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You killed me first por metallikita666

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Notas del fanfic:

Resultado de mi pequeña obsesión con querer ver a Közi y a Shuuji juntos, circunscrita en el culto que ya es para mí el KözixMana. You killed me first es una canción del excelente (como todo lo que hace Közi) two-men group Eve of Destiny, el cual recomiendo ampliamente a todos los lectores, de la misma manera que todas las bandas de quienes aparecen aquí. 

Notas del capitulo:

Un agradecimiento muy a mi manera a Közi por hacer siempre música tan genial, a todo Xa-Vat por su increíble disco debut y a Shuuji Ishii por darme tres bandas que ya merecen toda mi devoción.

Dedicado a mi hermosa Mana-chan.

 

Escuché las puertas internas abrirse una tras otra y una gran algarabía secundar ese sonido. Sonreí de lado, llevando el cigarrillo a mis labios porque sabía perfectamente a qué obedecía aquello.

-¡Carne fresca!- exclamó Ash, tras cruzar el acceso al patio.

-¿Sadie ya está en la celda?- le pregunté sin perder el tiempo en nimias palabras. Haruhiko sabía perfectamente que cuando aquello sucedía, sólo había una cosa que hacer, y que yo no perdonaría por nada del mundo que los planes fallaran.

-Por supuesto. Como también lo están el desgraciado de K y el servil de Seth.-

Mi ceño se frunció, echando a perder en el mismísimo instante mi incipiente sonrisa. Tan vigilante y exacta como yo era la Muñeca; posiblemente, más. Nuestra eterna rivalidad no admitía margen de error, y estaba alimentada –lo sabía con plena seguridad, a pesar de que en ese sitio todo se manejaba por debajo del piso- por Yu-ki, siempre dispuesto a nivelar las fuerzas. Ese maldito carcelero.

-A esos imbéciles les convendría más cuidar de su jefa; no vaya a ser que un día de estos le rasgue el vestido y le estropee el peinado…-

El pelilargo sonrió maliciosamente, atándose el cabello en una coleta.

-Creo que muchos pagaríamos lo que fuera por ver eso. Por cierto…- llevé mis ojos hacia él, retirándolos luego al instante para volver a mi posición ida de hacía un momento, mirando el horizonte. –Creo que hay un elemento que te va a gustar.-

-Aíslenlo.-

El mayor se fue y yo seguí concentrado en la nada, preguntándome por qué no sentía aquella incorporación como cualquier otra.

 

 

La hora del almuerzo. Cuando arribé al comedor, todo estaba como de costumbre: mi rival en su esquina rodeado de sus perros, y mi sitio libre en la mía, en medio de mis camaradas. Al centro, la mesa eternamente desocupada que nadie se atrevía a usar; ni siquiera los verdaderos indecisos. Esos preferían acomodarse en los últimos lugares de algunas de las dos facciones.

Pasé revista reconociendo a los nuevos, descubriendo con bastante rapidez al motivo del comentario de mi compañero. Acabando de acomodar los platos en su bandeja, un chico sumamente delgado pero de estatura media miraba el complicado panorama que se le ofrecía, dudando qué hacer. Otro de los recién llegados se le acercó, aunque no por mucho tiempo, pues ya para entonces tenía los furibundos ojos de Sadie clavándosele encima.

-Es mejor si te vas a una de las de atrás, no importa mucho de qué lado- le dijo el inesperado interlocutor, como si conociera las razones de lo que sugería. Ambos se miraron por unos instantes con evidente tensión.

-Ao Sakurai.-

-Shuuji Ishii.-

No hubo ni siquiera tiempo para la reverencia, pues quien estaba desafiando mis disposiciones hizo bien en temer una vez que observó que Ash se levantaba de mi lado, para, innecesariamente, pasar por el suyo para ir por un salero. Era rubio y poseía una mandíbula enorme.

El más joven, por su lado, se desconcertó por la repentina huida de quien intercambió con él aquellas brevísimas palabras, la cual, con seguridad, no había sido la primera de ese día. Tenía el cabello negro hasta los hombros, lacio, con mechones blancos intercalados en los oscuros. Luego de unos instantes de mantenerse de pie a un lado de la sala, al final de la barra de comida, optó por tomar el consejo que acababa de escuchar y se acomodó en una de las solitarias bancas traseras de mi ala. Pude notar cómo maldecía entre dientes una vez que lo hizo, pero estaba seguro que absolutamente nadie más lo había advertido. Nadie, excepto yo.

 

 

Mi lugar era, preferentemente, el patio; tal vez por el hecho de haber pasado ya tantos años encerrado. Una especie de claustrofobia se había gestado en mí, pues casi que no podía estarme dentro de un odioso edificio –tuviera ya paredes duras o acolchadas- de no ser para comer o dormir. Justo al contrario de mi antagonista, quien reinaba al interior de los pasillos.

Aquel día observé lo que nunca: K, Seth y Mana cruzaron el umbral que separaba nuestros feudos y se dirigieron a nosotros.

El pelinegro de rasgos delicados, quien estaba al centro de ambos esclavos, se volteó ligeramente, llevando su mano derecha a nivel de sus labios para taparlos, al tiempo que se acercaba al oído de quien llevaba un parche en el ojo.

-¿Es que no soy siquiera digno de tus palabras, mi reina?- exclamé antes de que el chico pudiera susurrarle algo a su esbirro. –Más bien, deberían llegar presurosas y avergonzadas, pues pisaste este suelo durante mi tiempo…-

Ni un centímetro cambió el semblante ajeno, pero pude escuchar su suave voz, para sorpresa de muchos de los que me rodeaban.

-Yu-ki cambió los horarios.- Mana se interrumpió para luego dejar escapar un pequeño y casi imperceptible bufido, como la princesita caprichosa que era. -¡No debería estar dándote explicaciones, si hasta he dejado que reclutes tú primero!-

-Es natural- aseveré luego de levantarme, con un tono totalmente diferente en mi voz. Era seco y distante. Sadie y Ash se prepararon para seguirme. –Tú no tienes ningún interés en el nuevo contingente. Ninguno.-

Nos encaminamos hacia el interior de la prisión y ahí estaba él, esperándome del otro lado de la puerta para abrirla. Su cabello anaranjado resaltaba en contraste con el uniforme verde oliva, y tenía su sempiterna sonrisa dibujada en los labios.

-No le veo el chiste, traidor. Algún día también acabaré contigo.-

La puerta se deslizó lentamente, con el acostumbrado chirrido de sus fuertes bisagras. Coloqué mi mano en uno de los barrotes y tensé mi tatuado brazo para detenerla, ante lo cual el carcelero depuso la firmeza del suyo. Mis ojos heterócromos se posaron en su rostro sin parpadear siquiera una vez.

-No si acabas tú antes contigo mismo.-

 

 

A la mañana siguiente, no conseguí levantarme a la misma hora ni con la misma disposición de siempre. Acurrucado en mi catre, me tapé con la cobija una vez que escuché a Haruhiko bajarse de su litera.

-Közi, ¿estás bien?-

¿Qué podía hacer uno si ya no le estaba permitido ir al patio a fumar a esa hora, no tenía hambre y quería evitar a los idiotas inoportunos que con seguridad se acercarían preguntando si no estaba enfermo? Bañarse.

-Claro- respondí tras levantarme y tomar mi toalla del barandal de mi cama. –Los veré en el comedor.-

Me encaminé a los baños tras haberme despojado de la camisa, quedando solamente con la parte inferior de mi cuerpo cubierta. El enorme ojo al interior de mi brazo derecho me miraba, mientras que Medusa en mi espalda amenazaba con convertir en piedra a todo aquel que me escudriñara más de lo debido. A pesar de que me sabía vigilado, nunca podía dejar de llevar a cabo mis actos.

A esa hora no había tanta fila. Alcé la mirada y reconocí al callado chico del día anterior, al almuerzo. Sus ojos se encontraron con los míos y por eso bajó el rostro, mas no lo desvió.

Lo más prominente en su semblante eran los pómulos; incluso más que sus pequeños ojos oscuros, los cuales se escondían tras el borde de su flequillo. Su piel lechosa no pudo sino incomodarme debido a la duda que no tardaría en esclarecer. Me coloqué en la fila del otro lado, un par de lugares más atrás que él.

-Ishii, ¿no?- inquirí después de que, en cuestión de segundos, inmovilizara sus dos brazos con el mío. Estaba convencido que aquel tipo de contextura no albergaba la posibilidad de toparme con una sorpresiva fuerza; todo lo contrario. -¿A qué niño rico le robaste el auto? Porque dudo que hayas hecho algo realmente grave…- Pero de lo que no estaba seguro es de poder resistir a la provocación de su dermis, que era casi tan suave como la que aún rozaba en mis peores pesadillas.

-¡Suélteme!- reclamó el crío, mientras todos abandonaban el enorme baño común; tanto propios como adversarios. Los míos con diligencia; los ajenos con la característica indiferencia que se tiene hacia el desgraciado ignorante. El chico se removió un par de veces más, luego de lo cual ya se quedó quieto.

Posé mi mano derecha sobre su abdomen desnudo, llevándola luego hasta su pecho en una sugerente caricia.

-Hoy, cuando anochezca, en la veintinueve…- Mis esfuerzos por contenerme eran demasiado grandes, lo cual se pudo advertir pronto en mi voz. Pero era preciso terminar lo iniciado antes de largarme, así que estampé su cuerpo en la pared al tiempo que me colocaba entre sus piernas y empujaba su trasero con mi pelvis, hasta, posiblemente, hacerle daño.

-Más te vale ir, porque todavía no tienes ni la más remota idea de dónde te metiste.-

Dicho eso, me alejé de él.

 

 

-Közi, la noche está demasiado tranquila.-

Haruhiko estaba preocupado. A veces deseaba que fuera más como Sadie y no reparara en tantos detalles y presagios. En tantas premoniciones.

-Ahora la rige una diosa silente. ¿Tiene eso algo de extraño?- le interrogué en total calma.   -Te has acostumbrado demasiado al sol…-

Alzó sus ojos y me miró, apagando luego el último de los cigarrillos en el cenicero de latón. Colocó la mano en mi hombro y se guardó, antes de irse, las disculpas por hacer justamente lo que yo le había mandado.

Cuando la penumbra de la noche cubrió la celda, no me levanté a encender la luz. El pobre reflejo que iluminaba los barrotes y provenía del pasillo era suficiente. Aun en las tinieblas mismas habría podido reconocer esa silueta, una vez que la tuviera entre mis brazos.

Descansaba mis ojos dispares, pero no bien escuché unos ligeros pasos acercarse, descorrí los párpados. La reja fue movida con el inevitable ruido que no por ello dejaba de lastimar mis oídos. El chico de la cabellera oscura con mechones blancos se aproximó a mí y colocó primero sus manos sobre mi pecho, para luego rodear con sus brazos mi cuello y comenzar a besarme lentamente.

De forma instintiva, mis miembros superiores lo rodearon, y las yemas de mis dedos se paseaban con creciente avidez por su espalda descubierta y suave. De arriba hacia abajo, y luego hasta por debajo de su pantalón de uniforme. No llevaba ropa interior.

Me volteé hacia el catre y lo empujé para que cayera en él, ubicándome luego de frente y retirándole la ropa. Separé sus delgadas piernas y, una vez ensalivados los dedos, introduje el del medio en su entrada. Soltó un gemido y se recargó sobre sus codos, presionando los labios y evitando que escaparan otros sonidos conforme la intromisión en su interior aumentaba.

Mi mano estaba temblorosa al llevar a cabo dicho vaivén, y mis oídos percibían los retenidos gemidos como si verdaderamente estuvieran saliendo de la boca ajena. Sonidos ansiados por tanto tiempo, iguales a los de aquel que no cesaba de recordar, por ser producto de mi propia memoria. Azorado, retiré mi mano y troqué la anchura de mis dedos por el grosor de mi miembro, a empellones, una vez que estuvo dentro.

La tenue luz que se filtraba desde el pasillo común daba justo en la faz del chico, cuyo entrecejo se contraía con fuerza y sus dedos se crispaban estrujando la sábana. Al cabo de unos momentos ya no retenía sus voces, logrando hacerme enloquecer con ello. Conforme más le escuchaba, más brío ponía en las arremetidas. Las puertas del orgasmo se abrían de par en par para mí.

Pero ni aunque hubiera dejado de sentir el filo de aquella malnacida navaja clavándoseme traidoramente en la nuca, habría escapado del dolor. Una misma era la suavidad de sus pieles, el tono de sus gemidos y la estrechez de sus interiores en mi mente: la carnada había sido escogida para que me eligiera; nunca al revés. Llevé los ojos a sus vértices por vez postrera para mirar los orbes eternamente impávidos que despreciaban mi odio y resentimiento. Mi amor enfermo.

-Tú me mataste primero.-

 

Notas finales:

Los bandos son:

Mana: Seth y K (Moi Dix Mois)

Közi: Haruhiko Ash (The Zolge, Eve of Destiny), Sadie Pink Galaxy (Speecies, Jubilee, Xa-Vat)

También aparecen Ao Sakurai de cali≠gari y Yu-ki de Malice Mizer.


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