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El fuego bajo el hielo por Laet

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Notas del capitulo:

Gracias por leer, disfruten del nuevo capítulo.

Disculpas si mi forma de escribir se le hace a alguien un poco densa, pero me gusta pararme en las descripciones.

Positivos o negativos, los comentarios serán bien recibidos.

  Ray durmió de un tirón durante casi todo el viaje en avión. Lo necesitaba de veras. Despertó cuando estaban a punto de aterrizar en Moscú, sintiéndose despejado por primera vez en mucho tiempo.

 

  No tuvo problemas para recuperar su maleta. Lo primero que hizo cuando la tuvo en sus manos fue sacar el abrigo y ponérselo, como había prometido a Lee. Después fue hasta la salida del aeropuerto, donde algunos esperaban con nombres escritos en trozos de cartón, en el reverso de una carpeta o en una libreta. Buscó el suyo con la mirada, y lo encontró en manos de un muchacho rubio, cuyos grandes ojos azules y facciones redondeadas le daban un aire encantadoramente infantil.

 

  Se acercó a él con una tímida sonrisa, o al menos pretendió que fuese una sonrisa.

 

  -Hola, ¿Ray Kon?-preguntó.

 

  -Sí, soy yo.

 

  -Encantado, yo soy Max Tate –dijo, con una sonrisa que a Ray se le hizo adorable, y le tendió la mano. El joven chino se la estrechó de buena gana. El chico le había causado buena impresión.

 

  De camino a la salida y a la parada de taxis, iniciaron una conversación.

 

  -¿Vas a ser mi compañero de piso?

 

  -Sí, bueno, uno de ellos –puntualizó.-Está también Tyson, que estudia en la escuela de cocina. La verdad es que le va al pelo, porque le encanta comer –comentó con una alegre carcajada.

 

  -¿Y tú? ¿Qué estudias?

 

  -Diseño. Por favor, no pienses que soy superficial, pero me encanta el mundo de la moda.

 

  -¿En serio?-Ray le lanzó una mirada evaluadora. El chico iba bien vestido, perfectamente conjuntado, pero sin ese aire pretencioso de los grandes de la moda que anteponen los diseños atrevidos que atraigan las miradas al confort y practicidad de los mismos. A Max se le veía natural y cómodo.

 

  -Sé lo que estás pensando –dijo el rubio con picardía-, no parezco uno “de ellos”, ¿verdad?

 

  -Ajá.

 

  -Bueno, de eso trata mi estilo, de no ser “como los demás”, sino de ser “yo”.

 

  -Me gusta esa filosofía.

 

  -Jajaja, gracias. ¿Y tú? ¿Qué vas a estudiar?

 

  -Música –señaló el bulto negro que llevaba colgado del hombro.-Toco el violín.

 

  -¡Qué guay! A mí me encantaría saber tocar algún…

 

  En ese momento, Ray dejó de prestarle atención. Acababa de distinguir una cabellera rosada entre la multitud y, sin poder evitarlo, corrió en su busca. ¿Era posible que Mariah hubiese ido a buscarlo?

 

  -¿Mariah?-dijo, tocando tímidamente el hombro de la chica.

 

  -¿Qué?-la muchacha se volvió.-Lo siento, se equivoca de persona.

 

  -Sí, eso me temo. Lamento la confusión –se disculpó Ray.

 

  La joven tenía el cabello largo y rosa, pero ahí terminaba todo su parecido con Mariah. Era más bajita y delgaducha, sus ojos eran de un curioso tono rosáceo, su piel era pálida, y su rostro redondeado terminaba en una barbilla afilada. Si Mariah le recordaba a una sinuosa gata, aquella chica era más como un hada, de aspecto menudo y simpático.

 

  -Hola, Matilda, ¿qué tal el verano?

 

  -¡Max! –exclamó la joven. El rubito había conseguido dar con ellos.-Me alegra volver a verte.

 

  -Te queda bien el pelo largo.

 

  -Muchas gracias –alguien llamó a la chica con impaciencia.-Lo siento, tengo que irme, ya nos veremos, ¡adiós!

 

  Dentro del taxi, Ray seguía avergonzado por la equivocación. Había pedido a Lee que le dijese a Mariah que se marchaba, ya que la chica se había preocupado bastante por su estado, pero se había hecho demasiadas ilusiones al pensar que hubiese ido hasta allí a buscarlo.

 

  Max lo contempló durante un rato. Por lo general, era capaz de leer en las personas como en un libro abierto, y el joven de largos cabellos de azabache no era una excepción.

 

  -Debías de estar pasándolo fatal para haber decidido exiliarte aquí.

 

  Ray lo miró, sorprendido.

 

  -Hablo de esa tal Mariah a la que llamabas. ¿Qué os pasó? ¿Te engañó? ¿Se fue con otro?

 

  -Sencillamente encontró un amor más conveniente que yo –suspiró-, alguien que la entiende mejor y que no la ata a un lugar del que ella siempre ha querido escapar.

 

  -¿Y has decidido… rendirte sin luchar?

 

  El chico de ojos dorados sonrió sin alegría.

 

  -¿Para qué, si sé que no puedo hacerla tan feliz como el otro, que sólo causaría dolor?

 

  Max se sintió conmovido por aquella respuesta. Estuvo a punto de decirle que estaba equivocado, que aquella chica había cometido un gran error, pues dudaba que nunca volviese a encontrar a alguien capaz de sacrificarse por ella como lo hacía Ray, pero calló. Seguramente al joven le había costado mucho dar aquel paso y dejar toda su vida. Si lo que buscaba allí, en la helada Moscú, era sanar su alma, dar más vueltas a aquel asunto sería lo último que necesitase.

 

  Ray, por su parte, se preguntaba por qué le contaba aquello a alguien a quien acababa de conocer. Tal vez porque Max era un observador imparcial, o quizás porque necesitaba desahogarse un poco y aquel chico de mirada azul conseguía que se sintiese cómodo.

 

  Llegaron por fin a la zona donde se erigían las distintas escuelas y academias: de cocina, diseño, negocios, el conservatorio… A su alrededor se alzaban bloques de pisos, la mayor parte ocupados por los estudiantes. Era como una especie de campus. Los edificios eran diferentes entre sí, pero tenían algunos puntos comunes, como las molduras o las columnas decorativas, que hacía que encajasen perfectamente, sin estridencias.

 

  Max lo guió hasta el que sería su nuevo hogar, señalándole cómo llegar hasta el conservatorio y a los enormes jardines que había tras los últimos edificios.

 

  El suyo era bastante bonito, de ladrillo rojo y con los adornos blancos. En el interior se combinaban aquellos dos colores con suelos de brillante mármol. Parecía un palacio, más que una residencia de estudiantes, y Ray se sintió un tanto intimidado. Max, en cambio, se movía por allí con naturalidad.

 

  El joven de cabello rubio pulsó el botón de llamada del ascensor y se volvió para mirar a su nuevo compañero de piso. El recién llegado admiraba el interior del edificio con una pizca de temor, como si hubiese entrado en una casa ajena y no supiese si debía estar allí. No pudo evitar sonreír. Él también se había sentido un poco amedrentado al principio por la opulencia de aquel lugar.

 

  -Tranquilo, pronto te acostumbrarás y empezarás a sentirte como en casa –le dijo.

 

  Ray sonrió con nerviosismo.

 

  -Puede… pero ahora mismo me siento como un mendigo que acaba de entrar en un palacio.

 

  Y Max, vestido y peinado de forma impecable, podría haber pasado por el dueño de todo aquello, pero él…

 

  El rubito captó su mirada y dejó escapar una carcajada.

 

  -Espera a conocer a Tyson. Hará que se te pasen todos los complejos.

 

***

 

  Efectivamente, nada como ver a su otro compañero de piso para dejar de sentirse desaliñado. En ese aspecto, era lo diametralmente opuesto a Max.

 

  De su coleta escapaban varios mechones de cabello negro azulado que conformaban un flequillo rebelde, llevaba una gorra de béisbol roja azul y blanca que sólo se quitaba cuando era estrictamente necesario, la camiseta arrugada y con tantas manchas que Ray dudó de si serían realmente manchas o si la camisa era así originalmente y unos pantalones con los bajos gastados de tanto arrastrar por el suelo. En cuanto al calzado… en fin, aquellas deportivas definitivamente estaban ya para jubilarse.

 

  -Soy Tyson Granger, encantado –lo saludó con una amplia sonrisa.

 

  -Ray Kon.

 

  -Adelante, estás en su casa –dijo, llevándolo hasta el salón.

 

  -Espero que no te moleste mucho el desorden –murmuró Max avergonzado, mirando a Tyson con enojo.

 

  Había algunas cosas tiradas: el mando de la tele en el suelo, revistas ciscadas sobre la mesita y una chaqueta colgada del respaldo de una silla que, por la cara del rubito y la prisa que se dio Tyson en recogerla, era uno de los mayores sacrilegios que se podían cometer en aquella casa.

 

  -No está tan mal –le restó importancia Ray.-Y el piso es bonito.

 

  -Sí, bueno… -carraspeó Max, mientras taladraba al de la gorra con la mirada-, el problema es que así es cuando está ordenado. Si entras en la cocina, comprenderás lo que quiero decir.

 

  Se podría decir que los dos chicos se habían  repartido la casa, y la cocina era, por decirlo de algún modo, el territorio de Tyson. Era así por la sencilla razón de que Max había desistido de intentar limpiar todo lo que su compañero de piso desordenaba o ensuciaba, una batalla perdida desde el principio. Lo único razonablemente limpio y despejado eran la vitrocerámica y unas pocas zonas de la encimera que no estaban cubiertas de cacharros.

 

  Para no acabar de los nervios, Max procuraba entrar allí lo menos posible y jamás se le ocurría asomarse a la habitación de su amigo.

 

  -Salgamos de aquí, por favor –suplicó el rubio, más pálido incluso de lo habitual, y llevó a Ray hasta la que sería su habitación.

 

  Era más grande de lo que esperaba, luminosa y confortable, decorada en negro y blanco. Un par de ramas de oloroso jacinto blanco en un jarrón daban un toque de gracia a la estancia.

 

  -¿Y bien? ¿Qué te parece?-Max lo miraba expectante.

 

  -Que te has pasado –respondió Tyson.-Está demasiado ordenado, parece salido de una revista.

 

  -Es preciosa, me encanta –dijo Ray, consiguiendo que el fastidio de Max se esfumase.-Así que… ¿también te gusta la decoración?

 

  -Se pirra por la decoración –concretó el de pelo azulado.-Suéltalo en una tienda de muebles y será feliz. Pero aún así me sigue cayendo bien.

 

  Los tres chicos rieron con aquello.

 

  -Bueno, se hace tarde, te dejamos para que te instales –dijo Max.-El baño lo tienes ahí –señaló una puerta al lado de la cómoda-, y si quieres comer algo…

 

  -Si te da miedo entrar en la cocina, avísame –ofreció el otro chico.

 

  -Muchas gracias, pero creo que lo soportaré.

 

  -Al fin alguien que no me critica –sonrió Tyson con aprobación.

 

  Dejaron a Ray a solas para que se instalase.

 

  Colocó su ropa ordenadamente en el armario, los pocos libros que había traído consigo fueron a la estantería que había al lado de una butaca, blanca y suave, de forma redondeada, junto a la mesita que tenía las flores. Max lo había dispuesto así con el fin de crear un rinconcito sosegado para leer, y Ray agradeció el detalle del joven diseñador. En cuanto a la fotografía… dejarla a la vista sería un auténtico acto de masoquismo, así que la guardó en un cajón.

 

  Al ir al baño, descubrió que le habían dejado jabones y champús de distintos olores, y sonrió. Iba a tener que compensarlos de algún modo por todo aquello.

 

  Decidió darse una ducha. El agua caliente relajó cada uno de sus músculos. Cerró los ojos y, durante un rato, disfrutó del sonido del agua al caer. Abrió uno de los botes de champú al azar, y un aroma dulzón a frambuesa lo envolvió.

 

  Las manos le temblaron y el frasco se le resbaló por el espasmo. Aquel olor… era el mismo que el del perfume de…

 

  Se apoyó contra la pared de la ducha, abrazándose el cuerpo y derramando varias lágrimas amargas hasta que fue capaz de sobreponerse. Recogió aquel bote de champú y lo dejó cuidadosamente en la repisa, apartado de los otros, luego abrió uno diferente que contrarrestase aquel olor. El suave aroma a vainilla desplazó al de frambuesa y calmó al joven casi por completo.

 

  Cerró el grifo, salió de la ducha y se envolvió el cuerpo con una toalla. Peinó su larguísimo cabello y, cuando estuvo bastante seco, volvió a trenzarlo. No solía dormir con él suelto, porque luego le daba bastante trabajo desenredarlo.

 

  Una vez con el pijama suelto, dudó si debía meterse en la cama. Lee lo había machacado bastante con que debía procurar no saltarse las comidas, y apenas había comido después del copioso desayuno, pero quizás le convendría tomar algo, un simple vaso de leche, por ejemplo, que le ayudaría a dormir.

 

  Sus nuevos compañeros ya estaban durmiendo. Con las luces apagadas, la cocina parecía aún más caótica, pero estaba acostumbrado al desorden que su amigo Kevin dejaba allá por donde pasaba.

 

  La leche caliente lo reconfortó enormemente. No tenía ni idea de qué hora sería en su casa en aquel momento, pero tenía sueño. De hecho, estaba agotado. Seguramente por todo el sueño atrasado de meses.

 

  Apartó el edredón, se introdujo en la cama y, en cuanto su cabeza tocó la almohada, se quedó dormido.

Notas finales:

Por desgracia los próximos capítulos tardarán un poco más en ser escritos, pero tampoco mucho, no os asustéis ^^

Espero que os esté gustando la historia.


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