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Cuando el Hielo se Derrite en Tu Cuerpo por Arwen Diosa

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Notas del fanfic:

Hola a todas las lectoras y lectores , si Arwen Diosa amenaza con volver a escribir y ésta vez con Camus y Milo de ésta genial serie que es Saint Seiya, por cierto los personajes no me pertenecen... lamentablemente, pero esta vez MIlo es mi victima, y por que no Camus también tendrá que sufrir un poquito.

 

 

Notas del capitulo:

Pasen y lean. Ponganse cómodas y cómodos porque empezamos muy movidito el fic.

 

 

 

 

CUANDO EL HIELO SE DERRITE EN TU CUERPO

 

 

 

 

 

 

 

Capitulo 1.- Sin besos

 

      

 

       Cerró los ojos al sentir ese cosquilleo tan peculiar en su hombro, parte  de la clavícula y el cuello. Ésos labios no dejaban de producirle sensaciones mezcladas que robaron uno a uno sus suspiros fortuitos.

 

       Se llevó una mano a la frente para encontrar, quizá, un poco de cordura, pero ya era tarde, su cuerpo y mente estaban totalmente entregados al placer que prometía ésa noche. Sería mejor que el guardián de la octava casa no note su estado… no quería enterarse de las consecuencias ¿Quién sabía de lo que sería capaz si lograra adivinarlo?

 

       Sacándolo de sus cavilaciones fue arrojado hacia la cama, ésta se movió al recibir su peso y luego la de Milo que subió sobre él sin esperar nada.

 

       Camus ayudó al Escorpión a deshacerse de la prenda que cubría su torso a jalones, reventando si era necesario, los botones de ésa camisa. La botaron lejos y fue el caballeo de los hielos el que utilizó sus labios para acariciar la piel griega y deliciosamente bronceada, dedicando especial atención a los pectorales y subiendo para lamerle el lóbulo de la oreja, con su manos le acariciaba la espalda baja, delineando la musculatura.

 

       Se dejó hacer, Milo sonriendo de lado en plena luz plateada de la noche, aquella que le ofrecía la luna al filtrarse por su ventana. No imaginaba que el frio, calculador y siempre serio Caballero Dorado de Acuario, Camus, un día esté en tales condiciones en su cama, desnudo ante su mirada deseosa y ante sus manos experimentadas, y peor aún, nunca creyó que el francés en tales condiciones quisiera tomar iniciativa y también brindarle placer, se había incorporado un  poco sobre la cama y le besaba con  devoción los pezones pero… ¡Cómo le excitaba!

 

       Le sostuvo por la melena acuamarin, delineando esa cabellera perfumaba a una esencia casi imperceptible a rosas, y la jalo un poco, lo suficiente para detenerle.

 

       Se miraron un instante, distinguiendo el brillo en sus orbes, la de Camus como el hielo, la de Milo… el francés no supo descifrar el tipo de mirada al que era sometido y tampoco le dio tiempo a hacer suposiciones. En menos de nada ya estaba en nueva cuenta de espaldas en la cama griega con las piernas entrelazadas en la cadera de Milo e intentado hallar un poco de calma y relajar sus músculos. Sin embargo, no era sencillo… el Escorpión no le dejaba fácil aquella tarea ¡Cómo lograrlo! El griego, experto en las artes del amor, le producía tantas sensaciones con el roce de su piel, las caricias de sus manos que ahora se paseaban por los prominentes glúteos de Acuario y la lengua… ¡ah! Qué tortura que ahora se paseaba por la línea de su ombligo y bajaba…

 

       Apretó las sabanas dejando escapar un gemido, claro vestigio del placer que enardecía sus sentidos y nublaba toda muestra de razón.

 

       Milo se detuvo en el momento preciso dejando a Acuario con ansias de más. Recibió una mirada de reproche reclamando del porqué de su falta de tacto  al detenerse justo antes de provocarle el orgasmo.

 

       Como respuesta le sonrió con malicia y algo de picardía mezclada ¡disfrutaba a sobremanera el tener a Camus así! Si en sus pasionales fantasías le había deseado pero, el Caballero de Acuario con su frío andar por los recintos Sagrados y el rostro impávido ante todo, mataba toda fantasía, simplemente no le gustaba la idea de follar con alguien quien apenas muestra reacciones o sentimientos.

 

       “-¿Y Camus de Acuario? ¿Te lo piensas…?”

 

       Kanon siempre con sus preguntas de alternativas y buenas o malas opciones.

 

       “- Para eso me masturbo”.

 

       Solía decir a sus compañeros  y amigos de parranda.

 

       “- Es bello nadie lo niega, pero no tengo interés de follar con un refrigerador con patas”

 

       Si tan sólo Kanon lo viera ahora, tan complaciente y relajado, tan natural. Camus no hacía esfuerzos para verse sensual y su pasión no era fingida. Ojalá hubiera preparado una cámara, para al menos sacar una fotografía para el recuerdo.

 

       Tener al Caballero de los hielos así… con la melena acuamarín elegantemente esparcida sobre el colchón, otros cabellos sobre su torso francés y parte del rostro, con gotas de sudor apenas perceptibles. Le acarició la extensión del muslo, delineando con los dedos aquella cadera. Milo tomaba posición para llegar a la culminación de ésa noche, comprobar las malditas suposiciones de su amigo Kanon.

 

       “- Es virgen - Solía decir - Acuario fue siempre solitario y nunca lo vi de novio con alguien.

 

       - ¿Virgen? – Milo no dudaba, al contrario le parecía gracioso - Con razón tiene ésa cara. Que alguien le haga el favor de follarle.

 

       - Al principio creí que mi hermano le traía ganas pero ya sabes, Saga es… - miró a Milo - ¿Y tú?

 

       El Escorpión y Kanon estaban en uno de sus momentos en los que compartían sus experiencias amorosas y extendiéndose en los detalles sexuales. Cual dos galanes sin nada que perder al comentar su fortuna entre los mismos Santos Dorados. Ése día en particular habían sacado a Camus al tema cuando llamó su atención durante el entrenamiento matutino en el coliseo… ¿Cómo empezar a describirlo? Con la mirada baja, apoyado en un pilar, solo, el flequillo del cabello produciéndole una sombra sobre los ojos y el semblante… Camus se veía triste, serio, pensativo… ausente. Expresión que duró efímeros diez segundos pero Milo y Kanon lo notaron, para luego verlo reaccionar mirando hacia otro lado y caminar donde Shura y continuar con el entrenamiento.

 

       - No pretendo morir congelado – fue la respuesta del gemelo – Pero sería muy interesante verlo fuera de sí, ya sabes, pidiendo más”.

 

       Tras algunas conversaciones con Kanon, Milo fijo su atención en Camus de manera exclusiva cincelando el deseo en su mente, el deseo de poseerle.

 

       Milo sonreía complacido cada minuto más satisfecho, si Kanon pudiera ver ¡Sí sólo lo viera! La acumulación de lágrimas que se negaban a salir de las orbes del color del hielo y cómo estrujaba las sábanas, su alarido mitigado al apretar los dientes. Todo eso porque introducía su endurecido miembro en la cavidad carnosa y apretada.

 

       Al entrar por completo Milo se detuvo.

 

       Camus le miró, agradeciéndole en silencio que esperara un momento a que se acostumbrara antes de empezar las embestidas. Pero no… Milo no se contenía por eso, es más, miraba extrañado al Caballero de Acuario.

 

       - ¿Qué? – Logró preguntar.

 

       - Creí que tenías un voto de castidad – dijo, haciendo un esfuerzo para no arremeter, pero…

 

       Camus también se mostró confuso y quizá, un poco ofendido por el comentario, arrugó el entrecejo. Además ésas eran las primeras palabras que se decían desde que sus manos y labios empezaron a explorarse.

 

       - Que más te da – repuso, quería continuar sintiendo ése placer que ahora Milo se lo privaba.

 

       Y era cierto ¿qué más le daba? Menos en ése momento donde las embestidas podían iniciar su ritmo cardiaco y saciar su cuerpo a costa del otro, pero, la curiosidad… ¿Quién?

 

       Milo empezó a moverse haciendo caso a la necesidad que su cuerpo le presentaba, saliendo del interior para volver a introducirse sin consideraciones.

 

       Acuario no hizo esperar sus jadeos y gemidos entremezclados, pronto cambiando de dolor a placer desbordante.

 

       - ¿Qui… quién? ¡mah!

 

       Camus sólo quería concentrar su mente en el fuego en el que era envuelto, en aquel placer que lograba dilatar sus pupilas, acelerar su corazón y circulación sanguínea, llenaba su cuerpo de sensibilidad extrema. Pero… había oído a Milo preguntar “¿Quién?” ¿Acaso se refería al nombre de quién exploró cada recoveco de su cuerpo tal y como Milo lo hacía?

 

       Quien tomo su primera vez… a quien se la entregó.

 

       - ¿Qui…én? – Milo se hizo oír en nueva cuenta entre los gemidos entrecortados de ambos.

 

       Sabía que era algo estúpido preocuparse por quién había estado con Camus antes de él, realmente Camus podría bien haber tenido sexo con medio Santuario y aún así no importaría. Pero, la curiosidad lo asechaba.

 

       ¿Quién había logrado acabar con la frialdad Acuariana?  Si nunca lo vieron en una relación, desde que lo conocía era impresionante que mantuviera ésa postura seria y suponía que Camus no cedería una noche con cualquiera.

 

       Milo se inclinó lo suficiente hacia Camus, hundiendo la nariz en la cabellera acuamarín aspirando su aroma a rosas, tan delicioso y hechizante. Le acarició con cierta dulzura el rostro, delineando la piel de las mejillas dulcemente sonrojadas, le vio la expresión. Camus tenía  los ojos cerrados y los labios separados jalando aire a sus pulmones.

 

       No se sentía perdido, al contrario, se entregaba al placer que Milo le daba, dispuesto a gozar sin perjuicios de las profundas embestidas, la dureza del miembro que tenía dentro alcanzando la gloria llevándolo al abismo… quería saltar sin mirar a ningún lado, sin pensar en nada y tampoco en nadie…

 

       Abrazó a Milo en cuanto se inclinó sobre él y sintió que le acariciaba el rostro con una dulzura que no sintió en toda la noche, con el roce exquisito de sus pieles perladas por el sudor y la aceleración de sus corazones al ritmo de las estocadas sentía que pronto terminaría.

 

       - Ah… aaamgah! Mgn! Ah! – los gemidos se hicieron escuchar sin espera – Mi… lo ¡Milo!

 

       El aludido sonrió extasiado al escuchar su nombre en tales condiciones del francés, con la voz al borde de la locura a la que empuja el placer, sentía como el cuerpo debajo el suyo se tensaba tal cuerda a punto de romperse. Aprovechó el momento, no hallaría otro igual, Camus estaba tan embelesado en las sensaciones que su cuerpo sufría y Milo lo comprobó al ser abrazado con ansias, procedió a escurrir sus labios hacia la piel del cuello, para distraerlo más acarició uno de sus pezones con la mano y sus labios hicieron los suyo.

 

       Debía dejar la marca que comprobara que ésa noche fue real. Pellizcó poco a poco la piel entre sus dientes, la succionó con fuerza y usó su lengua para remojar la zona del cuello entre sus besos, la marca debía ser lo suficientemente visible en aquella piel. Ahogó un gemido de placer entre el cuello de Camus y sus cabellos.

 

       Mientras él rasguñaba la espalda del griego y contraía las piernas hacia su torso, sintiendo que de pronto todo el cuerpo le flaqueaba.

 

       - Aaah! Magaanngh! ¡Milo!

 

       Jadeaban acelerados, respirando a bocanadas para tranquilizar su cuerpo y todas las sensaciones mezcladas, buscando poder relajarse y volver a respirar con normalidad. Unieron miradas unos instantes efímeros mientras sus alientos golpeaban el rostro del otro. En otras de sus noches de galantería, Milo acostumbraba terminar la noche de seducción robando el aliento de su amante de turno de sus labios en un beso que podía pasar de demandante a dulce con la danza pasional de la noche, en ésta ocasión tenía a sólo un poco de distancia los labios de Camus y le miraba pero no le vio el fin, si durante toda la sesión pasional los besos no se hicieron presentes no tenía que empezar ahora… un beso más, un beso menos…

 

       Milo fue el primero en moverse sabiendo que no podía dormir encima de Camus en tales condiciones. Se incorporó apoyando las rodillas en el colchón y sujetó al Santo de Acuario por la cadera y salió de su interior.

 

       Como respuesta el francés hizo una mueca de dolor.

 

       - Perdona, terminé dentro de ti.

 

       Camus no miró al Escorpión y no necesitaba comprobar sus palabras, sentía escurrir entre sus piernas la semilla de Milo y la de Camus entre el abdomen de ambos.

 

       Sin mirarle, sabía que Milo se había puesto de pie y abría un cajón al extremo de la habitación, en menos de nada se acercaba de nuevo a él que estaba sobre la cama cubriéndose parte del rostro con el antebrazo derecho.

 

       - Toma. Límpiate – le ofreció en una mano un manojo de papeles desechables y en la otra una toalla. Camus le miró las manos evitando el contacto visual y tomó ambos. No quería volver a mirar ésas orbes celestes de Milo, estaba esperando enterarse a si el griego era capaz de robarle un beso… quería saber que tan descarado era. 

 

       - Si.

 

       Ahogó toda muestra de dolor al sentarse sobre la cama, sólo atinó a morderse el labio inferior y sentir que la sangre se le subía al rostro ¡Cómo dolía! Había olvidado ésa sensación tan… miró a Milo con disimulo ¿Por qué tenía que parase delante de él desnudo? Si… acababa de tener sexo con él, pero apenas había mirado el cuerpo griego a toda luz de la luna, aquellos rayos plateados, lo hacían ver tan sensual.

 

       - Si quieres puedes ir al cuarto de baño – Ofreció Milo sentándose en la cama sin prestar mucha atención a Camus y del porqué de ésa expresión sonrojada y ofuscada “Si es que puedes moverte” pensó en decirlo pero prefirió callar.

 

       Estaba limitado, la tarea de limpiarse le incomodaba, en  primer lugar la presencia de Milo y otro, el molesto dolor punzante en la región baja de su cuerpo. Hizo a un lado los papeles desechables y la toalla porosa y como muestra de su incomodidad se arregló el cabello.

 

       - Eh… puedes dormir aquí, si quieres – propuso Milo notando esa reacción en Camus, era la primera vez que le veía removerse el cabello, supuso que era por la incomodidad.

 

       Efectivamente estaban en el templo de Escorpión, precisamente en la habitación. Camus se dejó caer en la cama mirando el techo, dejando que su cuerpo y mente sean abrazados y envueltos por el adormecimiento que le sexo ofrecía y se disponía a sentir por segunda vez en su vida, poco a poco su respiración se hizo más lenta y pausada. En algún momento Milo se había acomodado a su lado cubriendo a ambos con una manta.

 

“Aunque me haya entregado a él…

 

sigo siendo tuyo”

 

       A los pocos minutos ya estaban dormidos.                     

 

            

Notas finales:

Sin besos... hace el amor y ni un solo beso.

¿Qué te pasa Milo?


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