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Helado por AthenaExclamation67

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Notas del fanfic:

Esta es una especie de continuación de otro fíc que pueden leer aquí:

http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=72615&chapter=1

 

 

HELADO

Aldebarán & Bud

By AthenaExclamation67



Decir que se había quedado helado, era quedarse corto. Ni sabía que adjetivo usar para describir ese sentimiento que tras despertar, abrumó a su corazón.

 

 

Se volteó en el colchón, sin abrir aún los ojos y al sentir más clara su mente, sonrió y se dio vuelta al mismo tiempo que se giraba para abrazar a su algo más que amigo.


- Bud...

 

Susurró al no verle a su lado, al comprobar, que por algún motivo, este, ya no estaba en la cama que compartieron esa noche, cuando él lo que esperaba, era que estuviera allí y poder repetir - hasta que los niños despertasen- lo que había ocurrido horas antes.


Cerró sus ojos, sintiendo ese hormigueo peculiar recorrer su pecho, notando como iba apoderándose de su corazón, hasta que no tuvo duda alguna de lo que estaba sintiendo.


Dolor...


Llevó su diestra sobre su corazón e inconscientemente, estrujo su pecho, queriendo arrancarse ese sentimiento. Pero no lo logró. Dolía. Y mucho, y su mente le dibujaba una clara explicación en el despertar de aquella mañana.

 

- Ese cabrón... - bufó al espacio reducido de aquel habitáculo que les fue otorgado para compartir mientras estuvieran en esa salida con los niños del orfanato - se ha despertado, me vio aquí, desnudo, recordó todo y se largó. Sin darme una explicación, sin esperar a que me despertara, sin darme oportunidad a de refutar cada una de sus palabras - habló consigo mismo, renegando mentalmente, hasta que algo le sacó de su frustración.


-¡¡MAESTRO!! - repentinamente se encontró con uno de los niños colgados de su brazo - ¡¡MAESTRO!! - le volvió a gritar y le devolvió completamente a la realidad, una que dolía, una que no quería comprobar.

- ¿Qué ocurre? - lo sujetó con cuidado con sus enormes manos y se lo sentó en el regazo - vamos, vamos... dímelo... - insistió viendo como un rayo iluminaba la estancia y seguidamente un estruendo, que provocó que el pequeño niño se pegara a Aldebarán y se abrazase sin abarcar todo su cuerpo.

 

Por instinto, le abrazó para aliviarle, para que no temiera y sonrió levemente. Le costaba creer que justamente aquel niño, Teo, fuera corriendo asustado hasta dónde él estaba para que le protegiese.



Recordó en aquel momento, el primer mes de su estancia como profesor interino del orfanato. El cómo le recibió cada uno de los niños y los otros profesores también.

 

No había sido sencillo, y su enorme tamaño, había sido el culpable. Los niños, corrían asustados cuando cuidaba de los recreos, cuando quería auxiliarles después de haberse caído. Sobre todo Teo, que no se acercaba a él ni un centímetro. Podía desangrarse, que si le veía aparecer para ayudarle, salía corriendo despavorido hacia la enfermería, o hacia cualquier adulto que no fuera él.

 

Con los profesores, la cosa no fue mejor. Irónicamente, el único del que no había sentido rechazo, fue del que había compartido cama con él esa noche. Y no porque fuera especial, ni mucho menos. Era porque era más frio que un glaciar con todo el mundo, y en cierta forma, hasta agradeció que fuera así porque sino esa sensación de no encajar en un lugar, habría ido en aumento.

 

Pero por fortuna, o por casualidad, un día en el que habían salido todos juntos de paseo, el destino quiso que mientras él se encontraba disfrutando del bello paisaje, unos gritos le sacaron del ensueño. Caminó hasta el lugar de donde venían los gritos, creyó adivinar, que se trataría de alguna riña, y estaba seguro de que él, no la solucionaría ya que en esos 15 días, los niños se le acercaban escasamente, o por obligación para enseñarle la tarea. Más no fue esa la situación que pudieron ver sus ojos, una de las niñas se había resbalado y se sujetaba con dificultad agarrando la mano de otros niños que a duras penas  podían aguantarla.

Sin pensarlo un segundo, corrió para  ayudarles, no tenía idea de cómo esa niña, había llegado hasta allí. Y eso era lo de menos, lo importante, era coger a la niña para que no cayera por ese pequeño barranco.

 

Caminó decidido, sin preocuparse de que los niños se asustaran al verlo y tras arrodillarse, extendió su largo brazo y agarró a la niña por la cintura con su enorme mano.

La pequeña, se aferró temblando y el resto de niños, sin pensarlo, se acercaron  y empezaron a gritar emocionados por lo que acababan de presenciar y de un momento a otro, se le estaban pegando, jalándole el extremo de la camiseta, llamando su atención para cualquier cosa que fuera.

 

Desde ese entonces, todo fue paz y tranquilidad entre todos menos con Teo, que como después pudo saber, estaba jugando con la niña que a punto estuvo de caer por el barranco. Caída que hubiera sido insignificante para cualquier adulto, pero no para alguno de los niños ya que los más mayores no tenían más de 8 años.

 

 

El pequeño temblaba de miedo aferrándose  con las manitas al torso de Aldebarán. Él ni se había dado cuenta, pero ese día de invierno había amanecido con tormenta, pero después de quedarse dormido profundamente gracias a la energía derrochada por la noche, si se hubiera caído el edificio, ni se habría enterado de lo que estaba sucediendo.

 

Agarró una de las cobijas y la echó por encima del pequeño, no quería que se enfriara, y le dejó relajarse, aunque la tormenta no ayudaba.

 

- Maestro... - susurró el niño escondiendo su cara en el pecho de Aldebarán - yo no empujé a Lia... - se encogió un poco más, escondiéndose de los centelleos producidos por los rayos.

- Lo sé... - le contestó acariciándole la cabeza - ella me explicó que estaban jugando y se resbaló mientras corrían - sonrió disfrutando de que finalmente Teo por necesidad, o por voluntad propia, había perdido el miedo que le tenía al menos como para pegársele así en un día de tormenta.

 

Se quedaron en silencio, el niño sintiéndose reconfortado por Aldebarán, y este, a su manera, feliz de poder -desde ahora- acercarse a Teo sin temer que saliera corriendo. Aunque la tranquilidad no duró mucho tiempo, un nuevo relámpago y un fuerte estruendo provocaron que todos los niños gritaran. Gritos que volvieron a retumbar cuando se fue la luz y todo quedó a oscuras.

 

Teo no gritó, se quedó quieto, más quieto de lo que Aldebarán hubiera imaginado, hasta que comprobó que al igual que él, una vez cogido el sueño, podía haber un terremoto que seguiría durmiendo.

 

Le dejó recostado, y viendo la situación, decidió levantarse y comprobar que todo estaba como tenía que estar.

 

Se puso ropa cómoda, un pantalón de chándal, una sudadera, sus deportivas talla 50  y caminó por el pasillo hasta una de las habitaciones de los niños.

 

Sorprendido, vio como no había ninguno y caminó más apresuradamente hacia el dormitorio de las niñas, encontrándolo también vacio y empezó a preocuparse. Quizá en algún momento, seguro que cuando escuchó los gritos, todos habían salido corriendo, y a saber dónde habrían ido.

 

Trató de adivinar donde podían estar y cuando empezaba a caminar nuevamente, se chocó con otro de los profesores que pasaban allí todo el tiempo, igual que él.

 

- ¡¡Cuidado!! - dijo al tiempo que se frotaba el brazo que había recibido la fuerza del choque, reconociendo a uno de los maestros que llevaban más tiempo en el orfanato - Aioros... - cambió su tono de voz porque le tenía un gran respeto - ¿dónde están los niños? - preguntó intrigado.

- Buenos días... - contestó con calma el superior - pensábamos que no despertarías hoy... - le regaló una sonrisa que le hacía ver el porqué las niñas iban todas como loquitas tras él - están con Bud, en el salón - continuó.

- Bud... - repitió.

- Sí, Bud - respondió Aioros extrañado - Saga está revisando los fusibles, y yo, busco a Teo, que no sé donde se habrá metido.

- Está en mi dormitorio - se apresuró a responder - se quedó dormido y quise venir a ayudar, disculpa mi demora - añadió sabiendo que debía estar ayudando desde hace rato, aunque claro, si el otro lo hubiese despertado...

- No te preocupes, todo está bien, solo hace unos minutos que empezó la tormenta y puedes imaginarte el escándalo... - sonrió al tiempo que la luz parpadeaba como queriéndose encender - ¿escuchaste los gritos? - soltó entonces una risilla - los críos se echaron encima de Bud y lo tiraron al suelo cuando se fue la luz - la risilla fue en aumento - ¿te puedes imaginar la cara que ha puesto? - seguía con algo que realmente parecía divertido, pero no para él.

 

Él, estaba ofendido, Bud, dando muestra de su frialdad, se había ido y lo había dejado tirado en la cama, sin preocuparse de lo que él pudiera pensar.

 

- Si me disculpas, iré a ayudar a Saga... - dijo y sin esperar respuesta caminó a oscuras, viendo las luces encenderse como si fuera una casa encantada, dejando a Aioros algo extrañado por su inusual tono triste.

 

Aldebarán llegó al cuarto de los interruptores, y allí, tal y como Aioros le había dicho, encontró a Saga luchando con las manijas del cebador que encendían el generador que daba energía a la casa mientras volvía la luz. Peleaba con la manija, tratando de hacerla girar, pero cada media vuelta, se le escapaba y no lograba hacerla girar completamente para establecer una corriente suficiente que activara el generador.

 

Se le quedó mirando, otro de los maestros residentes más antiguos, y de ambos, había aprendido tanto...

 

- ¿Te ayudo? - preguntó haciéndole dar un brinco.

- ¡Aldebarán! - espetó - ¿acaso quieres que me de un infarto? - renegó.

- Perdón... Déjame probar... - se acercó a la manija luego de que Saga se apartara.

 

Con un golpe seco, hizo que la palanca girara, pero no fue suficiente. Fueron necesarios varios intentos, para que el generador finalmente se encendiese.

 

- Al fin... - musitó sacudiéndose las manos para después darle a las llaves necesarias para que la luz se estabilizara e iluminara todo el orfanato – quizá habrá que comprar uno nuevo… - añadió saliendo del cuartito, escuchando los suspiros de alivio de los niños a lo lejos.

 

Saga lo miró con el ceño fruncido, no entendía la repentina apatía de Aldebarán. Él siempre estaba riendo, divirtiéndose con todos, y en ese momento, le pareció que su rostro emanaba una tristeza como la de aquel al que acaban de darle una mala noticia.

 

 

v54;

 

Menuda mañanita llevaba. Había tenido que levantarse porque escuchó las voces de los niños alterarse y para colmo, la luz, que lo dejó todo a oscuras y provocó la avalancha de niños contra su persona.

 

No es que rechazara el contacto físico con otro humano, mucho menos con los niños, pero debía mantener su sobriedad, por apariencia, sí. Pero lo prefería a dejar que otro invadiera demasiado su espacio personal y le terminara lastimando.

 

Aunque no podía decirse que aquella noche, se hubiera contenido demasiado. Cedió, vaya que sí. Y de que modo, pero… ¿podía alguien hacer algo en contra de la sonrisa, de la osadía, del atrevimiento, el desparpajo encantador de ese grandote?

 

La respuesta, no la sabía. Lo único que sabía era que había caído en esa aura que Aldebarán desprendía, en ese modo de ser que acabó conquistando a los niños, al resto de profesores y encandilándole a él mismo en esa noche.

 

 

Después de que al fin volviera la luz, consiguió calmar a los niños. Logró al fin sacárselos a todos de encima – ya que por propia voluntad había preferido quedarse sentado junto a ellos – y se levantó, caminó hacia la ventana y se quedó mirando las espesas nubes negras que le indicaron que la tormenta aún no terminaba.

 

- Este será un largo día… - susurró al aire.

 

Regresó con los niños, y trató de poner orden. Si había algo a lo que no estaba dispuesto, era a dejarse torear por aquellos niños pequeños. Era hora de desayunar, y no pensaba dejar que armaran el relajo que solía ser habitual cuando Aldebarán cuidaba de que todos terminaran su leche y sus bocadillos.

 

Los sentó a cada uno en un lugar, y cuando aún no había terminado de sentar al último niño, otros cinco ya se habían puesto a corretear y jugar, entorpeciendo a las personas que se encargaban de la cocina y alterando a todos los demás.

 

- Vamos… Vamos…. – agarró a dos de ellos con suavidad por los brazos – tenéis que obedecer, es hora de desayunar… - empezaba a desquiciarse un poco y contra más orden quería poner, más rebeldes se volvían los pequeños.

- ¡¡Aldewarrán!! – Gritó uno de los que trataba hacer sentar- ¡¡Aldewarrán!! – volvió a decir mientras pataleaba y luchaba por no sentarse en la pequeña silla.

 

Aquello, le crispó los nervios. Sentía cierta envidia sana. Bueno, quizá no tan sana, pero si le molestaba el ver cómo sin hacer ningún esfuerzo, conseguía que los niños hicieran lo que él quería. Parecía el Flautista de Hamelin tocando su instrumento para que todos obedecieran al son de la melodía.

 

- Por favor – hizo un intento para que el pequeño de cinco años que pataleaba se sentara en su sitio – se bueno… ¿sí? – le miró y vio como al niño se le dibujaba una sonrisa.

 

¡¡Lo había conseguido!! El niño le estaba escuchando, así que era cuestión de segundos que le obedeciera y se sentara en el lugar que tenía asignado, pero…

 

- ¿Aldewarrán? – dijo de nuevo y señaló dejando de patalear.

Se giró entonces, mirando la dirección del dedo del pequeño, y le vio atravesar la puerta, como si se tratara de un Dios Griego con el niño que faltaba en sus brazos, Teo.

 

Perdió la noción del momento, y ni cuenta se dio de qué el pequeño con el que estaba luchando, se había escapado de su agarre y había llegado corriendo hasta Aldebarán. Estaba claro. Le había tomado el pelo. No le sonreía a él. Sonreía porque había visto a su enorme héroe de piel morena llegando al salón y poco importaba lo que él le dijera.

 

Bufó hastiado. No llevaba ni dos horas despierto, y ya tenía la certeza de que el día no lo había empezado con el pie derecho, y su sospecha se confirmó una vez que Aldebarán consiguió sentar a todos los niños con una facilidad abrumadora y se sentó a su lado, como hacía todos los días para desayunar y ni lo miró.

 

- Bu… Buenos días… - pronunció sin mucho atino, un poco avergonzado ya que la última vez que lo había visto, era como el buen Dios lo había traído al mundo, desnudo y enroscado con su cuerpo.

- Buenos – contestó seco, sin mirarle, sin un ápice de emoción en sus ojos.

 

Las dudas lo invadieron.

 

Quizá había hecho algo mal. Quizá NO había hecho algo, quizá… Quizá no había estado a la altura de las circunstancias…

 

Empezó a sonrojarse. Recordó con explicito detalle cada segundo de esa noche. Cada movimiento, cada jadeo, cada…

 

Sacudió la cabeza tratando de despejarse, de borrar la imagen que se le había formado y de atenuar el rubor que imaginaba tenia marcado en sus mejillas porque él mismo sentía como ardían.

 

 

- Que callados estáis… - dijo Aioros al verlos, y quiso proseguir, pero la mirada que le devolvieron, no le dio pie a seguir hablando, y mucho menos, a hacer el chiste que su cabeza estaba formando.

- No es el momento Aioros… - le susurró al oído después de acercarse.

 

Por el rabillo del ojo, Saga y Aioros miraron lo que hacían los otros. Como Aldebarán, ni probaba su desayuno, lo cual era sumamente inusual y como Bud, jugaba con los cubiertos, sin decidirse a comer el pedazo de fruta que estaba tratando de pinchar sin demasiado acierto.

 

Saga exhalo sonoramente todo el aire de sus pulmones y dio el permiso para qué niños, profesores y demás habitantes del orfanato para que se levantaran y se ocuparan cada uno de sus quehaceres, aunque al parecer, no todos se movieron al instante.

 

Su cuerpo, se sentía pesado, y de no ser porque uno de los encargados del comedor le pidió permiso para llevarse el plato, allí seguiría sentado. Bud, había sido incapaz de preguntar por qué estaba así de frío con él, por qué después de aquella noche, lo trataba como si fuera más transparente que el cristal de una ventana.

 

Se levantó finalmente, llevando consigo la taza del desayuno para al menos llenarse el estomago con eso puesto que no fue capaz de dar un solo bocado a la fruta que había en su plato.

 

A lo lejos, podía ver como Aldebarán ya estaba encargándose de poner a los niños sus batitas para no mancharse. Era tan grande, que su cuerpo resaltaba por encima de cualquier otra cosa, sobre todo, si estaba a solas con los niños. Entonces esa evidencia, se hacía más latente.

 

Se marchó hacia donde estaban su grupo de niños esperándole, e hizo exactamente lo mismo, ayudarles con sus batitas aunque a él, no le fue tan sencillo. Ese día, estaba al cargo de Tobías, el niño de cinco años que ya le hizo la pataleta con la silla. Y como era de esperar, para ponerse la bata y abrocharse los botones, tuvo que batallar con él hasta que le prometió que si se portaba bien, le ayudaría a recoger todo lo que ensuciase.

 

Una vez conseguido, la clase fue un remanso de paz. Se escuchaba a los niños parlotear mientras pintaban a su manera con acuarelas, mientras pintarrajeaban todo, tanto en el papel como fuera. Pero ese día, le daba lo mismo. Solo podía pensar en una cosa, y no sabía qué hacer al respecto.

 

v54;

 

El timbre que anunciaba el recreo sonó con fuerza y casi en el mismo momento, los niños salieron corriendo hasta la puerta dónde Aioros los estaba esperando para decirles que aún seguía lloviendo, pero que podían ir al gran salón y usar los juegos.

 

Los niños protestaron, unos con más intensidad que otros, pero cuando Aioros les mostró con la intensidad que llovía, cambiaron de parecer y corrieron al salón para conseguir el juego más divertido, o algo con lo que entretenerse, en ese rato antes de la comida.

 

Agradeció que fuera una clase relajada, sin mayores inconvenientes salvo las peleas por los pinceles. Y cuando esta terminó, esperó que se vaciara la clase antes de ponerse a ordenar todo el desastre.

 

Despacio, tomó cada uno de los pinceles que se habían quedado tirados en las mesas y en el suelo, los puso en agua con un poco de jabón y se dedicó a mirar los dibujos que los niños habían dejado en las mesas tal y como les había pedido ya que la acuarela aún no estaba seca y podía embarrar el dibujo.

 

Mientras los veía, se percató de que estaba retratado en alguno de ellos. Unos lo habían puesto en el medio del dibujo y justo a su alrededor, estaban representados el resto de niños dibujados en forma de pelotitas y palotes. En otros, sus brazos hacían las veces de columpio en el que se colgaban y se divertían alegremente.

 

- Aldewarrán… - vio unas patitas aparecer a su lado.

- Tobías… - le sonrió – ¿qué haces aquí? – le preguntó extrañado, siendo que siempre era uno de los que más alborotaba los recreos.

- ¡¡Ven!! – Le jaló el pantalón con sus deditos y estiró varias veces - ¡¡Ven amos!! – insistió para que le acompañara.

- Esta bien, vamos… - corrigió al pequeño y le ofreció su dedo, algo que siempre hacía para que lo llevara hasta dónde quería.

 

Paso a paso, medio encorvado para dejar que Tobías le “arrastrara”, se vio guiado hasta la clase en la que había permanecido durante la mañana. El niño se detuvo en el umbral de la puerta e hizo que Aldebarán se detuviera.

 

- Bud – dijo claramente – ta solo – añadió – ¡ve! – ordenó señalando hacia la mesa dónde se había quedado, mirando a través de la ventana.

- No… no… - contestó sorprendido – ve tú… - le dio un suave empujoncito para que caminara hasta él.

 

El niño negó con la cabeza.

 

- Vamos Tobías, por favor… - rezó para que el niño no insistiera – si vas tu te dejo el cuerno de toro que tanto te gusta – lo chantajeó después de ponerse en cuclillas a su altura.

 

Tobías lo pensó un segundo y sin dudarlo ya que para él, el cuerno era como una trompeta asintió.

 

Le vio caminar hasta la gran mesa de Bud, y después esperó a ver la reacción.

 

- ¡¡Juguetes!! – Dijo el niño tomando la pernera del pantalón de Bud y estiró - ¡¡no llego!! – insistió.

 

Bud parpadeó sorprendido. Estaba tan ensimismado viendo la lluvia caer, que no se había percatado de que alguien estaba a su lado.

 

- ¿Juguetes? ¿No llego? – Repitió en voz bajita para tratar de entender lo que le estaba pidiendo – ¿Quieres que te alcance algo? – Le preguntó y enseguida vio como Tobías asentía – ahora no puedo… - le contestó.

- ¡¡Si puedes!! – protestó – no tas haciendo nada – añadió descaradamente, dejando a Bud más sorprendido todavía y también a Aldebarán, que miraba la escena escondido desde un lateral de la puerta.

- Dije que no Tobías… - repitió en un tono serio esperando que el pequeño entendiera que ese era el fin de la conversación.

 

Tobías no estaba de acuerdo. Agarró una de las sillas, la arrastró y la pegó a la de Bud, subiéndose a ella después para sentarse y cruzar sus cortas piernas encima. Apoyó sus brazos sobre sus rodillas y seguidamente su mentón sobre las palmas de sus manos, justo como había encontrado a Bud.

 

Incrédulo ante lo que estaba viendo, giró su cabeza y le miró fijamente. El niño, obviamente, le imitaba para provocarle.

 

- Ten cuidado, sentado así, te puedes caer… - dijo y para que no creyera que tenía toda su atención, volteó su cabeza y volvió a mirar por la ventana, vigilando al niño sin que se diera cuenta por el rabillo del ojo.

 

El niño movió la cabeza sin pronunciar palabra y meneándola de un lado a otro y apuntando con el dedo, imitó a Bud cuando alguna que otra vez le había regañado.

 

Aldebarán vio como Bud miraba al niño con cara de indignación, y eso casi le saca una sonrisa, pero entonces recordó como se había despertado y las ganas, se perdieron en algún lugar de aquel enorme pasillo distribuidor.

 

- No vas a parar hasta que vaya… ¿verdad? – le miró fijamente y el niño no se amedrentó, repitió lo que había hecho hacía unos segundos, pero esta vez, añadiendo unos ruiditos como para imitarle la voz – está bien… - cedió puesto que no estaba para que nadie le provocase de esa forma – vamos… - se levantó de su silla giratoria y ayudo a Tobías a bajar de la suya, lo tomó de la manita y dio un paso, justo al mismo tiempo en que Aldebarán salía a paso acelerado para llegar a su clase y que así no le encontrara espiando.

 

v54;

 

El tiempo pasó volando. Bud no se dio apenas cuenta de la hora ya que el pequeño Tobías lo había estado atosigando hasta la hora del almuerzo pidiéndole cosas una y otra vez, lo que le hizo dudar de si seguía tomándole el pelo como había ocurrido en el desayuno, o si realmente quería estar con él.

 

Se sentó en su silla, esta vez él más tarde que Aldebarán y volvió a intentar sacarle alguna palabra para romper el hielo.

 

- Buen provecho… - dijo en un tono no muy alto, esperando la respuesta que no demoró en llegar.

- Igualmente – contestó y no le dijo más, se calló y siguió comiendo como si alguien fuera a arrancarle la comida del plato.

 

Bud se estremeció. Empezaba a enojarle la situación y ya no quería ser más el que diera su brazo a torcer. No pensaba suplicarle, no pensaba perseguirle buscando una explicación, no pensaba hacer un solo intento más para recibir gélidas respuestas a sus intentos de aclarar la situación.

 

Comió en silencio. Tenía un poco de hambre ya que en su estomago, solo había un vaso de leche, y cuando terminó, consciente de que era su turno de llevar a los niños al dormitorio para que durmieran una pequeña siesta, se levantó y se paró al lado de la puerta como ya había hecho en otras ocasiones, esperando a que los niños hicieran una fila para poder acompañarles.

 

Se encargó de vigilar que se estiraran sobre sus colchas y de que se cubrieran con las mantas. Esperó unos minutos mientras caminaba de un lado a otro y cuando vio que todos los niños estaban descansando, caminó hasta su dormitorio para poder también descansar un rato.

 

Cuando estuvo frente a la puerta, se quedó estático. No era capaz de adivinar si Aldebarán estaba en el interior, pero su duda fue rápidamente resuelta, cuando la puerta se abrió y casi chocan el uno con el otro.

 

Aldebarán frunció el ceño. Había olvidado su libro en su clase y cuando le vio allí, parado de pie, se preguntó si acababa de llegar, o llevaba un rato pensando entrar.

 

- Entras, o saldrás corriendo como esta mañana... – dijo con tono sarcástico dejando a Bud con los ojos abiertos como platos.

- No sabes que estas diciendo… - contestó enojado – tuve que ir a ver que sucedía por culpa de la tormenta – le miró fijamente y dio dos pasos, haciendo que le cediera el camino y entró a la habitación.

- ¡Eso no es cierto! – Respondió cerrando la puerta de un golpe seco – ¡¡ni tú mismo te lo crees!!

- ¡Cállate! – Renegó – ¡¡estabas durmiendo!! – Empezó a sonrojarse por la ira - ¡¡acaso eres adivino!!

- ¡¡No hace falta adivinar!! – Refutó – ¡¡Te arrepentiste de lo que hiciste!! ¡¡Vamos, niégalo!!

 

Bud se sonrojó más aún, se sentía furioso, confuso, con ganas de golpearle, estaba sacándole de quicio, justo como esa misma noche y si no detenía las palabras que le arrojaba Aldebarán, acabaría pegándole aunque fuera él el que se lastimase.

 

- ¡¿acaso tú no?! – Respondió descontrolándose - ¡llevas todo el día evitándome!

- ¡¡Si te evito es porque me dejaste claro que no quieres verme!! – Se apresuró a interrumpirle - ¡¡no fuiste capaz de quedarte y hablar de lo que habíamos compartido esta noche!! – añadió ofendido.

- ¡¡CALLATE!! – Le gritó – ¡Tú lo ves todo tan fácil! – espetó.

- La vida es fácil Bud, nosotros nos la complicamos a placer o por desatención… - se dio la vuelta un momento y se llevó las manos a la cabeza tratando de tranquilizarse.

- Ti… tienes razón… - admitió – no fui capaz de quedarme y la tormenta fue la excusa perfecta para poder irme y no tener que enfrentarme a lo que había ocurrido por la noche – confesó finalmente – dime que tu no lo has pensado, que tu no tienes dudas por haber pasado la noche con otro hombre… - dijo sin preguntar, solo expresando algo que le hizo tener toda la mañana pensativo.

- No… - respondió rotundamente – hubiese preferido verte sobresaltándote al despertar a mi lado y aclarar la situación hablando, que tener que encontrarme solo esta mañana en la cama, dándome a entender que te hice pasar un mal rato – su rostro mostró todo el enojo que le provocó esa situación y tras resoplar prefirió marcharse con su orgullo herido a otro lado sin dar tiempo a explicaciones que de cualquier forma, no le habrían bastado.

 

Bud se quedó muy quieto. Quería haberle dicho más cosas. Pero no le dio la oportunidad de hacerlo. Él le había dicho con gran facilidad todo lo que había sentido y sin embargo él, solo había conseguido provocar más confusión con su incomprensible explicación a las dudas que le asaltaron en ese momento.

 

Para Bud, abrirse y decir lo que sentía no era fácil. Y sabía que era frio y distante, pero a él, le había mostrado una parte de su ser que aún no le había mostrado a nadie. Y a  él le había dejado acercarse tanto, que su piel aún podía sentir el contacto de sus manos.

 

 

La tarde no fue ni mucho menos agradable. Los niños despertaron de la siesta con los ánimos y las fuerzas renovadas. Justo lo contrario que ellos, que parecían haber recibido una paliza después de su último encuentro. Pero para su suerte, había dejado de llover, y Saga, que era quién decidía lo que debía hacerse, prefirió que los niños salieran a divertirse fuera y gastaran las energías que tenían sin consumir por estar encerrados todo el día.

 

Salieron todos a despejarse, niños y profesores. También los cuidadores y trabajadores del orfanato. Necesitaban que los rayos del sol que ya alumbraban todo el lugar les renovara las fuerzas.

 

Los niños corrían felices, jugaban con el balón y peleaban por retenerlo el máximo de tiempo posible. Incluso alguno, lo lanzaba más lejos de lo que nunca lo había hecho solo para que ningún otro pudiera disfrutar el tener la pelota más tiempo que ellos.

 

Las niñas saltaban a la compa, aunque algunas, también daban patadas al balón haciendo rabiar a los niños, y fue precisamente una de ellas, que lanzó una patada y la pelota salió disparada hasta la copa de un árbol, provocando una gran discusión que no pasó desapercibida para nadie.

 

Bud se levantó, era imposible que aquellas voces no llamaran la atención de los adultos y trató de calmar la situación, esta vez con más éxito del que había tenido nunca.

 

- ¡¡Todo es culpa suya!! – gritaba un niño señalando a la culpable de que la pelota estuviera colgada en el árbol.

- ¡¡Si ella!! – gritaron otros cinco casi al unísono.

- Bueno pero no fue a propósito… ¿verdad? – Dijo Bud tranquilo, sin querer armar más escándalo del que ya se había formado – Lo bajaremos del árbol y podréis seguir jugando… - añadió con una sonrisa. Estaba algo más que sorprendido, le agradó esa sensación de lograr que los niños le prestaran atención sin tener que estar batallando con ellos.

- Allí ta – le indicó Tobías volviéndole a jalar la pernera del pantalón, señalando a la copa del árbol.

 

Una gota de sudor le bajó por la sien, cuando pudo ver dónde había quedado colgada la pelota, vio que le sería imposible alcanzarla por sí solo, y estaba demasiado ofuscado  como para pedir ayuda a algún maestro más alto o incluso a Aldebarán que con sus dos metros de altura, hubiera estirado el brazo y la habría alcanzado sin esfuerzo.

 

-Súbeme – le dijo Tobías.

- Es peligroso, ni hablar… - le contestó mirándole serio.

- ¡¡Súbeme!! – Protestó nuevamente – ¡¡tú no llega!!

- Dije que no – le regaño - ¿Qué pasa si te caes? – explicó.

 

Ese ya era el Tobías que siempre le hacía renegar mentalmente con su terquedad. Casi podía decirse que le recordaba a Aldebarán, que era tozudo como una piedra y que si quería algo, no paraba hasta conseguirlo.

 

- ¡¿Aldewarrán?! – Sugirió sin saber lo que provocaba - ¿él llega? – se preguntó a sí mismo en voz alta y se propuso salir corriendo cuando se dio cuenta de que el profesor grandote que tenia les devolvería la pelota sin problema.

- ¡¡No, no espera!! – le cogió de la sudadera justo a tiempo, antes de que pudiera correr hasta dónde Aldebarán estaba sentado para pedirle que una vez más, fuera el héroe de esa pequeña aventura – te subiré con cuidado – cedió finalmente, no necesitaba que llegase el otro y que le recordara con su expresión lo que él había provocado.

 

Con cuidado, y mientras rezaba mentalmente para que nada pasara, Bud tomó a Tobías por la cintura y lo levantó sin demasiado esfuerzo. El niño pequeño no pesaba demasiado y le alzó lo más que pudo para que agarrara el balón.

Tobías, sin dificultad, tomó la pelota y la devolvió al resto de sus amiguitos, que miraban con atención todo lo que sucedía y gritaron eufóricos cuando al fin la pelota tocó el suelo.

 

Estuvieron celebrando unos segundos que ya podían volver a jugar, y cuando Bud estaba inclinándose para dejar al pequeño en el suelo, este se le abrazó al cuello y estrujó con fuerza, casi ahorcándole aunque a Bud no le importó, más bien se sintió ligeramente reconfortado gracias  que el pequeño Tobías le estaba abrazando.

 

- Gracias – le dijo sin dejar de apretujarle el cuello.

- De nada Tobías… - le contestó dejando que los pequeños pies tocaran el suelo –pero no digas nada porque si no me van a regañar… ¿sí? – le miró después de lograr apartarlo y le guiño un ojo.

 

Tobías asintió, se quedó un minuto más con Bud para después salir corriendo y corretear detrás del balón con el resto de sus compañeros.

 

v54;

 

Finalmente, llegó la hora de la cena. Después de una larga tarde de juegos, los niños fueron directamente a bañarse porque estaban cubiertos del barro que la lluvia había dejado. Dejaron que las cuidadoras hicieron su trabajo y cada uno de los profesores, fue a relajarse de ese pequeño rato libre de niños

 

Cada uno por su lado, se ocuparon de pendientes, o simplemente de descansar, pero Aldebarán, se marchó al dormitorio, en el cual pensaba recoger sus cosas, y trasladarlas al dormitorio de los niños pequeños, pero al llegar, escuchó movimiento a través de la puerta y prefirió marcharse para no tener que verle.

 

Durante ese día, lo había evitado, sí. No quería obligar al otro a tener que soportar su presencia, o al menos eso había entendido cuando despertó y se encontró solo en la mañana. Y le dolía que no hubiese sido sincero con él, pensaba que después de pasar la noche juntos, de dejar que se le acercase de esa manera, cambiaría en alguna forma su relación, pero de manera positiva.

 

Su cabeza había imaginado un sinfín de posibilidades. Que le golpeara, que le llamase atrevido, pero que después, compartirían algo más que los nervios de despertar al lado de alguien con quien había disfrutado de una bonita y agitada noche. Pero los hechos, o al menos así lo creía, le indicaron todo lo contrario. Es más, en las palabras de Bud, se había visto rechazado y no solo eso. Al no encontrarle a su lado por la mañana, había dibujado una imagen muy distinta de la que su pensamiento había creado, y eso, era lo que más le dolía.

 

 

Bud, por su parte, estaba tratando de organizar el desorden que su mente gritaba. No sabía si arreglar la situación con Aldebarán. Él a su modo, también se había sentido rechazado toda la mañana, pero al contrario que Aldebarán, él parecía dar muestras de arrepentimiento por lo sucedido. Y todo por culpa de su silencio, de su forma de expresarse y de su incapacidad de decir lo que sentía en ese momento o hacia alguien.

 

Azotó la puerta del ropero, buscando que ponerse, su camisa de manga larga estaba sucia después de levantar a Tobías del suelo. Trataba de concentrarse y elegir el jersey que quería ponerse, pero la cercanía de la cama que él mismo había improvisado, le hacía rememorar todos y cada uno de los momentos vividos esa noche.

 

Se acordó de cómo le sacó de sus casillas, algo que era bastante habitual. Se acordó de cómo sin darse cuenta, su puño se estampaba contra la nariz de Aldebarán y de cómo le había hecho sentirse culpable por pedirle que se quedara quieto y en silencio. Recordando con más profundidad, empezó a darse cuenta de que él, se había sentido muy a gusto al lado de Aldebarán, porque sino, como demonios había llegado tan lejos. Como había dejado que rompiera cualquier muro y tomara así su mente y su cuerpo.

 

Se sonrojó, estaba convencido de que lo había disfrutado, porque le era imposible recordar más que un solo momento en el que quiso hacer el ademán de detenerle, pero solo por provocar al otro un poco más.

 

- ¡¡NO ES LO QUE TU PIENSAS MALDITO TOZUDO!! – gritó en la soledad del dormitorio y se sentó en el borde de la litera, mirando fijamente  a la cama mientras pensaba como iba a resolver esa situación, pero su momento de reflexión no duró demasiado, y unos golpes en la puerta le impidieron seguir rumiando una idea con la que hacer frente a Aldebarán - ¿sí? – dijo al escuchar los insistentes golpes en la puerta.

- Bud, es hora de cenar – le habló Aioros después de que le abriera la puerta.

- Voy… - contestó sin dejarle pasar, tratando de evitar que viera la cama que había improvisado para aquella noche, pero solo para no tener que soportar alguna bromita pesada.

 

 

Durante la cena, Tobías estuvo especialmente inquieto. No había forma de que le dejara cenar tranquilamente porque le llamaba cada cinco minutos para preguntarle cosas que no tenían demasiado sentido, así que optó por tomar su plato, y su silla para sentarse a su lado y cenar mientras contestaba todas las dudas del pequeño niño. Pero al ver que se quedaba allí, Tobías cenó tranquilo y sin hacer más preguntas haciéndole ver que una vez más, se había salido la suya y había conseguido lo que quería, tenerle allí a plena disposición por lo que se le pudiera imaginar.

 

- Come… - escuchó que le decía el pequeño cuando él jugaba con los guisantes del estofado.

- No tengo hambre… - le contestó mirándole de reojo. De pronto, sintió la mirada fija del pequeño sobre su cuerpo y cuando se giró para verle, se encontró con una expresión de enojo.

- Yo tampoco… - alegó Tobías apartando su plato, pero la realidad, era que los guisantes no le gustaban, ni tampoco el estofado.

- Tú debes comer para hacerte grande… - refutó – no querrás quedarte delgado y bajito…

- ¿Cómo tú? – Le interrumpió – Aldewarrán si come – le miró.

- ¡¡Oye!! – le regaño aunque estaba en un punto de que no sabía si reírse por la comparación o enojarse por el descaro.

- Tú eres pequeño, ¡come! – le reclamó el pequeño. Si él tenía que comerse el estofado, su maestro debería hacerlo primero.

- Está bien… vale… - dejó que nuevamente Tobías saliera victorioso de aquel enfrentamiento, razonar con él era peor que hablar con una pared – pero tu comerás también – vio  la mueca de desagrado en la cara del niño y se puso a comer.

 

Después de aquello, ambos comieron obligados la cena para no tener que escuchar las palabras del otro. Parecía que más que un adulto y un niño pequeño, en ese momento eran dos niños riñendo por alguna trifulca.

 

Comieron el postre y después fueron a lavarse los dientes todos sin excepciones cosa que provocó alguna que otra pelea que quedó silenciada cuando Saga entro en el baño de los pequeños para recordarles que era la hora de irse a la cama.

 

Más obligados que por gusto, los niños obedecieron, y Bud, les acompaño. No sabía dónde dormir esa noche, quería ir y aclarar todo, sacarle esa sensación al que ni le había dejado explicarse, pero el problema, era como hacerlo sin parecer débil.

 

Acompaño a los niños a su habitación, y eso le llevó más tiempo del que esperaba, había pensado que quizá, si él llegaba cuando Aldebarán aún no hubiese regresado, todo sería más fácil, pero los niños, no le hicieron fácil la ultima labor del día.

 

Unos les pedían ir al baño, del que acababan de regresar. Otros, querían agua. Y bien sabía que no podía dársela para que los colchones no sufrieran ninguna inundación no deseada y otros, Tobías entre ellos, se divirtieron haciéndole preguntas sobre lo que harían al día siguiente.

 

Cuando consiguió dejarlos a todos tranquilos, inspiró profundamente y se fue a su dormitorio, esperando encontrar los colchones recogidos y a su enorme compañero de habitación subido en la litera superior tratando de soportar el frio.

 

Abrió la puerta con cuidado, haciendo girar el pomo muy despacio para que no hiciera ningún ruido y se extrañó al verlo todo tal y como estaba desde la última vez que había estado en esa habitación, pero con Aldebarán metido entre las mantas, medio encogido sobre uno de los colchones.

 

Se tensó entonces, entendiendo que o aclaraba la situación de una vez, o se iba a dormir con los niños. Por un momento, estuvo tentado de hacerlo, pero prefirió cerrar la puerta y comprobar primero si Aldebarán estaba durmiendo.

 

- ¿Qué haces? – escuchó la voz gruesa de Aldebarán al tiempo que se encendía una lamparita. Parecía que Aldebarán, había acomodado el resto de cosas para no tener que moverse.

- Este es también mi dormitorio – objetó.

- Cierto… - contestó mirando cada movimiento – a ver si eres tan silencioso como esta mañana – le recordó enojado – y dejas de hacer ruido… - acabó haciendo que Bud se sintiera mal.

- Tienes razón… - admitió – aquí molesto… - dijo tomando el pomo para irse.

 

Aldebarán resoplo, y se dejó caer sobre los colchones de nuevo, tapándose completamente después.

 

- ¿Qué? – contestó Bud a la acción.

- Eso debería decirlo yo… - alegó sin moverse, dándole la espalda.

- ¡YA! – Le gritó – eres un cabezota – añadió con voz más baja.

- Y tu un miedica… - movió su cuerpo para acomodarse ocupando completamente la cama.

- ¡No me dejaste explicarme! – rebatió.

- Creo que dijiste más que suficiente – se giró para verle – tu arrepentimiento podía palparse.

- ¿Cuándo dije yo eso? – le dejó con la boca cerrada – de mis labios no han salido semejantes palabras… - finalmente se metió a la cama vestido, sin importarle, se tapó y quedó de espaldas a Aldebarán.

- Eso no es verdad – le jaló del hombro para obligarle a mirarle a los ojos – dijiste que tenias dudas de lo que habías hecho con un hombre, ergo…

- DUDAS – hizo énfasis en la palabra – no arrepentimiento – volvió a hacer callar al otro para que pensara en lo que decía – ergo… - se soltó y volvió a darle la espalda.

 

Aldebarán pensó entonces. ¿De qué demonios dudaba? ¿De qué le estaba hablando? Simplemente, no entendía nada.

 

- ¿De qué te escondes?- dijo en voz alta su pensamiento - ¿Por qué te fuiste esta mañana? – Seguía sin ver el rostro de Bud que se desencajaba con esa aplastante sinceridad de Aldebarán - ¿De qué tienes miedo? – Seguía con su alegato - ¿De lo que piensen los demás? – se expresaba con tanta naturalidad que Bud se encogía cada vez más.

 

Se quedó en silencio, callado completamente y sin moverse, queriendo contestar todas las preguntas, pero eso implicaba dejar que el otro se adentrara más y más en su espacio personal.

 

- No me escondo… - contestó finalmente cuando notó que Aldebarán volvía a estirarse – y en cierta forma, no me importa lo que pudieran pensar los demás… - volvió a callarse – no si yo me siento bien con lo que estoy haciendo.

- ¿Entonces? – preguntó el otro más confundido.

- ¡¡Entonces me asusté!! ¿Vale? – Le reclamó avergonzado – ¡me dio miedo lo que estaba sintiendo! – Se hacía bola bajo la manta – me dio miedo que me lastimes… - susurró encogiéndose completamente, formando un ovillo.

- Pero yo no voy a lastimarte… - le contestó sin dejar que pasara un segundo, queriendo tomarle del hombro suavemente, pero retrocedió recordando que ya antes se había soltado de su agarre.

- Eso no puedo saberlo Aldebarán…

- No es cierto… - objetó – me conoces, no mataría ni una mosca… - le dijo y supo que le había escuchado porque se movió de un modo extraño en la cama.

- Eres peor que los niños… dices todo sin pensar las consecuencias, sin pensar lo que puedes provocar en las otras personas… Cabezota… - susurró.

- Los niños se expresan mejor que tú – le respondió sin provocación – dicen lo que quieren y lo que piensan abiertamente, con ellos es todo más fácil…

 

Bud no se movió esa vez aunque le había escuchado perfectamente. De alguna forma, tenía razón. Pero de otra, ellos ya no eran niños, y no podían decir todo a la ligera, sin pensar en las consecuencias.

 

El silencio que se hizo, les dio el tiempo a los dos para pensar en todo lo que se había dicho. Dejaron que pasaran los minutos y se fueron relajando. Algo que les hacía falta a ambos porque la tensión les había estresado demasiado.

 

- Aldebarán… - susurró Bud cuando el silencio se le hizo demasiado pesado y tuvo necesidad de algo.

- ¿Sí? – contestó el otro esperando que dijera más.

- Hace frío… - añadió encogiéndose más de lo que ya estaba.

 

Escuchó como el otro se movía, como se levantaba y se le aceleró el corazón. Acto seguido, notó el peso de más ropa de cama encima de su cuerpo. Eso, le molestó.

 

- ¿Mejor? – preguntó cuando regresó a la cama, pero la respuesta se hizo esperar más de lo que imaginaba.

- ¡NO! – se removió enojado, sintiendo como las cobijas lo aplastaban y lo dejaban casi sin aire que respirar y las apartó.

- Pero Bud, dijiste que tenías frío…

- ¡¡Idiota!! – le reclamó irritado porque el otro no captó lo que le pedía.

- ¿Pero qué? – Pensó un segundo y empezó a intuir la situación – si te explicaras mejor, entendería lo que quieres – dijo consciente de lo que podía recibir como respuesta.

- ¡¡Descarado!! – Se giró y se enfrentó a la mirada del otro - ¿es que acaso no entiendes nada? – Añadió sonrojándose - ¡¡Tú no entiendes de sutilezas, eh!! – apagó la lamparita porque sabía que estaba rojo como tomate, pero el otro la encendió.

- No me van las sutilezas… - siguió provocándolo más y más – además, las cosas deben pedirse con todas sus letras…

 

Y para cuando terminó esa frase, el nivel de sonrojo y crispación de Bud iba aumentando considerablemente.

 

- ¡¡Si crees que voy a pedirte que me abraces directamente estás muy equivocado!! – espetó sin darse cuenta de que al otro se le transformaba el rostro.

- Y… ¿por qué no? – seguía sin preocuparse, disfrutando de ese momento aunque no lo demostraba demasiado porque Bud era capaz de volver a golpearle.

- ¡¿Por qué no?! – Repitió sentándose en el colchón - ¡Porque no! – exclamó desesperado.

 - Quiero estar contigo Bud… - le tomó las manos y le bajó los brazos para que no siguiera haciendo aspavientos – Quiero compartir contigo todos los días y las noches que pueda… - tiró suavemente de él sin notar resistencia y le besó lentamente.

Le fue imposible el apartarse, su cuerpo deseaba esa cercanía y lo había pedido. O así se lo parecía. Sus manos temblaron levemente. Su cuerpo se agitó nervioso y le correspondió tal y como estaba deseando desde hacía ya un buen rato.

 

- Aldebarán… - exhalo su nombre al separarse, mirándole fijamente a sus ojos marrones mientras trataba de recuperar el aire que le faltaba a sus pulmones – si de verdad quieres tener algo conmigo… - tuvo que desviar un segundo sus ojos de los del otro porque para él decir esas cosas era más complicado que lanzarse a un precipicio – deberás entender que en mis palabras pueden tener más de un sentido… - terminó dejándose caer, pero Aldebarán lo impidió y le abrazó con fuerza, dejándole pegado a su cuerpo sin desviar un solo momento su mirada de los ojos de Bud.

- Está bien… - sonrió – hace frio significará que te abrace – vio como el otro agachaba la cabeza muerto de la vergüenza al tiempo que notaba un pellizco en un costado.

 

Aldebarán se dejó caer sin soltarle sobre los colchones, se acomodó enroscando su cuerpo al de Bud igual que en la noche anterior y le tomó el mentón con el pulgar y el índice de su mando derecha.

 

- Y tu… ¿podrás aguantar el gusto que le tomé a provocarte? – le volvió a besar más intensamente, sintiendo como Bud le correspondía de la misma forma aunque… ¿quién tenía prisa? Él no.

- Apaga la luz… - pidió Bud separándose repentinamente, viendo como Aldebarán fruncía el ceño.

- No… - replicó dejando que su diestra se apoderara de su sonrojada mejilla.

- Aldebarán… - tomó la mano que le acariciaba con la suya y la deslizó hasta dejarla metida debajo del jersey que llevaba puesto, en pleno contacto con su piel. Ya no quería seguir hablando, quería volver a sentirse como la anterior noche.

 

Le entendió el gesto perfectamente y deslizó su mano entre las ropas de Bud. Era incapaz de negarse, de contenerse, de no hacer lo que estaba deseando desde que se había metido en la cama con él completamente vestido.

 

Quería desnudarle, tocarle ansiosamente, pero al mismo tiempo, quería deleitarse lentamente con cada cosa. Con el cuerpo de Bud bajo el suyo, con los besos, con caricias para revivir minuto a minuto la noche tan deliciosa que habían pasado del día antes, pero sin ninguna prisa porque… ¿Quién sería capaz de disfrutar ese momento con rapidez?

 

Ellos no…

 

F I N

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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