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El fantasma y la rosa por starsdust

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A veces comenzaba a correr el rumor acerca de un fantasma que acechaba desde las sombras del santuario. Como todo cuchicheo, nacía y moría de a períodos. Yo había visto aquello ocurrir demasiadas veces antes, y sabía que de cualquier manera yo no sería descubierto, porque mi existencia era el tipo de cosa que la gente prefería negar. Era mejor para ellos convertirme en un ser sobrenatural que aceptar que en realidad estaba allí, y eso estaba bien para mí.

Tantos años entre las sombras me han llevado a conocer este lugar mejor que la mayoría de quienes viven a la luz, descubrir facetas ocultas de quienes lo habitan. Acostumbrado a esconder mi cosmos y moverme entre las penumbras, he presenciado cosas que se guardan para los momentos en que cada uno está solo consigo mismo.

Shion, que conversa con las armaduras. Aldebarán, que gusta de sentarse a ver el atardecer con una botella de buen vino. Manigoldo, que no puede quedarse quieto por las noches y a veces sale de su templo en la madrugada. Dohko, que se desprende de su armadura en cuanto tiene oportunidad. Sísifo, que se sienta junto a la ventana y mira con tristeza hacia el horizonte, como si una pena lo afligiera profundamente. El Cid, que guarda una vieja caja que a veces abre apenas por unos momentos, antes de volver a cerrarla. Dégel, que canta en voz baja canciones en francés mientras hojea libros antiguos. Kardia, que a veces se demora en dejarse ver para escuchar esas canciones.

Soy un observador casual. Cuando me encuentro con estas escenas no es porque lo busque, sino porque se cruzan en mi camino. No soy más que una parte de este lugar, como lo son las rocas que lo conforman. Algunos saben que estoy aquí, la mayoría no. Quizás no sea lo correcto, pero es inevitable. No haría diferencia que lo supieran. Técnicamente, nunca he existido.

En lo más alto de las Doce Casas está Albafica de Piscis. Él es, a su manera, similar a mí. Ha pasado toda su vida aquí, y sin embargo, parece no ser parte de los habitantes del santuario. La diferencia es que esa fue su propia elección. Su entrenamiento volvió su sangre venenosa, y buscando evitar toda posibilidad de ser un peligro para otros, se encerró en su propia cárcel.

Pero para él es difícil pasar inadvertido. Incluso cuando intenta esconderse, su presencia es delatada por el dulce perfume que lo acompaña. A él, que fue abandonado en el santuario, lo vi crecer, sin que él supiera que estaba siendo observado. Vi cómo su maestro fue preparándolo para tomar su lugar, sin explicarle que al final se quedaría completamente solo. Y lo vi llorar por la muerte de ese maestro, sin poder hacer nada para aliviar su dolor.

Muchas veces en que he querido intervenir he tenido que recordar el lugar que me corresponde, aunque en algunas ocasiones me he visto forzado a actuar por alguna razón. Cuando lo hago es de manera disimulada, devolviendo en secreto un artículo perdido a su lugar, o susurrando un consejo telepáticamente.

La razón por la que busco pasar desapercibido es porque si no soy lo suficientemente cuidadoso las cosas pueden salirse de control. Eso fue lo que ocurrió el día en que encontré un colgante con aroma a rosas en un sendero del bosque en las afueras del santuario.

Continúa en la siguiente (y última) parte :P

Notas finales:

Ya sé que la narrativa de este capítulo es medio aburrida. 

En la segunda parte habrá Manigoldo y Albafica xD

En el caso de que alguien se pregunte dónde está la 2da parte de Quimera: Perdón xD Una amiga me presionó mucho para que publicara la primera parte de esto.  La segunda está casi toda escrita, falta pulir nada más.

Pero (por las dudas) gracias por el apoyo en Quimera, no quiero tardar mucho en eso aquí por lo menos :3


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