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Perfumes y Armas por ItaDei_SasuNaru fan

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Padres.

 

¿Cómo es posible que un ser tan pequeño sea capaz de inspirar la mayor de las alegrías, el más grande de los corajes?

En eso pensaba aquel padre que sostenía a su hija entre las manos, haciéndola volar por los aires, imitando con su boca el sonido de un avioncito y haciendo un tremendo ridículo con las muecas de su rostro, un espectáculo total para el que asomara por la cerca.

Ignoraba todo esto de forma consciente porque para él todo era válido, todo estaba permitido solo por escuchar la risa de esa nena que lo miraba con ojos soñadores, grandes y despiertos. Esa niña que era pálida y hermosa, como una azucena en la tarde cubierta de perfume y de rocío. Esa niña que tenía tanto de los dos.

Sabía que su esposo estaba apoyado en el marco de la puerta del patio, sosteniendo su adorable vientre de cinco meses, mirándolos con incalculable cariño pero con los labios tensos debido a la carcajada que pugnaba por salir.

Ya se las pagaría cuando estuvieran a solas. Por ahora, lo mejor era hacerse el desentendido.

Cuando el padre y la hija rodaron por el suelo, llenos de tierra y de cansancio, el otro optó por acercarse.

—Ya está lista la cena, si no se apresuran comeremos sin ustedes —amenazó Minato a su consorte, caminando hasta ellos para ayudarlos a limpiarse.

—¿Oíste eso, nena? Papi está siendo malo con nosotros, anda gruñón porque no pudo conseguir el permiso de la doctora para seguir comiendo sus galletas con mostaza —susurró Fugaku al diminuto oído de la pequeña, que balbuceaba algo ininteligible y miraba a sus padres con expresión curiosa.

—Jajá. Qué gracioso, Uchiha. No tientes a tu suerte porque puedo castigarte —replicó el rubio con los labios fruncidos.

El moreno pegó un bote.

—Mantén eso y te juro que voy a llorar.

—Pues llora. Ahora dame a mi hija y ve a lavarte las manos.

—¡Demonios, eres tan frío!—sollozó Fugaku escondiendo sus lágrimas de cocodrilo en el cuerpecito de la niña, que le dio unas palmaditas de consuelo a la cabeza de su padre.

—¿Con que frío, eh? Mira como despido culpabilidad.

—¿Ya no me quieres?

—Si te quiero —dijo Minato aunque a regañadientes.

—Demuéstramelo, entonces. Dame un beso —pidió (exigió) Fugaku mientras acomodaba a la nena en su codo.

Minato cambiaba rápidamente de ánimo con el embarazo, era muy fácil ponerlo de “buen humor”.

Le daba mala espina la sonrisa confianzuda del moreno, pero el rubio accedió contento a la petición y se inclinó sobre la punta de sus pies, buscando los labios de su esposo.

Los dos pegaron un brinco cuando una manito se interpuso en su beso.

Su hija se había mecido lo suficiente como para tapar la boca de Fugaku, impidiéndole el paso a Minato.

El matrimonio se miró con ojos sorprendidos e intentaron nuevamente el beso, esta vez prestándole atención a la niña.

Ella volvió a poner su manito sobre los labios de Fugaku.

Minato se soltó en risas cuando comprendió todo y tomó la mano de su hija para cubrirla de besos.

—Tu hija y yo tenemos un problema, Fugaku. Estamos enamorados del mismo hombre —dijo todavía entre risas, agarrando a la nena por la cintura y tomándola entre sus brazos.

—No los puedo culpar ¿o sí? —respondió el moreno con un matiz de arrogancia, aprovechando para besar a Minato cuando ella estaba distraída. Le hacía gracia la celosía de la infanta.

Quedó hipnotizado por la imagen de su rubio consintiendo a su princesa con cosquillas, pero pronto su fantasía fue rota al escuchar ruidos fuertes desde el segundo piso.

—Tu hijo está despierto —comentó Fugaku.

—Cuando está haciendo desorden es tu hijo. Nosotros iremos a cenar, tu encárgate de él —contestó Minato regresando a la casa tranquilamente, con el cuidado necesario que requería su pancita.

El patriarca Uchiha suspiró con resignación y se dispuso a subir los escalones, para revisar que su hijo siguiera con vida.

Ojalá no hubiera quebrado nada, porque él no estaba dispuesto a tomar esa responsabilidad.

Esto de ser padre no era tan sencillo.

 


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