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Thálassa por maryme

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Notas del fanfic:

¡Hola!

 

Últimamente he  tenido demasiado tiempo libre  y  eso me ha permitido  pasar el rato escribiendo cositas  o ideando historias que no siempre termino,  ;3;

Este relato  surgió en base a todas esas horribles noticias sobre derrames de petróleo en diversos sitios, es verdaderamente lamentable ser testigo día a día de cómo el consumismo y la avaricia del hombre lo llevan a destruir poco a poco  el único hogar que posee.

 

Espero que  cualquiera que lea Thálassa, pueda recordar un poco de la magia con la que esta hecho nuestro planeta.

 

¡Por cierto!  El nombre significa "Mar" en griego.

Notas del capitulo:

Adelante, pase usted al mundo de la fantasía.

Para descubrir el momento preciso en que sucedió esta historia, los relojes deben dar vuelta atrás, vueltas  y más vueltas... tantas que sus manecillas terminarían mareadas  y los números en sus superficies  se borrarían poco a poco, por que esto sucedió fuera del tiempo en la línea eterna del pasado.

 

Todo comenzó en una isla lejana, en una tierra sin nombre, con nubes de algodón sobre álgidas montañas orgullosas.

 

Aquella tierra de fantasía estaba poblada por mil criaturas mágicas  y mil espíritus luminosos, la bondad y la maldad  eran aun conceptos  abstractos ajenos a las pequeñas mentes de las hadas juguetonas, que entre flores multicolores danzaban en círculos perfectos  llenándose las alas de polen.

 

La tierra era virgen, tanto que los dioses aun  caminaban por sus indómitos senderos terminando la ardua labor de la creación.

 

 

El bosque tenía diecisiete hijas, diecisiete ninfas que pasaban la mañana jugando con sus hermanos los árboles, probando de las torcidas ramas, frutos de sabores intrigantes y nuevos.

 

 Ataela era la menor de  aquellas doncellas. Mientras que sus hermanas tenían cabellos dorados, el bosque  había decidido que los cabellos de Ataela serian  de oscuro ébano, largos y lacios, el viento sentía fascinación por ellos  y constantemente  jugueteaba con la cabellera de la ninfa, levantando al vuelo sus sedosas hebras  haciéndolas revolotear como alas de cuervo. Y no solo el viento sentía fascinación  por aquella oscura cabellera, Dhamar  era la mayor  de  las sílfides del bosque y  cada mañana  retozando bajo sombras frescas, Dhamar se sentaba cerca de Ataela, una mirada bastaba  y ambas se sonreían cómplices mientras la morena  se tendía lánguidamente sobre el pasto  y descansaba la cabeza en las piernas de su hermana mayor, quien pronta comenzaba a peinar los largos cabellos negros con sus marfileños dedos.

 

 

No había objeto más precioso  a los ojos de Dhamar que su pequeña Ataela.

 

Aquella mañana   la gentil figura de ambas  se veía vagar por la espesura verde de la abundante vegetación, Ataela daba pasos diáfanos y etéreos, mientras que Dhamar  apoyaba los menudos pies con mas determinación.

 

-...Y entonces cuando se dio cuenta, el gnomo  estaba atorado  entre esas ramas y las hadas se burlaron de él - Ataela  termino  un breve relato que había comenzado  a narrar  al salir del viñedo mas próximo a los árboles bajo los que solían dormir, y el cotilleo sobre el gnomo que había sido engañado por las hadas se había extendido   hasta mas allá de los dorados campos de trigo, para ese momento, Dhamar ya no prestaba atención a la narración, pero cuando escucho  el silencio  de  su hermana se apresuro a decir algo.

 

-Ya veo...

Fue la sencilla respuesta desinteresada, Dhamar  disfrutaba sin lugar a dudas de los largos paseos  con su pequeña hermana  pero a veces  consideraba  que Ataela se dejaba envolver por los asuntos más insignificantes hablando de ellos durante horas.

 

-No estabas escuchándome, ¿verdad? - Los ojos grises de Ataela se entrecerraron  fijos en su hermana  quien  se removió nerviosa  cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra.

 

-Oh claro que si te escuchaba, dijiste que esas hadas...y un gnomo... -La voz de Dhamar se fue volviendo solamente un susurro inseguro  y se supo descubierta  al instante- De acuerdo, no estaba escuchándote, ¡pero!  Es que siempre hablas de otras criaturas, que si las hadas tienen alas nuevas, que si un troll tiene un peinado divertido - Bufo ligeramente fastidiada.

 

-Bueno, ¿y de que quieres que hable? Si aquí nunca pasa nada - Se cruzo de brazos ofendida  por el desinterés de su hermana -  Si fuéramos diosas podríamos ir a otro lugar, a un lugar lejano  y quizás  encontraríamos alguna aventura, he escuchado sobre los dragones - sus ojos se llenaron de emoción - dicen que son peligrosos, que viven mas allá de donde se pone el sol  y que tienen problemas con los gigantes que son sus vecinos, escuche el otro día que...

 

Un dedo largo  y suave presiono los labios de Ataela para silenciarla antes de que se dejara arrastrar por su imaginación hacia  el peculiar conflicto entre dragones y gigantes. Dhamar  dio dos pasos y cerro la distancia entre ambas, con cuidado su mano rodeo la cintura de Ataela  y retirando su dedo de la  rosada boca  inquieta. Recargó su frente sobre la  otra.

 

-No nos acercaremos a los dragones y mucho menos a los gigantes, Oh Ataela ¿Por qué no puedes ser feliz con lo que tenemos?  Tú entre todas nosotras eres especial, diferente, pero también eres indomable como los unicornios del llano de plata.

 

La doncella rubia subió una mano por la espalda de aquella a quien abrazaba  y  sin poder resistirse  a ese placer personal, comenzó a peinar los negros cabellos  de arriba hacia abajo cerrando los ojos deseando poder transmitirle  su calma a su hermana, no había  necesidad de buscar nada más, la vida era perfecta, pero Ataela siempre caminaba    por la orilla del abismo del peligro, con los ojos  vendados.

 

-Lo siento Dhamar

 

Con aquellas palabras  la ninfa  de ébano siempre cerraba las discusiones, pero a Dhamar  no se le escapaba el hecho de que jamás aceptaba sus argumentos, se limitaba a disculparse  y ella se limitaba a aceptar el gesto, después con una sonrisa ambas seguían su largo paseo.

 

Había muchas cosas que Ataela y Dhamar conocían, pero haba  muchas más  de las que no tenían la menor idea  y aquella tarde   el destino de ambas quedaría sellado.

 

Sus pasos ligeros  pero constantes las llevaron lejos, mucho más lejos  de lo que habían estado  antes  y pronto la vegetación comenzó a  cambiar, se volvió mas húmeda  y menos poblada, el sol se filtraba  gustoso entre hojas gigantes   y plantas de extraños árboles  delgados y muy altos, algunos tenían frutos y otros no, las ninfas notaron que el suelo a sus pies también sufría  un cambio notable, el pasto había quedado en el olvido y ahora la dorada arena  recibía su peso de manera gustosa quedándose con las impresiones  de sus huellas.

 

-¡Mira Dhamar!  ¡Mira! - Ataela saltó   de un sitio a otro  con un paso lleno de gracia, la morena miraba divertida la manera en que ahí donde pisara, el suelo  blando  guardara la imagen impresa de la planta de su pie.

 

La risa de ambas  tintineo como campanitas  mientras   entre juegos sus mejillas enrojecían ante el caluroso ambiente.

 

Y De pronto un rugido las detuvo en su lugar  mirándose ambas con duda  y miedo.

 

-¿Qué...es eso?

 

Ataela sintió los protectores brazos de Dhamar  mientras prestaban más atención. El sonido no se parecía a nada de lo que hubieran escuchado hasta ese día, era un rugido adormecido, suave  y que parecía arrastrar dentro de él mil pequeñas melodías.

 

-Vamos, veamos qué es, vamos - Ataela  se escapó del abrazo de su hermana  y comenzó a correr hacia la fuente  del rugido.

 

-¡No! Ataela no  seas imprudente

 

Dhamar corrió detrás de su hermana, la luz del sol se volvió parpadeante pues al correr  los rayos que se filtraban  entre las hojas de las palmeras, aparecían y desaparecían de manera rápida ante los ojos de Dhamar.

 

Ataela jamás se había sentido tan  emocionada, ¡finalmente una aventura!  Iba a  hacer un descubrimiento  y mientras corría,  sentía su corazón acelerado, excitado como un Pegaso en pleno trote sobre el cielo. Quizás había encontrado a los dragones, pensó, y no se detuvo  hasta que repentinamente una luz  casi cruel la deslumbro y la hizo  cubrirse los ojos con el antebrazo derecho.

 

El rugido generoso de las olas del mar hizo que Ataela y Dhamar   contuvieron el aliento.

 

Poco a poco, la visión de ambas se acostumbro a la gloriosa manera  en que las aguas cristalinas brillaban llenas de vida, aquella mole de agua  dejo inmóviles a las ninfas quienes nunca antes habían contemplado la gloria del mar.

 

-¿Que es...esto?

 

Ataela fue la pionera en  dar un paso al frente y Dhamar ni siquiera la detuvo,  estaba hipnotizada por la manera en que las olas  creaban un perfecto vaivén, la espuma blanca humedecía la arena  y dejaba estelas de pequeñas burbujitas que iban rompiéndose de manera divertida una detrás de otra  como embargadas por el jubilo antes de ser arrastradas de nuevo por el agua y  montar de nuevo el ir y venir de las olas.

 

-¡Que cantidad de agua! Deben ser los baños de los dioses

 

Dhamar sintió que despertaba abruptamente de un sueño cuando su hermana lanzo un grito de júbilo al sentir  el mar besando sus pies.

 

-¡No Ataela! Sal de ahí, ¡anda sal! Quizás esas aguas pertenecen a alguien

 

La rubia caminó hacia su hermana  tratando de llegar a ella pero cuando  las olas  llegaban a la orilla , Dhamar retrocedía  asustada procurando que   el agua no tocara sus pies mientras Ataela  no paraba de reír   y de caminar mas  adentro fascinada por el espectáculo de su nuevo descubrimiento.

 

El agua era totalmente clara, transparente,  la arena en la que la morena tenía los pies  apoyados era perfectamente visible igual que un banco de pequeños pescaditos  rojos que pasaron entre las piernas de la ninfa haciéndola reír con gozo.

 

-¡Dhamar, tienes que ver esto!, ¡Oh Dhamar es maravilloso!  Hay pequeñas criaturitas aquí, espera atrapare una para ti.

 

Dhamar  negó ansiosa,  era demasiado cobarde para entrar al agua junto a Ataela  y la desesperación de tenerla lejos comenzaba  a volverse inquietante.

 

-Sal del agua Ataela...por favor sal

 

 Suplicó y fue ignorada por su hermana quien  trataba de atrapar  a uno de  aquellos escurridizos pececitos que la provocaban nadando  muy cerca.

 

-¡Espera, ya salgo, solo atrapo a uno para ti, solo a un...!

 

Ataela tenía el cuerpo inclinado al frente   y las manos dentro del agua, sin darse cuenta había ido moviéndose de espaldas  y el agua había pasado de su cintura hacia su pecho en solo un instante, los peces multicolores  nadaron repentinamente lejos.

 

-¡Ataela! - Dhamar  alzó la voz desesperada  cuando  su hermana desapareció  de su campo de visión. Ansiosa se movió de un lado hacia otro, levanto su peso sobre la punta de sus pies tratando de ver a lo lejos.

 

Ataela había desaparecido, hundiéndose en el agua, en su jugueteo había llegado a un desnivel que dividía  el mar profundo de la  segura orilla y al perder el apoyo bajo sus pies, la morena se había hundido de inmediato. Nunca había estado en aguas tan profundas  y era natural el hecho de que no sabía nadar, pero el instinto le hizo mover brazos y piernas con desesperación y emergió durante un instante  en el que tomo una bocanada de aire.

 

-¡Ataela! ¡Ataela! - Dhamar  corrió desesperada hacia el agua, ya no le interesaba si aquellos eran los dominios de algún ser superior, aquel monstruo de agua estaba comiéndose a su pequeña hermana  y ella, temblorosa  y aterrada trataba de llegar hacia la morena  quien  emergía  por pequeños instantes solo para volver a  desaparecer bajo las olas. Dhamar sintió que conforme  el agua subía sus movimientos eran mas torpes  y lentos  y   cuando el agua  ya llegaba  a sus hombros se percato de que Ataela ya no emergía, se quedo quieta  pues entre  la inmensidad del mar  no podía ubicar el sitio donde antes había visto  a la morena, ahora todo parecía en calma, una horrible calma, un silencio aplastante y desolador  interrumpido solamente por  el bramido del mar que ya no le parecía  ni maravilloso ni gentil, si no violento  y salvaje.

 

-Oh Ataela...mi pequeña Ataela... ¿Dónde estas? - Dhamar  sentía  la humedad  en su rostro, sus lágrimas eran más saladas que el mar, pues llevaban el pesar de su alma desolada.

 

 

La hija mayor de los bosques   comenzó a caminar    hacia un lado  tratando de encontrar a su hermana, sabia que no podía ir mas allá o el  agua también la atraparía, pero no regreso a la orilla, esperó  que quizás alguna ola llevara consigo a su pequeño tesoro de ébano, pero  la tarde se hizo noche y Dhamar temblando de frío  salio del agua con  las manos vacías y el corazón roto.

 

Aquella noche, la rubia se tendió en la arena, dejo que su cuerpo febril  y húmedo se  decorara con la arena que se le adhería,  descansaba sobre uno de sus costados mirando de frente al mar  y sus olas infinitas, esperando y esperando...

 

Cuando la mañana llegó, la ninfa seguía ahí, fue testigo del recorrido de la luna   que con paso lento surco el cielo arrastrando detrás de ella su vestido de estrellas hasta desaparecer, presencio una parvada de aves blancas  volar hacia el púrpura amanecer  y cuando finalmente el sol despunto en el horizonte, Dhamar  se dio cuenta de que algo muy extraño había ocurrido.

 

Lánguidamente se puso en pie y miro hacia el mar, todo parecía  ser como había sido el día anterior, las olas, el rugido, la inmensidad, pero algo estaba mal, las aguas se habían teñido durante la noche de un color oscuro, negro  y ahora  con la luz del día esas sombras no se disipaban, el mar  había oscurecido permanentemente.

 

-¿Ves lo que tu y tu hermana han provocado, ninfa?

 

Dhamar jadeó asustada y se giró.

 

Había detrás de ella, dos hombres   uno de ellos tenia  dos pozos  fríos  por ojos y  sus delgados labios formaban un severo rictus en el perfecto rostro de perfil griego.

 

-Oh vamos Atlante, no seas cruel con ella, mírala, la pobrecita ha pasado toda la noche aquí en espera de su hermana

 

El segundo en hablar era la encarnación de un rayo de sol, luminoso, de sonrisa calida y cabellos rojos que parecían encerrar la vitalidad del fuego, Dhamar supo que eran dioses  pero  no pudo abrir los labios aunque lo intentó.

 

-¡Cállate  Helios!- Atlante increpó a su compañero dedicándole una mirada mordaz - Mira lo que estas criaturas han causado, mis aguas se han vuelto oscuras, todos los seres que viven debajo de ellas morirán sin la luz y todo por un par de chiquillas molestas, ¡yo digo que  hay que provocar una marejada y desaparecer esta isla!

 

Dhamar  dio un saltito  estremeciéndose al escuchar semejante declaración pero Helios  se rió gentilmente y atrapo su muda atención  de nuevo.

 

-Veras pequeña ninfa,  mi querido amigo esta molesto por que esas sombras que ves en el mar son los cabellos de tu hermana que han crecido durante la noche  y forman sombras inmensas que llegan mas allá de lo que  puedes apreciar, no podemos permitir  que la situación se quede así.

 

Dhamar asintió pues comprendía y  reuniendo valor habló con las deidades.

 

-Si ustedes...regresaran a mi hermana a mis brazos, esas sombras desaparecerán y yo juro que... que jamás volveremos a acercarnos a este lugar, jamás - Prometió con la voz cargada de sentimiento ante la posibilidad de recuperar a la traviesa Ataela, pero esa llama  en su pecho volvió a apagarse al ver al poderoso Atlante sonreírse de lado con malicia.

 

-Tu hermana merece su castigo, fue imprudente, curiosa y descuidada, la retendré en mis reinos para siempre, no recibirán un premio a cambio de su insolencia

 

Declaro con firmeza  y Dhamar  emitió un gemidito que se convirtió en un sollozo intimidado de inmediato.

 

-Mira lo que causas Atlante, ¿de que sirve atormentarla más? - Helios censuró a su  amigo reprobando sus acciones,  pero el gallardo dios de ojos oscuros simplemente se cruzo de brazos y desvió la mirada levantando la barbilla - No pequeña ninfa no llores.

 

Helios se acerco a la sollozante rubia  y le dio unas palmaditas en la cabeza, no sabia con exactitud lo que se sentía estar triste, pues  era inmune  a las vividas emociones humanas.

 

-Escucha, aunque lo que Atlante dice es verdad yo te ofrezco  un trato - El bondadoso dios abrió los brazos  para  Dhamar quien lo miró son comprender - Te convertiré en un rayo de sol, y cada día podrás peinar los cabellos de tu hermana alejando las sombras  del agua, pero por la noche  tendrás que apagarte  y dejar a tu hermana sola en las profundas aguas, es lo único que puedo hacer por ti.

 

Dhamar lo pensó un instante, jamás recuperaría a Ataela, nunca volverían a pasear  juntas   y en ese momento se arrepintió de no haber prestado atención a la historia de las hadas y el gnomo, sentía curiosidad por saber como había quedado el gnomo atrapado  en aquellas ramas.

La rubia miro hacia Atlante y de nuevo hacia Helios  y se entrego a sus brazos, el  abrazo del dios la quemo, sintió arder su piel   y su cuerpo frágil comenzó a parecerle muy ligero, liviano, Dhamar cerró los ojos y desapareció su cuerpo se rompió en mil estelas de luz y el dios de rojizos cabellos  se encontró  a si mismo abrazando a la nada.

 

-Bien, espero que sufran eternamente - Atlante  se mostró satisfecho al ver a la ninfa desaparecer, miró hacia las aguas    y desde el cielo un haz de luz bajo sobre las sombras del mar.

 

Aquel rayo de sol se dividió  en  otros más pequeños y poco a poco atravesaron el color  negro del agua, su luz  fracciono las sombras apartándolas gentilmente hacia los lados, peinándolas. Eran los dedos de Dhamar  peinando los sedosos cabellos oscuros de Ataela.

 

-¿Sabes Atlante? yo no creo que sufran, ni siquiera pienso que estén tristes - Helios se sonrió mientras admiraba aquel juego maravilloso de luz y oscuridad en el agua - Creo que  justo en este instante, ambas sonríen, por que están juntas de nuevo  y Dhamar acariciara y peinara los cabellos de Ataela  por toda la eternidad...

 

 

El severo  y frío Atlante le dedicó al pelirrojo una mirada larga y silenciosa, desapareció sin decir nada, Helios se tomo un instante más, tenia en los labios  una sonrisa satisfecha.

 

-Bueno, el resto de la creación espera - El dios de fuego también desapareció.

 

Esto ocurrió en una isla lejana, en una tierra sin nombre, con nubes de algodón sobre álgidas montañas orgullosas. Donde la ninfa Ataela duerme en el fondo del mar  con una sonrisa,  mientras Dhamar peina sus cabellos con dedos calidos... por toda la eternidad.

Notas finales:

La verdad es que, este no es un gran relato ni mucho menos, pero agradeceria sus opiniones y comentarios, cualquier tipo de señalamiento a mis errores me ayuda cada dia a mejorar. Gracias~


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