Sorato cruzó nervioso la puerta principal del instituto, con las piernas temblorosas, agarrando fuerte el asa de su cartera. Iba a la clase de segundo de bachillerato A, pero no sabía dónde se encontraba, así que decidió preguntar en secretaria pero, como era de esperar, tampoco sabía dónde estaba.
Se acercó a un grupo de chicas.
—Perdonad, ¿sabéis dónde está secretaria? —preguntó un poco nervioso por la reacción que recibiría.
—Claro. Está al final de este pasillo. Es fácil llegar hasta allí —contestó una de las chicas con una sonrisa de oreja a oreja—. Por cierto, me llamo Riko, por si alguna vez quieres salir con alguien y tal... Estoy en segundo de bachillerato.
—Yo también —contestó tímido, aunque con una sonrisa—. Pero me tengo que ir ya, se me está haciendo tarde.
—Bueno, pues nos vemos en clase... —dio a entender que quería conocer el nombre del chico, por lo que él completó:
—Sorato.
—Adiós, Sorato. Qué nombre más bonito —se despidió la chica con la mano y el grupo se alejó. Cuando estuvieron a un par de pasos, Sorato oyó decir—. Qué bombón de chico. ¡Es guapísimo!
Ese comentario sonrojó a Sorato, que continuó su camino.
En sus antiguos institutos no solía recibir esas palabras. Normalmente la gente le miraba de forma rara, con repugnancia, y le gritaba a la cara «maricón» o palabras igual de hirientes y con el mismo significado.
Una vez la secretaria, una mujer de mediana edad y con gafas de media luna, le indicó el recorrido que debía hacer hasta llegar a la clase, comenzó su camino. Aunque, para su sorpresa y la de otro de los chicos, al girar una esquina chocó contra algo, haciendo que cayese al suelo.
—Lo... lo siento —se apresuró a disculpar, esperando a que el chico contra el que había chocado le gritase o le insultase. En cambio, le tendió la mano para ayudarlo a levantarse.
—No pasa nada, hombre. ¿Estás bien? Deberías tener más cuidado para no irte chocando por ahí así... Eres nuevo, ¿no?
—Yo... Eh... Yo... Sí. Me llamo Sorato —contestó sonrojado.
—Yo soy Torasuke. Bueno, me tengo que ir, ya nos veremos.
Sorato se volvió a despedir torpe, tartamudeando. Se había puesto con el corazón a mil. Ese chico era demasiado guapo... Pero no, esta vez no iba a cometer el mismo error.
Llegó a la clase y se sentó en uno de los asientos del fondo. La gente comenzó a entrar, incluido el grupo de chicas que le había indicado el camino hasta secretaría. Al final del grupo de alumnos entraron Torasuke y otra chica más, que le plantó un beso en los labios, por lo que adivinó que era su novia.
Maldijo en silencio.
Pero, para su sorpresa, Tarosuke se sentó en el pupitre que estaba junto a Sorato, y le dijo en voz baja.
—Me puedes llamar Taro —le dijo.
Sorato tardó en relacionar. Tarosuke. Taro.
Era su diminutivo. Adorable, como él.
Estaba claro: se había enamorado. Y de un chico.
Era lo peor que le podría haber ocurrido el primer día de clase.