Era de noche, una preciosa noche de luna llena en la cual todos los tripulantes del Thousand Sunny al fin podían descansar en paz y tranquilidad luego de unos agitados días de navegación por las agitadas aguas del Grand Line.
Todos se encontraban durmiendo plácidamente, o casi todos. Zoro se encontraba en cubierta admirando el hermoso paisaje nocturno que se extendía ante sus ojos, apoyado en el mástil del navío mientras degustaba pausadamente el exquisito liquido del que, en su momento, había sido una de las mejores reservas de sake del barco.
Sin saber porque se encontraba a esas horas en cubierta en vez de estar aprovechando de reponer sus fuerzas con una deliciosa siesta en la torre de vigilancia, sabía que al menos había tomado la decisión correcta de quedarse fuera, sintiendo aquella paz interior que no sentía desde sus días en el dojo cuando aún era pequeño.
Admirar las estrellas siempre había sido uno de sus mayores placeres, una rutina a la que le había aprendido a tomar gusto luego de que él y Kuina se habían convertido en amigos. En esos tiempos, la chica le había cautivado con su fuerza y valentía, ganándose poco a poco el duro pero sensible corazón del peli verde.
Había sido su primer amor, un amor puro e inocente, sin rastros de maldad o engaño. Ese era el principal motivo, por no decir el único, del porque siempre que tenía la oportunidad, admiraba las estrellas.
Esos instantes en los cuales su corazón se llenaba de tranquilidad eran los únicos momentos en que podía compartir con la peli azul sin verse con una espada de por medio. Pero solo había sido eso, un amor banal e infantil que, luego de su muerte, le había llevado a evitar admirar el cuelo nocturno como solía hacerlo de antaño.
El recuerdo de Kuina, aun latente en su memoria, le resultaba muy doloroso…
Al pasar los años, especialmente luego de abandonar su aldea natal y convertirse en un famoso cazador de piratas, había retomado su anterior rutina. Quizá fuese por la nostalgia, o tal vez por el vacio que aun tenía en su corazón, pero fue durante esas frías noches en las que la soledad y la melancolía se hacían más presentes que nunca, fue cuando logro darse cuenta que las estrellas en el azul firmamento siempre habían sido sus fieles compañeras.
Desde ese entonces, cada vez que veía el cielo nocturno recordaba a Kuina algo nostálgico, pero que eran aquellas mismas veces en las cuales se sentía en paz consigo mismo como nunca antes lo había hecho…quizás ese era su verdadero motivo, el que sin importarle las quejas del rubio por saquear su despensa en busca de alcohol, solo por aquella noche se daría el lujo de recurrir a su sección especial de licores sin preocuparse mucho de lo que luego podría ocurrir…
Para él, aquella era una noche especial. Aun más que las otras.
Y así fue, como acabo acompañado de su inseparable botella de sake mientras se dirigía a paso lento a cubierta. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado, no estaba consiente ni tampoco le importaba, solo quería seguir bebiendo de aquel elixir que se encontraba en sus toscas manos y alejarse del mundo por unos instantes, de poder divagar con tranquilidad en sus mejores recuerdos.
Repentinamente, aquel ambiente de tranquilidad se desvaneció mientras todos sus sentidos se ponían en alerta. Algo tenso, llevo una mano disimuladamente hacia la empuñadura de una de sus preciadas katana cuando una voz sumamente conocida se coló en sus oídos, logrando relajarse aunque no por completo.
-Zoro…-se escucho un susurro, tan bajo y delicado que podría haber sido una caricia a oídos de quien la escuchase- Zoro…-repitió aquella voz, con una cercanía aun mas patente-
-¿Qué quieres, cocinerucho? ¿No se supone que deberías estar de guardia?-le reprendió el aludido algo molesto, pero visiblemente nervioso-
La voz de Sanji se escuchaba cada vez más cerca, y además de que no podía distinguir la silueta del cocinero en medio de la penumbra de la noche lograba poner nervioso e intranquilo al espadachín de una manera poco común en el.
De improviso, sintió una respiración lenta pero pausada cerca de su cuello. Al girarse, casi se llevo un infarto al toparse de frente con el rostro del rubio a unos cuantos centímetros del suyo, sin lograr entender cuando ni como había logrado llegar a su lado sin que lo hubiese notado.
Inevitablemente, al cruzar sus miradas, se vio en una especie de trance, hipnotizado por su rostro pero, por sobre todo, sus brillantes ojos carmesí tan diferentes a sus orbes de color azul cielo habitual…
Tsusuku (o tal vez no xD)