Siento la ira ardiendo en mis mejillas, la sed quema mi garganta y mis piernas comienzan a flaquear. Me juré a mi mismo hacerle pagar lo que había hecho sin beber ninguna gota de sangre, sin sacrificar una vida más pero la energía se me escapa a cada exhalación. Mis propios colmillos perforan mi labio inferior aplacando el temblor.
Los destellos de su cabello rojizo hacen vibrar aún más mi lengua, sus ojos me miran divertidos, bailando entre la oscuridad que le rodea.
– No podrás continuar con esto por mucho Mario – su voz ronca y modulada se deja escuchar a mis espaldas – terminemos con esto, tengo un trato para ti.
– Cierra la boca – me giro viéndolo con reprobación – sabes bien que siempre he odiado tus jueguitos.
– Vamos, no me digas que sigues enojado por lo que pasó hace años – da un paso más colando su mano entre el cabello hasta mi nuca – veras que no todo sale mal.
– Sí, lo estoy. – intento apartarlo de mi pero sus dedos se han enredado en mi cabello, sujetándome – Dejando eso de lado, no tenias ningún derecho a despertarme cuando apenas había encontrado a quien pudiera sellarme.
– Por favor, han pasado seiscientos años. Has dormido lo suficiente y es tu momento de ver la luz, yo quería ser quien te la mostrara ¿tan difícil es entenderlo? – suelta uniendo su frente a la mía.
Toma mi mano guiándome fuera de la cripta, el cielo oscurecido y revestido de estrellas se sostiene sobre mi cabeza.
Y lo hizo, sé muy bien que lo logró.
Consigue hacerme recordar, rememorar los cientos de años que combatimos la soledad uniendo la tristeza que cada uno cargábamos en nuestras espaldas. Las tantas veces que vi su cuerpo ser consumido por el fuego de la hoguera, acusado de su trato con el demonio al encontrarlo cantándole a la luna, escondiéndose eternamente del sol y seduciendo jovencitos que morían en sus labios, siempre estaba ahí, mezclado entre la multitud, sonriendo para él, porque aun cuando la cornea de sus ojos se hubiese derretido sabía que podía verme, donde quiera que estuviese sin ayuda de algún sentido.
– ¿Está bien que te siga añorando después de lo que hice? – toma mi rostro entre sus manos, la calidez de sus ojos me atrapa, acaricia mi cabello que aun en mi sueño continúo creciendo – ¿amarte?
– ¿Después de todo el daño? – desvío la mirada a las estrellas.
Me mira dolido, lo sé, yo también lo estoy. Me arrepiento un poco pero no soy capaz de ver hacia el pasado y corresponderle con una sonrisa.
– Puedes hacerlo Víctor – me abrazo a él siento mis movimientos mecanizados, mas con pasmosa naturalidad su cuerpo y el mío encajan a la perfección luchando ante las contradicciones.
Tomé una decisión tal como él lo hizo, escondo mi rostro en su pecho mientras rodeo con mis brazos su cuello. Me abraza con fuerza besando mi coronilla. Suspiro cerrando mis ojos, sonrío volteando al cielo. Las estrellas me miran acusadoramente o simplemente es mi imaginación, ya no puedo distinguirlo.
Mi lengua recorre su piel sintiendo su flujo sanguíneo bailar junto a ella. Vuelvo a sonreír.
– Puedes hacerlo – alcanzo a articular antes de que mis colmillos penetren por completo su carne – al igual que yo añoraré un futuro donde todo lo que pasó y lo mucho que nos herimos pueda llevarnos a la redención.
El sabor dulzón anega mi garganta, pegándose a las paredes. Beso sus labios, sus ojos continúan mirándome con ensoñación tras nuestro primer beso. El primero y más cargado de lo que somos; mi perdón, su soledad, mis años de pasividad, su tristeza, mi agradecimiento, sus miedos y mis sentimientos por él.
– Gracias. – recuesto su cuerpo en mi regazo, sus parpados ya habían caído para siempre pero sé que todavía puede verme – y lo siento. Dejándote solo todo este tiempo y aun así me das este gran banquete. – sonrío apesadumbrado, relamiendo las comisuras de mis labios enrojecidos – Haces que me sienta mal por odiarte papá.