazón. Un suspiro para ahuyentarlo.

 

Hacía tiempo que estaba viviendo aquí. Y era un honor para su familia. Era además ayudante del bibliotecario y su probable sucesor…más honor aun.

 

La Biblioteca… se decía que era la más completa de todo el mundo cristiano. Monjes de todas partes llegaban a la Abadía en busca de sabiduría, de escritos que no podía encontrarse en ningún otro lugar. Algunos por un corto tiempo, otros para quedarse…

 

¡Maldita biblioteca! Si por él fuera, ni hubiese aprendido a leer…se dijo Berengario un poco amargado.

 

Ahogó otro suspiro y contempló a lo lejos la torre del monasterio, en donde estaba el famoso amontonamiento de pergaminos amojosados.El viento le sopló en el pelo de nuevo y otra vez su corazón estuvo alegre. Trepó de un salto al murito, se sentó con las piernas colgando en el vacío y se puso a cantar, a cantar de verdad, algo bonito, no como esos tétricos lamentos que entonaban sus hermanos, los otros monjes, durante los oficios religiosos.

 

¿Era necesario que pusieran esas caras cuando cantaban en misa? - recordó los rostros, la solemnidad afectada, la mirada extraviada…qué payasos. - volvió a reírse a carcajadas. Tenía que aprovechar y reír hasta cansarse ahora, porque dentro de la Abadía no se podía. No es que estuviera prohibido, pero no se veía bien… Y el viejo Jorge últimamente no lo dejaba en paz.

 

Jorge era un monje muy anciano, que estaba ciego. Tenía mal humor permanente, en opinión de Berengario, pero si escuchaba risas… era el fin. Dos días atrás, justamente, había tenido que soportar casi una hora de reconvenciones por reír cerca del anciano. En un momento pensó en dejarlo hablando solo…como no podía ver…por supuesto no lo hizo, pero casi volvió a reírse mientras maquinaba eso.

 

Una nueva ráfaga de aire le trajo un olor pestilente. Es que todos los deshechos de la Abadía iban a parar ahí abajo, al precipicio. Berengario volvió a inclinarse para ver el fondo. Así y todo aquel era su lugar favorito…

 

Giró la cabeza un poco sobresaltado, le pareció que había oído voces…no quería encontrarse con nadie, miró nerviosamente hacia los lados…nadie. Seguramente el viento traía las voces de lejos…

 

Era mejor regresar a la Abadía ya. Antes de que se hiciera de noche. Tenía que atravesar el cementerio para volver a los dormitorios y no quería hacerlo en la oscuridad - rió de su temor y empezó a caminar - además Malaquías, el bibliotecario iba a regañarlo si se demoraba de nuevo.

 

Malaquías, era también alemán, como él, por eso había tomado como ayudante a Berengario…o eso se suponía…más bien, eso se suponía que debía suponerse… ¡Ba! Montón de hipócritas, como si no fuese evidente lo que pasaba entre ellos…

 

Pues bien, si tenía que ser el amante de un viejo, por lo menos lo era de uno que hablaba su mismo idioma, y que iba a dejarle un buen puesto…

 

Berengario pateó una piedrita, que rodó lejos y fue a estrellarse contra una tumba antigua. Ya iba por la mitad del cementerio. Escuchaba claramente el ajetreo en el interior de la Abadía que se preparaba para la cena.

 

Aminoró el paso. La verdad, no estaba con ganas de tener a Malaquías babeando sobre él todavía…tenía a otra persona en mente. Sonrió para sí y caminó hacia las dependencias en que funcionaba el hospital.

 

Espió por la puerta semi abierta. Severino, el monje herbolario y encargado del lugar acomodaba apresuradamente frascos y libros sobre un mesón, pronto a cerrar todo y asistir a  misa antes de la cena.

 

Severino era tan viejo como Malaquías, pero tenía la mirada vivaz de un chico. Nunca le había dicho nada fuera de lugar, pero a veces lo miraba de una manera…Berengario se preguntaba si podía ser que ese hombre sintiera cosas por él…sonrió maliciosamente y comenzó su actuación.

 

-Hermano Severino - dijo con voz lastimera, y entró en la enfermería agarrándose la cabeza.

 

-¡Hey! ¿Cómo estás?- respondió el herbolario sin dejar de ordenar sus frascos.

 

- Mal… - Berengario se dejó caer en un banquito- me duele mucho la cabeza…

 

-¿Otra vez? ¿Y las hierbas que te di la semana pasada? ¿Las tomaste?

 

- Ya se me terminaron… - recostó medio cuerpo sobre el mesón con los ojos cerrados… aunque se moría por ver si Severino lo estaba mirando… pronto sintió las manos firmes del herbolario acariciándole el pelo.

 

- mmm… ¿tan pronto?¿por qué te duele tan seguido? Tal vez algo que comes no te cae bien… - dijo Severino, con ese tonito que Berengario no sabía si interpretar como un doble sentido o no.

 

El joven miró con un solo ojo y se le escapó una sonrisa, Severino estaba sentado muy cerca de él y lo veía con una sonrisilla de lo más enigmática a su vez.

 

- Puede ser… - ronroneó Berengario,  volvió a cerrar los ojos y se las arregló para girarse de forma tal que el hábito, le quedó desarreglado, levantado, dejando ver bastante piel. Tobillos y un poco de piernas, claro.

 

Oyó que Severino suspiraba y se levantaba. Abrió los ojos y lo vio volver a su lado.

 

Severino dejó unas hierbas sobre la mesa, tomó el rostro de Berengario y lo miró intensamente.

 

- Pues creo que tienes un poco de fiebre - diagnosticó.

 

El chico le devolvió la mirada y sonrió un poco - ¿si? - dijo bajito.

 

- Si - dijo el otro y se levantó - Así que te vas a dar un buen baño, y pones estas hojas en el agua - agregó señalando las plantas que había traído. Luego, sin darle tiempo a nada a Berengario, se inclinó sobre él, casi se acostó sobre él, tomó el borde de su hábito y lo estiró hacia abajo cubriéndole las piernas.

 

- Y…no te estés enfriando - agregó con su indescifrable sonrisa. Luego se enderezó y salió.

 

Berengario se quedó un rato más medio acostado en el mesón, divertido.

 

Hacían ya varios meses que estaban jugando a eso con Severino. Berengario lo seducía, aunque no abiertamente, el herbolario se hacía el desentendido al comienzo, pero luego con algún acto o frase, le demostraba que lo comprendía perfectamente y se iba. Sin aceptarlo pero tampoco rechazarlo. Después comenzaban de nuevo. Pero era eso, un juego nada más…un juego bastante estúpido. Berengario se acostó completamente sobre la mesa y se abrazó a si mismo imaginando que era Severino quien lo tocaba…bueno, ya estaba listo para Malaquías. Se levantó de un salto y cerró bien la puerta del hospital (Severino había dejado la llave en la puerta, solía hacerlo siempre que Berengario iba a esas horas a buscar “alguna medicina”)

 

Berengario salió caminando despacio, la misa ya había comenzado, no iría a la capilla y a la cena…tampoco. - decidió - Esperaría a Malaquías en su celda, directamente.

 

 Por alguna razón allí los dormitorios no eran comunitarios, lo que facilitaba un montón de cosas…

 

Pasó por la cocina para comer algo primero.

 

Los sirvientes también estaban en misa así que debía estar desierta. Entró y un par de ojos de animal se posaron en él. Una voz destemplada y grosera dijo:

 

-¡Domini Nostri Yesu Christi Tenga pietá di nos et pirdone tutte nostro peccata!del alma, dil corpo et dil non oire la missa…

 

Dijo esto  o algo muy parecido. Esta voz pertenecía a Salvatore, también los ojos de animal.

 

Este hombre era también un monje, aunque más pareciera un mendigo. Desempeñaba las tareas que su intelecto le permitía. Vivía en la abadía por caridad, suponía Berengario.

 

- Salvatore - le dijo el jovencito a modo de saludo y pasó por su lado apresurado. Tomó un gran trozo de pan de un canasto, no había otro comestible a la vista.

 

Salvatore dejó de masticar (también estaba allí en busca de comida por lo visto) y giró hacia él ofreciéndole un tazón con manteca mientras exhibía una sonrisa negra y de pocos dientes.

 

- ¿Gusta il niño bonito?

 

Berengario sintió una repugnancia terrible. Indicó que no con la cabeza y Salvatore siguió tragando feliz.- compartir con los humildes no era lo suyo - pensó mientras apresuraba a Salir de allí, con las tripas revueltas.

 

Casi chocó de frente en la puerta con un hombre bajo y robusto.- ¡Cuidado! - dijo - ¿para qué tanto apuro? La misa comenzó hace rato. Clavó los ojos en Berengario y se pasó la lengua por el labio superior.

 

Este hombre se llamaba Remigio, había llegado algunos años atrás junto con Salvatore. Era otro monje poco educado, bastante ordinario. Cumplía funciones de cillerero en la Abadía. Este Remigio era un degenerado con todas las letras… de Salvatore se podía dudar….como era un poco….no salvaje, silvestre sería la palabra. Cabía siempre dudar si era el vicio lo que brillaba en su mirada o solo el instinto inocente de la bestia irracional. No pasaba lo mismo con Remigio.

 

Muy a su pesar, Berengario se puso nervioso. No quería demostrarle miedo, el tipo  lo había molestado algunas veces, le decía porquerías, pero el joven monje no creía que fuera a atreverse a hacer más que eso, por lo menos estando los dos dentro de la Abadía. Hizo ademán de pasar pero Remigio no se movió de la entrada. Berengario lo miró enojado. Remigio le correspondió con una sonrisa torcida y se apartó un poco, apenas. Rozó bastante a Berengario cuando pasó por su lado.

 

- Las cosas que te haría, pollito. - murmuró.

 

- Se lo voy a decir a Malaquías. - se dijo el jovencito, furioso mientras se alejaba corriendo - quién se cree que es este…tipo para faltarme el respeto así…

 

Giró la cabeza y vio que Remigio se agarraba la entrepierna y le decía algo a Salvatore. Luego ambos rieron a carcajadas.

 

Berengario llegó al dormitorio de Malaquías, el bibliotecario, su superior. No terminó de entrar y ya tenía al viejo encima, regañándolo y sacudiéndolo por el brazo.

 

- ¿Dónde estabas? Me imagino que holgazaneando otra vez en el barranco. Vas a tener problemas serios si sigues faltando a los oficios…el Abad preguntó por ti… ¿qué te piensas?

 

Era un hombre alto, flaco, de piernas y brazos largos y sin gracia. Piel pálida y ojos oscuros.

 

- Maestro…ese bruto, Remigio, me estuvo diciendo cosas malas…

 

- ¡Pues bien merecido te lo tienes! Por andar escondido en la cocina entre los sirvientes y no en la capilla como corresponde a un verdadero monje.

 

Malaquías pegó un puñetazo en una mesita. A Berengario no podía pegarle, aunque no le faltaban ganas, a veces podía ser tan irritante….pero así y todo, le gustaba demasiado.

 

El jovenzuelo hizo un mohín y le dio la espalda. Malaquías lo sujetó por los hombros y lo giró bruscamente de nuevo hacia él, se enfureció más al ver el trozo de pan que sujetaba el chico.

 

- ¡Y además esto! - dijo - Tampoco te presentas a la cena ¿Qué sucede contigo? - lo atrajo hacia sí con violencia, pasó un brazo por la cintura de Berengario y con el otro le tomó una muñeca, rodeándola completamente con su mano.

 

- Estás cada día más delgado… - observó. Se llevó la muñeca a la boca y comenzó a besarla, de allí pasó al cuello de su pupilo y luego al resto de su cuerpo.

 

Berengario trató de olvidarse del desagradable de Remigio, del bestial Salvatore, y de pensar en cambio en las cálidas manos de Severino y en el cuerpo esbelto de alguno de sus jóvenes compañeros.

 

Todas sus noches, o casi todas, eran así.

 

Logró gemir satisfactoriamente, como toda una perra, como le gustaba a su maestro. Y retorcerse como si de verdad disfrutara mucho el ser poseído por aquel hombre pálido y triste. Incluso le gustaba un poco, no iba a negarlo….pero podría ser mejor, mucho mejor…

Notas finales:

A las ideas que un@ tiene en la cabeza, o las saca, o las deja que se pudran ahí....

saludos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).