“A veces de noche, enciendo la luz para no ver mi propia oscuridad.”
(Antonio Porchia)
Drabble VI: Penumbra
Sentía la gran manta de oscuridad abrazarlo, aferrándose de él y ahogándolo con su espesura, hasta desesperarse. Podía acariciar su soledad e impregnarla en su cuerpo, como una segunda piel. Veía en las tinieblas de la falta de luminosidad a su propio cuerpo consumirse, como si estuviera quemándose, sin fuego.
El reflejo de su yo interior torturándolo con su ausencia le provocaba miedo. Le temía a volver a lo que era. A su raíces sórdidas, que se encargaban de envenenar cada una de las ramas de su ser. Hasta volverlas nada. Hasta que ni un rayo de esperanza pudiera salvarlo y sacarlo a la superficie de la turbia marea en la que se encontraba. Y en la que caía más y más profundo producto del odio y la sed de venganza que poseía.
Por eso mismo temía perderlo. Que aquel farol que alumbraba su pútrido corazón se desvaneciera y que nadie pudiera sujetarlo cuando alzara los brazos en busca de ayuda, y que no sujetara sus manos con las propias y tirara de él para sacarlo del todo de la sucia agua que lo atraía hasta el fondo.
No permitiría que se alejara de él. Lo retendría aun en contra de su voluntad si de daba el caso de aquel ya no le quisiese. Pero el pavor de pensar siquiera en obligarlo a quedarse a su lado le producía una angustia nunca antes sentida. Y temía aun más ver en esas orbes turquesas desprecio hacia su persona, por siquiera pretenderlo.
Y por ello no podía conciliar el sueño. Llevaba cerca de dos horas y media sentado en el colchón, apoyando su espalda en la marquesa de la cama, sin poder siquiera dormitar.
Jamás había sido alguien que dudara de sus elecciones o de cualquier decisión que tomara con respecto a su vida. Pero el pelirrojo del cual era dependiente, y que dormía tranquilamente a su lado mientras él mantenía un problema existencial exasperante, era la excepción. La única salvedad a su regla de no permitirse unir lazos con el mundo que lo rodeara, y que, al final, era el mayor lazo que lo unía, no solamente a un ser humano, si no que a la familia de este, y a los amigos, y a los conocidos. ¡Y finalmente al mundo entero! Rompiendo todos sus esquemas de No Lazos y haciéndolo, evidentemente, partícipe del aglomerado de gente que componen al planeta.
Y lo peor era, para desdicha suya, que si el de cabello bermejo no estaba cerca se sentía caer otra vez. Se sentía solo y ninguna otra luz podía rescatarlo de la oscuridad que lo envolvía.
-Deja de divagar y ya duérmete, Sasuke…- Murmuró mosqueado ante la mortecina luz de la lamparilla que le daba directo en la cara.- Y de paso apaga esa endemoniada cosa…- Finalizó dándole la espalda al Uchiha.
Y Sasuke sabía que la oscuridad era más lúgubre cuando la luz iluminaba a su paso ciertos lugares, haciendo lucir lo demás más amplio y tenebroso. Se limitó a sonreír y a apretar el interruptor de la lámpara a su lado. Se recostó abrazado a la espalda de Gaara, pegando su rostro a la nuca del otro.
-Ahora quiero hundirme en las tinieblas y ver tu brillo espantar mis miedos… Gaara…- susurró quedo, oyendo el gruñido en respuesta. Que sabía era un <<Refúgiate en mí que te protegeré. Volveré polvo tus miedos y temores…>> Como las primeras palabras que le dijo cuando lo salvó, por vez primera.
Fin