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MUERTE EN ATENAS por Dionysios

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Notas del fanfic:

Los personajes no son míos y bla bla.

En la popa del bote, Kanon Thematos, teniente de homicidios de la Jefatura de Policía de Atenas, finge pescar y no prestar atención a los hombres que discuten en la cubierta de un yate de lujo, anclado a menos de cincuenta metros a su izquierda.

 Con la caña de pescar en las manos, y la cabeza inclinada para evitar el reflejo del sol en el agua, intenta reconocer la identidad de los hombres involucrados en la discusión. Uno es inconfundible. Debe medir más o menos dos metros, y no pasaría por la puerta de su despacho. Tiene un vozarrón que debe oírse desde Creta. Es Aldebarán Figueiras, un magnate brasileño que se ha forrado comerciando con una flota de barcos griegos, disfrazados bajo bandera panameña, para eludir a Hacienda.

 Pero a Thematos, ridículo en sus ropas de pescador improvisado,  no le interesa la situación fiscal del tipo. Ha seguido a Figueiras porque es el sospechoso principal del asesinato de un pez gordo de la noche ateniense: Mime Anastassakis, el dueño de ocho clubes nocturnos por donde pasa la mayor cantidad de dinero negro del país.

 Cualquier cosa que dé con el culo del brasileño entre rejas, hace que  los labios de Thematos se curven en una sonrisa.

 — ¿Estás esperando a que mate al crío y así poder arrestarlo por fin por un asesinato?

 El hombre sentado a su espalda no es tan discreto. Mira la  discusión –que ha pasado a mayores—  a través de unos binoculares enormes. Los deja de lado un momento, y susurra:

 — Kanon, ese hijo de puta va a matar a su hijo si no lo detenemos.

 Kanon hace un esfuerzo para entenderle. Su compañero es inglés, y su griego, macarrónico.

 — ¿Cómo sabes que es su hijo? —resopla, y finaliza—: De acuerdo, acerquémonos.

 

EL tipo está tan concentrado gritándole  y golpeando al jovencito, que no oye a los policías subir al yate. Los ve cuando se paran a su lado, uno a la derecha y el otro a la izquierda.

 — ¡Qué mierda! —dice, y amaga a agarrar al inglés del cuello.

 Kanon es más rápido y lo encañona con un arma enorme.

 — Pasma —escupe—. Quédate quieto, mamón.

 El brasileño se queda de piedra. Está sucio hasta la médula, y sabe que no debe hacerse el loco en presencia policial. Su mirada es recelosa por demás, porque intuye que estos dos no son un par de policías corrientes.

 — Espósalo —dice Kanon, dirigiéndose a su compañero,

 Recién cuando tienen al gigante indefenso, recostado en el piso, se vuelven al otro tripulante.

 El joven está abrazado a sí mismo, como si se estuviera helando, aunque hace un calor de morirse. Tiene la cabeza hundida entre las rodillas, y se aprieta contra las barandillas de acero de la embarcación con tanta fuerza, que Kanon se apresura a llegar a él, temeroso de que se les caiga, y les genere un papeleo interminable.

 — Eh, chico —dice—. Cálmate, ¿de acuerdo?

 El muchacho levanta la cabeza. No es tan joven como creían. Debe rondar los veinticinco años, aunque tal vez los aparenta a causa de  su rostro demacrado, sin afeitar. La piel es pálida, casi cenicienta, y sus ojos apagados son incapaces de posarse en algo por más de un segundo.

 Kanon lo escruta un momento más. El chico es alto, y se nota que en algún momento fue muy fornido. Tiene el cabello castaño y muy rizado; los ojos son de color verde oscuro: un chico guapo, aunque su belleza está ajada y apagada. Tal vez sin posibilidad de retorno.

 — Un drogata —sentencia el teniente, volviéndose a su compañero—. No nos va a servir para una mierda.

 Figueiras levanta la cabeza.

 — Déjenlo en paz —dice, con un tono indignado, pese a que la rodilla de Radamanthys (que es casi tan enorme como él) se le clava en el cuello—. Aioria recién ha salido de la desintoxicación. Ha estado limpio por seis meses.

 Kanon se acerca y le da una patada en las costillas.

 — ¿Y a ti él te importa tanto que te estabas ocupando de cambiarle la cara sin anestesia? ¿O golpearlo forma parte de la desintoxicación?

 Aldebarán no dice nada.

 — ¿Es tu hijo?

 — No lastimen a mi padre, por favor —La voz es grave. Mucho más de lo que habían imaginado al verlo.

 Radamanthys y Kanon se dan vuelta al unísono.

 Pese a la paliza, el chico se ha puesto de pie y se ha acercado a ellos. Tiene sangre en los labios partidos, y en el cuello; y se recuesta contra la pared metálica, como si le demandara un esfuerzo enorme mantenerse erguido.

 — ¿Te da semejante golpiza y lo defiendes?

 — Es que acaba de enterarse de que además de drogata, soy homosexual…

 El chico lanza una especie de risa más ajada que su apariencia y se sienta en el suelo. Luego cierra los ojos, con una expresión que Kanon conoce muy bien. Es una mezcla de alivio y vergüenza. La misma que se ancla en su rostro cada vez que confiesa lo mismo que acaba de hacer el drogadicto.

 — ¡Aioria! —Grita el padre—. ¡Cállate de una vez!

 — ¿O qué? –se carcajea el chico—. ¿Vas a desheredarme? No puedes hacerlo. Si la mitad de las empresas que están a mi nombre pasaran al tuyo, Hacienda te comería vivo. ¿O acaso vas a hacerme lo mismo que a…?

 Figueiras no lo deja continuar. Con una habilidad inesperada, y pese a estar esposado, se pone de rodillas en un santiamén. A continuación  se lanza sobre su hijo que suelta un chillido de miedo y se refugia detrás de Kanon.

 Radamanthys salta hacia el gigante y de un golpe rudo entre los omóplatos lo manda de cara al piso metálico.

 — Métete con alguien de tu tamaño, cabrón –ladra—. Sigue comportándote así y te van a caer tantos años encima en chirona que vas a olvidarte hasta de cómo bailar tu estúpida samba.

 Kanon, con un suspiro de cansancio,  saca la radio, y pide refuerzos.

 2.

  — Necesito mi medicación —ruega Aioria, pálido y desencajado, mientras se retuerce en una de las sillas incómodas de la sala de interrogatorios—. ¿Cuándo van a dejarme ir?

 Radamanthys levanta la vista de una carpeta donde ha ido anotando detalles del caso de Mime Anastassakis y le espeta, con frialdad:

 — Tú lo que quieres es colocarte —y vuelve a la lectura.

 Kanon, que está de pie, revolviendo la billetera del chico, se ríe.

 —O colocarse una polla en el medio del culo.

 Las mejillas del chico toman algo de color, debido a la furia repentina.

 — Con la pinta de puto que te cargas, yo lo pensaría mejor antes de hablar —dice, con una determinación que toma por sorpresa a los oficiales.

 Antes de que pueda arrepentirse de lo que ha dicho, Kanon lo toma por el cuello de la camisa y lo estampa contra la pared.

 — ¡Mocoso de mierda! Tienes un deber cívico que cumplir, así que te quedas hasta que a mí se me dé la puta ganas. Y luego de ese comentario idiota, ¡vas a quedarte aquí hasta que se te vayan las adicciones que aún te faltan adquirir!

 Radamanthys lo detiene, empujándolo hacia atrás, y Kanon le lanza una mirada furibunda. Están jugando al poli bueno y al poli malo, cosa que casi siempre da resultado, y le está arruinando el papel de cabrón. Le lanza una mirada interrogativa, pero su compañero le señala al chico con el mentón.

 Aioria oscila, sostenido solamente por su brazo, con el rostro chorreando sudor, y los ojos fijos. Las pupilas están tan dilatadas que apenas se ve un resplandor verde a su alrededor. El mocoso debe tener la tensión sanguínea por el suelo.

 Kanon lo arroja en una silla, sin muchas contemplaciones.

 — ¡Malditos yonquis!

 Aioria está a punto de caer, pero logra mantenerse sentado.

 — Lo siento —dice, con un hilo de voz. Luego continúa, casi a punto de llorar—: Por favor… necesito las pastillas. Son parte del tratamiento… Sin ellas me vuelvo loco.

 — ¿Dónde las tienes?

 — Las tenía mi papá…

 Kanon le hace una seña a su compañero, que se retira silenciosamente y luego se vuelve al chico.

 — Te lo advierto. Si te niegas a contestar lo que sabes, voy a dejarte encerrado hasta que la abstinencia te obligue a colgarte del techo usando una de tus medias…

 Aioria se tapa la cara con las manos.

 — Ya le dije que no sé nada de los negocios de papá.

 — Varias de sus empresas están a tu nombre.

 — Sólo soy un testaferro… él no me permite hacerme cargo de nada.

 — ¿Y qué me dices de los contratos que firmas?

 — ¿Qué contratos?

 Kanon le pone unos papeles justo bajo las narices.

 — Llevan tu firma, ¿o no?

 Aioria los aleja un poco de su cara, para poder leerlos.

 — Papá me da los papeles en blanco. Con una cruz donde tengo que firmar. Es todo.

 — ¿Y pretendes que te crea?

 El chico se derrumba sobre la mesa y cierra los ojos.

 — Por favor —suplica—. Ya no resisto esto…

 Kanon da vuelta la silla y se sienta al revés, con el respaldo en el pecho, y las piernas abiertas.

 — Aunque Radamanthys te traiga la medicación, no voy a dártela hasta que me cuentes algo útil.

 Pese a sus esfuerzos, el chico se pone a sollozar.

 — De acuerdo —dice, entre lágrimas—. Mime Anastassakis es el amante de mi madre.

 Kanon sufre un respingo involuntario.

 — ¿Estás seguro?

 — Claro que sí. Todos los martes, cuando mi padre tiene la reunión de la contabilidad de Hellenic Media, ella se encuentra con él en un piso que está a mi nombre, en Kifisiá. Lo ha estado haciendo desde hace un año, como mínimo. Al menos yo los descubrí hace un año.

 — ¿Cómo los descubriste?

 — Por casualidad. El departamento está vacío, y es un buen lugar para…

 Aioria se detiene. Ya no llora, pero sigue sacudiéndose un poco. Kanon termina por él.

 — Para drogarte, ¿no es así?

 — Mi madre no es una mala persona, teniente. Pero la vida con mi padre puede llegar a ponerse muy difícil…

 Kanon lo mira de arriba abajo.

 — No me digas… —luego guarda las carpetas—. ¡Qué bajo hemos caído… Mira que confiar en la palabra de un yonqui… ¿Hace cuánto eres un caso perdido?

 — Fui drogadicto dos años. Hace seis meses  que estoy limpio. Está costándome realmente mucho y su actitud de patán no me está ayudando en nada…

 Kanon se ríe.

 — ¿Qué esperabas, niño? La verdad es que  me importas un pimiento. Por mí puedes morirte en plena calle. Eres una lacra, y con la vida que llevas no te doy mas de dos meses limpio. Uno de estos días, tu padre va a cortarte el crédito y terminarás degollando un albanés por cinco euros…

 Aioria se lleva una mano a la frente sudorosa, y la acaricia, dolorido. Kanon saca una fotografía del cadáver de Anastassakis y la deja sobre la mesa.

 — ¿Qué tienes para decirme de esto?

 Aioria se queda estupefacto.

 — ¿Mime está muerto? —Dice, con voz temblorosa.

 — ¿No lo sabías?

 Aioria sacude la cabeza con la poca energía que le queda. Su expresión convence al teniente de que de verdad no estaba al tanto de nada.

 Radamanthys entra en ese momento, con el rostro sombrío.

 — Figueiras se largó hace dos horas. Ni siquiera lo ficharon porque su hijo se negó a hacer la denuncia por violencia doméstica. Y he recibido una buena bronca por retenerlo aquí.

 Kanon se vuelve a él, serio.

 — Aioria se ha ofrecido amablemente a colaborar en una investigación.

 El chico vuelve a derrumbarse sobre la mesa.

 — Lo que sea, pero por favor, permítanme tomar la medicación.

 Radamanthys coloca un abrigo liviano en los hombros del joven.

 — Ven chico, te llevo hasta tu casa.

  

3.

  

La casa de los Figueiras, en Glifada, es una especie de mansión disimulada por un jardín de una exhuberancia que impresiona. Tiene una verja de reja de dos hojas, altísima, y que debe pesar como una condena. Frente a ella, Aioria —que acaba de bajar del coche patrulla— busca en su bolsillo lo que debe ser la llave.

 —Te apuesto a que no tiene fuerza ni para abrir la puerta —dice Kanon, risueño.

 En ese momento, Aioria los sorprende colocando su mano en una especie de rectángulo negro que ellos habían tomado por un adorno de herrería.

 — Me lleva el demonio —dice Radamanthys—. Una cerradura digital.

 La puerta sigue cerrada, y Aioria coloca la mano una y otra vez. Perplejo, cambia de mano y obtiene el mismo resultado.

 — Supongo que mientras se siga metiendo pollas en el culo su padre no va a dejarlo entrar —dice Kanon, algo risueño—. Arranca antes de que te venga a pedir asilo. Imagino lo feliz que va a ponerse Pandora al verte llegar del brazo de un maricón.

 Radamanthys le clava esos ojos ámbar, tan poderosos, que posee.

 — Me paso el día metido en el auto con un maricón. Y no se preocupa por ello.

 Kanon se muerde los labios.

 — Si supiera los polvos que nos echamos de vez en cuando comenzaría a hacerlo, créeme.

 Radamanthys pone en marcha el coche en el momento en que Aioria se acerca a la ventanilla.

 — La cerradura de seguridad está rota –Dice el chico.

 — ¿Y nosotros que tenemos que ver? Vamos, mocoso, vete a tu pisito de Kifisiá. Tu viejo no tolera tener una mariposita mas en su jardín—luego se carcajea como si hubiera dicho algo graciosísimo.

 Aioria levanta la mano.

 — Creo que hay sangre en ella.

 En efecto, su mano está manchada con un líquido rojo y espeso.

 — ¿Seguro no es tuya? La heroína a veces te deja sin sensibilidad —Kanon sigue la broma, pero Radamanthys baja del coche—. Mierda con la carmelita… —se queja, pero lo sigue.

 En efecto, hay sangre en la cerradura. Y no sólo eso, la placa que la cubre por detrás está doblada, dejando una hendidura por la que asoman cables azules.

 Radamanthys empuja la verja que cede, casi sin hacer ruido.

 Aioria da un paso al frente y el inglés le pone una mano en el hombro.

 — Quédate aquí –dice.

 Luego se interna en el jardín, con Kanon pisándole los talones. Antes de llegar a la puerta principal ya tienen el arma en la mano. Hay sangre en el piso, unas pequeñas gotas, y el picaporte chorrea sobre la madera de la puerta, pintada de un blanco inmaculado.

 No tienen más que abrirla para descubrir el origen de la sangre: Una mujer se encuentra derrumbada en el piso, boca abajo. Está desnuda y su espalda muestra dos cortes profundos hechos por un arma blanca de tamaño considerable, que forman una especie de letra tau. Por encima de esas heridas parece haber dos puntazos más, y un corte a la altura del cuello ha provocado un charco de sangre de proporciones monumentales. Tiene la cabeza ladeada y los ojos fijos. Parece mirar con interés una fuente Feng shui donde gira una bola de cristal iluminada por una fibra óptica.

 — ¡Mamá!

 El grito a sus espaldas hace que los policías giren, con las armas preparadas. Aioria se abalanza sobre el cadáver, pero Radamanthys lo detiene antes de que pueda acercarse más, y contaminar la escena del crimen. El chico sigue gritando,  pero sus fuerzas no se comparan a las del enorme oficial, y termina sentado en el piso, apenas capaz de sostenerse, llorando con las manos a los costados del cuerpo, como si fuera un crío de cinco años al que sus padres dejaron en la escuela por primera vez.

 — Quédate aquí –dice Kanon—, voy a verificar si Figueiras está en la casa. Llama a Shaka, que mande refuerzos, y a Deathmask. Necesito la autopsia cuanto antes.

 Un cuarto de hora después, cuando Kanon termina de recorrer la casa, sin éxito, las patrullas se agolpan frente a la entrada.

 El forense está abocado a la tarea de examinar el cuerpo, mientras unos oficiales en uniforme precintan el lugar.

 Un oficial de apoyo psicológico se lleva a Aioria, que se mueve como si fuera un autómata sin vida, de vuelta a la jefatura.

 Kanon suspira. Tendrán que interrogarlo de nuevo,  pero esta vez en serio. Y tragarse una bronca de Shaka por haber actuado a sus espaldas.

 — Death, ¿hace cuánto que está muerta?

 — No lo sé con seguridad, pero yo diría que apenas una hora.

 Kanon se frota la frente. Mime Anastassakis y su amante. Y en ambos casos, el sospechoso podría ser Aldebarán Figueiras. Y el único informante que tienen es un ex yonqui idiota incapaz de mantenerse en pie más de cinco minutos.

 Kanon suspira otra vez.

 — ¿A qué viene tanto suspiro? —Dice Radamanthys, a sus espaldas.

 — Este caso es una mierda…

 — La vida es una mierda, Kanon — Luego mira su reloj— ¿Quieres un polvo para relajarte?

 — ¿No tienes que ficharle a Pandora?

 — Tenemos que ficharle a Shaka, e interrogar al crío. Pero el psiquiatra no lo devolverá hasta dentro de dos horas, como mínimo. Tienen que calmarlo, y encontrarle sus pastillitas. Tenemos tiempo para dos polvos bastante decentes.

 — ¿En casa?

 — Salvo que quieras hacerlo en las mismas narices de Pandora…

 — No estaría nada mal. Tu esposa está buenísima…  ¿Crees que te costaría convencerla de hacer un trío?

 Radamanthys lo mira, muy serio.

 — ¿Se te para con mujeres?

 — Sólo con las de mis amigos.

 Radamanthys se distiende y se ríe.

 — Dejémosla fuera por ahora. Lamentablemente, la amo demasiado como para compartirla.

 — ¿Y a mí por qué me compartes?

 — No me hagas contestar a eso.

 — No estás ni cerca de dejarla por mí, ¿verdad?

 Es el turno de Radamanthys de suspirar.

 — Mejor vamos por Shaka. Algo me dice que nos va a echar una bronca épica.


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