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Tierra de Osos por AkiraHilar

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Notas del fanfic:

Dedicatoria: Para Kailu. Ha sido un año prácticamente roleando contigo y me siento feliz de ello, de lo que hemos compartido, poco o mucho, a lo largo de este año. Cuando supe que eras tu, en si me sentí bastante retada, porqué sé que en gustos ambas estamos bastantes desconectadas, pero me metí de lleno en Asgard para traerte un pedacito del lobo que tu me enseñaste a ver, ya que en verdad es poco lo que me acuerdo de la saga. Luego de reverme los capítulos de él y fichas y demás, este es mi regalo. Espero lo disfrutes y este a la altura.
Comentarios adicionales: Basado en la psicología que Kailu le ha dado al Phenril que he conocido.

Notas del capitulo:

Basado en la psicología que Kailu le ha dado al Phenril que he conocido.

La reunión en el palacio había sido dictaminada. Cada dios guerrero se había acercado para tomar su lugar en la guerra que su princesa estaba declarando al santuario, en medio de los brazos feroces del dios Odín e impulsado por toda la ascendencia guerrera que aún se sentía en el correr de sus torrentes sanguíneos. Cada uno de ellos estaba motivados por su firme convicción que bien podrían ser una enmarañada de situaciones personales o impersonales. Como fuera, estaban en ese lugar listo para tomar su posición en la estrella y en el juego que sin saber el dios Poseidón había comenzado. Allí con el objetivo de proteger a su reina y a su sueño de hacer caer sobre el mundo el hielo de Asgard.

Cuando fue convocado, Phenril miró con desconfianzas las grandes paredes del palacio de Walhalla. No podía entrar con sus lobos y aquello no le producía la menor tranquilidad. Por el contario, por primera vez desde que era niño se sentía indefenso y solo en un lugar desconocido, con solo la única garantía que vería a su señora. La misma mujer que desde las ruinas de su antiguo hogar le convocó para que tomara un lugar en el firmamento.

Aquello que haya sido una estrella de la constelación Osa Mayor la que lo convocara le hubiera resultado sarcástico y cínico, de conocer esa clase de sentimientos. Pero para un niño que se volvió hombre en compañía de una manada de lobos ese tipo de palabras carecían de significado para él, no las entendía, y no pretendía hacerlo.

Lo que si sabía que significaba era terror. Lo había vivido en carne propia. Sus ojos aún seguían dilucidando, en especial durante las noches más heladas de Asgard, el recuerdo de cómo la sangre teñía lo que debió ser siempre un cuadro de felicidad y armonía familiar. Como las garras se ensartaron en los brazos blancos y delgados de su madre, para luego con la misma fuerza atravesar sus gruesos abrigos abriendo el pecho del que había amamantado al nacer. Su grito de agonía parecía haberse quedado atrapado entre sus oídos, escuchándolos en aquella noche donde se oía a lo lejos el gruñido de un oso cazando en el bosque.

Terror no tenía definición, no tenía palabras con la cual el pudiera explicarla. Pero sí imágenes, sí gritos, sí el abandono de aquellos, el sonido de la cabalgata que se perdía a lo lejos y se convertía en nada en medio de aquel bosque nevado. Terror era soledad y en ese momento se sintió solo.

Era difícil caminar cuando escuchaba sus propios pasos en los pisos helados del palacio de Walhalla. Las enormes paredes se perdían de su vista, había una oscuridad misteriosa a su alrededor y el cosmos de Hilda parecía revestir cada uno de los pilares que se alzaban sosteniendo los cóncavos techos del palacio. Sus ojos se perdían en las rectas y curvas arquitectónicas, buscando como si estuviera solo en un bosque helado en la penumbra de la noche, a cualquier enemigo o animal que quisiera hacerle frente y matarlo. Caminaba como si se encontrara en una tierra de osos, y para él lo era, porque cada dios guardián de las gemas de Odin pertenecía a esa misma constelación, eran una estrella. La enorme Osa Mayor había marcado su destino y sus sentidos con su garra y dientes ensangrentados y ahora el debía caminar solo en aquel lugar desconocido para tomar parte en una guerra que muy interiormente no le interesaba. No le interesaba socializar ni mucho menos comandar algo más que la manada de lobos que eran su familia. No le interesaba pero obedecería tal como su amigo Jing lo hizo a la reina de las tierras heladas.

Nadie podría decir que se trataba de una entregada fidelidad, tampoco de una egoísta complacencia. Phenril no confiaba en ningún humano, en ninguno y ella solo había logrado su admiración luego de haberse ganado la de sus lobos. Pero seguro ella estaba rodeada de osos y él no pensaba confiar en ellos.

Mientras sus ojos se movían entre las espaciosas salas del castillo, sus sentidos estaban preparados para cualquier ataque de cualquier frente. La armadura lo hacía sentir protegido ya que ella estaba sellada por los lobos que le habían cuidado desde niño, pero estar sin ellos, sin Jin, le dejaba una inevitable sensación de soledad.

Hasta que lo escuchó…

Un sonido finísimo atravesó sus oídos y detuvo sus pasos inquietantes entre el piso helado. Un sonido que se vertió y goteó frente a él esparciéndose cuan bruma entre las columnas gigantes del palacio. La piel de Phenril se encrespó al instante y su cuerpo se curvó en posición de defensa. Sus ojos tras las mascara ahora iban y venían entre las paredes buscando en las sombras y ocultas en la oscuridad la raíz de aquella nota.

Luego vino otra, mucho más aguda. Era como si tomaran la finura de una aguja y la arrojaran al vacío. Los ojos del dios de Aliot se movieron con mayor rapidez entre las columnas que estaban al este, buscando denotar si ese era el rumbo en que el silencio era quebrado por el leve vibrar de una cuerda. De improvisto, las notas fueron cayendo ante él de distintos puntos, una a una con menos tiempo entre ellas, hasta que por su composición la melodía de una lira comenzó a inundar todo el espacio del palacio.

Imposible fue para él no sentirse rodeado y a su vez indefenso. No era posible definir con exactitud el lugar donde la melodía era interpretada, las notas haciendo eco rebotaban entre las paredes, el techo, el piso y las columnas. Tensando sus dedos cuan garras, comenzó a moverse en círculos sobre su mismo eje mientras su mandíbula castañeaba y su expresión se volvía más desconfiada. Si era una trampa, la evadiría. Si era un enemigo, lo destruiría. El debía regresar y era lo suficientemente fuerte para vencerlo solo, no había duda de ello. Sus lobos lo habían criado como lo que era, confiaba en sus habilidades y en su poder. Pero esa música que lo invitaba a relajarse, más bien lo llenaba de mayor impaciencia. Era inevitable para él el negarse a caer rendido por las dulces notas entonadas, de música, fuera de donde viniere. Aunque eso sintiera, arrastrado por la dulzura de las notas musicales, su instinto se levantaba como paredes de hielo evitando a toda costa que sus sentidos bajaran la guardia.

De improvisto la música cedió. El silencio cayó sobre él como un manto invisible dejando un zumbido molesto en su oído. Sus hombros se relajaron tan solo un poco mientras veía aún con atención cada columna que se levantaba en el vacío. Poco después, unos pasos lentos y dramáticamente elegantes se fueron acercando a él, por su izquierda. De inmediato su cuerpo se puso en posición para recibirlo.

—Es la primera vez, que alguien no se detiene a admirar la melodía—escuchó con voz melodiosa, al tiempo que su figura se transfiguraba entre las molestas sombras del recinto. Su cabello largo cayendo a los hombros en un tono rojizo brillante llamó su atención, junto a la piel que se asemejaba a la nieve. Sus ojos aún así, lo pudo notar, eran cálidos, extrañamente cálido en tierras tan árticas—. La princesa me pidió que te escoltara, Phenrill de Alioth Epsilon.

Sus pasos se detuvieron al tiempo que la tenue luz remarcó sus rasgos. Phenril aún oculto tras su máscara le miró inquisidor, no haciendo ningún ademán que se pudiera nombrar como social. Evidentemente el nuevo esperaba algunas palabras de él, pero no consiguió más que un prudente silencio y una cómoda distancia.

El extraño le increpó con la mirada al notar que no había ningún tipo de respuesta. Se detuvo contra la columna más cercana y cerró sus ojos entonces optando por ignorarlo. Colocó su lira, lo que para Phenril era algo con cuerdas, contra su pecho para comenzar a interpretarla. De nuevo la música comenzó a inundar los espacios y ante la vista de aquel dejando que sus dedos fluyeran entre las cuerdas sus ojos se quedaron atentos. Parecía que poco a poco ese instinto desconfiado con el que se había criado se cuarteara ante la melodía que con suaves notas le instaban a seguirle. Al mismo tiempo era como si esta le envolviera en su dulzura y una caricia auditiva fuera capaz de opacar los gritos de sus propios pensamientos.

—¿Te gusta?—la voz de él volvió a ponerlo en guardia, para darse cuenta en ese momento como sus músculos habían olvidado la tensión que experimentaban minutos atrás. Achicó su mirada y gruñó entre dientes en aire arisco—. Era verdad lo que decía la princesa, no estás acostumbrado a estar con personas—siguió hablando con elocuencia mientras sus dígitos jugaban con las cuerdas brillantes.

Era una tierra de osos… ese que estaba al frente era uno… él tenía que estar en esa tierra de oso aunque no confiaría jamás en ellos.

—Nosotros podemos cambiarlo—sus ojos se esparcieron al sentir que había sido respondido su pensamiento—. Sé que no confías en nadie, pero podemos hacerlo—su pasividad, la lentitud con la que se separó de la columna, la confianza con la que se acercaba a él—. Phenril, nosotros somos diferentes.

No podía simplemente creerlo, por mucho que su hablar fuera tranquilo y nada en él inspirara defenderse, no podía dar crédito a sus palabras y abandonar su posición a la defensiva. Siquiera podía hablarle, no lo haría como si confraternizaba, no se sentía ni preparado ni cómodo. Mime entendió todo eso en el modo en que era observado y con tranquilidad volvió a acercarse. Sus pies se posicionaron cerca de él y habían promovido el retroceso del otro en dos pasos por partes del guardián de Aliot. Phenril no entendía porque no podía detenerlo, por qué tenía que dar pasos hacia atrás. No entendía porque su mirara cálida, como la de una gema, parecía inspirarle confianza.

—Comencemos con presentarnos—comentó el extraño extendiendo su mano hacía él mientras sostenía el instrumento con la otra—. Mime de Eta Benetnasch—llevó sus ojos a aquella mano mirándolo extrañado. ¿Qué era lo que le estaba pidiendo?—. Que la tomes—levantó de nuevo sus ojos a él sintiéndose ridículamente desnudo—. Eso haces al saludar: tomas la mano con firmeza, miras a los ojos, y das tu nombre.

—Deja de leer…—su voz sonó firme por primera vez en el enorme salón—. Deja de leerme—levantó su rostro y cerró sus puños negándose al saludo—. No puedo confiar en ti.

Mime pese a sus palabras, no hizo más que mirarle con la pasividad de su semblante y regresar su mano al lugar correspondiente. Por un momento Phenril se sintió aminorado por una sensación de recelo y de remordimientos, no parecía que hubiera algo en él que quisiera hacerle daño, pero no conocía tampoco otro modo al que responder a su aparente afabilidad. El de Benetnasch decidió darse media vuelta y caminar hacía la estancia del gran trono. No hizo nada más para acercarse. Podría decir que se había rendido, pero estaba muy lejos de aquello, seguramente. Los ojos afilados de Phenril le miraron en su caminar hasta la gran puerta y lo vieron detenerse allí, dándole la espalda y dejando que su cabello largo rozara los límites de su espalda media.

—Es cierto que dentro es una tierra de osos—le habló, haciendo que los ojos del lobo se abrieran con mayor asombro y más indignación si se podía—. Todos somos osos solitarios que hemos decidido servir a nuestra princesa. Somos los escogidos por el dios Odin, pero ninguno de nosotros te hará daño, Phenril—le extendió la mano, ahora mirándolo—. Ven, pronto empezará la reunión. La misma princesa que calmó a tus lobos, nos calma a nosotros. Ella no permitirá que nadie te lastime.

Jing confió en ella, por eso él estaba allí…

—Vamos, Phenril.

Jing creyó en ella, por eso él había creído y por esos sus pasos se dirigieron hacía la figura de ese hombre que tocaba una Lira. Se puso a su lado, inseguro de haber estado antes tan cerca de otro humano. Mime en un momento pasó su mano por la máscara del lobo y antes de que Phenril dijera algo ya había accionando el artilugio para descubrir sus ojos claros. El lobo se incomodó e hizo el ademán de alejarse.

—Así está mejor—Mime le sonrió… No había visto una sonrisa así desde aquella con la que su madre volteó al cabalgar antes de que la muerte la sorprendiera—. Bienvenido al palacio de Walhalla, Phenrill.

Antes de que pudiera reaccionar, las puertas se abrieron dando el paso a la luz. El trono de la princesa se avistó a unos metros de su posición y la elegancia del lugar no hacía justicia a la belleza de su diosa. Impresionado, notó también al resto de los dioses guardianes que se inclinaban ante ella. Mime se adelantó, siguiendo la enorme alfombra roja para también tomar su lugar. Eran osos… osos que se inclinaban ante ella de la misma forma que sus lobos lo hicieron.

Mime tendría razón… no le harían daño. Por ello se acercó al sitio e imitó sus movimientos a hasta pegar su rodilla al suelo. La princesa los dominaba… mientras ella le protegiera, nadie le lastimaría. No podría confiar en ellos, pero si en ella y quizás… en la sonrisa que Mime le entregó…

Notas finales:

Espero les haya gustado... :3


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