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Cicatrices por Magu-chan

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Notas del fanfic:

Bueno, resumen cortito, es que no se bien que poner. Es mejor que pasen y lean. Les cuento que me enojó tanto pero TANTO el final de Brotherhood, :SPOILER: :SPOILER: Me enojé muchísimo cuando vi a Edward casado con Wendy, peor: con un hijo, muchísimo peor: hecho un amo de casa totalmente inútil. ¿Qué es esto? ¿En qué carajo estaba pensando la autora? Que final tan de mierda, con perdón de la expresión. Así que este fic surgió de eso, de la bronca contenida y la decepción que me generó ver ese final. Me daban ganas de tomarme el primer avión a Japón y prenderle fuego la casa a la mujer esta, a ese punto. Así que espero que les guste el desquite este en forma de fic xD

Si a este fic lo leyeron antes en alguna cuenta con el nombre de ShunsitaChocolateYaoi, ShunChocolate, Chocolate o Shun o Shunsita algo así xD Es porque eran mis otras cuentas que me cerraron, o sea que soy yo. Si lo leyeron en algún otro lado con un nombre distinto, ahí si me plagiaron xD
Corregí algunas cosas que no me gustaban, pero la historia es la misma.

Ahora si, a leer~

Ya todo había acabado. ¿Podía ser cierto? Después de tanto sufrimiento y de ver tantas personas morir ante sus ojos con la impotencia de saber que nada habían podido hacer para evitarlo. De ser heridos en el cuerpo y en el alma. De luchar sin parar con todas sus fuerzas. De obligarse a crecer antes de lo debido, dejar de lado su niñez para convertirse en adultos demasiado pronto. De ser fuertes, aun más que el acero. La paz había llegado a sus vidas luego de todo eso y esperaban que durase por lo que les restase vivir. Es que él, Edward Elric, había hecho una promesa. Un pacto de sangre. Y la había cumplido a pesar de todo, aunque el precio que tuvo que pagar fue grande, la recompensa lo fue mucho más así que definitivamente valió la pena. Volvió a ver la sonrisa de Alphonse, su hermano pequeño, a sentir su piel, dejarse observar por sus amables y brillantes ojos grises. Dejando atrás el poder que lo había llevado a cometer el peor error de su vida, del cual siempre iba a arrepentirse. Su pecado.

Sus ojos dorados se pasearon por su mano derecha. Ya no tenía guante, ya no veía el frío metal, pudo volver a sentir de nuevo. Una enorme cicatriz en su hombro derecho y un automail en su pierna izquierda le servían de recuerdo de todo aquello que había vivido con su incondicional hermano. Con Winry, la abuela Pinako también. Todas esas maravillosas personas que había conocido durante sus viajes. Así como también Hughes, la persona que siempre iba a recordar en lo más profundo de su corazón. María Ross, el sargento Brosch. El mayor Armstrong, Havoc, Hawkeye. El coronel… La brisa cálida y algo húmeda de la primavera meció sus cabellos. A su alrededor se veían las personas tranquilas, paseando, sonrientes. La ciudad central volvía a reconstruirse dos meses después del incidente que trajo tantas muertes, las cuales por lo menos no fueron en vano. Eso era un alivio para él, quien odiaba las guerras y aun no podía entender cómo algunos podían disfrutar del sufrimiento ajeno. En verdad aborrecía ese aspecto de los militares. Tarde o temprano se veían obligados a matar. Y él no era una persona a la que podían ordenarle cualquier cosa y la cumpliría ciegamente, él respetaba sus convicciones. Decidió quitar ese negativismo de su mente, bien sabía que de nada servía.

Sus pasos eran tranquilos, pausados. Ya no vestía de cuero, con esa llamativa gabardina roja adornada con el símbolo del alquimista y ropas negras debajo. Había dejado de usar esa característica trenza en el cabello. Solo ropa común y corriente, como la de todos los ciudadanos normales. Había crecido, quizá no mucho de altura –con lo que todos parecían disfrutar haciéndolo enfurecer- pero ya era todo un adulto. Una cola de caballo, una remera de mangas largas y unos jeans. Algo completamente inusual y hasta un poco irrespetuoso tratándose del lugar hacia donde se dirigía. Ese gran edificio, rodeado de banderas de color verde, adornadas por un águila blanca. Las extensas escaleras que se alzaban delante de él lo llevarían hacia allí. Subió por ellas, escalón por escalón, tratando de blanquear su mente. De repente se había puesto muy nervioso. El sobre que llevaba en su mano izquierda se estaba arrugando un poco por la presión y el leve temblor de su mano. A pesar de ello, al pisar la base de aquella institución y estando frente a la puerta, se había decidido a cruzarla sin más.

Ya estaba dentro, no podía dar marcha atrás. No es para eso que había llegado hasta ahí. El lugar le resultaba por demás conocido y a la vez le traía muchos recuerdos. Algunos gratos, otros no tanto. Caminó por el ancho pasillo, tan tranquilo como había llegado, viendo como los soldados se paseaban de un lado a otro, muy atareados. No tanto como para no reconocerlo, por lo que todos se paraban al verlo pasar, haciendo el clásico saludo militar. Él había sido un héroe después de todo. Aun así, jamás le gustaron ese tipo de formalidades, ni tampoco que lo tratasen como a un superior o a un salvador. No pudo más que sonreírle a aquella gente que reconoció su valor. Saludó a todos simplemente agitando su mano, de forma cálida y familiar.

Tampoco quería pararse a conversar, eso solo haría más difíciles las cosas, lo único que deseaba era terminar con su asunto lo más rápido posible. Sus valijas ya estaban hechas, a la mañana siguiente partiría hacia un nuevo viaje. También quería llegar temprano a casa, sabía por el dolor que apresaba a su pierna que pronto llovería. Alphonse y Winry lo esperaban. Rápidamente llegó frente a una gran puerta tallada en madera, quedándose quieto un momento, tratando de no pensar en nada. Había llegado. Decidido, llevó su mano a la perilla, gitándola hasta escuchar un 'click'.

-¿Nunca vas a aprender que tenés que golpear la puerta antes de entrar a mi oficina?

Frente a él, al fondo del extenso salón se encontraba al hombre que quería ver en un principio. No porque realmente lo deseara, sino porque no le quedaba otra. Roy Mustang, el alquimista de fuego, el coronel. Mirándolo a la cara notaba algo diferente en él, su peinado, sus rasgos. "Bah, seguro es porque se volvió más viejo". Aun así, había algo que nunca cambiaría… su mirada. Sus oscuros ojos rasgados seguían tan afilados como siempre. Al igual que sus comentarios. Su media sonrisa le indicaba que alguna broma de mal gusto iba a soltar. Sin embargo, el no iba a permitírselo, alguna vez quería ganarle en algo. Y ya tenía edad para ello.

-No me jodas, coronel.

Avanzó con pasos seguros hasta el escritorio, en donde el pelinegro permanecía expectante. Sus pupilas doradas se enfocaron en las de Roy, no como antes, con firmeza. Aunque fuera fingida. Dejó el sobre que traía sobre unos papeles que estaban frente a él, lo que hizo que el hombre se tensara. Sabía muy bien lo que eso quería decir.

-Ahí están el reloj de plata y el título de alquimista nacional.

-¿Q-qué?

-¿Y qué esperabas? Ya nunca más podré hacer alquimia. No hay nada más que yo pueda hacer aquí.

La mirada perpleja que había quedado grabada en la cara de Mustang no iba a detenerlo. En el fondo, él sabía que algo así pasaría, no había razones para sorprenderse tanto. Giró sobre sus talones, haciendo que sus dorados mechones acompañaran el movimiento y empezó a caminar hacia la salida. Rápidamente, sin mirar atrás ni despedirse. No estaba en sus planes de 'una vida nueva' seguir siendo un perro de los militares. Solo eso. Otra vez se encontraba frente a aquella puerta, esperando que esa si fuese en verdad la última vez. Antes de que su mano llegara hasta la perilla nuevamente, un golpe fuerte y sonoro en la puerta justo al lado de su cabeza le hizo dar un respingo. No supo en qué momento se había acercado tanto. Fue la mano de Roy la que con todas sus fuerzas se estrelló contra la madera, impidiendo su escape. Su mente le jugó una mala pasada, ¿estaba escapando?

Él permanecía detrás suyo, demasiado cerca. Lo intuía, aunque no pudiese verlo, los nervios no le permitieran moverse. Ambos quedaron inmóviles, callados. La mente de Edward seguía en blanco, sin embargo no podía evitar el temblor de sus manos a los costados de su cuerpo. Debido al silencio que reinaba entre los dos, podía oír la respiración pausada de aquel hombre muy claramente, lo que no ayudaba para nada a su situación. Realmente estaba muy cerca.

-¿En serio olvidaste lo que pasó entre los dos, full metal? –susurró, muy calmadamente el coronel.

Un escalofrío atravesó su cuerpo por completo al oír esa voz otra vez. Hacía tanto tiempo que no la escuchaba que le llegaba a dar nostalgia. Los ojos dorados se abrieron a más no poder, sus pupilas temblaron un instante. Podía escuchar el sonido del agua de lluvia repiquetear fuera del establecimiento, su cuerpo nunca fallaba en su intuición. ¿Ese hombre en verdad creía que podía olvidar aquello? ¿Olvidar esa época en la que hubiese hecho cualquier cosa que estuviera a su alcance para recuperar el cuerpo de su hermano? Hasta hubiese sido capaz de asesinar criminales con tal de obtener lo que con tanto anhelo buscaba, lo cual no era nada compatible con su idea de justicia. ¿Por qué se habría negado a algo tan simple? Aunque quisiera engañarse pensando que eso era algo sencillo, la realidad lo golpeaba, se encargaba de burlarse de él de alguna manera. Había vendido su cuerpo después de todo.

En aquel día, a pesar de que sus nervios lo carcomían por dentro, de ninguna manera podía revelarlos ante ese hombre. Muy decidido había llegado hasta a esa misma oficina, hacía años atrás, sabiendo que su petición sería denegada como tantas veces anteriores. No podía quedarse de brazos cruzados, esperando a que una solución cayera mágicamente del cielo. Su inquieta personalidad no se lo permitía. Debía viajar, conocer a otros alquimistas, continuar la búsqueda. Si pudiera volver el tiempo atrás y volver a elegir, lo habría hecho otra vez. Sin embargo, su puesto de alquimista nacional no le otorgaba libertad alguna para hacer lo que quisiera como había pensado al unirse al ejército. Si bien, tenía acceso a mucha información, su trabajo era servir a la milicia y obedecer. Lo peor de todo es que lo necesitaban todo el tiempo, ya hacía meses que no lo dejaban salir de central. Por esa razón, había tenido que ir donde el coronel para pedirle por enésima vez que lo dejara irse de allí de una buena vez.

Luego de insistir, obteniendo siempre la misma respuesta poco satisfactoria, su paciencia había llegado a su límite. Tenía tan solo quince años, era normal que quisiera hacer las cosas por su cuenta sin que nadie le pusiera un tope, sin siquiera tener la experiencia suficiente. Rebeldía. Desesperado, gritó algo como "haré lo que usted me pida pero déjeme seguir con mi investigación". El coronel ya se estaba hartando de sus quejas y peticiones que bien sabía no podían ser aceptadas. Aunque quisiera brindarles toda su ayuda porque en verdad sentía mucho aprecio por esos hermanos, él también tenía superiores a los que debía respetar. Pensándolo mejor, optó por aprovecharse de la situación, no pudo resistirse. El carácter desafiante e impulsivo de ese mocoso hacía que deseara disciplinarlo. También quería ver hasta donde podía llegar la necedad de ese niño. Él no podía obligarlo a nada, solamente quería probarle que aún seguía siendo un pequeño para ciertas cosas y que le faltaba mucho camino por recorrer. Aunque no estaba del todo seguro de que esa fuera la manera. "Se mío". Solo esas dos palabras pronunciaron sus labios y conformaron una respuesta que el chico no esperaba oír.

La expresión de no poder creer lo que oía fue muy notoria en la cara del adolescente. Los ojos oscuros y afilados no se despegaban de él, lo que lo ponía peor y más agitado aun. No tenía opción. Tampoco podía darse el lujo de pensarlo mucho. No podía mostrar debilidad ante él. Aunque no pudiera calmar el temblor de sus manos y tratando de ocultar el nudo en su garganta, su contestación fue afirmativa. El coronel no podía asimilar lo que el chico le decía, pero esas pupilas desafiantes le indicaban que había oído bien. Sabía que Edward no tenía ninguna clase de experiencia, ni siquiera había estado con una mujer. Lo intuía. En la mente del chico, la realidad era que tampoco había tenido su primer beso. Sin embargo, no iba a arrepentirse, debía resistir. Por Al.

Con ese maldito hombre había vivido aquella tan significativa experiencia. Un beso tierno, uno profundo, sus dulces caricias que parecían arder. Le quemaba la piel. Su cuerpo no le respondía, lo único que le quedaba era dejarse hacer. Pero tenía miedo. Tanto que no podía parar de temblar ni por un segundo. Sabía muy bien que todavía no estaba listo para eso. Y Roy lo notaba, por lo que intentaba hacerlo lo más suave que podía. Sin embargo, por más que el chico llorara o gritara, no iba a detenerse. Un trato es un trato. Se sorprendió mucho al ver que él no se oponía, no lloraba, ni le pedía que parara. Ni una palabra salió de la boca del rubio, ni la más mínima expresión de sentir algo. Esa mirada desafiante seguía en él, tanto así que estaba llegando a molestar al mayor. Trataba lo más que podía de reprimir sus instintos, en verdad lo deseaba demasiado. Empero ni siquiera cuando lo penetro de una sola vez cambió de actitud. Recordó que solo se mordió los labios, tan fuerte que le sangraron y emitió un quejido ahogado. Eran demasiadas sensaciones juntas como para poder reprimirse así por más tiempo. Estaba perdiendo ante a él y lo sabía. Lo odiaba.

Roy jamás se hubiese imaginado que iba a conocer ese lado de Edward. Nunca había imaginado hasta el momento el poder hacerle esas cosas, poder ver su cara de placer, de dolor y rencor, así como también su pequeño cuerpo desnudo a su merced. Jamás pensó que ese chico tan fuerte y rebelde se volvería tan dócil para él. Aunque bien sabía que todo eso era un simple canje, no había ni pasión, ni cariño, ni absolutamente nada de por medio. Solo intercambio equivalente. Si, eso es exactamente lo que era proviniendo de dos grandes alquimistas. Esa mirada color oro se había vuelto inexpresiva como al principio, perdida en algún lugar de la habitación, mas nuevamente ni un sonido más salía de su boca. Hilillos de sangre resbalaban por sus piernas, manchando el solemne uniforme militar. Estaban llegando, ambos, al mismo tiempo. Podía recordar el momento exacto en el que sintió en su interior ese fuego final, así como el cuerpo del coronel aferrándose a él con desesperación. La noche había caído en todo su esplendor…

De tanto perderse en lo profundo de sus pensamientos, recordar tantas cosas, no pudo darse cuenta en qué momento sintió la calidez del abrazo de Roy. Había pasado sus brazos por el pecho del más bajo, dejándolos descansar sobre sus hombros, pegándolo contra sí, aún de espaldas, lamentándose por no poder ver su rostro en ese momento. Podía sentir el latir de su corazón acelerado en esa posición, ya no pudo hacer nada por alejarse de él. Sus ojos se cerraron, solo deseaba sentir. Los mechones negros acariciaban su frente, el mayor había apoyado su rostro sobre su cabeza.

-Yo no lo he olvidado. En todo el tiempo que hemos estado separados, no pude desechar ese recuerdo –besó su cabello, con ternura- Por eso no quiero que te vayas, ya no quiero que te alejen de mi lado.

Un breve silencio, solo el sonido de su respiración parecía hacer eco en la gran habitación. Sabía que si se quedaba allí, si se dejaba llevar por el calor abrasador del moreno nada bueno resultaría. Tenía que salir de allí, debía hacer algo. Él era el alquimista de acero después de todo. No se dejaría llevar por su absurdo deseo, no él, un adulto. Un hombre. Reunió la poca fuerza de voluntad que le quedaba y de un codazo en la boca del estómago logró que deshiciera el abrazo al instante. Mientras Roy, dolorido, llevaba una mano a su abdomen, Edward abrió la puerta y salió corriendo de su oficina. Lo atacó sabiendo que había bajado la guardia, como un cobarde. El mayor se paralizó por unos instantes, recuperándose del golpe, notando que la presencia de ese rubio ya no estaba más allí. Se sintió vacío, incompleto, decepcionado. No dudó un segundo más, lo perseguiría como si su vida se fuese en ello.

-¡Fullmetal! ¡Edward Elric!

Sus enérgicos gritos eran ignorados por ese obstinado adolescente. Mas no así por los soldados que estaban próximos. Solo podía ver a esa pequeña figura de rubios cabellos alejarse rápidamente, por lo que no era fácil seguirlo. Aun así lo hacía, ni siquiera le importaba quedar en ridículo frente a todos sus subordinados, eso no era parte de sus preocupaciones . No existía nadie a su alrededor que pudiese detenerlo. No dejaría que nada se interpusiera en su camino. Él era el jefe, un ferviente candidato a Führer. Además de ser un hombre al que no le gustaba perder en ningún aspecto de la vida. Llegaron hasta la puerta de salida, la cual fue abierta velozmente primero por el rubio quien intentó cerrarla tras de si pero no lo logró ya que el mayor casi lo estaba alcanzando. Al salir este último, se cerró sola.

Llovía mucho. La gran tormenta parecía estar en plena actuación y el aire frío podía llegar a calarles los huesos. "Se escapa" pensó al ver que Elric no pensaba detenerse ni aunque se viniera el cielo abajo. Descendieron por las escaleras a paso rápido, tanto así que el pequeño terminó resbalando en el último escalón. Solo eso fue suficiente para que su brazo fuese atrapado rápidamente por la mano de Mustang, impidiéndole seguir y también que cayera de bruces contra el suelo. Su torpeza podía llegar a ser su mayor defecto, o por lo menos el que más odiaba a veces. Y esa era una de esas veces."Maldito bastardo". Recién en el momento en que se detuvo, haciendo que su adrenalina disminuyera, notó que estaba empapado y que el frío era intenso y constante. Tomó aire profundamente para recuperarse.

-Edward –escucharlo pronunciar su nombre era algo nuevo para él.

No tenía caso forcejear. Había perdido otra vez. Aun estaba de espaldas al moreno, por lo que giró lentamente hasta encontrarse con él. No había ira en sus ojos. El otro lo soltó suavemente. Podía sentir las frías gotas resbalar por su cara, su cabellos húmedos revueltos y pegados a su rostro, haciéndole cosquillas y provocando que su piel se pusiera como la de un pollo. Un serio semblante se apoderó de su ser.

-Ahora estamos en iguales condiciones –comenzó el rubio, mirando fijamente a un Roy algo confundido- Ni usted ni yo podemos usar alquimia. Peleemos. Si yo gano, me voy para siempre de este maldito lugar y si usted gana, me quedo. Intercambio equiva-

No pudo siquiera terminar de hablar, ese estúpido coronel no se lo permitió. Nuevamente, lo rodeó con sus brazos, pegándolo a su cuerpo y haciendo que, irremediablemente, apoyara la cabeza en su pecho. Mágicamente, el frío que sentía se desvaneció. Sus brazos no se movieron y el color se le subió a las mejillas. No pudo pronunciar ni una palabra más, hasta había olvidado lo que estaba diciendo. Oír la respiración del moreno lo relajaba y lo hacía sucumbir. ¿Por qué no podía alejarse de él?

-¿Seguís creyendo en esa mierda? –habló el mayor, pegando con más fuerza sus húmedos cuerpos- Lo que menos quiero hacer con vos es pelear.

Era inútil resistirse. Ese hombre era sexy hasta cuando no intentaba serlo. Aunque fuera un chico, no podía evitar sentirse atraído por él. ¿A quién quería engañar? Ni en esos tres años que pasaron pudo olvidar lo que vivió con Roy, aunque solo haya sido una vez. Era de cobardes no enfrentar sus sentimientos, ya no deseaba escapar. Lo comprendió al verlo a los ojos luego de cruzar la puerta de su oficina, solo que su mente no quería aceptarlo. Lo amaba, siempre había sido así. De esta forma, el más pequeño se separó a penas de él, hasta una distancia en la que pudiera observarlo directamente a los ojos. Con sus penetrantes, enormes y dorados ojos. Una leve e indescifrable sonrisa se asomó por sus labios. Roy estaba intrigado por ese repentino cambio de actitud, era la primera vez que veía una expresión como esa por parte del alquimista de acero.

-¿Y qué es lo que usted quisiera hacer conmigo?

Sin previo aviso, se vio apresado por unos labios que lo besaban con brutalidad. Tanto que no pudo más que corresponderlo, más por reflejo que por otra cosa. ¿Cómo podía ser que extrañara tanto esos besos y que nunca se hubiera dado cuenta? En busca de más contacto, el moreno lo mordió hasta que el menor le permitió introducir su lengua libremente, correspondiéndolo con la misma desesperación. Aun no paraba de llover, mas ya no lo sentían. Las calles estaban totalmente desiertas. Edward ya casi no podía respirar pero el pelinegro no quiso detenerse. Se había contenido por demasiado tiempo. Aun abrazado a él y sosteniendo el apasionado beso, Roy llevó al pequeño hasta un lugar desconocido para él. El espacio que se formaba debajo de las escaleras principales del edificio, donde no había casi luz y podían resguardarse de la creciente tormenta. Allí, lo estrelló violentamente contra una de las paredes, manteniendo como podía el íntimo contacto.

El mayor de los Elric, quien jadeaba tratando de tomar aunque sea un poco de aire, sentía su cara arder como nunca. No solamente ella, sino su cuerpo entero. La lengua experta de Roy jugaba con la suya, haciendo que al rubio le costara seguirle el ritmo. Era tan fuerte. Tuvieron que parar por la falta total de aire en sus pulmones, aunque aun seguían pegados. Sus ropas, completamente empapadas, se pegaron tanto a sus tonificados cuerpos que podían sentir sus erecciones chocar y rozarse libremente, provocándoles espasmos de placer a ambos. ¿Por cuánto tiempo habían deseado aquello? Ed, sin haberse dado cuenta; Roy, absolutamente consciente. ¿Es que la vida se había empeñado en hacerlos sufrir todo el tiempo?

Mientras recuperaban el aire, en la oscuridad de ese escondido rincón en donde la fuerte lluvia no podía alcanzarlos, se observaban. Con deseo. La escasa luz que llegaba hasta ellos era suficiente como para vislumbrarse, no necesitaban más que eso. Es más, hacía que el contacto entre los dos fuera aún más glorioso, debido a que lo único que realmente deseaban era sentir. El rubio había apoyado sus manos sobre los hombros del coronel, mientras que éste lo sostenía por la cintura, inclinándose hasta igualar su altura. Esta vez fue Elric quien dio el primer paso, no podía quedarse sin hacer nada esta vez. Empezó besando suavemente cada rincón de su rostro. La frente, las mejillas, la nariz. Roy cerró sus ojos, complacido. Por último, se detuvo en sus labios casi al mismo tiempo en que sintió que el mayor lo alzaba, a lo que el pequeño dio un respingo. Quiso matarlo por semejante acto de burla hacia su altura y su masculinidad, pero lo único que pudo hacer fue enredar sus piernas en su cadera. No se sentía del todo mal estar así con él.

-C-coronel.

-Decime Roy, Edward. Ya no soy tu coronel.

Ahora él se encontraba más arriba del moreno, sin sacarle los ojos de encima. Quiso continuar con su cometido, más no lo hizo a tiempo. Roy se las ingenió para llegar rápidamente a su cuello, donde lamió con dedicación, dándole suaves mordiscos. Marcándolo y haciéndolo suyo en cada rincón de su ser. Esa sensación tan placentera hizo que el pequeño se acelerara y comenzara a temblar quedamente. Se encontró con uno de sus ya endurecidos pezones, debido a la lluvia y el frío. No dudó en mordisquearlo por encima de la tela de su camiseta, lo que hizo que el pequeño comenzara a removerse y a apretar sus puños sobre el uniforme de Roy. Lo presionó más contra el frío cemento de las paredes, haciendo que con el movimiento sus entrepiernas se rozaran más profundamente. Una corriente eléctrica pareció atravesarlos enteros. Los dos emitieron un quejido. Ambos estaban demasiado excitados, eso era innegable. Tampoco había razón por qué esperar. Ninguno era virgen, ninguno podía negar ya su homosexualidad. Tampoco su incontrolable atracción.

Mientras con una mano sostenía por la cintura a Edward, con la otra, Mustang desabrochó el cinturón, el único botón que tenían sus pantalones y le bajó el cierre. Liberó el latente miembro del rubio y comenzó a masajearlo. El más bajo no pudo reprimir el gemido que atravesó sus labios contra su voluntad, a la vez que quiso esconder su sonrojo bajo sus húmedos cabellos de oro. Aún no podía entender qué era lo que tenían las manos del moreno que lo hacían sentir de esa manera con solo un roce. Los ojos de Roy no se perdían uno solo de sus movimientos, no podía dejar de observar a ese chico lujuria. Presionó la punta con su dedo índice, haciendo a Elric soltar un suspiro entrecortado. Continuó masturbándolo más rápidamente, viendo como el rubio apretaba más su camisa con sus dedos y enredaba aun más sus piernas alrededor de la cintura del moreno. Tan tierno e indefenso se veía dejándose llevar, sus deseos de hacerlo suyo crecían cada vez. Sabía que pronto terminaría. Su cuerpo se retorcía demasiado y los suspiros llegaban a hacer eco en aquellas grises paredes, uno tras otro. Supo que era el momento de detenerse, por lo que ejerció algo de presión sobre el rubio, recibiendo un bufido como respuesta.

-Quiero correrme… ¡dejame!

-No vas a hacerlo antes de lo que es debido.

-Por favor, coronel… –su voz se suavizó de una forma que nunca imaginó oír- d-duele…

Mustang tuvo el impulso de besarlo, lo que hizo que el pequeño se desconcertara un poco. Ed definitivamente no se daba cuenta de lo adorable que podía ser. A pesar de haber crecido, Roy lo veía igual de inocente que siempre. No tanto así le pareció viendo que nuevamente esa sensual sonrisa se apoderaba de su rostro, haciéndolo más deseable aún. Tampoco en el momento en que enterró su lengua en la boca del mayor, abrazándose con violencia a su cuello para profundizarlo. Él también podía ser así si se lo proponía, después de todo era un hombre. Luego de eso, sorpresivamente, el pequeño arrancó todos los botones de su camisa de un tirón y se la quitó por completo, tan rápido fue que llegó a confundirlo. Nunca se sabía lo que full metal podía llegar a hacer, ese mocoso era totalmente impredecible. Sin dejar de corresponder sus besos, el moreno se arrodilló en el suelo húmedo, trayendo consigo al rubio (el cual pudo comprobar que había crecido realmente porque ya no era ninguna princesita y pesaba demasiado), quien quedó sentado con las piernas abiertas frente a él. Tomó con ambas manos sus modernos jeans y terminó por quitárselos. Su pierna de metal brillaba debido a los pequeños rayos de luz artificial que ingresaban. Al igual que su suave figura, sus marcados músculos y esa enorme cicatriz en el hombro que se translucía bajo su remera clara. Tan perfecto era a sus ojos, él podía ver la belleza en cada centímetro de su pequeño cuerpo. Marcado por la guerra, el odio, la tristeza, la vida misma.

-Solo metelo –dijo Edward, quebrando el constante silencio- No quiero tus dedos.

-Pero dolerá mucho, ¿estás seg-

-¿No es lo que querés? –lo interrumpió- ¿Hacerme gritar tu nombre sin parar? Yo ya no puedo esperar más el sentirte dentro de mí otra vez –soltó una risita traviesa al ver como Roy se sonrojaba ante sus palabras.

-Estúpido, no digas esas cosas como si nada… podés arrepentirte.

Rápidamente, liberó su bien despierta hombría del atuendo militar. En verdad deseaba callar esa insolente boca de una vez, hacer como él decía, que solo pronunciase su nombre un sin fin de veces. Pensaba obedecer, más bien él tampoco podía seguir esperando. De apoco fue adentrándose en él, haciendo que el chico se tensara y emitiera sonoros quejidos. Aunque se aferrara fuertemente a la amplia espalda de Roy y se mordiera los labios, le era imposible callarse. Dolía mucho, no creía poder soportarlo. Sin embargo, debido a que él era un maldito impaciente, fue su culpa que ocurriera de esa manera. Al mayor también le costaba, Edward seguía siendo tan estrecho como lo recordaba. Se sintió feliz al saber que nadie más lo había tocado a excepción de él.

-R-Roy… –era la primera vez que lo oía pronunciar su nombre, más de esa manera tan suave- ¡Roy! ¡N-no lo soporto! ¡Ahhh!

Se sintió complacido al escucharlo. Definitivamente Edward no tenía ni idea de lo adorable que se veía en ese momento. El pequeño rubio escondió su rostro en el níveo pecho de Mustang, quien sintió la humedad de sus lágrimas restregándose contra él. Ya estaba completamente dentro. Elric dejó de temblar por un instante, más las lágrimas no cesaban aun. Era un dolor tan placentero el que sentía, que contradicción…

-Relajate –susurró, dulcemente. Depositando un suave beso sobre su cabeza- Seré gentil esta vez.

Comenzó a moverse lo más suavemente que su cuerpo le permitió. El temblor en el cuerpo y la voz del rubio se hicieron más urgentes. Toda su atención se centraba en él, no había otra persona en la cabeza del coronel. ¿Eso era amar a alguien? Edward rasguñaba su piel, el dolor de su ser parecía ir disminuyendo de a poco, siendo reemplazado por auténtico goce. En verdad estaba siendo muy suave esa vez, algo extraño tratándose del arrogante y egocéntrico coronel. Sentían como si no hubiera nadie más que los dos, como si el mundo se hubiese detenido solo para ellos. Lo mejor que podían hacer era disfrutar del momento, dejar la mente en blanco. Dejar que las cosas sigan su curso. Roy observó que los labios del pequeño se separaron levemente.

-N-no necesito tu gentileza, Mustang… nght…

El coronel dejó escapar una risilla. Sabía muy bien lo que eso significaba. Con ambos brazos abrió las piernas del pequeño lo más que pudo, sin lastimarlo, pero haciendo que aún así se quejara. Gradualmente fue aumentando su ritmo, por lo que también los sonidos del rubio se hicieron más relajados y sensuales. Su mirada dorada contra la suya brillaba en la oscuridad. Su pequeño cuerpo perlado en sudor se le hacía tan sublime. No podría detenerse aunque quisiera. Y no es que Edward deseara que hiciese algo así. Todo lo contrario. Sus pequeñas manos se pasearon por el pecho del mayor, sus músculos estaban calientes, su corazón latía al máximo.

-Ah… Roy… -una lágrima rodó por su rostro sonrojado- ¿t-tanto me deseás?

-Más de lo que puedas imaginarte.

El más bajo cerró sus ojos. Tan profundo, tan fuerte y veloz. Ni el orgullo, ni los cargos, ni esos falsos amoríos que había inventado la gente existían. ¿Su amor sería igualmente correspondido por el otro? Ni siquiera aquello era relevante. Involuntariamente, el cuerpo del pequeño se contraía con cada espasmo, extasiando al moreno. El eco de sus voces en ese acotado sitio se enardecía. Nuevamente el rubio se aferró a la espalda del mayor, aún con más desesperación que antes. Una conocida sensación se apoderó de ellos. Tal como aquella vez. Cerrando sus ojos, dejaron que sus cuerpos explotaran juntos. La esencia de Mustang se escurrió dentro del pequeño, él por su parte cubrió a ambos con la suya.

El piso helado contrastaba con su temperatura corporal, al igual que su ropa (que yacía en el suelo, olvidada) y que sus cabellos mojados. Tardarían unos momentos en normalizar su respiración. Ed se sentía tan cansado y absolutamente satisfecho, aun no soltaba al coronel, pero no podía evitar que sus párpados se cerraran solos. El agotamiento que sentía era inevitable. Al moreno se le hizo demasiado tierna esa imagen. Se inclinó a penas hasta alcanzar su oído. El más pequeño casi ni se dio cuenta.

-Te quiero, Ed –susurró, casi inaudible. Un extraño impulso le obligó a soltar tales palabras, sabía que era el momento justo. Sonrió.

:::

El fuerte sonido del viento chocando contra el vidrio llegó a despertarlo. Aún llovía. Podía comprobarlo al ver las miles de gotitas que empañaban la ventana a su lado. Ese lugar era nuevo para él. Sin embargo se sentía más tranquilo de lo que había estado jamás. Le pareció haber dormido por horas, mas no podía recordar en qué momento llegó allí. Ni qué día era. Lo único que pudo recordar fueron besos húmedos, dolor, placer, un encuentro íntimo. Con alguien de su mismo sexo… no, eso era lo de menos. El problema era quién era ese alguien. Enseguida, el color rojo se apoderó de todo su rostro, mientras sentía que una electricidad que le encrespaba los cabellos lo recorría entero. Volvió a cubrirse con las sábanas hasta la nariz, de forma infantil. Se sentía tan avergonzado de lo que había hecho esa noche. "O día o lo que mierda sea". ¡¿Cómo fue que había terminado de esa manera con el coronel?! "Otra vez". Se pateó mentalmente por tener tan buena memoria.

La habitación en la que había aparecido era muy acogedora. Por los adornos y los costosos muebles y pinturas, debía ser parte de una mansión. En la vida había estado en un lugar así antes. El colchón sobre el que durmió estaba muy cómodo, las sábanas eran de suave seda. Cuando por fin se había relajado otra vez, el sonido de la puerta volvió a alarmarlo. Al abrirse y dejar ver de quién se trataba, pudo contemplar a un Roy vestido muy informal, con una toalla alrededor de su cuello y un pantalón sencillo. Nada que cubriera su muy entrenado abdomen. Portaba una sonrisa bastante particular en él. No como aquellas que le mostraba a la gente, esta vez parecía… sincera.

-Por fin despertás, full metal –dijo, alegremente. Llegó muy tranquilo a la cama, sentándose a su lado- Olvido que ya no debo decirte así.

Edward se incorporó hasta quedar sentado en la cama, apoyando su espalda contra un almohadón. Volvió su vista hacia el moreno. Al mirarle, le vino a la cabeza algo de lo que no estaba seguro que hubiese ocurrido. Quizá simplemente lo había soñado. "Te quiero, Ed". Sus mejillas se colorearon a penas, esto no pasó desapercibido para Roy.

-Llamame como quieras. La única diferencia en mí es que ya no soy un alquimista y que tengo mi brazo derecho devuelta. El resto sigue igual.

-Eso no es cierto, cambiaste mucho. Sos todo un hombre, Ed. Cuando te conocí no creí que llegarías tan lejos. Creciste tanto…

La mirada dorada del menor se suavizó, una pequeña sonrisa adornó sus labios. En verdad hacía mucho que conocía al coronel, desde pequeño. Él se había encargado de protegerlos a él y a su hermano menor, hasta arriesgando su propio puesto algunas veces. Sin esperar nada a cambio. Siendo un niño no podía creer ni entender el por qué de sus acciones. Le costaba confiar en las demás personas. Y siendo un adulto, lo comprendía todo.

-Bueno, la realidad es que seguís siendo un enano pero-

-¿A QUIÉN LE DECÍS ENANO QUE NO PODRÍA SER VISTO NI SUBIÉNDOSE A UNA ESCALERA DE TRES METROS Y QUE JAMÁS VA A CRECER?

El más pequeño había levantado los puños en alto, muchas venitas rojas adornaron su frente y unos amenazadores dientes afilados parecían querer morderlo. Otra vez montaba ese berrinche tan gracioso que hacía cada vez que alguien se metía con su altura. Era tan tierno. Antes de que pudiera seguir gritando más alto o, en el peor de los casos que comenzara a golpearlo, se acercó más a él. Lo abrazó con fuerza, como queriendo protegerlo, haciendo que el chico se callara al instante. Edward solo se quedó quieto, sintiendo el calor del mayor contra él. Gruñó, resignado, y se dejó abrazar por ese maldito. Sus ojos se abrieron desorbitadamente cuando alzó la cabeza y se encontró con su sonrisa, olvidando el hecho de que lo había llamado enano. El perfume importado de Roy era tan fuerte y dulce que llegaba a marearlo. Estaban tan cerca, sin ninguna tela que separara sus pieles esta vez. Ese escultural cuerpo parecía desprender fuego.

Elric dio un salto al ver como el coronel se separaba un poco de él, llevando su boca hasta esa enorme y monstruosa cicatriz, aquella marca que le recordaba todo lo malo que había pasado en su corta vida. El de cabello negro besó su hombro con suma ternura, una y otra vez, haciendo sonrojar a sobremanera al rubio. Lamió su contorno con cuidado, a la vez que pasaba sus brazos por detrás de la cintura del menor. Éste posó sus manos sobre los hombros de Roy, tratando de alejarlo. Era una sensación agradable, sin embargo no podía evitar sentirse incómodo. Empezó a removerse un poco, el sonido metálico de su pierna golpeaba sus oídos.

-No, Roy… no hagas eso…

-Me encantaría hacer que esta cicatriz y todos tus malos recuerdos desaparecieran. Ambos sufrimos mucho, vos aún más que yo –su voz era un susurró, podía sentir su cálido aliento contra su piel.

Volvió a estrecharlo contra sí, con más ímpetu que la vez anterior. Siendo correspondido por unos temblorosos brazos alrededor de su cuello, Mustang se sintió feliz. Edward también se aferró a él, con todas sus fuerzas. Era tan reconfortante abrazar ese pequeño cuerpo. Aunque sabía que no se lo permitiría porque no lo necesitaba, deseaba protegerlo con su vida.

-No te vallas, Ed, ya no me dejes… por favor…

Era la primera vez que se estaba dirigiendo a él no como el coronel, sino como una persona. Ya no había órdenes ni amenazas, solo sentimientos sinceros. Eso hizo sonreír con ganas al mayor de los hermanos Elric. Él también se sentía muy contento, como jamás lo había estado antes. Apretó aun más el abrazo, cerrando sus ojos y dejándose llevar por aquella calidez. No quería y no iba a dejarlo ir esta vez. "Hemos sufrido tanto, es hora de ser felices".

-Yo también te quiero, Roy.

FIN

Notas finales:

¿Reviews? Please, los necesito (?) xD
No, en serio, me hacen feliz. Sean buenitas, ¿si? Díganme si les gustó, si no, si me quieren, si me quieren pero asesinar, lo que sea xD
Las amo, que tengan un buen día. Bye~ 


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