"La oscuridad restaura lo que la luz no puede reparar."
(Joseph Brodsky)
Drabble IX: Hambruna
Si tuviera que señalar en qué momento su vida se fue al demonio, no sabría qué punto clave indicar primero. En su mayoría, no son más que las consecuencias de sus propios actos, decisiones particulares que lo encaminaron directo a la mierda. Pero antes de eso, antes de convertirse en la sombra del niño que una vez fue, antes de convertirse en un fugitivo buscado y temido, cuando aún tenía una familia y un lugar al que llamar hogar, el rumbo de su vida estuvo a manos de personas inescrupulosas que jugaron con ella como un peón más en la larga lista de causalidades que vinieron previamente, y que fue solo un número más en la que la sucedió.
Rápidamente comprendió que no era un juego que se pudiera ganar. Su objetivo entonces se convirtió en llevarse la mayor cantidad de jugadores que pudiera cuando, inevitablemente, él cayera también. Rompiendo todos sus lazos, destruyendo todas sus relaciones y quemando los puentes disponibles; su motivación no era más que una mezquina necesidad de redención que jamás llegaría.
Pero estaba bien. Lo aceptaba. Esa es la vida que eligió tener para conseguir su propósito. Jamás consideró que tendría una larga y duradera, mucho menos una feliz. Gente como él rara vez la tenían. Su odio era demasiado grande y su resentimiento lo consumía desde el interior. No, Sasuke no tenía ninguna intención de optar por la felicidad cuando su hambre por venganza amenazaba con devorarlo a cada segundo.
Así que hizo lo que tenía que hacer. Primero fue contra Itachi, y su victoria estaba tan cerca que prácticamente podía saborearla. Pronto descubrió que todo lo que creía no eran más que mentiras. Habían jugado con él y lo habían engañado desde el principio, dejando a su paso al niño de siete años que añoraba con aferrarse a su hermano mayor. Pero ya era demasiado tarde, tanto para él como para Itachi.
Una vez la verdad le fue revelada, descubrió un odio que jamás habría creído posible. Y esta vez, iba dirigido a algo mucho más fundamental. La base de la sociedad en la que creció, la que le dio todo y luego se lo arrebató, estaba podrida. Un sistema corrupto que creaba monstruos y, cuando ya no le eran útiles, los desechaba y los dejaba en el camino; historias de fantasmas para amedrentar a las generaciones emergentes de caer en línea con los demás, soldados perfectos que solo siguen órdenes y como pago obtienen una palmada en el hombro y la posibilidad de tener un lugar al que volver al final del día.
Patético.
Cuando irrumpió en la reunión de los Kages, su determinación se había cimentado. Destruiría todo por lo que habían trabajado, todo lo que amaban.
La venganza es una perra despiadada.
Y ahí estaba él, entre el desperdicio humano, jugando a ser uno de ellos. Aún recordaba su enfrentamiento durante los exámenes Chuunin, la forma en la que su sangre bombeaba de emoción ante el desafío. Recordaba esos ojos enloquecidos, esa sed de sangre, esa voracidad por devastación y sufrimiento. Recordó cuánto lo deseó entonces.
Y ahí estaba, hablando. Tratando de convencerlo de desistir, de entregarse. Sintió una rabia ya conocida resurgir. Casi podía ver a Naruto a través de él. El que fue su símil ahora reflejaba a alguien más. La traición le supo agrio.
Gaara lo observaba con gesto suplicante. Débil. Sus ojos turquesa se llenaron de lágrimas que se deslizaron silenciosas por sus mejillas pálidas. Esa vulnerabilidad, entregada tan gratuitamente, le hizo hervir la sangre de deseo. Aquellos ojos solo lo miraban a él, incluso cuando su boca recitaba las palabras de alguien más. Por primera vez en mucho tiempo, Sasuke vibraba con una emoción que creía olvidada.
Con esa imagen grabada en su memoria, hizo su movimiento. Tenía un trabajo que hacer, un propósito que completar, pero había una luz al final del túnel. Una nueva motivación que lo impulsaba, y que latía en lo más profundo de sus entrañas. Poseer algo precioso no era una idea que había considerado antes. Cuando no tienes nada, nada tienes que perder. Es una situación ganar-ganar para él, una situación que aprendió a sobrellevar y de la que jamás se arrepintió. Sin embargo, el recuerdo de ojos turquesa y de cabello rojo cayendo suavemente sobre piel marmolina, de facciones dóciles dejando entrever ansias veladas de sumisión y adoración, simplemente fortalecía su resolución.
Se haría de algo valioso. Lo poseería y saciaría su hambre con él, y a cambio, le daría lo que más anhelaba. Se convertiría en la respuesta a sus súplicas, en el dueño de sus lamentos, en su pretensión más añorada. Se haría de algo invaluable, y toda esa devoción se vería recompensada al final.
Pronto, se prometió mientras se alejaba con el hambre insaciable amenazando por consumirlo.