“La crueldad tiene corazón humano y la envidia humano rostro; el terror reviste divina forma humana y el secreto lleva ropas humanas.”
(William Blake)
Drabble VII: Barreras
Sasuke nunca consideró importante el daño que les causaba a las personas hasta que él fue capaz de vivirlo en carne propia, viéndose a sí mismo más destruido de lo que jamás estuvo, más patético, y es sólo que en un principio no conseguía concebir que había perdido la unicidad que lo caracterizaba. No quería admitirlo frente a él o frente a nadie. No se resignaría a quedar en el segundo lugar.
Y sin embargo lo hizo.
Si le preguntaran la razón por la que desistió de recuperar el puesto número uno como el mejor estudiante de la Universidad probablemente mentiría, callaría sus pensamientos y los mantendría ocultos en su memoria, dispuesto a revivirlos y repasarlos cada momento, con cada detalle.
Ser el segundón de vez en cuando no es tan malo, se convenció.
Pero lo fue.
Una de las peculiaridades suyas que Naruto siempre recalcó fue el poco tino en sus relaciones interpersonales, aunque no sopesó las palabras del rubio, no le interesaba lo suficiente. Y luego se recriminó su estupidez e intentó hablar con él pidiéndole respuestas que no podía darle porque “yo no puedo contestarlas por ti, Sasuke. Eres tú quien debe responderlas, o quizás cambiar las preguntas”, pero todo era en vano. Las preguntas, las respuestas, la desesperación, hasta el dolor. Ya no estaba en manos de Sasuke, él ya no podía controlarlo.
Deseó con tanto ahínco, colocó tanta fuerza en plegarias que no alcanzaron su objetivo, y lo perdió. Las esperanzas se desvanecieron como las palabras que dijo, las letras que quemaron su lengua al rodarlas en su boca y exhalarlas en comentarios sarcásticos y llenos de un veneno inexistente que atravesaron el pecho ajeno sin que él se percatara realmente. Su cuerpo mostró lo que su mente no pensaba, y la mirada acuosa lo mató interiormente, pero no hizo nada, se quedó ahí de brazos cruzados viendo como la vida se le iba, la paz que necesitaba.
Naruto no habló con él durante las próximas semanas.
Y seguía sin importarle lo que Naruto dijera, pero el rubio tenía tanta razón, aunque jamás lo admitiría en voz alta.
Lo siguiente que supo fue que ya no lo volvería a ver, y Naruto (tozudo como siempre) estuvo ahí para él.
Continuamente había algo entre ambos que dificultaba su relación. Sasuke lo atribuía al odio palpable que sentía cuando recordaba que aquel le arrebató su lugar y su prestigio. Tiempo después reconoció que ese pseudo odio (celos según Itachi) sólo era una imagen malformada de lo que en realidad sentía y que de ningún modo logró interpretar. Estaba enamorado.
No obstante aquella revelación perdió nitidez y quedó el revoloteo culposo de la ira contra sí mismo, del resentimiento que pululaba en su pecho agrietado al recordar las duras palabras.
Gaara murió por su propia mano un viernes en la madrugada, con los labios sellados y el collar de sisal abrazando su cuello. Sasuke volvió a ser el número uno, pero eso ya tampoco le importaba.