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Ángel Guardián por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

IMPORTANTE: En esta historia existen dos narradores (distintos puntos de vista) : Uno escribe con letra normal (Asderel) mientras que otro escribe con negrita (Eliot) 

Aquí un nuevo capítulo >___< es cortito pero espero que les guste n_n ... me inspiré en el infierno de Dante en la Divina Comedia ... no lo he revisado muy bien asi que cualquier error háganelo saber...

Recuerden dejar sus reviews! 

Muchas gracias por su atencion <3

Capítulo 14:Infierno: Limbo




- ¡Asderel!-
Despertaba nuevamente, lleno de angustia, al borde de la desesperación, una pesadilla horrible me hacía despertar gritando el nombre de mi ángel. Abel me recibía estrechándome entre sus brazos cándidos. Su rostro parecía inquieto, sus ojos humedecidos me miraban con compasión.

- ¿Qué…Qué pasa, Abel?- Pregunté preocupado mientras respondía el cariñoso abrazo. Abel guardó silencio.

- ¿Y Asderel?- No hubo respuesta alguna. Solo la mirada baja de Abel y un leve suspiro escapando de los labios de Daemon, quien se encontraba sentado en el piso con la mirada fija en la lejanía. Solo Gabriel se atrevió a avanzar hasta mí, apartar suavemente al dolido Abel y posar sus manos sudorosas en mis hombros, mirándome fijamente.

- Fue capturado por Lucifer…- Dijo Gabriel mientras sin despegar sus ojos de los míos acariciaba levemente mi rostro. Yo quedé estupefacto ¿Por qué Lucifer había venido por Asderel?

- Ahora está atrapado en el infierno…- Continuó el ángel. Una fuerte presión en mi pecho me invadió por completo, casi dejándome sin respiración ¿En el infierno? ¿Qué atrocidades debe estar viendo justo ahora? Mis ojos se llenaron de lágrimas, poco a poco sentí como la angustia comenzó a apoderarse de mí. Mil imágenes cruzaban mi mente rápidamente, lo veía a él sufriendo las torturas que Lucifer le estaba propinando. Lo sentí como si yo mismo fuese el que estuviese atrapado allí dentro.

- Pe… ¿Pero cómo?- Pregunté aún en estado de shock, sin entender por qué Asderel estaba secuestrado allí.

- Mientras tú estabas en coma…él hizo un pacto con Lucifer para salvarte…-

- ¿¡Un pacto con el Demonio!?- Exclamé dando un golpe con el puño a la cabecera de la cama en la que me encontraba sentado - ¿¡Cómo se atrevió?- Grité aún más fuerte mientras que las lágrimas corrían sin control por mis mejillas, mi cuerpo entero estaba temblando víctima de la desesperación. Gabriel me tomó por los hombros y me atrajo hacia su pecho, intentando contenerme.

- ¡Por favor…Gabriel!- Las lágrimas me ahogaban y apenas me permitían pronunciar palabras – ¡Di…Dime que podemos salvarlo!-

Su rostro quedó pensativo…guardó un par de angustiosos minutos de silencio, luego negando con la cabeza dijo:

- La única forma de llegar hasta allá es…-

- ¡Suicidándose!- Exclamé tomándole los hombros y zamarreándole suavemente, sus ojos afirmaron mi teoría, había acertado.

Una vez, Gabriel me comentó que Asderel me había salvado del infierno al intervenir en mi suicidio, había leído en algunos libros que las personas que se quitan la vida así mismos no tienen salvación. Yo estaba dispuesto a morir solo por salvar a Asderel.

Me puse de pie, Gabriel intentó detenerme tomándome de un brazo pero yo me solté.

- Voy a hacerlo…- Dije completamente decidido.

- Nosotros también…- Interrumpió Abel mientras sostenía firme el brazo de Daemon. Sonreí.

- Gracias…Amigos- Las miradas de los tres se cruzaron cómplices.

- ¡Esperen! ¡Hay algo más!- Agregó Gabriel –Yo puedo…Puedo usar mis poderes para traerlos a la vida nuevamente- Terminó con una sonrisa un poco triste.

- ¿¡Qué esperamos, entonces!?- Exclamé esperanzado.

- Pero solo puedo hacerlo dentro de las próximas siete horas…- Dijo mientras sus ojos se comenzaban a entristecer - ¿Podrán lograrlo?- Todos quedamos en silencio, siete horas era muy poco para encontrar a Asderel.

- ¡Claro que sí!- Exclamó Daemon dándole una fuerte palmada en el hombro a Gabriel – ¡Tengo algunos conocidos que viven en esa olla caliente…seguro ayudaran!-

Gabriel suspiró, un poco más tranquilo.

- Entonces… ¡Hagámoslo!-

Los preparativos fueron rápidos, solo algunas escaleras en el edificio más alto de toda la ciudad, era la única forma que conocía para morir. Tal y como la primera vez la brisa cortante en mi cara parecía triste. Los cuervos comenzaban a volar sobre nuestras cabezas, sabiendo exactamente lo que íbamos a hacer. Una última vista hacia el suelo que se veía tan lejano desde tantos metros de altura, un – Nos vemos luego- Para Daemon quién sostenía un arma apuntando hacia su cabeza y una última mirada cómplice entre Abel y yo.

- ¿Estás listo? – Abel afirmó con la cabeza. Ambos dimos algunos pasos hacia atrás, estábamos listos para lanzarnos al abismo.

- Entonces…-

- Uno…-

- Dos…-

- ¡Tres -


Ya resignándome, abrí los ojos para ver cara a cara la verdad a la que me debía de enfrentar. Estaba en lo más bajo del infierno y debía recorrerlo todo hasta llegar al lugar donde debía ser condenado.

-Te espero en el noveno círculo, Asderel- Fue lo último que pronunciaron los maliciosos labios de Lucifer antes de desaparecer por completo. En el infierno mi alma estaba condenada a obedecer cada palabra que articulara el rey del inframundo, ya no tenía voluntad.

Lucifer y Mefisto me abandonaron a la entrada del limbo, el lugar más celestial en todo el infierno. Dónde van los paganos y los que no han sido bautizados, a lo único que pueden optar las pobres almas que han sido rechazadas a la mirada de Dios. Estaba a las orillas de un lago color rojo, hecho de la mismísima sangre de todos los que llegaban ahí. Allí estaba el barquero, aquel encargado de transportar las almas al mundo de los muertos, un hombre alto, cubierto con una sotana color negro que llegaba hasta más abajo de sus pies y se mezclaba con la oscura madera, tanto que pareciese que su ropa estuviese unida a la barca.

Como todos los que estábamos allí subí en completo silencio al pequeño barco y esperé angustiado ser transportado al otro lado del lago, no tenía otra alternativa.

El viaje fue largo y desagradable. Dentro del agua carmesí se podía ver brazos y cabezas mutiladas flotar en el pestilente lago de sangre, algunas aún parecían quejarse y cada vez que el barco golpeaba una, un gemido de dolor escapaba de su boca llena de moscas y algas. No pude soportarlo mucho tiempo, giré mi rostro fuera del barco y vomité, me sentía mareado y mi cuerpo entero se sentía extraño. Yo definitivamente no pertenecía allí. Los demás que estaban a bordo miraban indiferentes, solo eran almas a las que nada podía afectarles, estaban perdidos y confusos pero no lo suficiente para sensibilizarse ante las atrocidades que estábamos presenciando, pero yo sí lo estaba.

Cuando cruzamos al otro lado, una horrible sorpresa se nos presentó sin siquiera darnos tiempo para reaccionar. En menos de un pestañar, una de las personas que estaban a mi lado desapareció ante el lúgubre portón que indicaba la entrada principal al Limbo. Solo oímos un movimiento violento y un grito desgarrador que cubrió todo el lugar, un chorro de sangre cayó sobre mí. Entonces lo supe, estábamos ante Cerbero ¿Pero porqué estaba aquel perro infernal prohibiéndonos la entrada? ¿Acaso Lucifer lo había soltado solo para divertirse?

Dí un salto hacia atrás, otro de los tripulantes del barco era atacado, la mitad de su cuerpo había sido devorada por completo, quedando tan solo sus piernas plantadas en la tierra.

El horrible rugir del animal me paralizaba de horror. Con más de seis metros de altura se alzaba la bestia con tres cabezas en vez de una, cada una con afilados dientes sedientos de sangre que brillaban en la oscuridad como luciérnagas, el hedor que escapaba de sus bocas era como el de mil cadáveres pudriéndose a la vez. La negrura de todo su cuerpo cubierto de pelos afilados como cuchillas y sus ojos rojos, iguales a los de Lucifer inspiraban el más grande de los terrores.

La pequeña multitud que se encontraba comenzó a correr hacia todos lados, confundidos. Algunos valientes que intentaron atacar acabaron devorados o cercenados en pedazos, el lugar se volvió un verdadero matadero. Sin pensarlo intenté alejarme del lugar e intenté regresar a la barca, pero el animal se me adelantó y me impidió el paso dándome un golpe con una de sus patas que me hizo volar por los aires y estrellarme contra el portón de rejas negras. Si hubiese golpeado más fuerte seguramente me habría matado y esto me preocupaba de sobre manera.

¡Ahora lo entendía! Yo no estaba muerto como el resto de las almas que se encontraban en el lugar, solo había sido arrastrado por capricho de Lucifer, es por eso que el guardián de las puertas infernales Cerbero había escapado para salir a nuestro encuentro. Él era el encargado de prohibirle la entrada a los que aún estaban vivos y yo lo estaba, me estaba buscando a mí.

Con dificultad abrí mis alas, que era lo único que aún podía manejar de mí y me alejé volando metros más allá, mientras gritaba y hacía señas para captar la atención de la bestia, de esta forma las demás almas en pena podrían salvarse y entrar al Limbo.

Mi plan había funcionado, los ojos de Cerbero se habían fijado en mí y con su rapidez de animal y su fuerza descomunal me seguía intentando atraparme en los aires. Comencé a bajar el ritmo sin poder controlarlo, mi cuerpo comenzaba a sentirse débil. Sin darme cuenta, en el momento que el animal me lanzó contra la puerta entró con sus garras en mí, dejándome una profunda herida que no paraba de sangrar. Caí al suelo, no podía evitarlo, el dolor era demasiado como para poder soportarlo y paralizaba mi torso y parte de mis piernas, iba a morir allí.

Lentamente la bestia se acercaba, mientras las tres lenguas de sus sucias bocas saboreaban sus labios listos para saltar sobre el festín. Sus ojos rojos me miraban ansiosos, dicen que la carne de ángel sabe bien, este perro lo sabía.

Saltó sobre mí, una de sus bocas me tomó por la ropa y me elevó, no podía moverme. Las otras dos estaban a punto de dar su primera mordida cuando un fuerte golpe se sintió en la espalda de Cerbero que obligó a que este me soltara, lanzándome al piso.

Borrosamente vi la imagen de un hombre, si es que se le puede llamar así, sosteniendo a Cerbero por el cuello, obligándole bajar a su altura e imponiéndole un collar de cadenas oxidadas que parecían pesar más de dos toneladas cada una. Un hombre alto y grácil, de profundos ojos oscuros como la noche y cabello brillante del mismo color. Una barbilla alargada, rasgos fuertes y un rostro pálido. Él se me hacía familiar, pero no logré recordarlo.

Dejó las cadenas puestas sobre el cuello del ahora completamente dócil Cerbero y se dirigió hasta mí, yo estaba al borde de la inconsciencia. Me tomó en sus brazos y me levantó como a un bebé, mirándome con misericordia.

- ¿Quién…Quién eres?- Pregunté balbuceante antes de cerrar mis ojos.

- Llámame Fausto…- Sonrió. Me sentí seguro y confiado, este hombre definitivamente estaba de mi lado.

Su sonrisa gentil, cálida y agradable, estaba seguro haberla visto en otra parte. Pero no lo recuerdo, estoy demasiado deshecho como para hacerlo, ahora todo está a punto de apagarse. Solo queda entregarme ante los firmes brazos de aquel que pudo domar a la bestia.


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