Abandono
No tenía más que diecisiete años, pero sentía que había vivido más de lo que cualquiera hubiera vivido. Tampoco era que su vida fuera realmente interesante, o muy activa. Más bien era aburrida. No poseía grandes habilidades y las que tenía no se destacaban de las de otras personas. Era alguien estándar, sin grandes atributos que resaltaran de las de otros y su personalidad era demasiado reservada, hasta llegar a la apatía. Sin embargo, aquella sensación de haber vivido mucho no desaparecía.
Era sabedora de que aquel problema existencial estaba en su cabeza, era totalmente conocedora que su poco interés en la vida era exactamente esta misma. La vida.
No veía en ella su deseo de vivir. Ni de existir. Y por lo mismo no le temía a la muerte.
Ese temor sembrado en la infancia de que moriría y no sabría a donde iría se fue desvaneciendo con el tiempo, hasta dejar en su lugar un sentimiento de vacío.
Aquello fue un proceso lento, tanto que no fue conciente de que ocurrió hasta que ya no le temía a su muerte. Cosa que no le causó la menor turbación. Y eso sólo hacía más miserable su estado.
Sabía, por palabras de otros, que lo correcto en la vida es, después de toda diversión y buenos momentos, tener una profesión y desarrollarla de la mejor manera posible para así ir obteniendo durante el trayecto de su ‘vida’ todo lo que deseara. Cosa inútil considerando que al final lo único que queda es la muerte y el olvido de los que quedan.
Y junto con su gran decepción por la vida y su escaso temor por la muerte, también fue despertando su gran apetito sexual. Provocando que la respuesta a su pregunta no formulada se viera más lejana que nunca. Y que sus problemas se vieran borrados, durante unos ínfimos minutos, mientras acariciaba su intimidad, masturbándose.
Alguna otra chica de su clase quizás lo hubiera hecho imaginando a Justin Bieber o a Harry styles, o algún otro ídolo de su generación. Incluso con algunas mujeres. Pero su mente iba mucho más lejos que eso. O más cercano, dependiendo del punto de vista.
Sus dedos tocaban su piel con delicadeza y en sus pensamientos sólo había una persona: Ella misma.
Sentía los espasmos de su cuerpo y disfrutaba sabiendo que los producía ella y nadie más. Que ningún hombre, mujer o alguna otra cosa la hacía vibrar. Que sus dedos sentían la textura delicada y húmeda de su intimidad y que su vello púbico rodeaba su mano, adornándola.
Esos eran los momentos en los que se sentía realmente viva. En los que se entregaba a sí misma, y susurraba al aire, siendo escuchada sólo por ella, esos sutiles <te amo tanto>, <te deseo mucho>, <gime más para mí> y que se perdían, cuando jadeaba extasiada, en las silenciosas paredes de su habitación.
Y el verdadero placer recaía en saberse amada. Ya que se amaba como nadie la amaría. Ya que ni la muerte le quitaría aquello, y cuando llegara se irían las dos. Morirían ambas y ninguna sufriría. Desaparecerían y se volverían un ente que poco a poco terminaría por desvanecerse. Y que hasta que llegara el final de sus días estarían las dos juntas, unidas.
Porque su verdadero temor nunca fue la muerte si no el abandono de los otros, cosa que ella jamás haría consigo misma.