Te remueves en la cama incomodo, moviendo tus labios de arriba abajo y frunciendo tu ceño como si soñaras algo malo. Suspiras y dejas que todo tu aliento choque contra todo mi rostro, lo aspiro, amo cada parte de ti, hasta esas expiraciones que salen de tu lindo rostro, de ese rostro redondo y con mejillas regordetas, de esas profundas pestañas que no tienen fin, de tus cejas no tan pobladas pero igual de delineadas, con esa nariz pequeña respingada que hace que puedas respirar y mantenerte aquí conmigo.
Te ves molesto, sigues soñando con eso que te molesta pero aun así te ves cálido, las colchas que nos protegen y el abrazo que te brindo hacen que la frialdad no pasen por tu cuerpo. Tu pecho semidesnudo se junta más al mío y escondes tu cabeza en el límite de mi cuello. Yo te acerco más a mí con uno de mis brazos y exhalo ese olor a vainillas natural de ti.
Puedo sentir esa presión de labios que haces de arriba abajo y haces un sonido extraño con tu boca, típico de ti, mientras te remueves más y depositas un beso en mi cuello, aun sin despertarte.
Froto tus cabellos suavemente intoxicándome con tu olor, con esa fragancia que me engatusa, ¿Cómo es que has crecido tanto? ¿En qué momento fue que dejamos de ser unos niños para ahora ser unos adultos con responsabilidades? Tu cabello ha cambiado por varias tonalidades de colores, pero ¿acaso tú también lo habías hecho en tu interior? ¿Has cambiado? No lo creo, tal vez para la gente tu si hayas cambiado, tal vez te vean más altivo y desinteresado, tal vez puedan hablar mal de ti, pero yo sé que tú sigues siendo el mismo niño del cual me enamore.
Ese niño de cabello corto y con un peinado raro que llego siendo nada y ahora es toda una estrella. Ese niño que hablaba formalmente a todos los que pasaba, ese niño que se asustaba por todo y que hipaba cada vez que se ponía nervioso. Tú, ese chico que me enamoro con su inocencia que se deslumbraba por sus orbes color castañas, aquel niño hongo que corría hacia mí y me sonreía para jugar.
Para mí y solo para mi eras tú.
Te sigues removiendo casi epilépticamente como si te incomodara la posición en la que te encuentras y acomodas tu cabeza en la almohada más arriba quedando tu rostro frente al mío, y con una de tus brazos encierras la libertad de mi cuello.
Te miro profundamente y dejo un casto beso en tu frente.
Sonríes levemente.
Tu si sabes cómo enamorarme mas ¿no es así?
No sé de cuantas formas lo haces o como lo haces pero cada día estoy más enamorado de ti y de todo tu ser, de ese niño que nunca dejaras de ser siempre en mi corazón, aunque trates de no demostrarlo.
Te molestan tantas cosas, y por más que quieras disimularlo tu rostro no miente, y eso en parte es bueno porque me hace notar cuando en serio estas molesto y de mil formas hago de que seas feliz de nuevo, si bien primero no me hablas, siempre terminas cediendo ante mis encantos y los besos que reparto por toda tu cara, esa carita hermosa que me encanta besar.
Algunas veces puedo ser un tonto que dice o hace cosas que te pueden hacer daño y llorar, pero nunca dudes de mi amor. Todo menos eso, mi amor hacia ti interminable, que si por el destino nos llega a separar, yo te buscare hasta el fin de mis días y no parare, porque eres lo mejor que el cielo me ha podido dar.
Sigues respirando lento y pausado, como imponiendo un ritmo con tu propio respirar. A veces me pregunto como un ser tan bello como tú puede estar conmigo, y también a veces me pregunto cómo es que tuve tanta suerte que nuestros destinos se crucen.
Pero eso ya no importa.
Estas a mi lado.
Eso importa.
Abres uno de tus ojos e inmediatamente los vuelves a cerras por la luz que penetra la habitación, frunces más tu ceño y levantas tus labios en señal de molestia, tardas unos minutos en acostumbrarte a los rayos del sol chocando con tu rostro y después me miras, siendo yo tu primera imagen matutina.
Me sonríes y me miras de una manera profunda y angelical, la única que me brindas solo a mí. La única que se esconde en tan pesada muralla que tienes que cargar todos los días y que solo me la muestras a mi.
Te sonrió de vuelta y me siento un estúpido por mirarte tanto tiempo, por no querer romperte con cada caricia que te doy por querer siempre estar así contigo.
Acerco mi cabeza hacia la tuya y te doy un beso suave en tus labios grandes e hinchados típicos de la mañana temprana. Tú cierras los ojos y profundizas el beso tímido incitado por mí. Solo eran roces de labios, sin ir más allá. Solo era un beso de amor.
-Buenos días, dormilón.
-Buenos días.
Tal vez había un problema conmigo porque por más que nuestro rito de despertar sigue siendo el mismo, no me canso de repartirla una y otra vez.