—Se dice que el joven, era tan hermoso como un ángel pero poseía un corazón oscuro y maldito. Este se reflejaba en sus ojos dándole el aspecto de un demonio. Por eso el pintor, los pintó cerrados, con la esperanza de plasmar una belleza inocente, ocultando aquella maldad de la vista de la gente —Eso contaba aquel profesor de arte sobre el misterioso cuadro del pasillo norte.
El internado masculino St Mary´s Ascot School del norte de Inglaterra. Es un lugar tedioso y aburrido los internas debían de buscar actividades que las llevaran a pasar el rato. Para algunos era el deporte y para otros la música. Pero a el, las historias del profesor JongDae, sobre ese cuadro en particular, le llamaban terriblemente la atención, principalmente por el hecho de que se negaba a creer que un joven tan bello e inocente como el que se encontraba plasmado en la pintura pudiera tener algún tipo de maldad.
Con frecuencia iba al pasillo norte del edificio, deteniéndose siempre al frente de la obra, admirándola durante horas. Observando Aquella mirada que se había vuelto su obsesión, con el ferviente deseo de ver aquellos ojos, que a su parecer, debían de ser del más exquisito tono azulado, encajando perfectamente en la apariencia tranquila del joven.
Entonces, una noche de invierno, se despertó exaltado con la creciente necesidad de ir a ver al motivo de sus desvelos.
En silencio tomó un candelabro y alumbrado con la tenue luz ,salió de su dormitorio y caminó. A lo largo del trayecto, la penumbra engullía todo a su paso, dando un aspecto tenebroso a las sombras que parecían querer devorar las llamas. El frio del invierno, comenzó a calarle los huesos, a dolerle, pero aun así continuó.
Llegó al pasillo norte, y resguardado por decenas de cuadros, siguió hasta detenerse en aquel, el único que la llamaba como un flautista a sus ratones. Él se veía en calma, hermoso tal cual Narciso.
Embrujado por el aura atrayente que parecía desprender la pintura, se arrodilló en el piso helado, que hacia enrojecer sus rodillas y se quedó mirando fijamente el cuadro, con devoción, sintiendo en su corazón que algo mágico ocurriría.
El tiempo pasaba lento, y una ansiedad comenzó a alojarse en su estomago, mientras miraba fijamente aquellos parpados cerrados, esperando.
De repente, el silencio fue interrumpido por el sonido de las campanas del reloj marcaron las dos de la madrugada. Y entonces, los ojos comenzaron a abrirse…Se había equivocado, no eran azules como el mar, sino rojos como el fuego, un fuego que escocia la vista y llenaba de terror su corazón. Dentro de ellos se veía la visión más macabra que hubiera visto, centenares de personas sufriendo, imploraban a gritos por sus almas.
Un olor a azufre llenó el pasillo, y el comenzó a marearse, hasta que todo se puso negro.
A la mañana siguiente al despertar, la esperanza de que todo haya sido un sueño se desvaneció al ver las paredes blancas de la enfermería. Los parpados le ardía, estaban quemados, y en su cabello permanecía un intenso olor a azufre.
Desde ese entonces su mirada lo persigue y la sombras se incrementan. No duerme porque aun siente los gritos corroer su mente.
Para escapar del sufrimiento y el terror solo le queda una opción, acabar de una vez con su vida.
Subió al techo de la institución y cerrando los ojos se dejó caer. Esperando que el fuego de su mirar dejara de quemarle el alma. Sintió un golpe, apenas dolor y entonces todo se puso negro.
Contrariamente a lo que pensó, volvió a despertar, pero no en aquella enfermería vieja, sino
en un rio de ácido rodeada de gente que gritaba por el dolor y la desesperación.
Y entonces comprendió todo.
Aquellos ojos no eran maldad. Eran las puertas al infierno, eran los ojos del demonio, y el se encontraba atrapado en ellos.