Demasiadas cosas han quedado olvidadas bajo su nombre. Solamente recuerdo que era un pandillero, un matón, desde los once años más o menos. A los trece años me expulsaron de mi primer colegio, y a los catorce ya había caído varias veces en vicios como la bebida o el tabaco. Solía meterme en peleas de grupos callejeros. Tras expulsiones en diferentes institutos, y tras verme metido en un par de líos con una banda armada con armas blancas, fui enviado a un correccional a los quince años.
En un principio aquello no me importó demasiado, por lo que había oído, aquel sitio era una especie de...cárcel-escuela bastante severa. Por lo que se contaba, existía una especie de leyenda alrededor de ese extraño reformatorio. Se decía que dentro de sus muros sucedían cosas oscuras que los profesores ignoraban, y sobre todo se decía que los delincuentes juveniles que iban a parar con sus huesos en el Major Correccional salían completamente reformados. Se hablaba de sus estrictas reglas y aún más estrictos profesores, de sus castigos, sus directores…
No me preocupaban estas historias. Mientras hubiera chicos de mi edad ahí metidos, sería el líder del lugar e impondría mi voluntad. No sería un cambio tan grande, me dije.
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Me llamo Ellan Kultz, y mi único propósito en la vida era causar problemas allí donde fuera. En la secundaria había recibido muchos castigos, tantos, que te acabas acostumbrando. Había repetido varias veces, y cómo dije antes, te acabas acostumbrando. Pese a mis malas notas y a las constantes peleas en las que me metía, saliendo bastante mal parado en algunas, pero victorioso en la mayoría, recibía admiración por parte de mis compañeros de instituto, y muchas chicas. Esa es otra, había salido con muchas chicas, tantas, que todas me parecían iguales a la anterior, y no estaba especialmente interesado por ninguna.
En resumen, lo que llevaba de adolescencia había sido una etapa entretenida. Y la que venía por delante, tenía pinta de serlo aún más. Un correccional...lleno de chicos como yo, matones y pandilleros...increíbles posibilidades de causar bronca se abrían en mi mente. No pude evitar sonreír oscuramente para mis adentros.
Un memorable siete de septiembre, mis padres me condujeron en coche hasta el Major Correccional, un nombre tan aburrido como el sitio donde estaba ubicado, en un prado rodeado por bosques y montañas, a unos cuarenta kilómetros, o más, de la localidad más cercana. La carretera se sustituyó lentamente por un camino pedregoso, y los enormes edificios de la capital por árboles y matorrales. Me preguntaba qué clase de sitio podía estar en aquel lugar, que cualquiera hubiera dado por inexplorado por el hombre.
-Ahora lo verás, Ellan.- dijo mi madre, desde el asiento del copiloto.- Cuando pasemos esta montaña.
Mis padres se habían empeñado en ver el hecho de que me enviaban a un centro lleno de futuros criminales como si fuese un simple cambio de colegio, a uno más severo. Aunque tengo la impresión de que sólo lo hacían porque pensaban que me daría miedo la perspectiva...¿Miedo? ¿A mí? Já.
Aparté la vista de la ventana y le dirigí una mirada vaga y pasota, una que dejaba bien claro que me daba igual.
Pero cuando pasamos la montaña, presté bastante atención al paisaje, buscando una casa grande, con aspecto de colegio...
No la vi, pero a lo lejos, cerca de la falda de una montaña que estaba más o menos enfrente de la que acabábamos de pasar, vi una casa abandonada. Más que una casa, parecía un castillo. Totalmente en piedra, con vidrieras...exactamente como uno se imaginaría un monasterio fechado en la Edad Media.
-¿Lo ves?-inquirió mi madre, girándose de nuevo.
Negué con la cabeza y busqué entre los árboles otra construcción, pero no vi nada.
-A la derecha.- indicó.
Allí sólo estaba el castillo abandonado...Espera. ¿Era eso? Miré a mi madre, sorprendido.
-¿Se supone que es...eso?
Asintió como si fuese evidente.
Parpadeé varias veces para asimilarlo. ¿A qué clase de sitio me estaban llevando? ¿Iba a vivir como un ermitaño, marginado en las montañas y en una casa más vieja que mi abuela? ¿A qué jugaban?
Sin embargo, no era ninguna broma, y mi padre condujo el coche por el pedregoso y tortuoso camino hasta una cerca de madera justo delante del...edificio.
¿Una cerca de madera? ¿Y con eso creían que podían mantener encerrados a una pandilla de matones? Solté una incrédula carcajada para mis adentros.
Paró el coche frente a la entrada de la cerca, y los tres nos apeamos.
Como si hubiesen estado espiando nuestra llegada, en cuando bajamos del coche, una mujer salió por la destartalada puerta del castillo y avanzó a grandes zancadas hacia nosotros. Nos abrió la puerta del cercado y nos hizo pasar.
Lo observé todo con burlona incredulidad y luego me digné de mirar a la mujer que nos había venido a dar la bienvenida.
Era muy mayor, de unos cincuenta años, y parecía cansada. Supuse que convivir con unos pandilleros debía ser cansado, pero esa mujer no sabía la que se le había caído encima al aceptarme en el "Major Correccional".
-Este es nuestro hijo.- dijo mi madre, señalándome.-Ellan Kultz.
-Ellan, saluda.-ordenó mi padre.
Le dirigí una mirada a la señora. Ella no pareció inmutarse ante mi hostilidad, y volvió a mirar a mis padres.
-Yo soy la señora Wilson, la directora de este correccional. Le aseguro que con nosotros, su hijo estará en las mejores manos.
Mi madre asintió con la cabeza.
-Se lo agradezco.
Mi padre, en cambio, me miró a mí, y luego volvió a mirar a la señora Wilson.
-Denle una buena cura de humildad. La necesita.
Me despidieron, y se fueron, dejándome en mitad de la nada, frente a un edificio antiquísimo, y al lado de su directora, bastante antiquísima también.
-Vamos adentro. Te presentaré a los profesores y a tus compañeros.
Sin esperar una respuesta por mi parte, echó a andar hacia el edificio, y yo la seguí, intentando aparentar estar muy seguro de mí mismo.
Entramos al umbral, que era exactamente como me lo había imaginado. Una sala muy grande, sostenida por cuatro columnas y con techo en forma de cúpula. Al fondo de la sala había dos escaleras, que llevaban al segundo piso, y a ambos lados del corredor, en las paredes, figuraban muchas puertas. El suelo y las paredes eran de mármol blanco, y por lo que pude ver, a pesar de que todo parecía polvoriento, estaba muy limpio.
-Bien, señorito Kultz. Tengo que aclararle un par de cosas.
Me giré hacia ella, después de mirarlo todo con detenimiento, con la sorna y la sorpresa escrita en mi rostro, al ser llamado de esa forma.
-Las clases empiezan a las ocho, y a las siete y media tiene usted que estar en el comedor para el desayuno. Las clases se interrumpen a las dos, vuelve al comedor para comer, y vuelve a las lecciones, que acaban a las cuatro. Después, hay lecciones extra escolares, o estudios, y a las diez tienen que estar todos en la cama ya. Y la cena es a las ocho de la tarde. Si llega usted tarde a las clases, a las comidas, o a la cama, será sancionado.
¿Alguna pregunta?
La miré con escepticismo, y no dije nada.
-Si provoca algún follón en las clases, lo mismo.
Permanecí callado y sin deshacer mi expresión.
-Sé que es difícil para usted ser enviado a un correccional, especialmente teniendo en cuenta su corta edad...¿Catorce años, no?
-Quince.- corregí.
-Bueno, pues quince. Lo que decía, sé que es difícil, pero tengo confianza en que conseguirás llevarlo muy bien, parece un chico muy fuerte.
Iba a responder algo grosero a eso, pero el estruendo de una campana me interrumpió.
-¡Oh, la campana de final de clases!-exclamó ella.
Pero yo no la atendí.
Las puertas que había a ambos lados del corredor se abrieron y comenzaron a salir chicos, casi todos con pinta de ser mayores que yo, y todos vestidos igual, con el cutre uniforme del colegio, todo en azul marino.
Mis ojos se fijaron inconscientemente en la escalera izquierda que había al fondo de la sala, que también se llenó de chicos que bajaban al corredor en gran tumulto, hablando y riendo. Vi muchas caras, pero luego no me acordaría de ninguna.
En mitad de todo ese tumulto, lo vi.
Era como un núcleo de calma en medio de una tormenta, como el ojo de un tornado, como un lugar de silencio y de paz en mitad de una guerra.
De oscura paz.
En el momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, supe que todo lo que conocía iba a cambiar.